Guantánamos
Rafael Uzcategui
@fanzinero
El pasado 11 de enero se cumplieron 10 años del primer traslado de un grupo de detenidos en Afganistán a la base naval estadounidense, en suelo cubano, de Guantánamo. El operativo fue consecuencia directa de la orden emitida por el entonces presidente George Bush, acerca de la “detención, tratamiento y enjuiciamiento de determinados extranjeros en la guerra contra el terrorismo” que encargó a su secretario de Defensa para la localización de un “lugar adecuado” en el cual recluir a ciudadanos extranjeros bajo custodia indefinida sin cargos.
Rafael Uzcategui
@fanzinero
El pasado 11 de enero se cumplieron 10 años del primer traslado de un grupo de detenidos en Afganistán a la base naval estadounidense, en suelo cubano, de Guantánamo. El operativo fue consecuencia directa de la orden emitida por el entonces presidente George Bush, acerca de la “detención, tratamiento y enjuiciamiento de determinados extranjeros en la guerra contra el terrorismo” que encargó a su secretario de Defensa para la localización de un “lugar adecuado” en el cual recluir a ciudadanos extranjeros bajo custodia indefinida sin cargos.
Como bien lo
ha registrado Amnistía Internacional, dicho mandato significaba la
vulneración del estado de Derecho, pues prohibía que las personas
detenidas en aplicación de sus disposiciones interpusieran recursos de
cualquier índole en cualquier procedimiento ante cualquier tribunal
estadounidense, extranjero o internacional. El oprobio no terminaba
aquí. En febrero de 2002, el presidente Bush firmó un memorando en el
que afirmaba que ningún detenido talibán o de Al Qaeda podía ser
considerado prisionero de guerra y que tampoco se les podía aplicar el
artículo 3 común a los Convenios de Ginebra de 1949. Entre otras cosas,
este artículo prohíbe los juicios sin garantías, la tortura, la crueldad
y los “atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos
humillantes y degradantes”. En agosto, un memorando del Departamento de
Justicia al entonces asesor de la Casa Blanca, Alberto Gonzales
(documentado por Amnistía Internacional), señala que “el presidente
podía autorizar la tortura y que los interrogadores podían causar dolor
intenso”. Afirma también que existía una amplia variedad de actos que
podrían constituir trato cruel, inhumano o degradante sin llegar a
considerarse “tortura, por lo que no serían objeto de procesamiento en
virtud de la legislación estadounidense que la prohíbe a agentes
estadounidenses fuera de su territorio”.
El memorando sostenía que, aun
en el caso de que se infligiese tortura, podría recurrirse a la doctrina
de la “necesidad” o la “legítima defensa” para eliminar cualquier
responsabilidad penal. En 2011 murieron dos detenidos, ambos ciudadanos
afganos. Desde 2002, ocho detenidos han muerto en la base de Guantánamo,
seis de ellos por presunto suicidio y otros dos por causas naturales.
Los horrores de Guantánamo comenzaron a filtrarse y a generar el
repudio de la comunidad internacional. Por esta razón, Barack Obama
prometió, al llegar a la Casa Blanca en 2009, que la cerraría en un año,
lo cual generó amplias expectativas acerca del tren ejecutivo por
instalarse en la Casa Blanca. Tres años después no ha cumplido su
promesa. Al contrario, la detención de cientos de sospechosos de
terrorismo sin derecho a juicio en dicho penal no ha cesado. Además,
recientemente aceptó, como le pedía el Congreso, prohibir el uso de
medios militares para trasladar a estos presos a EE UU o a algún otro
país, y autorizar al Ejército a detener, por tiempo indefinido y sin
juicio, dentro o fuera de EE UU, a cualquier presunto terrorista. Como
recuerdan los activistas alrededor del mundo, la cuestión no es sólo
Guantánamo, sino otros centros de detención que EE UU usa en el mundo,
en Afganistán u otros lugares remotos. Guantánamo es una afrenta a la
vigencia de los derechos humanos, constituyendo una vergüenza no sólo
para los Estados Unidos, sino para los países europeos que han
colaborado con los traslados secretos de los detenidos a ese Gulag
moderno.
Sin embargo, las graves violaciones a los derechos humanos de
personas privadas de libertad no es patrimonio exclusivo de los Estados
Unidos. En Venezuela faltan los calificativos para describir la
situación de las cincuenta mil personas recluidas en las diferentes
cárceles. Con un hacinamiento cercano al 300 por ciento y un increíble
retardo procesal que mantiene en un limbo jurídico al 60 por ciento de
los internos e internas, la violencia y la degradación de la condición
humana son unas constantes dentro de los muros carcelarios. Según
reportó el Observatorio Venezolano de Prisiones, solamente entre los
meses de enero a julio de 2011 se reportaron 309 muertos y 836 heridos, y
leyes no escritas han institucionalizado prácticas como las denominadas
“Coliseos”, de las cuales, sólo en Uribana se realizaron 14 en el
primer trimestre del 2011, con un saldo de 58 heridos y un muerto. De
manera similar a las promesas de Obama sobre Guantánamo, el llamado
“plan de humanización carcelaria” ha incumplido todo su cronograma, y
como ratifican los hechos recientes, ni siquiera la creación de un nuevo
ministerio ha logrado revertir o amortizar el horror. Cuando se conocen
las historias intramuros, los hechos le dan la razón al filósofo ruso
Pedro Kropotkin, que alguna vez propuso que la solución del problema
penitenciario era, simplemente, la abolición de las cárceles.
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