Ahora resulta que el principal responsable del desabastecimiento es el pueblo consumidor, que se pone a hacer unas filas interminables, en las que pasa horas y horas muy divertidas conversando con los otros locos consumistas, alrededor de los abastos y supermercados y de las modernas farmacias, espaciosas y con aire acondicionado, que ya no venden medicamentos porque no hay, pero venden hasta verduras, como cualquier mercado popular. Estos “facinerosos compradores” se atreven además a hablar mal del Gobierno, lo cual hasta la llegada de Chávez era un deporte muy popular en el país pero que, con el advenimiento de la libertad y la democracia participativa del socialismo del siglo XXI, dejó de serlo para transformarse en uno de los peores delitos que se pueda cometer.
Los irresponsables que nos gobiernan y sus comunicadores mercenarios inventan cualquier cosa para sacudirse las culpas de la escasez existente. No voy a analizar la guerra económica, que si la hay, pareciera que la están perdiendo de calle. Me quiero referir a las ofensas, las amenazas y las agresiones, que ha debido sufrir el pueblo consumidor en lo poco que va de 2015, simplemente por requerir alimentos para no morir de hambre, detergentes y jabones para la limpieza de su ropa y de sí mismos y medicinas para calmar, mejorar o curar a sus familiares enfermos. ¿Que hay unos sinvergüenzas que asaltan los supermercados y se llevan todo para revenderlo más caro? Ése es un problema a enfrentar por el Gobierno, pero no con decretos bolsas que para nada sirven, ni persiguiendo al consumidor común, sino con medidas que eviten la acción de los delincuentes sin afectar al resto de la población.
Pero ya sabemos cómo actúa el Gobierno contra los delincuentes. Ante la venta, hace algún tiempo, de mercancías de la cesta básica por los buhoneros, un funcionario del Gobierno dijo que el “no iba a agredir al pueblo”. En su mazacote ideológico confunde al lumpen con el pueblo. Esta es la razón para no controlar esta situación, de la misma manera que ocurre con la ausencia de control de la delincuencia en los barrios y ciudades y en las cárceles venezolanas. A las bandas delictivas se les ofrece unas becas para sus jefes y convertir las zonas geográficas donde actúan en las llamadas eufemísticamente “zonas de paz”. Áreas de las ciudades donde no entrarán a combatirlos las fuerzas de seguridad, por lo que podrán actuar a sus anchas y adueñarse de las mismas, como en efecto han hecho. El mismo proceder priva en las cárceles con las organizaciones de pranes.
Resultado: el delito sigue incrementándose y extendiéndose, las bandas no se desarman sino se rearman y enfrentan al Estado mucho más eficazmente, las cárceles continúan siendo centros de depravación y de violencia, como se ve del envenenamiento de presidiarios ocurrido hace poco, todo lo cual impulsa los ajusticiamientos populares ocurridos, así como los producidos constantemente por los cuerpos de seguridad y que son presentados como enfrentamientos, tal y como ocurrió con el colectivo 5 de marzo. La “mayor suma de felicidad posible” parece un chiste digno del más agudo humor negro, lo mismo que el “tenemos patria”, cuando la mera verdad es que la patria se disuelve y se nos escapa de las manos, ante su impía cesión a pedazos a intereses empresariales extranjeros en un intercambio ofensivo e indigno, que termina con nuestras posibilidades de futuro.
Si se tratara de un híper consumo de la gente, como afirman algunos manipuladores del Gobierno, no se entiende entonces por qué productos como el arroz, las gaseosas, los plátanos, las verduras, los granos, el queso blanco, el jamón, no son arrasados también de los estantes. No. No lo son. La gente busca con obstinación precisamente lo que no hay, lo que no está disponible en cantidades suficientes como para garantizar un consumo no angustiante. Ya a finales del gobierno de Jaime Lusinchi se produjo una situación muy parecida a la existente hoy. Había un desabastecimiento que también el gobierno de entonces achacaba a la acción de los empresarios, que presionaban un aumento de precios; había control de precios también, lo que producía las mismas contradicciones actuales con los productores (¿Guerra económica?).
También entonces se cargaba el peso de la culpa sobre los consumidores. Escaseaban el arroz, el aceite, la harina de trigo, pastas, pan, leche popular, jugos, pañales, detergentes, jabón, champú, azúcar, sal, papel sanitario, toallas sanitarias y café. El gobierno adeco y la prensa hablaban de “psicosis de desabastecimiento”, “fiebre consumista” y señalaban que las “amas de casa arrasaban con todo lo que encontraban” (Diario de Caracas, 18-1-1989; El Mundo, 18-1-1989). Eran entonces los consumidores, como lo son hoy, los psicóticos, los febriles, los consumistas, los “barbarazos” que acababan con todo. ¿Qué dirán Ramos Allup, Ledezma, los adecos de Un Nuevo Tiempo, los dirigentes de COPEI, los copeyanos de Primero Justicia y sus amigos María Corina y Leopoldo López sobre esta idéntica realidad vivida? ¿Seguirán prometiéndonos el cielo ante el desastre chaveco?
Han sido similares riquezas las recibidas, las mismas políticas, las mismas ineficacias, los mismos errores, la misma corrupción, el mismo desorden generado, el mismo desdén por la gente, la misma quiebra y la misma irresponsabilidad. Y luego, es a la gente, al pueblo, a quien hacen responsable y obligan a pagar las consecuencias. Muy lejos de ser justo. En las próximas elecciones parlamentarias habrá la posibilidad de cerrarles el camino a ambos y apoyar opciones distintas, que pluralicen y democraticen la Asamblea Nacional. Ni los actuales deben continuar, ni los pasados deben regresar.
La Razón, pp A-6, 1-2-2015, Caracas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por compartir con todos tus comentarios y opiones