Sobre el Método Marxista.
Por: Michel Lowy
“Solo la verdad es revolucionaria”
¿Es posible la objetividad en las ciencias sociales? ¿Se
trata de una objetividad del mismo tipo que las ciencias naturales, tal como lo
afirman los positivistas? ¿No está la Ciencia Social necesariamente
“comprometida”, es decir, ligada al punto de vista de una clase social? ¿Cómo
conciliar ese carácter “partidario” con el conocimiento objetivo de la verdad?
Estas preguntas se encuentran en el centro del debate
metodológico en la Sociología, la Historia, la Economía política, la
Antropología, la Ciencia Política y la Epistemología desde hace más de un
siglo. Nosotros trataremos de demostrar
por qué únicamente el marxismo es capaz de aportar una solución radical y
coherente a este problema (aun cuando es necesario reconocer que los textos de
los autores marxistas sólo nos ofrecen los primeros elementos en este sentido),
solución cuya primera condición de posibilidad es la ruptura epistemológica
total con el positivismo.
I. El Positivismo.
La idea central de la corriente positivista es la de una
simplicidad evangélica: en las ciencias sociales, así como en las ciencias de
la naturaleza, es necesario desprenderse de los prejuicios y las presunciones,
separar los juicios de hecho de los juicios de valor, la ciencia de la
ideología. El fin del sociólogo o del historiador debe ser alcanzar la
neutralidad serena, imparcial y objetiva, propia del físico, del químico y del
biólogo. Dejemos la palabra al “Gran Ancestro”, Auguste Comte:
“Entiendo por física social la ciencia que tiene por objeto
el estudio de los fenómenos sociales, considerados con el mismo espíritu que
los fenómenos astronómicos, físicos, químicos y fisiológicos, es decir, sujetos
a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el fin especial de sus
investigaciones”[1] . “Sin admirar
ni maldecir los hechos políticos, y viendo esencialmente en ellos, como en
cualquier otra Ciencia, a simples sujetos de observación, la física social
considera cada fenómeno bajo el punto de vista elemental de su armonía con los
fenómenos coexistentes y encadenamiento con el estado anterior. . .”[2]
El positivismo Comtiano está fundado en dos premisas
esenciales, estrechamente ligadas.
1. La sociedad puede ser epistemológicamente
asimilada a la naturaleza (lo que llamaremos “naturalismo positivista”);
en la vida social reina la armonía natural.
2. La sociedad está regida por leyes
naturales, es decir, leyes invariables, independientes de la voluntad y de la
acción humana.
De estas premisas se desprende que el método de las ciencias
sociales puede y debe ser idéntico al de las ciencias de la naturaleza, que sus
procedimientos de investigación deben ser igualmente “neutros”, objetivos y
destacados de los fenómenos.
Las implicaciones ideológicas conservadoras, reaccionarias y
contrarrevolucionarias de esta concepción son evidentes. Comte, cuya franqueza no es uno de sus
mejores méritos, las formula explícitamente: dado que las leyes sociales son
leyes naturales, la sociedad no puede ser transformada; en contra de los sueños
revolucionarios, utópicos y negativos, el positivismo predica la aceptación
pasiva del Status Quo Social:
“Por su naturaleza (el positivismo) tiende poderosamente a
consolidar el orden público, por medio del desarrollo de una prudente
resignación. (. . . ). Evidentemente no puede existir una verdadera
resignación, es decir, una disposición permanente para soportar con constancia
y sin ninguna esperanza de compensación alguna, los males inevitables, si no es
como resultado de un profundo sentimiento de las leyes invariables que
gobiernan todos los diversos géneros de fenómenos naturales.
Así pues, tal disposición corresponde exclusivamente a la
filosofía positivista, cualquiera que sea el objeto al que se aplique y, por lo
tanto, también respecto de los males políticos”. [3]
Este pasaje, verdadera joya del naturalismo positivista, es
uno de los raros momentos en los que el discurso sociológico burgués se
manifiesta en toda su pureza, por decirlo así, en estado salvaje. Permite
comprender mejor el verdadero sentido de la palabra “positivo” empleada por
Comte para distinguir, o mejor dicho oponer su doctrina a las peligrosas
teorías negativas, críticas, destructivas, disolventes, subversivas, en pocas
palabras, revolucionarias, de la filosofía de la ilustración, de la revolución
francesa y del socialismo.
Más que Comte, Durkheim será el verdadero guía del
pensamiento de la sociología positiva moderna. Su naturalismo sociológico es de
orden comtiano, tal como lo reconoce explícitamente en las reglas del método
sociológico: “La primera regla y la más fundamental es el considerar los hechos
sociales como cosas (. . .). Comte, es verdad, proclamó que los
fenómenos sociales son hechos naturales sometidos a leyes naturales. Con ello
reconoció implícitamente su carácter de cosas, pues no hay más que cosas en la
naturaleza”[4]
Durkheim, recurre muchas veces a los modelos naturalistas
para “explicar” los fenómenos sociales, modelos cuyo cometido ideológico
es siempre conservador. Por ejemplo, según Durkheim la sociedad es, como el
animal, “un sistema de órganos diferentes, cada uno de los cuales cumple una
función especial. Ciertos órganos sociales tienen “una situación particular y,
sí se quiere, privilegiada”; situación, según él, absolutamente natural,
funcional e inevitable:
“Ella se debe a la naturaleza del papel que desempeña y
no a alguna causa extraña a sus funciones”. Ese privilegio es pues un
fenómeno absolutamente normal que se encuentra en todo organismo vivo: “ Es así
como en el animal la preminencia del sistema nervioso sobre los demás sistemas
se reduce al derecho, valga la expresión, de recibir una alimentación más
escogida y de tomar sus parte antes que los demás”.[5]
En otras palabras de Durkheim, se confunden la analogía
“organicista” y el modelo social – darvinista de la “supervivencia de los más
aptos” en “la lucha por la vida”: “pues, sí nada obstaculiza ni favorece
indebidamente a los competidores que se disputan las tareas, es inevitable que
las realicen únicamente aquellos que son los más aptos para cada tipo de
actividad (. . .). Se dirá que no siempre hay suficiente para contentar a los
hombres; que hay algunos cuyos deseos superan siempre las facultades. Es verdad
pero se trata de casos excepcionales, y puede decirse que mórbidos. (¡Sic!)
