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domingo, 18 de marzo de 2012

¿Cómo llegamos a dónde estamos?

Luis Fuenmayor Toro

Luego de la derrota de los grupos armados del Partido Comunista y del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, organizaciones que cayeron en las provocaciones antidemocráticas y represivas de Rómulo Betancourt, la burguesía venezolana gana terreno político y se transforma de clase dominante, posición para 1958, en clase hegemónica hacia comienzos de los años setenta. Sirvieron a la obtención de este propósito la política de substitución de importaciones, iniciada durante el mandato de Pérez Jiménez y continuada luego, y más adelante el incremento gigantesco de los ingresos nacionales, con motivo de la elevación de los precios petroleros en el mercado internacional, que se inician con el primer gobierno de Rafael Caldera y duran hasta los inicios de Luis Herrera.

La dilapidación de estos inmensos recursos petroleros en la creación de un estado de prosperidad sustentado únicamente en el gasto de esa renta, sin producción de riquezas nacionales acorde con el elevado gasto derivó en una importación masiva de bienes y servicios, que mantuvo una ficción de bienestar y armonía a través del reparto de dinero en diferentes formas, que produjo una reducción transitoria de las contradicciones sociales. El modelo llevó indefectiblemente a un endeudamiento irracional, como fórmula de mantener el exorbitante gasto, a una lógica inflación, elevada e incontrolable, y a la devaluación monetaria, cuando se hace  imposible mantener el gasto, todo lo cual significó la quiebra económica de la ilusión de armonía creada por el bipartidismo adeco copeyano. Se fractura así una de las patas del sistema político vigente: la económica.

Sin embargo, el sistema todavía tenía suficientes recursos para resistir, sobre la base de mantener y crear nuevas esperanzas en el pueblo, ayudado por los efectos debilitantes de la derrota de las insurgencias populares de los sesenta, presentes en un liderazgo izquierdista sumamente dividido, marginado o en los brazos del enemigo. El mismo líder dilapidador de las grandes riquezas petroleras reaparece y recoge de nuevo el apoyo delirante de un pueblo, cuyo mesianismo e ignorancia siempre han jugado lamentablemente en su contra. Pérez gana su segunda presidencia con una muy buena votación, pero inmediatamente descorazona a sus seguidores al instrumentar un programa neoliberal de ajustes severos, impulsado por una burguesía ahora hegemónica.


La explosión social del “caracazo” en 1989, en respuesta a la inicial aplicación de las medidas señaladas, a pesar de no obedecer a la organización de los sectores populares ni a la existencia de ninguna propuesta, revela la ruptura de la pata política que sostenía al modelo democrático representativo creado Betancourt y Caldera. Tres años más tarde, las asonadas militares de febrero y noviembre de 1992 completan el escenario de crisis estructural del sistema político, al fracturarse la pata militar de sostén del modelo, que termina por ser derrotado con la segunda victoria de Caldera, esta vez contra el bipartidismo y, más adelante rematado con la victoria de Hugo Chávez en 1998, que reactiva la esperanza de los venezolanos progresistas de construir una gran nación soberana, justa e independiente, y los sueños reivindicativos de los desposeídos y los trabajadores.

Aunque las elecciones de Chávez no significaron el triunfo de una propuesta socialista frente al capitalismo neoliberal, la ambigüedad ideológica y la carencia de un verdadero proyecto nacional, sin embargo, no pueden desconocer los avances ocurridos durante todos estos años en términos de participación política de la gente, reivindicación de nuestros valores patrios, visualización de los pobres y excluidos, legitimación de un discurso nacional soberano, con señalamiento claro del imperialismo; fortalecimiento de la OPEP, mayor reparto de los excedentes de la renta petrolera entre los sectores más desasistidos, nacionalización de grandes empresas de servicios estratégicos (CANTV, eléctricas) y de grandes industrias, creación de empresas comerciales distribuidoras de productos a precios populares y una política internacional, a veces incoherente, que se orienta a la unidad del sur frente al norte desarrollado e imperial.

Pero esos avances no pueden esconder las graves contradicciones entre el discurso y la práctica, los retrocesos económicos y sociales habidos en los últimos años, las limitaciones del modelo económico y los graves peligros abiertos hacia el futuro. La limitación de la participación a los grupos seguidores del Gobierno, la conversión de la historia patria en una legitimación de las acciones gubernamentales de hoy, el inaceptable culto a la personalidad, la división irreal de la nación venezolana, que considera traidor a la patria a quien no apoye al Gobierno; la continuación del modelo rentista petrolero iniciado por Gómez hace 90 años, la neoapertura petrolera en la Faja del Orinoco, que crea empresas mixtas con transnacionales capitalistas y comparte con éstas la propiedad del crudo, situación no sólo inconstitucional sino económicamente lesiva en relación con los contratos de servicio de Caldera.

A lo anterior se añade la ineficacia en la administración de las empresas estatizadas y de las creadas, la política comercial de puertos, similar a la del primer gobierno de Pérez; el desmantelamiento de la producción industrial, que nos hace importar lo que antes producíamos; la carencia de empleo formal calificado, estable y bien remunerado, en lugar del empleo precario existente; la masificación educativa, que desdeña la calidad constituyendo un nuevo fraude al educando y a la sociedad; el deterioro de la salud, pese a la gran inversión realizada, y el traspaso de su rectoría a la Misión Médica Cubana; la impunidad jurídica existente, el crecimiento de la inseguridad personal y urbana, evidente en la triplicación de las tasas de homicidios de finales del siglo pasado; la corrupción en todas sus formas, instancias y niveles, que secuestra el 40% del presupuesto de gastos, y el acuerdo con Colombia, que niega el discurso cotidiano.

Estamos ante un proceso electoral en medio de una inflación indetenible, devaluaciones escondidas, encarecimiento de la vida, fallas energéticas, desabastecimiento, fuga de divisas, inseguridad extrema y una disolución de las instituciones. Se enfrentan una dirección derechista organizada con aspirante presidencial definido, otros candidatos posicionados, suficientes recursos, que recobra la iniciativa, un discurso de unidad y paz y muchas promesas, y el sector oficial con un líder único, adorado por sus seguidores reales, temido por los disfrazados, gran apoyo popular, seriamente enfermo, dentro de una situación internacional desfavorable y un partido incapaz de comprender la situación, elaborar políticas y actuar más allá de cumplir con los mandados.

No se enfrentan dos proyectos nacionales sino dos proyectos electorales, pues en las cosas fundamentales (modelo rentista, empleo precario, importación de ciencia y tecnología, neoapertura petrolera, ausencia de proporcionalidad electoral, impuestos regresivos, sumisión al capital financiero) están de acuerdo, sin que esto signifique que sean iguales. La disyuntiva en cualquier caso es más de lo mismo, a través de quienes mandan y no tienen ninguna autocrítica o de quienes quieren mandar y se basarán en los exabruptos y violaciones cometidos contra la patria para seguirlos cometiendo y profundizarlos. No es una elección donde exista la alternativa nacional, como creímos existía en la elección presidencial de 1998.       
Luis Fuenmayor Toro
De Frente con Venezuela. 

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