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viernes, 6 de junio de 2014

El satélite Miranda, ¿mira y anda?

Víctor Revilla
El Libertario

A finales de los años 50 los Estados Unidos se convirtió en el país pionero en el uso de satélites para la observación de la Tierra. Se trató del Proyecto CORONA, lo cual fue la designación de un satélite artificial de reconocimiento operado por ese país entre 1960 y 1972. Básicamente dicho sistema se centró en el espionaje del desarrollo militar e industrial soviético durante la Guerra Fría.

A partir de la década de los setenta, comienza una carrera espacial por la puesta en órbita de satélites artificiales para el estudio de la Tierra. En este sentido, la NASA inicia en 1972 el programa Landsat, el cual sirvió como la principal fuente de imágenes satelitales de nuestro planeta hasta 1980, cuando otros países comienzan a desarrollar y/o lanzar sus propios satélites, particularmente Francia y la Unión Europea, Canadá, India, Rusia, China, Brasil y más recientemente Venezuela.


Básicamente un satélite artificial para la observación de la Tierra consiste en un conjunto de equipos muy sofisticados (cámaras, sensores, propulsores, antenas, etc.) que son colocados en una órbita determinada alrededor de la misma, generalmente haciendo recorridos que van de polo a polo, aunque en el caso de los satélites que observan el clima, no presentan recorridos entorno a nuestro planeta, sino más bien giran con él (órbita geoestacionaria).

Estos satélites observan el planeta a través de sensores que le permiten escudriñar el paisaje terráqueo desde varios puntos de vista, así tenemos sensores para la luz visible (tal como nuestros ojos perciben el mundo), y para el infrarrojo (más allá del rojo que captan los ojos humanos), existen incluso algunos que pueden percibir las microondas y la energía térmica. Dentro de la tecnología de los sensores existe también lo que se denomina bandas, que haciendo un ejercicio de analogía las podemos comparar con lentes de diferentes colores, mientras más variados los colores de los lentes (bandas) mayor capacidad de tendrá el sensor de percibir diferentes fenómenos.

¡Epa chino, véndeme uno ahí!


En mayo de 2011 el gobierno venezolano firmó un convenio con sus homólogos chinos para el establecimiento de un satélite de observación denominado “Miranda”, cuyo nombre técnico es VRSS-1 (Venezuelan Remote Sensing Satellite-1) que traducido al español significa primer satélite venezolano para la percepción remota. El costo invertido para la construcción del Satélite Miranda fue de 140 millones de dólares, lo cual incluye: un satélite, cohete lanzador y servicio de lanzamiento; estación terrena de control satelital, sistemas de aplicaciones terrestres; formación de talento y transferencia tecnológica, según apuntaba un impreso informativo distribuido por el Ministerio del Poder Popular para Ciencia, Tecnología e Innovación en septiembre de 2012.

Según el sitio web de dicho ministerio (www.mcti.gob.ve), las aplicaciones de las imágenes obtenidas a partir de satélite Miranda comprenden la gestión ambiental, sistemas productivos, salud, planificación, gestión de riesgos y, seguridad y defensa. En dicha página web, se puede apreciar que uno de los objetivos del proyecto satelital Miranda es fomentar la investigación y el desarrollo de capacidades, con miras a optimizar el uso de las imágenes y otros datos fundamentales para el estudio, seguimiento y planificación del territorio. Igualmente, según la Agencia Bolivariana para Actividades Espaciales (ABAE; www.abae.gob.ve), los satélites de observación terrena son útiles en los procesos de planificación de políticas públicas.

Cabe considerar, por otra parte que el Gobierno Venezolano a través de la Fundación Instituto de Ingeniería, firmó un contrato de recepción de datos SPOT con la empresa francesa Spot Image, mediante el cual se instaló un terminal de recepción directa de los satélites de observación de la Tierra SPOT 4 y 5. De esta manera, durante el lapso de duración de dicho convenio (Septiembre 2007 – Diciembre 2009) fueron distribuidas de manera gratuita más de 13.500 imágenes (http://lpais.fii.gob.ve/).

Lo anterior nos permite deducir que el uso de imágenes de satélite no es una actividad nueva en nuestro país, podemos observar que el Estado venezolano ha venido invirtiendo cuantiosas sumas de dinero en la adquisición de este recurso, tal como ha ocurrido recientemente con la puesta en marcha del satélite Miranda. Sin embargo, el impacto del uso de esta tecnología para el desarrollo nacional por parte de los entes gubernamentales no ha dado los frutos deseados, situación que contrasta con los avances que en este sentido han experimentado otros países de Suramérica, tales como Brasil, Chile, Argentina, Colombia, entre otros.