Normalmente, el hombre encuentra la felicidad al realizar su naturaleza; sus
necesidades están en relación con los medios. Es así que en el organismo cada
órgano solamente reclama una cantidad de alimentos en proporción a su dignidad”[6]
Al igual que Comte, Durkheim era consciente del carácter
fundamentalmente reaccionario de su naturalismo sociológico; lo proclamaba con
orgullo un tanto ingenuo en el prefacio de las reglas del método: “nuestro
método no tiene, pues, nada de revolucionario. (¡Es lo menos que se puede decir!, M. Lowy.). En un sentido,
incluso es esencialmente conservador, ya que considera a los hechos sociales
como cosas cuya naturaleza, por flexible y maleable que sea, no es sin embargo,
modificable a voluntad.”[7]
El discurso Dukheniano, ya lo hemos visto, pasa con toda
naturalidad de la ley de la selva a las leyes naturales de la sociedad, y de
estas a los organismos vivos. Este sorprendente vagabundeo de la evolución está
fundado en una presuposición metodológica esencial: la homogeneidad
epistemológica de los diferentes dominios y, en consecuencia, de las ciencias
que los toman por objeto. Presuposición que funda esta exigencia central
decisiva de todas las corrientes positivistas: “Que el sociólogo adopte la disposición
mental de los físicos, químicos y fisiólogos, cuando abordan una región todavía
inexplorada de su campo científico”.[8]
¿Cómo puede el investigador en ciencias sociales adoptar la
disposición mental del químico sí el sujeto de su estudio, la sociedad, es
también objeto de un combate político encarnizado, donde se enfrentan
concepciones del mundo radicalmente opuestas? La respuesta de Durkheim es una
ingenuidad anonadante, impregnada de una “buena voluntad” positivista: “Así
entendida, la sociología no será ni individualista ni comunista, ni socialista,
en el sentido que vulgarmente se da a estas palabras. Por principio,
ignorará estas teorías a las cuales no podría reconocer valor científico, ya
que entienden directamente, no a expresar los hechos, sino a reformarlos”
En otras palabras: el sociólogo debe “ignorar” los
conflictos ideológicos, “acallarlas pasiones y los prejuicios” y “descartar
sistemáticamente todas las premoniciones”[9]
Durkheim, como buen positivista, cree que los
“prejuicios” y las premoniciones pueden ser ““descartados”, como se descarta
un par de lentes oscuros para ver más claro. No comprende que esas
“premoniciones” (es decir, ideologías) son como el estrabismo y el daltonismo,
parte integrante de la mirada, elemento constitutivo del punto de vista. El
mismo Durkheim es por otra parte la prueba viva de que la “buena voluntad” y el
ardiente deseo de ser objetivo de ninguna manera bastan para acallar los
“prejuicios” (conservadores y contrarrevolucionarios en su caso).
El positivismo de ninguna manera es un fenómeno propio del
siglo XIX. Todavía hoy, corrientes manifiestamente neopositivistas ejercen una
influencia decisiva, si no hegemónica, en las Ciencias Sociales
universitarias, académicas, “Oficiales” e institucionalizadas, particularmente
en los Estados Unidos. Evidentemente
sus formas han cambiado: conductismo y funcionalismo han remplazado a la vieja
metafísica de Augusto Comte, y el modelo cibernético sustituye
ventajosamente al organicismo biológico de Durkheim. Pero el principio
fundamental sigue siendo el mismo: George A. Lundberg, autor de un manual de
sociología moderna muy apreciado en los Estados Unidos, no vacila en escribir
estas líneas que parecen extraídas del discurso de la filosofía positiva: “
Considerando la Sociología como una Ciencia natural, estudiaremos el
comportamiento social humano con el mismo espíritu objetivo con el que un
biólogo estudia un nido de abejas, una colonia de termitas, la organización y
el funcionamiento de un organismo vivo”[10]
Es preciso agregar que la tesis positivista según la cual la
objetividad tendrá por condición la separación entre juicios de hecho y juicios
de valor, y la eliminación voluntaria de las “premoniciones”, ha influenciado
en la Sociología mucho más allá de los límites de la corriente
positivista en sentido estricto.
En especial Max Weber, que difícilmente puede ser
considerado como un positivista, subraya la especificidad de las “ciencias de
la cultura” en relación con las ciencias naturales; sin embargo, creía que la
ciencia social podía y debía ser “sin presuposición” y “no valorativa”.
Según
Weber, los conceptos de las Ciencias Sociales no deben ser “espadas para atacar adversarios”, sino
solamente “rejas de arado para surcar el inmenso campo del pensamiento
contemplativo”, porque “cada vez que un hombre de ciencia hace intervenir su
propio juicio de valor, ya no hay comprensión integral de los hechos”[11]
. Sin embargo, en ciertos escritos metodológicos Weber reconoce que, en lo que
se refiere a las ciencias sociales, los valores del observador desempeñan
cierto papel en la selección del objeto de investigación científica, la
determinación de la problemática y de las cuestiones a plantear. Pero subraya
que las respuestas aportadas, la investigación misma el trabajo empírico del
sabio, deben estar libres de toda valorización, y sus resultados deben ser
aceptados para todos”[12]
¡Como sí la elección de las preguntas no impusiera en gran
parte las respuestas mismas!. Lucien
Goldmann subraya acertadamente el carácter contradictorio de la posición de
Weber, a medio camino entre el desconocimiento del determinismo social del
pensamiento sociológico que caracteriza a los positivistas, y su aceptación
integral por los marxistas: “Los elementos escogidos determinan de antemano,
desde luego, el resultado del estudio. Siendo los valores (. . .) los de tal o
cual clase social, lo que una perspectiva eliminará como no esencial puede ser,
por lo contrario, muy importante en otra. ( . . .). En este punto el
pensamiento de Weber resulta insostenible. “[13]
El error fundamental del positivismo es pues la
incomprensión de la especificidad metodológica de las Ciencias Sociales en
relación con las Ciencias Naturales, especificidad cuyas causas principales
son:
1. El carácter histórico de los
fenómenos sociales, transitorios, perecederos, susceptibles de ser
transformados por la acción de los hombres.
2. La identidad parcial entre sujeto
y el objeto del conocimiento.
3. El hecho de que los problemas
sociales están en las miras antagónicas de las diferentes clases sociales.
4. Las implicaciones políticas –
ideológicas de la teoría social: el conocimiento de la verdad puede tener
consecuencias directas sobre la lucha de clases.
Estas razones
(estrechamente ligadas entre sí) hacen que el método de las Ciencias Sociales
se distinga del método de las Ciencias Naturales, no solamente al nivel de los
modelos teóricos, técnicas de investigación y procedimientos de análisis sino
también y sobre todo al nivel de la relación con las clases sociales. Las
visiones del mundo, “las ideologías” (en sentido amplio de sistemas coherentes
de ideas y valores) de las clases sociales, modelan de manera decisiva (directa
o indirecta, consciente o inconsciente) a las ciencias sociales, planteando así
el problema de su objetividad en términos completamente distintos de las
ciencias de la naturaleza.
La realidad social,
como toda realidad, es infinita. Toda ciencia implica una elección, y en las
ciencias históricas esta elección no es producto del azar, sino que está
íntimamente ligada a una perspectiva global determinada. Las visiones del
mundo de las clases sociales condicionan entonces no sólo la última fase de la
investigación científica social, la interpretación de los hechos, la
formulación de teorías, sino la elección del objeto de estudio, la definición
de lo que es esencial y de lo que es accesorio, las preguntas que se plantean a
la realidad; en pocas palabras, condicionan la problemática de investigación.
