Luis Fuenmayor Toro
Luego de la derrota de los grupos armados del Partido Comunista y del
Movimiento de Izquierda Revolucionaria, organizaciones que cayeron en las
provocaciones antidemocráticas y represivas de Rómulo Betancourt, la burguesía
venezolana gana terreno político y se transforma de clase dominante, posición
para 1958, en clase hegemónica hacia comienzos de los años setenta. Sirvieron a
la obtención de este propósito la política de substitución de importaciones,
iniciada durante el mandato de Pérez Jiménez y continuada luego, y más adelante
el incremento gigantesco de los ingresos nacionales, con motivo de la elevación
de los precios petroleros en el mercado internacional, que se inician con el
primer gobierno de Rafael Caldera y duran hasta los inicios de Luis Herrera.
La dilapidación de estos inmensos recursos petroleros en la creación de un estado de prosperidad sustentado únicamente en el gasto de esa renta, sin producción de riquezas nacionales acorde con el elevado gasto derivó en una importación masiva de bienes y servicios, que mantuvo una ficción de bienestar y armonía a través del reparto de dinero en diferentes formas, que produjo una reducción transitoria de las contradicciones sociales. El modelo llevó indefectiblemente a un endeudamiento irracional, como fórmula de mantener el exorbitante gasto, a una lógica inflación, elevada e incontrolable, y a la devaluación monetaria, cuando se hace imposible mantener el gasto, todo lo cual significó la quiebra económica de la ilusión de armonía creada por el bipartidismo adeco copeyano. Se fractura así una de las patas del sistema político vigente: la económica.
Sin embargo, el sistema todavía tenía suficientes recursos para resistir,
sobre la base de mantener y crear nuevas esperanzas en el pueblo, ayudado por
los efectos debilitantes de la derrota de las insurgencias populares de los
sesenta, presentes en un liderazgo izquierdista sumamente dividido, marginado o
en los brazos del enemigo. El mismo líder dilapidador de las grandes riquezas
petroleras reaparece y recoge de nuevo el apoyo delirante de un pueblo, cuyo
mesianismo e ignorancia siempre han jugado lamentablemente en su contra. Pérez
gana su segunda presidencia con una muy buena votación, pero inmediatamente
descorazona a sus seguidores al instrumentar un programa neoliberal de ajustes
severos, impulsado por una burguesía ahora hegemónica.
La explosión social del “caracazo” en 1989, en respuesta a la inicial aplicación de las medidas señaladas, a pesar de no obedecer a la organización de los sectores populares ni a la existencia de ninguna propuesta, revela la ruptura de la pata política que sostenía al modelo democrático representativo creado Betancourt y Caldera. Tres años más tarde, las asonadas militares de febrero y noviembre de 1992 completan el escenario de crisis estructural del sistema político, al fracturarse la pata militar de sostén del modelo, que termina por ser derrotado con la segunda victoria de Caldera, esta vez contra el bipartidismo y, más adelante rematado con la victoria de Hugo Chávez en 1998, que reactiva la esperanza de los venezolanos progresistas de construir una gran nación soberana, justa e independiente, y los sueños reivindicativos de los desposeídos y los trabajadores.
Aunque las elecciones de Chávez no significaron el triunfo de una
propuesta socialista frente al capitalismo neoliberal, la ambigüedad ideológica
y la carencia de un verdadero proyecto nacional, sin embargo, no pueden
desconocer los avances ocurridos durante todos estos años en términos de
participación política de la gente, reivindicación de nuestros valores patrios,
visualización de los pobres y excluidos, legitimación de un discurso nacional
soberano, con señalamiento claro del imperialismo; fortalecimiento de la OPEP,
mayor reparto de los excedentes de la renta petrolera entre los sectores más
desasistidos, nacionalización de grandes empresas de servicios estratégicos
(CANTV, eléctricas) y de grandes industrias, creación de empresas comerciales
distribuidoras de productos a precios populares y una política internacional, a
veces incoherente, que se orienta a la unidad del sur frente al norte
desarrollado e imperial.
Pero esos avances no pueden esconder las graves contradicciones entre
el discurso y la práctica, los retrocesos económicos y sociales habidos en los
últimos años, las limitaciones del modelo económico y los graves peligros
abiertos hacia el futuro. La limitación de la participación a los grupos
seguidores del Gobierno, la conversión de la historia patria en una
legitimación de las acciones gubernamentales de hoy, el inaceptable culto a la
personalidad, la división irreal de la nación venezolana, que considera traidor
a la patria a quien no apoye al Gobierno; la continuación del modelo rentista
petrolero iniciado por Gómez hace 90 años, la neoapertura petrolera en la Faja
del Orinoco, que crea empresas mixtas con transnacionales capitalistas y
comparte con éstas la propiedad del crudo, situación no sólo inconstitucional sino
económicamente lesiva en relación con los contratos de servicio de Caldera.
A lo anterior se añade la ineficacia en la administración de las
empresas estatizadas y de las creadas, la política comercial de puertos,
similar a la del primer gobierno de Pérez; el desmantelamiento de la producción
industrial, que nos hace importar lo que antes producíamos; la carencia de
empleo formal calificado, estable y bien remunerado, en lugar del empleo
precario existente; la masificación educativa, que desdeña la calidad
constituyendo un nuevo fraude al educando y a la sociedad; el deterioro de la
salud, pese a la gran inversión realizada, y el traspaso de su rectoría a la
Misión Médica Cubana; la impunidad jurídica existente, el crecimiento de la
inseguridad personal y urbana, evidente en la triplicación de las tasas de
homicidios de finales del siglo pasado; la corrupción en todas sus formas, instancias y niveles, que secuestra el 40% del
presupuesto de gastos, y el acuerdo con Colombia, que niega el discurso cotidiano.
Estamos ante un proceso electoral en medio de una inflación
indetenible, devaluaciones escondidas, encarecimiento de la vida, fallas
energéticas, desabastecimiento, fuga de divisas, inseguridad extrema y una
disolución de las instituciones. Se enfrentan una dirección derechista
organizada con aspirante presidencial definido, otros candidatos posicionados,
suficientes recursos, que recobra la iniciativa, un discurso de unidad y paz y
muchas promesas, y el sector oficial con un líder único, adorado por sus
seguidores reales, temido por los disfrazados, gran apoyo popular, seriamente
enfermo, dentro de una situación internacional desfavorable y un partido
incapaz de comprender la situación, elaborar políticas y actuar más allá de
cumplir con los mandados.
No se enfrentan dos proyectos nacionales sino dos proyectos
electorales, pues en las cosas fundamentales (modelo rentista, empleo precario,
importación de ciencia y tecnología, neoapertura petrolera, ausencia de
proporcionalidad electoral, impuestos regresivos, sumisión al capital
financiero) están de acuerdo, sin que esto signifique que sean iguales. La
disyuntiva en cualquier caso es más de lo mismo, a través de quienes mandan y
no tienen ninguna autocrítica o de quienes quieren mandar y se basarán en los
exabruptos y violaciones cometidos contra la patria para seguirlos cometiendo y
profundizarlos. No es una elección donde exista la alternativa nacional, como
creímos existía en la elección presidencial de 1998.
Luis Fuenmayor Toro
De Frente con Venezuela.
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