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viernes, 10 de enero de 2014

“¿Quién fue Nelson Mandela?”


Neil Faulkner
Traducción: Luis Cortés y Carlos Wagner
Grupo de estudios marxistas

Deberíamos atesorar la memoria del Mandela que fue odiado por nuestros gobernantes: el solitario, valiente e indoblegable preso político, condenado por su resistencia a la opresión racial.

El mundo está de luto por la muerte de Nelson Mandela. Nuestros gobernantes hacen llover homenajes en su memoria. muchos ante de su muerte, ya se habia convertido en un icono mundial: un símbolo de algo sublime, ajeno a toda duda, crítica o controversia, una figura de veneración universal.
Pero no siempre fue así. Nuestros gobernantes tienen la costumbre de apropiarse de figuras históricas que alguna vez los irritaron. A principios de la década de 1980, cuando Mandela languidecía en Robben Island, la prisión más famosa de la Sudáfrica del apartheid, la primer ministro británica, Margaret Thatcher, y el presidente de EE.UU., Ronald Reagan, lo denunciaron como un “terrorista”. Los estudiantes “Tories” portaban insignias con la inscripción: “Cuelguen a Nelson Mandela”.

Cuando Mandela era peligroso, cuando era un líder de la lucha de masas contra la opresión racial (y fue tan inspirador que siguió siéndolo, aún en prisión), los gobernantes del mundo lo odiaban. Ese es el Mandela que debemos celebrar.

Trabajo Migratorio y Leyes Racistas.

La Sudáfrica del joven Mandela fue una creación espantosa del capitalismo colonial. Mandela se radicalizó por la mezcla brutal del racismo institucionalizado y la pobreza extrema a la que el sistema condenaba a la gran mayoría. Marx estuvo entre sus influencias políticas formativas. Se mantuvo cercano al Partido Comunista de Sudáfrica a lo largo de su vida activa.

El descubrimiento de oro en la región de Witwatersrand en el Transvaal del norte, en 1886, convirtió rápidamente a Sudáfrica en el mayor productor de oro del mundo. El oro sudafricano era abundante, pero difícil de extraer. Las ganancias de los empresarios británicos que controlaban las minas dependían de una gran oferta de mano de obra barata negra. Para proveerla, la administración colonial británica creó lo que más tarde se conocería como ‘apartheid’.

Los campesinos africanos fueron expulsados ​​de la tierra y hacinados en reservas empobrecidas. Para ganarse la vida y pagar sus impuestos, tenían que vender su trabajo a los dueños de las minas. Fueron empleados como inmigrantes, con contratos a corto plazo. Cuando sus contratos expiraban, se veían obligados a volver a las reservas. Los negros fueron obligados a llevar pases para demostrar que tenían autorización para entrar en las zonas “blancas” de su propio país.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se expandía la economía sudafricana y se desarrollaba la industria manufacturera, se formalizó todo el aparato de opresión racial y de clase del apartheid. Los africanos negros (ahora rebautizados como ‘bantustanes’), que constituían las tres cuartas partes de la población, fueron distribuidos en el 13% de la tierra. Muchos inmigrantes, sobre todo en las minas, fueron alojados en enormes recintos de un solo sexo. Otros vivían en los extensos distritos de tugurios al borde de las áreas industriales. Todos eran objeto del rutinario acoso policial. Cientos de miles fueron arrestados bajo las odiosas leyes de pases y deportados a los bantustanes.

Los sudafricanos blancos -descendientes de los colonos británicos y holandeses (estos últimos conocidos como ‘ afrikaners ‘)- dirigían todas las grandes empresas, controlaban el Estado, y tenían la mayor parte de los trabajos profesionales y cualificados. Los salarios de los blancos eran entre diez y veinte veces superiores a los de los africanos. Sólo los blancos (15% de la población) podían votar.

Pero a medida que la clase obrera negra, sobre la que dependía la riqueza del capitalismo sudafricano, se hizo más grande, olas de lucha de masas estallaron en todo el país a partir de la década de 1950. En cada oportunidad, la resistencia negra enfrentó una asesina represión estatal.

Resistencia de masas.

El Congreso Nacional Africano había sido fundado en 1912 como una campaña moderada para reformas dentro del sistema. Fue tomado por jóvenes radicales como Mandela durante la década de 1950, y comenzó a organizar protestas masivas. Cuando la policía abrió fuego contra los manifestantes negros que protestaban por las leyes de pases el 31 de marzo de 1960, siendo asesinados 69 de ellos, Mandela se encontraba entre un grupo de destacados miembros de la CNA que concluyeron la necesidad de que el movimiento de liberación intentara la guerra de guerrillas.

La CNA formó un brazo armado, ‘Umkhonto we Sizwe’ (MK : ‘Lanza de la Nación’), en 1961, y Mandela asumió un rol protagónico. Pero el MK fue irremediablemente superado por el régimen del apartheid y generó poca impresión. Mandela, junto con buena parte de los dirigentes de la CNA, fue capturado, juzgado y condenado a cadena perpetua.