Un ejemplo: la pregunta que constantemente plantea Durkheim
en La división del trabajo social: ¿Cuáles son los factores que obstaculizan la
libre competencia de los individuos en la lucha por la vida?, lejos de ser
“inocente”, lleva la huella de la visión del mundo social – darvinista de la
burguesía en la época del capitalismo competitivo. Independientemente de la
“respuesta” dada por Durkheim, esta “pregunta” orienta su teoría sociológica en
cierta dirección, confiriéndole un carácter necesariamente “tendencioso”.
Ahora bien, es verdad que la distinción entre ciencias
naturales y ciencias sociales no debe ser absolutizada: es histórica y
relativa.
Histórica porque, durante todo un periodo, también
las ciencias de la naturaleza fueron el terreno de un combate ideológico. Del
siglo XV al XIX, las clases dominantes clérigo – feudales resistieron a las
ciencias de la naturaleza, que constituían un desafío a su sistema ideológico.
Durante siglos, la astronomía fue el campo de una lucha de clases encarnizada,
ideológica e incluso a veces política, y los hombres de ciencia frecuentemente
fueron victimas de la represión de los aparatos del Estado. (Giordano Bruno,
Galileo Galilei, Miguel Servet etc.). Gracias únicamente a la liquidación del
modo de producción feudal y a la desaparición (o “modernización”) de su
ideología, las ciencias naturales se volvieron progresivamente un terreno “
neutro” desde el punto de vista ideológico. Sin embargo, incluso en el siglo
XVI, la relación epistemológica entre ciencia astronómica y las clases
sociales no era del mismo tipo que la que se encuentra en las ciencias
sociales.
Relativa, porque el grado de “compromiso
ideológico” no es el mismo en todas las ciencias sociales (ni el de
“neutralidad ideológica” en todas las ciencias naturales), y porque por otra
parte, en el interior de una misma ciencia ciertos problemas son más
“sensibles” que en otros: la historia de la Revolución Francesa evidentemente
despierta más antagonismos de clase que la de las guerras del Peloponeso.
En Conclusión: los positivistas insisten mucho en la
heterogeneidad de los juicios de hecho y los juicios de valor, y en la
necesidad lógica de su separación. Subrayan, con razón por otra parte, que
nunca se puede deducir un juicio valorativo de un factico. Según la celebre
expresión de Poncairé: las premisas en indicativo no tienen conclusión lógica
en imperativo. Weber señala con ironía que nunca se podrá demostrar
científicamente la justeza del error del Sermón de la Montaña. Eso no se puede
discutir; pero lo que olvidan tanto Weber como los positivistas, es la relación
inversa entre la ciencia y lo normativo: los valores que orientan, influencian
y condicionan los juicios de hecho. Relación que por su parte no es lógica sino
sociológica: es el punto de vista de clase (que implica elementos normativos)
el que en gran parte define el campo de visibilidad de una teoría social, lo
que ella” ve” y lo que no ve, sus “aciertos” y sus “desaciertos” su luz y su
ceguera, su miopía y su hipermetropía.
II. La tentativa ecléctica de Mannheim.
Bajo el impacto del marxismo, el mito positivista de una
ciencia social neutra asexuada, como ángeles de la teología medieval, fue
severamente combatido. El problema de la determinación social del conocimiento
ya no podía ser tan fácilmente ignorado. Una nueva tentativa para resolver el
problema, distinta del positivismo tanto como del marxismo fue realizada por un
tránsfuga del marxismo, Karl Mannheim, en su brillante obra Ideología y
utopía ( 1929); esta obra formó una nueva rama de la ciencia social
Universitaria: la sociología del conocimiento.
Al igual que los marxistas, Mannheim reconoce que la
posición social del sabio, del observador, determina su perspectiva, es decir,
la manera de contemplar su objeto, lo que percibe en ese objeto, y cómo lo
interpreta. Esta perspectiva es entonces función de la concepción del mundo, de
las diferentes clases y grupos sociales en conflicto en el seno de la sociedad.
Estas diversas visiones particulares no descubren más que un aspecto del
objeto, más que una parte de la realidad social; son necesariamente
unilaterales y fragmentarias. Según Mannheim, esto implica la posibilidad de
una integración de los diferentes puntos de vista mutuamente
complementarios en un todo comprensivo”. , es decir, la posibilidad de una
síntesis de las perspectivas. Evidentemente, la pregunta central es: ¿Quién va
a hacer esta síntesis?¿Cuál es la base o grupo social que puede servir a esta “
mediación dinámica” de los puntos de vista antagónicos? Según Mannheim, existe
un grupo que, en razón de sus características específicas, es capaz de llevar a
cabo esta delicada tarea, y de alcanzar así un conocimiento completo y objetivo
de la realidad: “La inteligencia sin ligas” que se encuentra sobre todo en las
universidades e instituciones de enseñanza superior.
Ahora bien, los intelectuales que creen carecer de
“ligas” (y que no se han adherido a ninguna de las principales clases en
conflicto: la burguesía y el proletariado), ¿no están precisamente ligados a la
clase de la cual son originarios en su mayoría, y que es la más próxima de su
situación social, es decir, la pequeña burguesía? ¿Puede su “síntesis dinámica”
ser otra cosa que un justo medio ecléctico entre las grandes concepciones del
mundo en conflicto, justo medio estructuralmente homologo a la posición
“intermediaria” de su capa social?
El tipo de “síntesis” que el mismo Mannheim nos presenta
constituye una respuesta muy esclarecedora a estas preguntas: en su libro
Libertad, Poder y Planificación democrática, predica una tercera “ vía” , un
sistema de reformas pacificas y graduales en la “ planificación social”,
sistema gracias a la cual “ la sociedad capitalista contemporánea puede todavía
ser equilibrada” por ¡ “ la concesión suficiente de servicios y mejoras
sociales a las clases inferiores, para que estas últimas también se interesen
en que el orden social sea mantenido”!. No hay necesidad de insistir en el
carácter muy poco “dinámico” de la “mediación”.
III. El debate en el seno del marxismo.
Según Mannheim, el marxismo nunca se ha aplicado a si mismo
los procedimientos de “desenmascaramiento ideológico” empleados contra
sus adversarios, y nunca ha planteado el problema de la determinación
social de su propia posición; tal” autodesenmascaramiento” mostraría que el
marxismo constituye, en su calidad de ideología del proletariado, un punto de
vista tan “partidario” como el de las ideologías de las demás clases”[14]
En realidad, contrariamente a lo que pretende Mannheim (y
también en otro contexto Althusser), Marx nunca ocultó la perspectiva de clase
que orienta su pensamiento. No solamente “desenmascaró” el carácter burgués de
la obra de adversarios (economía política clásica y vulgar), sino que también
proclamó el carácter proletario de su propio punto de vista. En una de
las primeras obras económicas, escribía ya: “Así como los economistas son los
representantes científicos de la clase burguesa, los socialistas y los
comunistas son los teóricos de la clase proletaria. ( . . . ). La ciencia
producida por el movimiento histórico y que se asocia a él con pleno
conocimiento de causa, ha dejado de ser doctrinaria y se ha vuelto
revolucionaria”[15]
¿Se trata de una obra de juventud (1847), de una posición de
Marx “antes de su madures”?
