Nos hacemos eco de las amigables palabras de defensa y denuncia de Yurimia Buscán,
del centenario árbol talado, en la Av Bermúdez, de Los Teques.
Yurimia Boscán
En medio de mi profunda tristeza e infinita arrechera (perdón, pero no encontré otra palabra) rindo este pequeño homenaje al árbol masacrado en la avenida Bermúdez, cuyo único daño fue habernos dado sombra y recordarnos que un día hubo un pueblo cuyas calles tenían árboles y pájaros en vez de choros y balas.
Yo soy el árbol caído, aquel que la noche del domingo 11 de diciembre de 2016 guardó como siempre entre sus ramas llenas de smog, a los pajaritos que, desde tiempos remotos, conocieron las coordenadas del viento para hacer de mí, cuna y casa en medio de la ciudad.
Pero el golpe de la sierra, con su motor de muerte, nos sorprendió y caí derrotado y vencido por quienes protegí del sol cada día de mi vida... Nadie oyó los trinos de auxilio de los torditos ni el aleteo angustiado de las abejas, ni las suplicas de las hormigas, coquitos y bachacos... nadie escuchó a mi vieja savia preguntarle al cielo ¿por qué me matan?
Fui sembrado trasantier, cuando los bisabuelos de este pueblo eran niños y las carretas y el tren compartían la estampa pueblerina en armonía. Amé mi lugar, y a pesar del poco espacio al que año tras año fui reducido, nunca dejé de crecer orgulloso, abriendo mis ramas al sol de las frías mañanas tequeñas. En agradecimiento, dejé brotar raíces como símbolo de que siempre estaría para ustedes... que lo cuenten quiénes en los años 50 y 60 patinaban por estas calles y se sentaban a mis pies... pero nadie recuerda nada en estos tiempos...
El frío de esa madrugada fue como un presagio, parecía querer decirnos algo. La neblina durmió esa noche abrazada a mi copa reverdecida por el agua bendita de las recientes lluvias (aunque había aprendido a aguantar la sequía valientemente). No entendí la señal. Como otras veces, pensé que podarían las ramas rebeldes, que tratarían mis enfermedades producto del humo y el polvo de los autobuses y carros, pero esta vez la sierra no se detuvo…Yo tenía miedo, pero no podía huir... cuando comprendí que aquella mañana luminosa sería mi última mañana para los habitantes de mi pueblo, lloré en silencio ríos de savia. Cada corte, cada trozo era un poco de mi avergonzado corazón, tan vulnerable, tan inmóvil frente a los ojos nublados de los transeúntes que, conectados a mi alma vegetal, entendían mi dolor en medio de aquella muerte atroz... ¿no di sombra suficiente? ¿llené la acera de demasiadas hojas secas? ¿es porque no di frutos comestibles? ¿habrá alguien que pueda explicarles a mis pajaritos por qué fui indigno de seguir sirviendo al prójimo? Yo, el árbol centenario y anónimo hasta hoy, nacido en medio de la avenida Bermúdez, cerca de la vieja estación del tren de Los Teques, fui ejecutado y aún no sé qué hice mal para tanta saña…Dios, recíbeme como una más de tus criaturas, porque yo también he de volver al polvo…
Yurimia Boscán
Yurimia Boscán
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