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sábado, 30 de noviembre de 2013

El falso feminismo de la burocracia roja


Por: Cristina Gil
29/11/2013

¿Feministas o porristas?

Hace pocos días, con motivo de la conmemoración del Día Internacional contra la Violencia de Género, el Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la Igualdad de Género organizó un concierto cuyo público se estimó mayoritariamente femenino. En la reseña publicada por el diario Ciudad Caracas puede leerse: “El tercer invitado a la fiesta fue Hany Kauam quien levantó suspiros de las presentes. (…) Para concluir el evento, se subieron al escenario Servando y Florentino arropados por una ola de vítores y gritos de amor de sus fanes (sic) enamoradas”. Mientras en otros países de Latinoamérica, el 25 de noviembre es fecha propicia para elevar las banderas de la lucha feminista, en la Venezuela “revolucionaria”, lo que sugiere la propaganda gubernamental de MinMujer es hacer “tremenda fiesta en la Diego Ibarra” y seguir enajenando muchachitas con canciones “de amor”, pues no hay razón alguna que nos conmine a la lucha. Conténtense las mujeres venezolanas con las cancioncitas, los piropos, la cajita de chocolates y el ramito de flores: el socialismo feminista ya está dado. Fue -¿quién se atrevería a dudarlo?- parte del legado que nos dejó “nuestro amado Comandante Supremo”.


Desde instancias como el Ministerio para la Mujer y la Igualdad de Género, se asegura que “el gobierno bolivariano creó una nueva institucionalidad y un cuerpo legal para protegerlas [a las mujeres] de la discriminación, la pobreza y la violencia.” De la población LGBT nada dice este ministerio, pues “esos asuntos son muy complicados y además suponen un peso adicional a la difícil carga que portan las mujeres heterosexuales en nuestro país”. Así lo sugeriría María León, durante su gestión al frente de este ministerio, ante quienes le reclamaran mayor atención a los asuntos de la sexo-género-diversidad. Ante semejante aseveración una se atrevería a preguntarse cuál es esa nueva institucionalidad de la que tanto alarde hacen desde el gobierno y cuál es ese cuerpo legal que se supone existe, pues cualquiera que mire a su alrededor podrá aún ser testigo de la discriminación, de la pobreza y la violencia, todas expresiones de las cuales continúan siendo víctimas las mujeres venezolanas.
¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un ministerio capaz de conmemorar el 25 de noviembre con conciertos para “fanáticas enamoradas” y muchachitas sumidas en “gritos de amor” y suspiros? ¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un ministerio incapaz de cuestionar los roles de género, un ministerio que concibe a la mujer como una madre, paridora, cocinera y cuidadora? ¿Será que esa nueva institucionalidad se reduce a un ministerio capaz de imponer a espaldas de los poderes creadores del pueblo un Plan como el Mamá Rosa, documento por demás insulso que perpetúa el culto patriarcal a Hugo Chávez bajo la excusa de su abuela campesina? Un cuerpo legal, dicen… ¿Se referirán a la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia? ¿Ese papel con el que todas las instituciones de justicia se limpian los muros, ninguneando a la mayoría de las mujeres que lo elevan en un intento por defenderse de la realidad que las oprime? ¿Será que se refieren a esa letra muerta incapaz de ajustarse plenamente al contexto social que nos arropa y garantizar a las mujeres verdadera educación sexual, anticonceptivos gratuitos y el derecho al aborto seguro y gratuito cuando ellas lo decidan? Tal parece que hablar de feminismo, para el Ministerio que preside hoy Andreína Tarazón (cuyo nombramiento al frente de esa instancia gubernamental resultó además injustificado, pues se trata de una joven que jamás se ha caracterizado por estar vinculada a la lucha de las mujeres trabajadoras), se reduce a formular un cúmulo de alabanzas para el hombre que siendo presidente se aventuró a decirse feminista mientras sepultaba tales pretensiones con cheques otorgados a las misses que construye el monstruo Osmel Sousa y promocionan y patentizan los Cisneros.