En realidad, en el posfacio a la segunda
edición de El Capital Marx va a reafirmar explícitamente el carácter
“comprometido” de su crítica de la economía política y su inserción en un punto
de vista de clase: “ En la medida en que esta crítica representa a una clase,
no puede representar más que la clase cuya misión histórica es el
desquiciamiento del modo de producción capitalista y la abolición final de las
clases: el proletariado”[16]
En consecuencia, el método de Marx no es “neutro”,
“positivo” o naturalista; este método, que
él intitula dialéctica racional, es
“un escándalo y una abominación para la burguesía y sus portavoces
doctrinarios porque, en la comprensión positiva de las cosas existentes,
incluye al mismo tiempo la inteligencia de su negación, de su necesaria decadencia, (. . .) es
esencialmente critica y revolucionaria”[17]
En pocas palabras: Marx consideraba su ciencia
como revolucionaria y proletaria y, como tal opuesta (y superior) a la
ciencia conservadora y burguesa de los economistas clásicos. La “ruptura” entre
Marx y sus predecesores es para él una ruptura de clase en el seno de la
historia de la ciencia económica.
Este punto de vista era compartido por Lenin, quién en su
celebre texto sobre las Fuentes del marxismo subraya: “En una sociedad fundada
en la lucha de clases, no puede haber una ciencia social “imparcial”. Toda la
ciencia oficial y liberal defiende, de una manera u otra, la esclavitud
asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable contra
esa esclavitud”[18]
(Según Lenin, “pedir una ciencia imparcial en una sociedad fundada en la
esclavitud asalariada es de una ingenuidad tan pueril, como pedir a los
fabricantes mostrarse imparciales en la cuestión de saber si conviene disminuir
las ganancias del capital, para aumentar el salario de los obreros”.)
Al rechazar explícitamente toda separación entre ciencia e
ideología revolucionaria, “juicio de hecho” y juicio de valor” objetividad y
punto de vista de clase, Lenin capta el marxismo en su unidad dialéctica, en
tanto que ciencia revolucionaria del proletariado” , en tanto
doctrina que “ asocia el espíritu revolucionario a un carácter altamente
científico ( siendo la última palabra de las ciencias sociales), y de ninguna
manera realiza esta asociación al azar, ni únicamente porque el propio fundador
de esta doctrina reunía las cualidades del sabio y del revolucionario: los
asocia, íntima e indisoluble mente, en la teoría misma”[19]
La tesis del carácter proletario del marxismo también fue
sostenida por Rosa Luxemburgo en su polémica contra Bernstein. (“Como la
verdadera sociedad se compone de clases que tienen intereses, aspiraciones,
concepciones diametralmente opuestas, una ciencia general humana en las
cuestiones sociales, un liberalismo abstracto, una moral abstracta son por el
momento una ilusión, una utopía”)[20],
así como por Lukács, Korsch y Gramsci, es decir, por la corriente a la que
impropiamente se ha llamado “ izquierdismo teórico”, pero que en realidad
constituye, con Lenin y Trotski, la gran corriente dialéctica revolucionaria
del marxismo moderno. La aportación de Lukács es particularmente importante,
porque precisa el sentido del concepto “punto de vista del proletariado”: no se
trata de lo inmediatamente vivido, de la conciencia empírica de la clase
obrera, sino del punto de vista que corresponde racionalmente a sus intereses
históricos objetivos.
La relación epistemológica entre el marxismo y el
proletariado será en cambio negada, bajo dos formas diferentes, igualmente
marcadas con el sello del positivismo, por los portavoces del revisionismo y de
“la ortodoxia” en el seno de la Internacional: los “hermanos enemigos”
Bernstein y Kautski.
Bernstein exige la separación rigurosa, hermética y absoluta
entre “los hechos” y “los valores”, entre la ciencia pura (a lo Comte) y la
moral pura (a lo Kant). Una de las críticas que dirige a Marx es
precisamente el haber confundido a ambas, lo cual explica a su juicio el
carácter “tendencioso” de sus obras económicas, su “utopismo” y sus “a priori”.
Según Bernstein, la ciencia económica debe ser empírica, no
partidaria, libre de presuposiciones; en pocas palabras, debe ser positiva: “Mi
manera de pensar más bien me habría predispuesto a la filosofía y la sociología
positivista”, confiesa en su ensayo autobiográfico”[21]
En principio, Kautski era el defensor del “Marxismo
ortodoxo” contra Bernstein. En realidad, su posición acerca del problema de la
objetividad (entre otros) no estaba tan alejado de la de Bernstein: según él es
preciso distinguir cuidadosamente entre el “ideal socialista” y “el estudio
científico de las leyes de la evolución del organismo social”. Tal como lo
revela su terminología, la biología evolucionista de Darwin era para Kautski el
modelo de la ciencia marxista, cuyo fin sería “el descubrimiento de las
leyes de la evolución común a las plantas, a los animales y a los
hombres”[22].
En realidad, Kautski hará suyas las premisas metodológicas positivistas de
Bernstein e incluso, en cierta medida, las críticas revisionistas en relación
con el carácter “tendencioso” de los escritos de Marx: “incluso en Marx,
en su investigación científica, a veces se transparenta la acción de un ideal
moral. Pero él siempre se esforzó, con toda razón, en expulsarlo de ella, tanto
como le fue posible. Pues en la ciencia el ideal moral se convierte en una
fuente de errores, sí se permite que le prescriba sus fines”[23]
El problema está relativamente embrollado en Bernstein y en
Kautski, porque sólo abordan la discusión acerca del punto de vista de clase
por la vía de la ética y del ideal moral.
Pero se trata de la misma cuestión: la ética no es más que un aspecto de
la visión del mundo que constituye el punto de vista particular, la perspectiva
de una clase social, perspectiva que condiciona ( en diversos grados), a través
de complejas mediaciones, la “tendencia “ de toda ciencia social.
En su último gran escrito teórico, La concepción materialista de la historia (1927), Kautski, más
claro y más coherente, explica que el materialismo histórico es “una teoría
puramente científica que, en tanto que tal, de ninguna manera está ligada al
proletariado”.
Un nuevo aspecto va a ser introducido en la problemática de
relación entre ciencia e ideología por el Stalisnismo, caricatura del punto de
vista del proletariado, y que en realidad, es el punto de vista de otra capa
social: la burocracia. Esta desviación,
esta distorsión van a crear para el Stalinismo la necesidad de un ocultamiento
ideológico: la burocracia debe absolutamente ocultar a las masas (y a veces así
misma, por un proceso de auto mistificación) el desajuste entre su perspectiva
y la del proletariado. De allí resulta una instrumentalización extrema de la
ciencia, directamente sometida a las necesidades político – ideológicas de la
burocracia, instrumentalización cuyo ejemplo más clásico y más impresionante es
la celebre Historia del
Partido Comunista de la URSS, cuyas numerosas
rediciones “revisadas y corregidas” en función de los cambios de línea de
la dirección del partido, se caracterizan todas por la deformación más burda y
desvergonzada de los hechos históricos.
