No demos más vuelta, digamos cómo son las cosas, sin vueltas: Europa está acostumbrada a tirar gente al mar.
Decenas de cadáveres de inmigrantes ahogados cuando intentaban cruzar el Mar Mediterráneo, hacia Europa. |
Por Santiago Alba Rico
Europa está acostumbrada a tirar gente al mar, al igual que hizo durante siglos de esclavitud. Frente a la hipocresía y la indiferencia, apetece y hasta se impone ser un poco demagógicos. Digamos la verdad: Europa está acostumbrada a tirar gente al mar.
Lo hizo durante siglos en el marco del rentabilísimo comercio de
esclavos del que participaron todas las grandes naciones que dan hoy lecciones
de humanidad y democracia al resto del mundo. El antropólogo Fernando Ortiz
recordaba en uno de sus libros la cifra: en 1825 se calculaba que cada año los
negreros clandestinos arrojaban al océano 3.000 esclavos vivos, bien para
escapar de las patrullas, bien para desprenderse de la mercancía defectuosa. Muchos
más habían muerto antes, durante el acarreo por el continente africano o
durante la espera en los barracones del puerto.
En 1818, cuando se prohibió el tráfico al tiempo que se mantenía la
esclavitud (¡igual que hoy!), el muy católico rey español Fernando VII
justificaba la medida diciendo que ya no hacía falta trasladar a América a los
africanos para civilizarlos porque la empresa colonial iba a ocuparse de
civilizarlos en sus propios países de origen. Seguimos civilizándolos en sus
países de origen, seguimos seleccionando mano de obra barata, seguimos
prohibiendo el tráfico y seguimos arrojándolos al mar.
Ataúdes de las víctimas del naufragio, en el aeropuerto de Lampedusa, en octubre del 2013. |
La gran escritora negra Toni Morrison emitió hace años el veredicto: “No puedes hacer eso durante cientos de años
y no pagar un peaje. (Los europeos) tenían que deshumanizar no sólo a los
esclavos, sino a sí mismos. Tenían que reconstruir todo para hacer que el
sistema pareciera verdadero. Hizo que todo fuera posible en la segunda guerra
mundial. Hizo que la primera guerra mundial fuera necesaria. Racismo es la
palabra que utilizamos para englobar todo esto”. Lo que el teólogo alemán
Franz Hinkellammert llama con razón “genocidio
estructural” se inscribe en una larga enfermedad europea que nos ha podrido
el alma hasta el punto de que podemos empujarlos al mar y luego irnos a Malta
en un crucero.
Son más de mil muertos en una semana; más de 20.000 en los últimos 15
años. Cifras parciales, engañosas, que no censan el fondo de los mares. No
estoy dispuesto a negar la responsabilidad de los traficantes que explotan la
desesperación de los humanos; tienen la misma que los negreros del siglo XIX y
mantienen con el sistema neocolonial europeo la misma relación de dependencia y
funcionalidad. Tampoco estoy dispuesto a negar la responsabilidad de los que
alquilan un centímetro de azar en estas barcas de Caronte. Hasta el más
desgraciado de los humanos puede decidir su destino; pero hasta el más
desgraciado de los humanos tiene derecho a elegir un destino mejor sin jugarse
la vida. ¿De qué son responsables? Su crimen, como dice Juan Goytisolo, es “su instinto de vida y el ansia de libertad”,
ese átomo de libertad que emplean en huir de la guerra o de la miseria y en
reivindicar su derecho a desplazarse, a trabajar, a existir sin pedir limosnas
o disculpas.
Hemos visto la respuesta de nuestros gobiernos y nuestros políticos.
Hay dos. Una, la hipocresía: se lamentan las muertes y se exhibe contrición
mientras se refuerza Frontex y la operación Tritón; es decir, mientras se
multiplican los medios, como Fernando VII, para “civilizar” en origen a los
africanos y destruir las barcas de los traficantes. Ya sabemos lo que eso significa
y las consecuencias que traerá: apoyar dictaduras y justificar intervenciones
que generarán más frustración, más miseria, más guerras, más yihadismo, en un
circuito de retroalimentación del que sólo se benefician los más poderosos, los
más ricos y los más injustos.
La otra respuesta es el cinismo de los partidos e intelectuales de
ultraderecha que echan levadura a la enfermedad europea con un desprecio
explícito hacia esos miles de personas que, según la propaganda de la Liga
Norte (Partido Italiano de ultraderecha), buscarían unas “vacaciones
pagadas” en Europa y por los que no debemos sentir ninguna piedad o
consideración.
Los cínicos al menos no mienten. Porque cinismo e hipocresía forman
parte del mismo sistema y se retroalimentan. La hipocresía, con sus leyes
migratorias, nutre el cinismo de los otros y acabará por poner los gobiernos
europeos en sus manos. Históricamente ha sido siempre así: los hipócritas, con
tal de no hacer lo que dicen, acaban cediendo el poder a los cínicos y sus
crímenes desnudos. Los “civilizados europeos” han sido siempre la antesala de
nuestros propios bárbaros. ¿No hay ninguna alternativa a la hipocresía y el
cinismo? Es así de simple: o Declaración de los Derechos Humanos o declaración
de guerra. Nos guste o no, van a seguir viniendo. ¿Por qué –por qué– nos
gustamos tanto?
Fuente: http://www.contrainfo.com/14713/europa-antes-los-esclavizo-ahora-los-tira-al-mar/
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