Una nueva oleada de lucha de masas estalló en la década de 1970, primero a través de huelgas, con el surgimiento de un nuevo movimiento sindical en 1973, y luego con una revuelta estudiantil y comunitaria en Soweto y en otras localidades de África a partir de 1976.

El nuevo movimiento fue azotado por una feroz violencia estatal. Cientos de personas fueron asesinadas. Pero esta vez la resistencia negra no pudo ser quebrada por completo. En una década, la lucha volvió a encenderse, alcanzando niveles de huelgas y revueltas comunitarias sin precedentes. Gran parte de la clase capitalista anglo-parlante y algunos de la élite afrikaner que había colonizado el Estado, se convenció de que el capitalismo sudafricano era insostenible si no se daban mayores concesiones políticas a la resistencia negra.

La infraestructura política del CNA se reconstruyó en las luchas de masas de la década de 1980, y el prisionero Mandela se convirtió en un símbolo de todo el movimiento contra el apartheid, tanto dentro de Sudáfrica como a nivel internacional. Habían pasado dieciocho años de su encarcelamiento en Robben Island, en una húmeda celda de hormigón de 2,4 m por 2,1 m, con sólo una estera de paja para dormir. Los presos pasaban sus días triturando piedras (la brillante luz del sol dañó permanentemente la visión de Mandela). La intimidación por guardias racistas era parte de la rutina. Como el preso de grado más bajo, a Mandela sólo se le permitía una visita y una carta cada seis meses.

Su sacrificio y estoicismo hicieron de él un legendario ‘príncipe sobre el agua’ para los nuevos activistas de las décadas de 1970 y 1980. A finales de la década de 1980, la presión desde abajo significó que el régimen se viera obligado a negociar con Mandela y la CNA. Su intento de llegar a un acuerdo con los líderes ‘moderados’ de la comunidad negra fracasó cuando la acción directa de los radicales destruyó los consejos colaboracionistas centrales y sus elaborados planes para preservar el dominio de la minoría blanca. La estabilidad del capitalismo sudafricano había llegado a depender de una transición a un gobierno de hegemonía mayoritaria negra.

Raza y clase

El CNA tenía una visión en dos etapas de la lucha por el cambio en Sudáfrica. Primero, ellos creían, que la opresión racial debía terminar mediante el establecimiento del sufragio universal y la democracia parlamentaria. Entonces, en algún momento futuro, el capitalismo sería sustituido por un sistema socialista basado en la democracia y la igualdad.

Esto significaba que la ANC estaba dispuesta a negociar el fin del gobierno de minoría blanca con el régimen. El proceso fue largo y tenso, pero culminó con la liberación de Nelson Mandela en 1990 y después con su elección como el primer presidente negro de Sudáfrica en 1994.

La separación de la lucha contra el racismo de la lucha contra el capitalismo ha resultado ser un desastre para la mayoría de los sudafricanos. La opresión racial siempre tuvo sus raíces en la explotación de clase: surgió para suministrar a los patrones mineros blancos y más tarde a otros capitalistas una gran oferta de mano de obra barata negra. La opresión racial determinó que serían los sudafricanos negros quienes vivirían en los bantustanes, los municipios, y en los recintos de las minas. Pero fue el capitalismo el que hizo que esto fuera necesario; capitalismo que condenó a la mayoría de los sudafricanos a la pobreza y miseria para que unos pocos pudieran ser ricos.

La vida de Mandela fue una inspiración para todos los que luchan por un mundo mejor. Pero su política significó que lo que se logró quedara muy lejos de lo que era posible. Los principales beneficiarios del fin del apartheid han sido una clase de capitalistas, políticos, gerentes y profesionales negros. Como sus colegas blancos, y al igual que la gente de esta clase en todo el mundo, han sido entusiastas del neoliberalismo, las privatizaciones y los recortes en los servicios públicos y el bienestar. A lo más, el CNA terminó convirtiéndose en un corrupto establishment de jefes políticos y capitalistas de camarilla.

Las viejas máquinas sindicales vinculadas al CNA son parte de esa corrupción. Esto ha producido la fractura más importante en la política sudafricana moderna, cuando los mineros negros intentan construir nuevos sindicatos combativos que rompan con la colaboración de clases y organicen la acción militante contra los patrones.

El 16 de agosto de 2012, la policía sudafricana mató a 34 mineros en huelga al borde del municipio de Marikana. Fue la peor masacre desde el apartheid, y sin duda representa un punto de inflexión en la historia del país. Ciertamente es un indicador de cuánto le falta por recorrer a la mayoría negra de Sudáfrica para alcanzar la democracia, la igualdad, y la paz por la que tantos dieron sus vidas en los oscuros días del apartheid.

Deberíamos atesorar la memoria del Mandela que fue odiado por nuestros gobernantes: el solitario, valiente e indoblegable preso político, condenado por su resistencia a la opresión racial. Deberíamos, al mismo tiempo, lamentarnos de que nuestros gobernantes lo puedan festejar ahora, sólo porque la lucha contra el apartheid haya dejado al capitalismo sudafricano intacto.

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