Este aspecto del Stalinismo es muy conocido, y no hay
necesidad de insistir en él. Únicamente agregaremos que la “falsificación” no
es un elemento accidental, arbitrario, o contingente del Stalinismo, sino una
dimensión orgánica y esencial, que se desprende del carácter de su punto de
vista: punto de vista de la burocracia, que sin embargo, debe presentarse el
del proletariado.
Pero lo más interesante al nivel epistemológico es que la
instrumentalización de la ciencia no haya perdonado a las ciencias de la
naturaleza, que fueron sometidas a un proceso de “ideologización”, sobre todo
durante el periodo 1948 – 1953. De manera esquemática, brutal y tajante, se
opuso ciencia proletaria y ciencia burguesa, en el estudio de la naturaleza en
general, y de la biología en particular. Se intentó (en vano) demostrar la
superioridad de la ciencia soviética, de la biología pretendidamente
“proletaria” de Lyssenko, sobre la ciencia occidental, representada por la
biología “reaccionaria y burguesa” de Mendel – Wasserman; Y esto no solamente
en la URSS, sino en todo el movimiento comunista mundial. En Francia La Nouvelle
Critique, revista de los intelectuales del PCF, organizó en 1950 un gran
coloquio consagrado al tema “ciencia burguesa y ciencia proletaria” y publicó
una serie de artículos en honor a Lyssenko, de los cuales el mas notorio y
sabroso es el articulo de Francis Cohen.
Lyssenko había escrito en Izvestia del 15 de diciembre de 1949 que
los descubrimientos de los biólogos Soviéticos sólo habían sido posibles
gracias a “la enseñanza de Stalin sobre las transformaciones cuantitativas
graduales ocultas, invisibles, que conducen a una rápida modificación
cualitativa fundamental”. Francis Cohen cita ese texto del ilustre “biólogo
proletario” y lo analiza desde el punto de vista de la epistemología Stalinista
de las ciencias:
“Esta cita requiere algunos comentarios. En primer lugar
nos muestra el proceso mismo de elaboración de la ciencia proletaria: el hecho
experimental en la base, luego la interpretación, ayudada por la teoría marxista
leninista, aquí muy precisamente por el capitulo IV de la historia del PC (b).
“[24]
Se ve pues cómo la Historia del PC (b), suma teológica Stalinista, se convierte
no solamente en la matriz de toda ciencia pública, sino también en la fuente
del progreso de las ciencias naturales. Dirigiéndose a quienes podrían osar
poner en duda la pertinencia de los escritos de Stalin en relación a la ciencia
biológica, con el pretexto de que se trataría de un “argumento de autoridad”,
Francis Cohen proclamaba con indignación:
“Para un comunista, y por las razones que Desanti ha
expuesto aquí, Stalin es la más alta autoridad científica del mundo. ( .
. . ). Esto aclara singularmente la cuestión de los argumentos de autoridad.
Poner en duda una afirmación hecha en tales circunstancias, es poner en duda,
contra lo evidente, la eficacia, la exactitud, la unidad del Stalinismo. Es asimilar un sabio proletario comprometido
en la construcción del comunismo, a un sabio burgués aislado, privado de teoría
directriz, irresponsable.
El extraordinario
articulo de Francis Cohen, maravilloso espécimen de la concepción stalinista
del mundo, termina con el apostrofe siguiente, que eufóricamente borra toda
distinción epistemológica entre ideología política y ciencias naturales:
“Ya no pueden haber
más compromiso ideológico en matera de lucha sindical o de lucha por la paz. El
combate de la clase obrera se realiza así en los laboratorios, y en todos los
terenos la vía de la victoria es mostrada por los países de la clase obrera en
el poder, su partido bolchevique y José Stalin, el guía de los trabajadores y
el mas grande hombre de ciencia de nuestro tiempo” (p.70)
En un informe de la conferencia
de La Nouvelle Critique sobre
“Ciencias burguesa y la ciencia proletaria” , la redacción de la revista
explicita algunas de las presuposiciones de esta burda sociología de las
ciencias de la naturaleza:
-la ciencia es “una
ideología históricamente relativa”;
-“la practica
burguesa y la practica proletaria” se enfrentan y definen dos ciencias
fundamentales contradictorias: la ciencia burguesa y la ciencia proletaria”.
¿Se trata de las
ciencias sociales, de la economía política, de la historia? No, aunque parezca
imposible se trata de la biología.
“Los descubrimientos michurinianos, los
trabajos de Lyssenko, son muestra de tal ciencia socialista. Situarse en sus
posiciones, haciendo suyos sus criterios, es la condición de la objetividad en
la discusión científica, en la discusión sobre el detalle científico”.
En cierto sentido se
trata de un positivismo en sentido invertido. Al igual que el positivismo, no
se reconoce ninguna distinción metodológica fundamental entre ciencias sociales
y ciencias naturales. Mientras que el positivismo quiere “naturalizar” las
ciencias de históricas, el stalinismo-lissenkismo intenta “ideologizar” las
ciencias de la naturaleza. Así desemboca en el absurdo de una biología
“proletaria” y crea los fundamentos de una química, de una física y de una
astronomía “proletaria”.
El problema de la
objetividad es resuelto por la proclamación canoníca y dogmática de la
infalibilidad papal del Guía de los Pueblos y Mas Grande Hombre de Ciencia de
Nuestros Tiempos, guía del pensamiento de los historiadores, economistas,
biólogos y genetistas, solución que presenta evidentemente la doble ventaja de
la simplicidad y de la coherencia.
Louis Althusser tomo parte activa en el gran festival de la
ciencia proletaria de los años de 1950. A principio de los años de 1960,
después de la muestre de Stalin, del XX Congreso y de la confesión, por parte
de los soviéticos, de la impostura de Lyssenko, se traumatizó: escribe que
recibió un verdadero “shock”. Sinceramente arrepentido de sus pecados de
juventud, en busca del camino de la verdad objetiva, Althusser será presa de un santo horro ante el concepto
de “ciencia proletaria”, al que va a anatematizar (lo cual estaría plenamente
justificado), sino es todas las ciencias, incluido el marxismo:
“En nuestra memoria
filosófica, ese tiempo permanece como el tiempo de los intelectuales armados
(…) que dividían el mundo (artes, literaturas, filosofías y ciencias),
utilizando un solo corte: el despiadado corte de las clases. Tiempo cuya
caricatura puede resumirse en una frase: bandera izada que flamea en el vacío:
“ciencia burguesa”, “ciencia proletaria”.