Los límites del feminismo burgués del Psuv

Según las funcionarias del Ministerio para la Mujer, Hugo Chávez “siempre utilizó un lenguaje no sexista en sus alocuciones, promovió la incorporación de la mujer a la Fuerza Armada, propiciando su ascenso a los más altos niveles jerárquicos.” Esta aseveración puede leerse desde la web de la institución de gobierno. Una no puede dejar de preguntarse: ¿qué entenderán desde dicha institución por lenguaje no sexista? Porque la verdad, la mayoría de la población no puede olvidar la voz de Hugo Chávez sugiriendo a su entonces esposa que se preparara porque aquella noche le daba lo suyo. Y particularmente, aún me cuesta olvidar a aquel hombre dirigiéndose a un campesino del modo: “¡Manda a ligar a esa mujer!” Las palabras de Hugo Chávez, dirigidas al campesino ante el grávido cuerpo de la mujer que avergonzada miraba el suelo, jamás podrán permitirme asegurar que aquel hombre fue alguna vez un convencido feminista. Sin embargo, estos eventos parecen no hacer mella en las representaciones que del “eterno líder” se han hecho quienes hoy hacen vida en las instituciones del estado. Las funcionarias y los funcionarios del Ministerio para la Mujer se contentan con el mero hecho de que una mujer hoy asuma un puesto de poder en una institución inherentemente patriarcal como las fuerzas armadas, o que algunas mujeres pobres hoy sean beneficiarias de becas gubernamentales para paliar sus carencias y seguir asumiendo en silencio el rol de doblemente explotadas que le asigna el sistema capitalista que sostiene el Estado burgués venezolano.

En un excelente artículo titulado “El feminismo inconsistente de Chávez”, Tamara Pearson se refiere al entonces presidente y al “feminismo” que pregona:

“(…) su concepción del feminismo y de su propia identidad como feminista están limitadas al incremento de la participación de las mujeres en los consejos comunales, en las misiones, en la sociedad, y en las campañas electorales, en vez de formar un movimiento específico para defender sus asuntos particulares y ampliar sus derechos.

(…) El “feminismo” en la revolución bolivariana se traduce en algunas pocas ministras y legisladoras más en ejercicio, en una mayor cantidad de participación femenina en las bases (…). Ahora las madres tienen derecho a recibir un pequeño subsidio para continuar con la carga de tener que hacerse responsables ellas solas de la crianza de sus hijos. Este feminismo, de igual manera, significa oponerse a la violencia contra la mujer sin comprender que la división del trabajo por géneros y que la cosificación de la mujer a través de actos como los eventos de belleza y de la publicidad teñida de sexismo, contribuyen grandemente con la concepción de la mujer como persona de segunda clase, cosa que posibilita la violencia mencionada. Es un “feminismo” que ignora completamente el rol de la iglesia en el sexismo y, por lo tanto, se rehúsa a hablar siquiera del derecho a optar por el aborto, de que éste sea gratuito y que se pueda practicar sin peligro. Esta idea de feminismo carece de cualquier análisis histórico o económico acerca del rol del capitalismo en la generación del sexismo.”

Los cuestionamientos de Tamara Pearson son agudos y se formulan desde el seno del chavismo crítico, así que mal podrían erigirse los defensores de la política psuvista alegando que se trata de un ataque más contra la imagen del “amado Comandante Supremo”. Tales observaciones resultan de vital importancia para la comprensión del panorama político actual, pues la figura de aquel líder logró permear no sólo la actuación de sus funcionarios y de las instituciones que estos sostienen, sino también una representación social compartida por muchos de sus seguidores: el feminismo es sólo cuotas de participación y becas para las mujeres más pobres. Lo demás es mucho pedir, así que quien se atreva a reclamar más que eso, deberá confrontar el cerco del Estado burgués. Para muestra, un botón: Los colectivos de mujeres que este mismo año se organizaron para manifestar su repudio al Miss Venezuela, vieron vulnerado su derecho a la protesta cuando toparon con el cerco de la Policía Nacional que por órdenes de un ministro rojo rojito protegía el show de los Cisneros. Mientras este evento fue reseñado en medios de comunicación internacionales, los medios del estado optaron por silenciarlo o apenas le dedicaron unas cortas líneas para luego sepultarlo.

