8 de junio de 1940
Leon Trotsky
El ataque fue de madrugada, alrededor de las cuatro.
Yo estaba profundamente dormido, ya que había tomado un somnífero después de un
día de trabajo duro. Me despertó el tableteo de una ametralladora. Pero me
sentía muy soñoliento; primero pensé que estaban prendiendo fuegos artificiales
frente a mi casa, celebrando alguna fiesta nacional. Pero las explosiones
estaban muy cerca; las sentía dentro de la habitación, al lado y por encima de
mí. El olor de la pólvora se hizo más fuerte, más penetrante. Era evidente;
sucedía lo que habíamos esperado siempre; nos atacaban. ¿Dónde estaban los
policías que hacían guardia en la puerta? ¿Estaba adentro mi custodia? ¿Los
habían amordazado? ¿Secuestrado? ¿Matado? Mi esposa ya había saltado de la
cama. El tiroteo continuaba sin cesar. Mi esposa después me contó que me ayudó
a tirarme al suelo, empujándome al espacio que queda libre entre la cama y la
pared. Era cierto. Se había quedado dando vueltas junto a mí, al lado de la
pared, como para protegerme con su cuerpo. Pero con murmullos y gestos la
convencí de que se tirara al suelo. Los tiros venían de todas partes; era
difícil decir exactamente de dónde. En determinado momento mi esposa, como me
dijo luego, pudo distinguir claramente el resplandor que produce un arma al tirar; en consecuencia, nos disparaban
desde la misma habitación, aunque no podíamos ver a nadie. Mi impresión es que
se tiraron alrededor de doscientos tiros, de los cuales unos cien cayeron cerca
de nosotros. En todas direcciones volaban trozos de vidrio de las ventanas y
astillas de las paredes. Poco después sentí que tenía dos heridas leves en la
pierna derecha.