“Algunos dirigentes,
para defender, contra el furor de los ataques burgueses, un marxismo entonces
aventurado en el bilogía” de Lyssenko, habían vuelto a lanzar la vieja formula
izquierdista que había sido anteriormente la consigna de Bogdanov y del
Proletkult. Una vez proclamada, lo domino todo. (…) se nos hacia tratar la ciencia,
cuyo rubrica cubría las obras mismas de Marx, como una ideología cualquiera”
La posición de
Althusser va a asumir es el reverso simétrico del lyssenkismo, compartiendo con
él el mismo error capital. El desconocimiento de la diferencia (relativa, pero
esencial) entre historia y naturaleza, o entre ciencia histórica y ciencia
natural, diferencia que explica por qué no pueden existir una genética “proletaria”, ni una historia “por encima de
las clases” (o “no partidaria”) de la Revolución Rusa.
De igual manera, la
aceptación del “espíritu del partido” stalinista, ayer, y el rechazo de la
ciencia proletaria (en el campo de las ciencias históricas), ahora están
fundados en el mismo “desacuerdo”: la confusión entre el punto de vista del
proletariado y su pobre caricatura burocrática, adorados juntos ayer, quemados
juntos hoy.
En consecuencia, en
cierto aspecto Althusser va a situarse en una posición próxima al positivismo. Por otra parte, no oculta
su admiración por A. Comte, “el único
espíritu interesante” que la filosofía francesa produjo “en los cientos treinta
años que siguieron a la revolución de 1989”.
Por el contrario,
critica severamente el “izquierdismo teórico de Lukács y Korsch por haber
proclamado que el marxismo es una ciencia proletaria y por haberlo opuesto a la ciencia burguesa:
“Las interpretaciones históricas-humanista (…) proclamaba un retorno radical a
Hegel (el joven Lukács, Korsch), y elaboraba una teoría que ponía a la doctrina
de Marx en relación de expresión directa con la clase obrera. De esa fecha data
la famosa oposición entre “ciencia burguesa” y ciencia Proletaria”, en la
triunfaba una interpretación idealista y voluntarista del marxismo como
expresión y producto exclusivo de la práctica proletaria”
Althusser critica
igualmente a Gramsci y a sus discípulos italianos porque “define como historia
las condiciones de todo conocimiento acerca de un objetivo histórico”. Por lo
contrario, para él la ciencia (social o natural) tiene una historia propia,
independiente y separada de la historia social y política, es decir, que no es
afectada por la lucha de clases y no forma parte del “bloque histórico”. Tesis
que está en oposición no solo con Gramsci, el izquierdista teórico
incorregible, sino también con el Lenin ortodoxo y científico de Materialismo y
empiriocriticismo (del que Althusser a menudo se dice seguidor) que escribió:
“La dialéctica materialista de Marx y Engels comprende ciertamente el
relativismo, pero no se reduce a él, es decir, reconoce la relatividad de todos
nuestros conocimientos, no en el sentido de la negación de la verdad objetiva,
sino en el sentido de la condicionalidad histórica de los limites de la
aproximación de nuestros conocimientos a esta verdad”.
La irresistible
propensión de Althusser por el positivismo se manifiesta también en su
insistencia sobre la heterogeneidad racial, la ruptura total (la celebre
“ruptura epistemológica”) entre ciencia e ideología. Según él, la ideología
está “gobernada por intereses exteriores a la sola necesidad del conocimiento”.
De ello se deriva implícitamente que por su parte la ciencia únicamente
está gobernada por la voluntad de
conocer. En consecuencia, para Althusser es posible una ciencia social y
política haciendo abstracción de intereses “exteriores”, al igual que Durkheim
y los positivistas, supone que esos intereses pueden ser dejados “en el
exterior” de la investigación científica, como se dejan los puñales en el
vestidor en el momento de entrara en un salón de billar honesto. También supone
que la ciencia del mismo Marx no estaba influenciada por ninguno de esos
intereses “exteriores” (equivalentes althusserianos de los “juicios de valor”
de los positivistas). Para él, Marx introdujo una nueva ciencia, la ciencia de
la historia partiendo de una “ruptura” con una ideología burguesa de la
economía clásica. Pero en ninguna parte explica las condiciones sociales,
políticas e históricas que permitieron esa ruptura. En virtud de que niega todo
lazo epistemológico entre la ciencia marxista y el proletariado, solo puede presentar
la escisión entre Marx y sus predecesores como un fenómeno puramente
intelectual, enteramente imputable al genio de Marx.
Dado que ignora el
carácter socialmente condicionado de las ciencias sociales, Althusser no
distingue metodológicamente entre ciencias de la naturaleza y ciencias de la
historia, la cual le permite comparar constantemente a Marx con Galileo y
Lavoisier, subrayando la similitud, mejor dicho la identidad epistemológica de
sus descubrimientos.
“Para comprender a
Marx, debemos tratarlo como a un sabio entre otros, y aplicar a su obra
científica los mismos conceptos epistemológicos e históricos que aplicamos a
otros: en este caso, a Lavoisier. Marx aparece así como un fundador de ciencia,
comparable a Galileo y a Lavoisier.
Ahora bien, ¿se
puede tratar como “un sabio entre tantos otros” al Marx que en 1845 escribía:
“Los filósofos no han hecho mas que interpretar el mundo, cuando se trata de
transformarlo”? A menos que se considere
esta Tesis XI sobre Feuerbach como el grito exaltado de un joven “izquierdista
teórico” que todavía no había alcanzado
su plena madurez….
Sin embargo a veces
Althusser parece acercarse al problema que nos ocupa. “La ciencia económica
está particularmente expuesta a las presiones de la ideología. Las ciencias de
la sociedad no tiene la serenidad de las ciencias matemáticas. Ya Hobbes lo
decía: la geometría une a los hombres, la ciencia social los divide. La
“ciencia económica” es la arena donde se ventilan los grandes combates
políticos de la historia”.
Desgraciadamente,
según el contexto en que se encuentra este párrafo parece que la “presión
ideológica” solo afecta a los economistas burgueses: en cuanto a Marx,
representa una ciencia liberada de las “presiones”, asépticas, serene, que no
hace mas que retomar, en un nuevo terreno, las experiencias metodológicas “que
desde hace mucho se han impuesto a la practica de las ciencias que han logrado
su autonomía”, es decir, de las ciencias exactas y de las ciencias de la naturaleza.
Lo cual nos lleva a la resbaladiza pendiente del neopositivismo.
Althusser tiene
razón al subrayar la especificidad de prácticas científicas, su autonomía en la
relación a la estructura social, a las condiciones históricas. Su error está en
absolutizar esa autonomía transformándola en una independencia, una separación,
una ruptura caso total. Para él, la historia de la ciencia económica, con la
historia de La química, está marcada por un descubrimiento genial que instaura
la “ruptura epistemológica” entre
ciencia e ideología, sin ninguna relación con una clase social y su punto de
vista. Althusser no parece sospechar que el lazo entre Marx y el proletariado
revolucionario no es la misma naturaleza que el que existía entre Lavoisier y
la burguesía revolucionaria de 1789….No porque ésta hizo guillotinar al ilustre
sabio, sino porque el descubrimiento del oxigeno no tenia ninguna relación
epistemológica con las luchas, aspiraciones e intereses del tercer Estado.
