Tomado de Flores de Daraya
Traducción: Mariana Morena
Publicado originalmente en inglés en:
The Guardian* Febrero 2014
El filósofo griego Aristóteles creía que el universo había existido por siempre. La razón por la cual la humanidad no estaba más desarrollada, creía él, era que las inundaciones u otros desastres naturales hacían repetidamente que la civilización volviera al principio.
Hoy, los humanos se desarrollan cada vez más rápido. Nuestro conocimiento crece exponencialmente y, con ello, nuestra tecnología. Pero los humanos todavía tenemos los instintos, y en particular los impulsos agresivos, que teníamos en los días de las cavernas. La agresión ha tenido claras ventajas para la supervivencia, pero cuando la tecnología moderna se encuentra con esa primitiva agresión, toda la raza humana y gran parte del resto de la vida en la Tierra está en peligro.
Hoy en Siria vemos la tecnología moderna en forma de bombas, químicos y otras armas que se utilizan para promover los llamados fines políticos inteligentes. Pero no parece inteligente mirar cómo mueren más de 100,000 personas o cómo los niños son el blanco. Parece francamente estúpido, y peor que eso, evitar que los suministros humanitarios lleguen a las clínicas donde, como Save the Children documentará en un próximo informe, se les amputan extremidades a los niños por falta de instalaciones básicas, y los recién nacidos mueren en incubadoras por falta de electricidad.
Lo que está sucediendo en Siria es una abominación, que el mundo observa fríamente a la distancia. ¿Dónde está nuestra inteligencia emocional, nuestro sentido de justicia colectiva?
Cuando discuto sobre vida inteligente en el universo, doy por hecho que esto incluye a la raza humana, aunque gran parte de su comportamiento a lo largo de la historia parece no haber sido calculado para ayudar a la supervivencia de la especie. Y aunque no está claro que, a diferencia de la agresión, la inteligencia tenga algún valor de supervivencia a largo plazo, nuestra versión humana de la inteligencia denota una capacidad de razonar y planificar no solo para nuestro futuro sino también para el futuro colectivo.
Debemos trabajar juntos para poner fin a esta guerra y proteger a los niños de Siria. La comunidad internacional ha mirado desde los márgenes durante tres años mientras este conflicto se recrudece, engullendo toda esperanza. Como padre y abuelo, observo el sufrimiento de los hijos de Siria y ahora debo decir: no más.
A menudo me pregunto cómo debemos aparecer ante otros seres que miran desde el espacio profundo. Cuando miramos hacia el universo, estamos mirando hacia atrás en el tiempo, porque la luz que sale de los objetos distantes nos llega mucho, mucho más tarde. ¿Qué muestra la luz que emite la Tierra hoy? Cuando la gente vea nuestro pasado, ¿estaremos orgullosos de lo que les muestra -cómo, siendo hermanos, nos tratamos unos a otros? ¿Cómo permitimos que nuestros hermanos traten a nuestros hijos?
Ahora sabemos que Aristóteles estaba equivocado: el universo no ha existido desde siempre. Comenzó hace unos 14 mil millones de años. Pero tenía razón en que los grandes desastres representan importantes pasos hacia atrás para la civilización. La guerra en Siria puede no representar el fin de la humanidad, pero cada injusticia cometida es una bofetada en el rostro de aquello que nos mantiene unidos. El principio universal de la justicia puede no estar arraigado en la física, pero no es menos fundamental para nuestra existencia. Sin él, en poco tiempo, los seres humanos seguramente dejarán de existir.
*Una versión de este artículo apareció en The Washington Post.
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