María Yanes
En la actualidad, uno de los mayores anhelos de los ciudadanos venezolanos es que los derechos humanos sean garantizados a toda la población y habitantes del territorio nacional, de cualquier localidad o región, en especial, dos derechos de garantía a la vida: la alimentación y la salud. Pero más que un anhelo, se trata de una obligación del Estado Venezolano. No obstante, el gobierno nacional ha fallado en esta labor, ha sido irresponsable e indolente sobre todo en los últimos tres años.
Cuando me refiero a cualquier localidad o una determinada población, apunto al drama que viven actualmente nuestros pueblos indígenas, ciudadanos de una extraordinaria y vasta cultura ancestral. Es importante señalar, que el capítulo VIII de la Constitución de 1999, está dedicado a los pueblos indígenas, a sus derechos, es decir, además de ser reconocidos en nuestra Carta Magna, el Estado supuestamente ha “desarrollado las políticas pertinentes” para que todas las etnias indígenas que hacen vida en el país gocen de todos los derechos que se merecen, tanto así, que para lograr estos objetivos se creó el Ministerio del Poder Popular para los Pueblos Indígenas en el año 2007. Sin embargo ¿Cuál es la realidad actual? ¿Ha cumplido el Estado Venezolano con lo estipulado en la Constitución?
Según las estadísticas, en Venezuela hay 51 pueblos indígenas y aproximadamente más de 4.000 comunidades. La Etnia Wayuu ubicada fundamentalmente en la sierra de Perijá, Estado Zulia, es la más numerosa, con un 58% del total de la población indígena según el último censo. Le sigue la etnia Warao con 6% y se distribuye fundamentalmente en el Estado Delta Amacuro y también en los estados Monagas y Sucre. En menor proporción está la Etnia Pemón, en el suroeste del país, Estado Bolívar y Yanomami, en la selva Amazónica, entre Brasil y Venezuela. Me voy a referir a la situación actual del pueblo Warao, pues tuve la oportunidad de conversar directamente con representantes de algunas de estas comunidades. El testimonio que me ofrecieron fue muy triste, posible reflejo del resto de los pueblos indígenas.