En conclusión:
1.- Las tesis de
Althusser están en contradicción explicita con Marx, quien proclamaba que su
crítica de la economía política representa el punto de vista del proletariado,
así como con Lenin, cuando subraya el carácter “de clase” de toda ciencia
social.
2.- Althusser solo
dos posibilidades:
-la ciencia social
como practica independiente en relación a las luchas sociales, liberada de todo
compromiso de clase (tesis que defiende)
-la ciencia social
como expresión inmediata y exclusiva del proletariado (tesis injustamente
atribuida a los “izquierdistas teóricos”)
Olvida una tercera
variante, la única correcta en nuestra opinión. La ciencia histórica se sitúa
necesariamente desde el punto de vista de una clase, pero es relativamente
autónoma en su esfera de actividad propia.
3.- Como reacción
contra el zhdano-lyssenkismo de los años de 1950, Althusser lanza al foso del
“izquierdismo” al bebe marxista, con el agua sucia stalinista para colocarse en
un campo teórico minado por el positivismo.
Probablemente una
“sociología del althusserianismo” descubriría detrás de sus tesis la
resistencia (muy comprensible) de ciertas capas de intelectuales del PCF contra
su sumisión a los cambiantes imperativos políticos del partido, y por el
reconocimiento de la independencia y de la dignidad del trabajo científico. Sin
embargo, incapaces de distinguir la perspectiva histórica del proletariado de
su caricatura burocrática stalinista, transforman su deseo de emancipación
respecto del aparato del partido en teoría de la liberación de la ciencia marxista
respecto del proletariado.
IV. Conclusioón: El punto de vista del proletariado.
Si se admite la
tesis del marxismo revolucionario según la cual toda ciencia social es,
conscientemente o no, directa o indirectamente, una ciencia “comprometida”,
orientada, “tendenciosa”, “partidaria”, ligada a la concepción del mundo, al
punto de vista de una clase social, es
preciso encontrar una salida para evitar la vía muerta del relativismo.
Para el relativismo consecuente no existe verdad objetiva: hay muchas verdades,
la del proletariado, la de la burguesía, la de los conservadores, la de los
revolucionarios, cada una de ellas igualmente verdadera o falsa. Se cae así en
la celebre noche relativista donde todos los gatos son pardos, y se termina por
negar la posibilidad de un conocimiento objetivo. Por ejemplo: no habría una
historia verdadera y objetiva de la Revolución Francesa, sino diferentes
historias que todas vienen a ser lo mismo. Historia contrarrevolucionaria,
historia liberal, historia jacobina, historia socialista, la de Joseph de
Maistre que explica 1789 por castigo divino de los franceses culpables de
pecados abominables, sería tan buena (o tan mala) como la de Jaures, que
interpreta los acontecimientos en términos de lucha de clases.
Dado que tal posición
agnóstica es estéril y manifiestamente absurda, es forzoso reconocer que
ciertos puntos de vistas son relativamente más verdaderos que otros, o para ser
más precisos, que ciertas perspectivas
permiten una aproximación relativamente mayor a la verdad
objetiva. Ahora bien, ¿Cuál es la visión del mundo
epistemológicamente privilegiada, cual es el punto de vista más favorable para
el conocimiento de lo real?
La primera respuesta
posible –respuesta correcta, aunque
insuficiente- es la siguiente: en cada periodo histórico, el punto de vista de
la clase revolucionaria es superior al de las clases conservadoras, por que es
el único capaz de reconocer y capaz de
proclamar el proceso de cambio social:
la burguesía revolucionaria hasta el siglo XVIII, el proletariado a partir del
siglo XIX.
En efecto, solamente
a partir del punto de vista del proletariado, en tanto que clase
revolucionaria, se vuelve visible la
historicidad del capitalismo y de sus
leyes económicas.
Como lo subrayo Rosa Luxemburgo: “Única y exclusivamente
porque Marx consideraba la economía
capitalista en primer lugar en tanto que socialista, es decir, desde el
punto de vista histórico pudo descifrar sus jeroglíficos….” 37 Para los economistas burgueses las leyes
capitalistas son las leyes
“naturales” de la producción en general,
de la producción en tanto que tal. Por
lo contrario, el método Marx –“escandalo y abominación para la burguesía”-
capta cada forma “bajo su aspecto transitorio”, histórico perecedero, porque se
sitúa en la perspectiva de la clase portadora del proyecto revolucionario. (No
es por azar si Althusser, que niega que la ciencia marxista se sitúa en el
punto de vista del proletariado, también quiera negar que el historicismo sea
la distinción metodológica capital entre Marx y la economía política burguesa).
En un pasaje muy
conocido de la Miseria de la filosofía,
Marx hace constar que la burguesía había proclamado con razón que las
instituciones del feudalismo eran históricas, superadas, arcaicas; mientras que
esta misma burguesía se obstina en presentar las instituciones del orden
capitalista como naturales y eternas. “Así, ha habido historia, pero ya no la
hay”, agrega irónicamente Marx. La burguesía revolucionaria había percibido y denunciado el carácter
histórico y transitorio del sistema
feudal; solo el proletariado es capaz de percibir y de denunciar la
historicidad del sistema burgués.
Resumiendo la tesis
adelantada por la mayoría de los autores marxistas que han examinado el
problema de las condiciones de posibilidad de la superioridad epistemológica de
la “ciencia proletaria”, se puede entonces concluir con Adam Schaff:
“Los miembros y los
partidarios de la clase colocada objetivamente en situación revolucionaria,
cuyos interese colectivos e individuales coinciden con las tendencias del
desarrollo de la sociedad, escapan a la acción de los frenos psíquicos que intervienen en la aprehensión cognoscitiva de la realidad social; al
contrario, sus intereses permiten una percepción mas aguda de los procesos de
desarrollo, de los síntomas de descomposición del viejo orden y de los signos
precursores del nuevo orden, cuyo advenimiento esperan. ¨¨
(….) Con esto no
afirmamos de ninguna manera que esta vía lleve a la verdad absoluta; únicamente
pretendemos que las mencionadas posiciones son un mejor punto de partida y una
mejor perspectiva en la búsqueda de la
verdad objetiva, ciertamente relativa pero óptimamente integral, óptimamente completa en relación al nivel
dado de desarrollo del saber humano.” 38.
Esta tesis, que
afirma la superioridad general del punto de vista de toda clase revolucionaria,
nos parece parcialmente correcta, pero plantea un cierto número de
dificultades. Se sabe que en el pasado la clase conservadora tenía a veces
intuiciones parciales mas “verdaderas” o mas “realistas” que la clase
ascendente: ¿Cómo negar, por ejemplo, la verdad relativa del
contrarrevolucionario ingles Burke en su crítica del carácter abstracto, a
histórico y arbitrario de la ideología burguesa revolucionaria de los “derechos
naturales”?
