Por: Luis Fuenmayor Toro
A muchas personas,
con determinadas creencias o posiciones políticas e ideológicas durante años,
las cuales se comparten en el entorno afectivo o, en otros casos, en el de las
amistades, compañeros de trabajo e incluso personas que ni siquiera se conoce,
que viven regadas en el mundo, como es el caso de las ideologías, les es muy
difícil aceptar que estuvieron equivocadas, aunque sólo sea parcialmente, pues
ya el credo se ha hecho parte integrante de sus conciencias y se ha
transformado en un dogma de fe, imprescindible para vivir. No hay forma de discutir
argumentadamente con ellas, ni que acepten evidencias contrarias a sus ideas y
posiciones. No se plantean la más mínima posibilidad de revisar o buscar otras
opciones distintas de la creencia asumida.
Esta suerte
de religiosos se encuentra diseminada ampliamente en el mundo y no es escasa ni
vive en sitios aislados y recónditos, alejados de los grandes núcleos poblacionales,
aunque suene extraño. Son conocidos como fundamentalistas, repartidos en todas
las clases sociales, en las etnias existentes, entre hombres y mujeres, en
jóvenes y viejos, en gobernantes y gobernados, en creyentes y ateos, en izquierdistas
y derechistas, en nacionales y extranjeros, en intelectuales y obreros, en
chavecistas y opositores. En fin, en todas partes, en sumas apreciables y con
influencia en la conducción de la sociedad donde viven.
El
fundamentalista es un fanático, que tiene una explicación acomodaticia a sus ideas
para cada hecho rutinario o extraordinario que ocurra en la sociedad donde se
desenvuelve. Máxime si ese suceso cuestiona de algún modo lo que ha sido su
sentir y parecer de años, si contradice en alguna forma principios esenciales
de sus dogmas, si choca de alguna manera con
sus conductas y decisiones. El fanatismo le impide no sólo razonar sino inclusive
aceptar la realidad, la cual es entonces negada y suplantada por la que le
aportan quienes se benefician de su conducta, quienes los manipulan. En otras
ocasiones, justifica las evidencias contrarias con hechos similares de períodos
anteriores o de otras partes del mundo, para alegar avances o ventajas de sus
proposiciones.
Si algo ha
prosperado en Venezuela en estos últimos tiempos es la aparición y puesta en
escena de estos “personajes”. Los podemos observar en el Gobierno y en la
oposición, aunque me atrevería a decir que más en el primero, posiblemente por
tener el poder para imponerse y por tratarse en muchos casos de marginados
culturales de ayer, que unen a su resentimiento social una agresividad incontrolada,
con la cual despachan en forma victoriosa cualquier discusión o intento de
intercambio. Esto, repito, no significa que no los tengamos también, y en
número apreciable y con gran agresividad, en los grupos opositores al Gobierno.
El asedio de
la Embajada de Cuba el 12 de abril de 2002 es un ejemplo del fanatismo
intransigente y agresivo de grupos opositores, hoy organizados en la MUD y
quién sabe dónde más. La actitud violenta de bandas progubernamentales en la
Ciudad Universitaria de Caracas, contra las autoridades e instalaciones de la
UCV y miembros de la comunidad, es un ejemplo también de este tipo de actitudes
fundamentalistas. Son todos “personajes” muy primitivos, independientemente de
la escolaridad alcanzada. Las damas de las capas medias, que agredían
físicamente a la Guardia Nacional en los pródromos de los actos
insurreccionales y golpistas de abril de 2002, actuaban bajo esa influencia.
En la programación
de televisión también están presentes: unos con absoluto desparpajo, por estar
protegidos por el Gobierno, insultan, calumnian, ofenden, “mentan” madres, y
otros, un poco más recatados por temor a las represalias, las cuales han
adoptado distintas formas y mecanismos, también se las ingenian para hacer lo
suyo. Otro tanto ocurre en la prensa escrita, sea ésta electrónica o no. Para los
medios oficiales, las únicas noticias son los actos, movilizaciones y
declaraciones del gobierno y del PSUV; nada más existe. Actitud
contraproducente pues obliga a leer y sintonizar medios opositores para
enterarse de lo que ocurre, a sabiendas que tampoco serán objetivos en la
información suministrada.
En este
momento oigo claramente los disparos, algunos en ráfaga, que se producen en La
Planta. Puedo ver el humo e incluso creí ver hasta llamas saliendo del penal.
Me pican los ojos. Dentro de poco algún ministro declarará “muy preocupado”,
señalando lo difícil del problema y será ambiguo sobre heridos y muertes, para
evitar su uso contra el Presidente. Fíjense el razonamiento: Que no se sepa lo
que ocurre para que no sea utilizado electoralmente. Estas actitudes
viscerales, que esconden la cara para no ver, pues si no lo veo no ocurre y si
los demás no lo saben tampoco, no permiten acciones efectivas dirigidas a
controlar la situación carcelaria. El fracaso total es inminente y deja abierta
una interrogante: ¿Cómo se puede gobernar un país de 30 millones de habitantes
si no se puede controlar a los 50 mil reclusos existentes?
Hay zonas
amplias en los barrios populares que están totalmente en manos de grupos
fuertemente armados, con sistemas de radiotransmisión, bien organizados y que
controlan todas las actividades que allí se realizan. A esas zonas no ingresan
los cuerpos de seguridad del Estado, pero esta realidad es minimizada o
simplemente escondida. “No ocurre, son calumnias de los grupos opositores”, es
la respuesta oficial, o “bandas armadas que desafían al Estado y son muy
numerosas hay en México” o “con AD y Copei era peor”, como si alguna de esas
respuestas hiciera desaparecer el fenómeno existente. Así no se gobierna,
aunque el coro de fanáticos oficiales diga lo contrario.
En programas
de la televisión privada he visto discusiones de diputados y funcionarios oficiales
con diputados y dirigentes opositores, donde cada quien se expresa como quiere,
y en las que los entrevistadores tratan de aparecer como imparciales, aunque se
les note su tendencia opositora. En la TV oficial esta posibilidad no se da,
pues los entrevistados siempre son progubernamentales y quienes entrevistan
claramente alineados con el gobierno. Parece un canal del PSUV y del gobierno y
no el “canal de todos los venezolanos”. La parcialidad existente en el pasado
adeco-copeyano ha sido llevada a niveles increíbles en la actualidad. Lo mismo
ha ocurrido con la ineficacia del pasado, la cual ha sido incrementada a
niveles heroicos por este gobierno.
El fanatismo
de quienes dirigen les impide ser objetivos en relación con sus errores y
limitaciones. Simplemente no ven el desastre, pues sólo tienen ojos para
apreciar éxitos donde no los hay, y cuando se dan cuenta de que las cosas no
marchan adecuadamente, colocan en los enemigos políticos las responsabilidades.
“Es la canalla opositora, son los anti patria, es el imperialismo”, y caso
cerrado. Utilizan el gran apoyo popular que tiene el Presidente para reafirmar
que todo está muy bien. Se olvidan del gran apoyo popular que tuvieron en su
momento Rómulo Betancourt, el mismo Jaime Lusinchi y más adelante Carlos Andrés
Pérez, y las cosas no estaban nada bien.
Cuando la
monarquía española estaba en su cima, pero las cosas andaban muy mal, el pueblo
español decía “Viva el Rey y fuera el mal gobierno”. Algo similar podrían estar
diciendo los venezolanos hoy.
La Razón, pp A-2, 20-5-2012, Caracas
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