“Houston, tenemos un problema”

Dentro de este marco de ideas, debe señalarse que en los países tropicales el uso de las imágenes capturadas a partir de satélites artificiales presenta limitaciones relacionadas con la nubosidad típica de estas regiones. En épocas o espacio de tiempo en la que la atmósfera está cargada de nubes las “cámaras” a bordo de los satélites no pueden atravesar los cúmulos de nubes, lo cual impide observar detalladamente la superficie de la tierra. En el caso particular de Venezuela, la anterior limitación presenta un inconveniente adicional visto desde el punto de vista de la producción agrícola. La mayor parte de la agricultura venezolana, especialmente los cereales (maíz), es de secano, es decir, depende de las precipitaciones de la época lluviosa, lo cual implica dificultades para hacer seguimiento a los planes de siembra con imágenes de satélite, ya que se tendría que contar con días con buena iluminación solar y despejados, lo cual es difícil de lograr, sobre todo entre los meses de mayo y julio.

Un aspecto a resaltar sobre el satélite Miranda es un desperfecto relacionado con la imposibilidad de eliminar los efectos causados por la atmosfera. Cuando los sensores a bordo del satélite captan una imagen, la luz ha tenido que pasar dos veces por la atmosfera (una de entrada y otra de salida de la Tierra), lo cual genera inevitables distorsiones causadas por los gases, polvo y contaminantes presentes en la atmósfera. Información extraoficial indica que aparentemente el vendedor (los chinos) no se va a hacer responsables por tal situación. Lo anterior, aunado con los dilatados lapsos de entrega de la imágenes (quien escribe tiene cinco meses esperando por obtener una imagen vía internet), significa que tendremos que usar el satélite con tal limitante por el tiempo de vida útil restante (4 años), lo cual impide efectuar ciertos estudios en los que necesariamente hay que hacer la corrección atmosférica de las imágenes.

De la misma manera, cabe señalar que la necesidad de adquirir un satélite para la observación de la tierra en nuestro país se originó dentro del marco de la dinamización del Plan Nacional de Catastro, ello quiere decir que para acelerar el levantamiento catastral de todo el territorio nacional se requería contar con recursos de este tipo. Sin embargo, la máxima resolución espacial que ofrecen los sensores del satélite Miranda es de 2 metros, lo cual está lejos de lo necesario de acuerdo a la normativa nacional vigente en este materia (0,3 metros área urbana, 0.5 metros área rural). Igualmente, es menester indicar que existen distribuciones gratuitas y oportunas a través de internet de imágenes actualizadas con características similares a las del satélite Miranda, tal es el caso del Landsat 8 (http://landsat.usgs.gov/landsat8.php).

Una de las áreas en donde más se dificulta la aplicación de las imágenes de satélite Miranda es la agricultura, aparte de las razones anteriormente expuestas, las características de las mismas sólo permiten efectuar estudios a nivel regional y subregional, presentando limitaciones a nivel local y de finca, por lo cual se considera como poco acertado lo expresado en la sitio web del MCTI, en el que se asevera que a través de este recurso se podrá hacer manejo diferencial en cada unidad agrícola.

Para lograr un manejo diferenciado a nivel de unidad de producción es necesario contar con imágenes satelitales con al menos 0.5 metros de resolución espacial, o en su defecto, lo cual constituye nuestra propuesta en este sentido, combinar los satélites de observación de la tierra con recursos locales dirigidos y gestionados por organizaciones de productores. Estos recursos se basan en sistema que operan localmente y, cuya versatilidad y relativo fácil manejo los hace más económicos y accesibles a los productores agrícolas. Tal es el caso de México en el que se está utilizando sensores hiperespectrales (muchos lentes) montados en pequeñas aeronaves o en aviones no pilotados (drones) para la caracterización de los cultivos agrícolas.

¿”Guerra de las Galaxias” contra quién?

Finalmente, la tecnología de satélites para la observación de la tierra tiene una faceta oscura, la cual se ha alimentado de la industria de la guerra. El uso militar de los satélites es mantenido en secreto por todos los países que manejan estos recursos, el cual ha experimentado notables avances como instrumento para la muerte. Tal como se mencionó al inicio, los satélites de observación terráquea nacieron para el espionaje, continúan con tal rol, pero en este caso no sólo sobre países “enemigos”, sino también sobre los pobladores de los mismos países. Su misión: apoyar en la salvaguarda del estatus quo, en donde a través de sensores de radares y/u ópticos de alta resolución capaces de atravesar nubes y vegetación, quienes gobiernan pueden hacer seguimiento a movilizaciones de protesta, grupos insurgentes o cualquier acción que se califique de subversiva o “contraria a la nación”, permitiendo un rápido y oportuno despliegue de todo el poder represivo de los Estados. Visto lo anterior, se concluye dejando la pregunta ¿Cuál es la faceta militar del satélite Miranda, tomando en cuenta que la mayor parte del personal que se entrenó en China para su operación es de origen militar?


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