Las personas que desde un convencimiento honesto aún hoy hacen vida dentro de las filas del chavismo podrán decir que se trata de una inconsistencia más, propia de las contradicciones en el seno de la “revolución bolivariana”. A estas alturas, hechos como esos no pueden, desde nuestro punto de vista, catalogarse como meras inconsistencias. Cuando la inconsistencia, la inconsecuencia, son la regla y no la excepción, tenemos que valorarla como un rasgo característico. En este sentido se trata, ni más ni menos, de una política de Estado orientada hacia la manutención de un estado de cosas que cada día más favorece a los intereses de las burguesías nacionales e internacionales. ¿Contradicciones? Sólo en un discurso pretendidamente revolucionario que cada día deja ver más fácilmente sus costuras. Los hechos, por el contrario, se asumen de una coherencia sin igual. El chavismo gobierna para las mismas clases privilegiadas de siempre. Para ello, recurre a un discurso domesticador de las masas y de vez en cuando le lanza unas migajas con el objeto de distraerlas cuando las presiente capaz del voto castigo. Las medidas populistas de los últimos días, vinculadas con una “ofensiva económica contra la especulación”, son una muestra de ello. Mientras la población esté ocupada “vaciando los anaqueles” no tendrá tiempo para pensar demasiado sobre las causas estructurales de la actual crisis de nuestra economía capitalista.

Plan Mama Rosa: El machismo disfrazado

En este contexto, el feminismo que desde el chavismo se esgrime no constituye más que un recurso discursivo más para ganar las voluntades de las miles de mujeres. Dicho así, resulta de vital importancia acercarse desde una mirada crítica al denominado Plan para la Igualdad y Equidad de Género “Mamá Rosa”.

El documento institucional nos introduce a su lectura confesando que su denominación no responde directamente a la vinculación e identificación con la figura de una mujer que fue madre campesina y que se llamó Rosa, sino que la referencia a aquella mujer constituye una excusa para rendir culto a la figura patriarcal de Hugo Chávez: “Poco sabemos de Mamá Rosa, sólo las expresiones nostálgicas y amorosas que el Comandante Supremo Hugo Chávez mencionaba cada vez que recordaba su infancia (…)”. Partir de ese hecho es ya un equívoco. Desde el Ministerio para la Mujer, lejos de rescatar los nombres y ejemplos de las aguerridas mujeres venezolanas que han sido invisibilizadas por la historia, se recurre al culto a la personalidad del hombre y se emplea la imagen desconocida de su abuela para justificar el hecho. Mamá Rosa se retrata en este documento como madre, cocinera y criadora a través de citas que se formulan de las declaraciones anecdóticas de Hugo Chávez en relación con su infancia. A ninguna de las funcionarias del Ministerio se le ocurrió siquiera profundizar e indagar en torno a una semblanza de mujer que -desde otra perspectiva, no lo dudamos- habría podido dar la posibilidad de al menos retratar a una abuela -como la mayoría de nuestras abuelas- que pese a su restrictiva vida en los espacios domésticos continuaba siendo portadora de una sabiduría ancestral y un anhelo de libertad. Es una (1) la página que se dedica a la presentación de Mamá Rosa desde la voz de Hugo Chávez. En esa página, la foto de la mujer ocupa el mayor espacio. Además de presentar una redacción bastante pobre, el documento logra sorprendernos por el evidente salto que deja inconcluso el texto. ¡Tanto les importaba a las funcionarias de MinMujer retratar a Mamá Rosa!

Según la redactora del Plan Mamá Rosa, Virginia Aguirre, bastaría con que las instituciones del Estado manifiesten su voluntad de asumir una perspectiva de género en el desarrollo de sus políticas, elevando acaso sus cifras de cuotas de acceso y ascenso para las mujeres. Esto bastaría para despatriarcalizar las instituciones y erradicar las desigualdades de género. Se considera, desde este limitado enfoque que ello constituye “cambios estructurales” suficientes. El grave problema está en que al parecer ninguna de las funcionarias del MinMujer sabe con qué se come una “perspectiva de género”. De otro modo una no puede entender cómo es que en el mentado Plan, una de las líneas de acción perteneciente a la dimensión económica se propone “impulsar con las organizaciones y movimientos de mujeres la creación de guardería para las hijas e hijos de las trabajadoras y los trabajadores del sector público y privado” (sic). Lo cual además de poner en evidencia la misma concepción machista de la asignación de los roles entre hombres y mujeres, representa un grosero retroceso respecto de las leyes laborales vigentes, que asignan esa responsabilidad a los patronos, y no a las organizaciones de mujeres.
Para cualquier persona con un mínimo de formación en materia de género, resulta evidente que si no hay un cuestionamiento a los roles que se asignan en nuestras sociedades, que si no se garantiza una discusión capaz de ahondar en la realidad de la diversidad del sexo y el género como categorías constituyentes de la condición humana, si no se avanza -en definitiva- en la construcción de criterios feministas, jamás podrá hablarse de “transversalización de la perspectiva de género” en las políticas públicas.