Por esta razón
Mannheim aboga por la “síntesis de las perspectivas” de las diferentes clases,
teniendo cada una su verdad relativa o parcial. Schaff, en la medida en que
habla de las clases revolucionarias en general, y no del proletariado en
particular, se ve obligado a hacer concesiones a Mannheim y a aceptar, con
reservas, la tesis de la “multiplicación de las perspectivas” para “obtener una
visión del objeto más completa, mas global”. Lo cual, en nuestra opinión, se
acerca peligrosamente al eclecticismo y no resuelve nada: ¿Cuál es el criterio
que permitiría realizar tal “síntesis”?
La tesis difundida
por Schaff subestima la especialidad del punto de vista proletario en relación
al de las clases revolucionarias del pasado (esencialmente la burguesía
ascendente):
- La burguesía revolucionaria tenía interés particulares que defender, diferentes del interés general de las masas populares: luchaba a la vez contra el feudalismo y por la instauración de una nueva dominación de clase; lo cual implicaba el ocultamiento ideológico (consciente o no) de sus verdaderos fines y del verdadero sentido del proceso histórico.
Por lo contrario, el
proletariado, clase universal cuyo interés coincide con el de la gran mayoría y
cuyo fin es la abolición de toda dominación de clase, no está obligado a
ocultar el contenido histórico de su lucha; en consecuencia es la primera clase
revolucionaria cuya ideología tiene la posibilidad objetiva de ser
transparente.
Entonces, de ninguna
manera es casual que el proletariado -al contrario de la burguesía
revolucionaria- asigne abiertamente como objetivo a su revolución, no la
defensa de pretendidos “derechos naturales”, de pretendidos “principios eternos
de Libertad y la Justicia”, sino la realización de sus intereses de clase. Una
comparación entre el Manifiesto comunista y la Declaración de los derechos del
hombre, de 1789, es altamente instructiva al respecto.
2.- La burguesía pudo llegar al poder sin una comprensión clara del
proceso histórico, sin una conciencia precisa de los acontecimientos, llevada
por la “astucia de la razón” del desarrollo económico-social. El conocimiento
científico del movimiento de liberación no era de ninguna manera una condición
de su victoria, y la auto mistificación ideológica caracterizó en general su
comportamiento en tanto que clase revolucionaria. Por lo contrario, el
proletariado no puede tomar el poder y transformar la sociedad más que por un
acto deliberado y consciente. El
conocimiento objetivo de la realidad, de la estructura social, de la coyuntura
política, es en consecuencia una condición necesaria de su practica política,
es en consecuencia una condición necesaria de su practica revolucionaria;
corresponde, pues, a su interés de clase. El socialismo será científico o no
será.
En consecuencia, la
superioridad epistemológico de la perspectiva proletaria no es solamente la
delas clases revolucionarias en general, sino que tiene un carácter particular
cualitativamente diferente de las otras clases, especifico del proletariado en
tanto que ultima clase revolucionaria y
en tanto que clase cuya revolución inaugura el “reino de la libertad”, es
decir, el dominio consciente y racional de los hombres sobre su vida social. En
este sentido la ciencia proletaria es una forma de transición hacia la ciencia
comunista, la ciencia de la sociedad sin clases, que podrá alcanzar un grado
mayor de objetividad, ya que el conocimiento de la sociedad dejará de ser el
territorio de una lucha política y social. Las limitaciones que existen en el
punto de vista del proletariado, en el marxismo, solo se harán visibles en ese
momento; todas las tentativas emprendidas para “superarlo” antes de ese período,
antes del advenimiento de la sociedad comunista mundial, solo podrán desembocar
en recaídas, en vueltas atrás, hacia el punto de vista de otras clases mas
limitadas que el proletariado. En este sentido, efectivamente el marxismo es el
horizonte científico de nuestra época (Sartre dixit).
¿Es preciso deducir
de ello que es imposible el error para cualquiera que se sitúa en la
perspectiva proletaria? El principio epistemológico según el cual el punto de
vista del proletariado es el que ofrece la mejor posibilidad objetiva de un
conocimiento de la verdad, de ninguna manera significa que basta situarse en
ese punto de vista para conocer la verdad.
Una gran montaña permite una mejor
vista del paisaje que una pequeña colina, pero un miope encaramado en la cima
de la montaña no vera mucho. Por otra parte, el punto de vista de las otras
clases, incluso inferior, no solo produce mentiras, contra verdades y
errores.
En pocas palabras:
existe una autonomía relativa de la ciencia social, una continuidad relativa en
el interior de la historia de esa ciencia (Marx continúa, critica y supera a
Ricardo), una lógica interna de la investigación científica, una especialidad
de la ciencia en tanto que práctica que tiende hacia el descubrimiento de la
verdad. Esta “autonomía” –en el sentido etimológico griego: “gobernada por sus
propias leyes”- es relativa pero real. Ella es la que explica no solamente los
errores que han podido cometer los pensadores marxistas, e incluso Marx y
Engels (por ejemplo la previsión de la inminencia de una revolución proletaria
en Alemania en 1848-50), sino también los verdaderos conocimientos que puede
producir en el interior de sus limitaciones una ciencia histórica que se sitúa
en un punto de vista burgués (por ejemplo los análisis de Hobbes sobre la
violencia como base del Estado moderno).
La ciencia del
proletariado demuestra su superioridad precisamente por su capacidad de
incorporar esas verdades parciales producidas por las ciencias “burguesas”,
superándolas dialécticamente (Aufhebung), criticando y negando sus limitaciones
de clase. La actitud contraria, que proclama la infalibilidad “a priori” de
toda ciencia situada en la perspectiva proletaria, y el error absoluto y
necesario de toda investigación fundada sobre otro punto de vista, es en realidad
dogmática y reduccionista, porque ignora la autonomía relativa de la producción
científica respecto de las clases sociales.
En conclusión: el
punto de vista del proletariado no es una garantía suficiente del conocimiento
de la verdad objetiva, pero es el que ofrece la mayor posibilidad de acceso a
esa verdad. Y ello se debe a que la verdad es para el proletariado un medio de
lucha, un arma indispensable para la revolución. Las clases dominantes, la
burguesía (y también los burócratas, en otro contexto), tienen necesidad de
mentir para mantener su poder. El proletariado revolucionario necesita la
verdad.
Sobre el Método Marxista. Teoría y Práctica.
Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias
sociales.
Por: Michel Lowy. EL MÉTODO MARXISTA
deslinde.2011.blogspot.com
Bibliografía:
[1] A. Comte.
“Consideraciones filosóficas sobre la ciencia y la política. P. 71.
[6] Ibid. 158 – 159.
[8] Ibid. P. 31
[9] Ibdid. P. 144
[21] Ángel, E.
Bernstein. La evolución del socialismo. P. 134
[24] Francis Cohen, “Mendel, Lyssenko “el rol
de la ciencia” en La Novelle Critique, N° 13, febrero de 1950, p. 61.
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