En este sentido, la Introducción del Plan Mamá Rosa expone cifras vinculadas con la realidad ocupacional de las mujeres en Venezuela, pero es incapaz de analizar esas cifras a la luz de la perspectiva de género que dice debe desarrollarse desde las instancias públicas. Si bien reconoce que la ocupación de las mujeres está enfocada en el área comercial y de servicios (con excepción de los sectores de la construcción y el transporte) mientras los hombres acaparan el sector productivo del país, evade flagrantemente un análisis que permita profundizar en las razones culturales de esta segmentación del trabajo. El Plan Mamá Rosa carece de la perspectiva de género que reclama y se presenta como un documento más dispuesto para el “cumplo y miento” de la burocracia roja que nos arropa. Si el segundo Plan de Igualdad para las Mujeres Juana Ramírez “La Avanzadora” arrojó como saldo “positivo” la conformación del Ministerio para la Mujer, ¡vaya usted a saber qué adefesio burocrático habrá de parir Mamá Rosa!

Del mismo modo, el objetivo histórico que se plantea el Plan Mamá Rosa resulta poco menos que risible dadas las características del gobierno de Nicolás Maduro. ¿Cómo habremos de entender que desde el Ministerio para la Mujer se proponga “erradicar el patriarcado como expresión del sistema de opresión capitalista y consolidar la igualdad y la equidad de género con valores socialistas”, cuando en nuestro país el sistema capitalista cada día se fortalece más gracias a las políticas entreguistas del gobierno que pacta con Chevron, Nestlé, Samsung y cuanta transnacional se ofrezca “preñada de buenas intenciones” para contribuir -¡cómo no!- con la tan mentada “soberanía petrolera”, “soberanía alimentaria”, “soberanía tecnológica” o peor aún, para ayudarnos a convertirnos en “potencia”? Caramba, que hay que ser ingenuas (o consagradas burócratas y demagogas) para tragarse el cuento de que el feminismo socialista se alcanzará de la mano del gobierno capitalista y burgués que hoy tenemos.

En Venezuela, las mujeres no alcanzaremos verdadera autonomía ni plena igualdad de derechos hasta que no comprendamos que nuestros conflictos debemos reconocerlos fundamentalmente nosotras. Ningún patriarca -por muy “caballeroso” que sea- debe ser quien nos diga cuáles son los males que nos aquejan. Nuestra situación de opresión debemos denunciarla desde una voz de dignidad que reclame la verdadera elevación de criterios feministas. Y los criterios feministas no se construyen con financiamiento a la construcción de cuerpos sumisos al capital ni con complacencia ante los códigos estéticos patriarcales. Los lazos que Hugo Chávez estrechó con la organización Miss Venezuela, lo descalifican moralmente para erigirse como ejemplo alguno en la lucha anticapitalista y antipatriarcal. “Nuestro Chávez feminista” no existe, nunca existió. Desde este punto de vista, cualquier institución del Estado u organización en general que pretenda convencer a las mujeres en lucha de que el feminismo es eso que dejó Chávez como legado, no abraza más que una falacia, una abominable inconsistencia ideológica que sólo se traduce en mayores cadenas para las mujeres y para la población venezolana en general. El feminismo revolucionario, que se pretende verdaderamente socialista, debe abogar por definir plenamente los criterios que constituyen una perspectiva de género y comprender que la igualdad de derechos no se traduce únicamente en una inclusión paritaria en políticas dispuestas por un Estado machista.


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