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miércoles, 20 de febrero de 2013

A las puertas de Damasco


Quds al-Arabi

En el único encuentro que tuve con el monje sirio, el padre Paolo, en Beirut, y después de que nos contara los trágicos rasgos adoptados por la represión que se sale de toda lógica en Siria, hablamos sobre la siria post-Asad. 

Ello fue el año pasado, cuando la destrucción de Homs no se había generalizado a todo el país. Dije que iríamos a Damasco y lo celebraríamos en sus plazas, y le conté la promesa que había hecho una amiga de bailar descalza en la plaza del Merje. Le dije que todos deberíamos celebrarlo bailando descalzos. 

El noble monje sirio me miró con ojos tristes y dijo “No, antes de bailar, hemos de ir a visitar Homs y llorar y borrar la sangre de las calles”. Aquel día sentí vergüenza, la idea de la caída del régimen me había hecho olvidar la ingente tragedia humana que vivían y viven los sirios. Le confesé mi vergüenza al padre Paolo, y nos rodeó el silencio. 


Hoy, después de que el régimen sirio que se cree un león haya logrado convertir a toda Siria en un Homs, nos invade la tristeza, y nos acecha el fantasma de los muertos cuyo número concreto nadie conoce. La tristeza siria es la materialización de la tragedia de la relación de los árabes modernizadores con su historia: una historia de tristeza que finalmente acabó en explosión trágica, después de que la dictadura lograra convertir el Estado en una banda y las fuerzas armadas en un ejército de ocupación. El estallido era inevitable, llegó en forma de sorpresa, sorpresa que rápidamente el aparato de represión salvaje convirtió en una serie trágica. 


Los sirios y las sirias no pueden retroceder hoy, pues solo están la victoria o la victoria, nada más. Hablar de otra cosa es perder tiempo y esfuerzos, a no ser que los rusos logren convencer a su aliado dictador de que el tiempo de su marcha apremia y que deben apoyar la posibilidad de una solución política cuya base sea la salida de Asad y sus esbirros de la imagen. 


Pero, al margen de los resultados de las negociaciones ruso-estadounidenses (de las que no sabemos nada y que exigen precaución de cara a las intenciones reales de sus partes), no es seguro que los rusos logren convencer a su cliente sirio de algo así, porque Asad se ha convertido en una especie de rehén de Irán, y puesto que los mollahs de Irán no pueden digerir la derrota de Asad, tras tanta apuesta militar y económica, y después de que sus prácticas hayan ayudado a encender el fuego sectario en Siria y en la zona. Pero pase lo que pase, se prolongue lo que se prolongue, el régimen caerá, no aguantará mucho, y pasará la horrible pesadilla que ha matado las vidas política y cultural sirias durante cuatro décadas o más. 


Si cayera mañana, ¿qué pasaría? 
La próxima batalla será en Damasco, y las expectativas indican que será la más sangrienta, porque el régimen y las fuerzas aliadas con él destrozarán la más bella de las ciudades como expresión de su rencor hacia la gente y su odio hacia el pueblo sirio. 


Hacia las puertas de Damasco se dirigen nuestros ojos y corazones, con miedo por la gente de la más antigua ciudad habitada de la historia. La leyenda cuenta que el nombre de la ciudad está derivado de dos palabras: sangre (damm) e incisión (shaqq) [1], de cuando la sangre de Abel incidió la tierra tras el primer crimen de la historia. 


A las puertas de Damasco, se levantan las palabras con Nizar Qabbani: 


“Di a los que están en tierra de Damasco, que han llevado a vuestro muerto al abismo, y que permanece asesinado. 

Me gustaría que me plantaran en ti como un alminar o que me colgaran en la puerta como un candil. 


Oh, ciudad de los siete ríos, oh mi país, oh camisa teñida del rojo de la ciruela, 
Oh caballo que se desprendió de su montura y salió a conquistar lo conocido y lo desconocido. 
Tu brisa, río Barada, es como el sable que me invade y no tengo más alternativa que amarte”. 

Damasco, la ciudad en la que cantó Fairuz y se convirtió con la poesía de Mahmud Darwish en el collar de la paloma damasceno, donde el enamorado se envuelve del Barada. Ese Damasco amenazado hoy con que la muerte lo borre poco antes de la caída del régimen, que caerá. A las puertas de Damasco, todos deben gritar que la masacre ha de detenerse. El silencio se ha prolongado demasiado, Siria, y no sé cómo ha de levantarse hoy una voz que impida al régimen de los asesinos asesinar a Damasco. ¿Es esta muerte inevitable? Y no contesta. 


¿No hemos encontrado en lo que queda de Estado y ejército en Siria a quien escuche a la voz de la conciencia, y ponga fin a esta tragedia que se perfila en el horizonte? 


Sea como sea, nuestra cita damascena está en camino y entonces no bastarán todas las lágrimas de la tierra para borrar los restos de este crimen. Entonces habrá llegado la cita para trabajar, para construir una nación que se parezca a las otras y sea para todos sus hijos e hijas. Ese día comenzará el verdadero trabajo para enfrentarnos a las cuestiones aplazadas y construir una autoridad extraída de un nuevo pacto social. Esa es la misión que la oposición política ha de materializar hoy, antes de que la realidad nos tome por sorpresa y Siria se encuentre a sí misma en un ciclo de odio, extremismo y estúpido sectarismo. 

Un último apunte: 

El preso palestino Samer Issawi ofrece hoy un modelo de sacrificio y heroicidad, con su huelga de hambre continua. Samer Issawi, que se seca hoy ante nuestras miradas y cuyos ojos no pierden el brillo de Jerusalén, está en huelga de hambre acercándose a la muerte y anunciando el nacimiento del nuevo palestino. Este nuevo palestino se une hoy al nuevo sirio que muere en los sótanos de la tortura de las cárceles sirias. Samer Issawi es la otra cara de Omar al-Aziz, el intelectual luchador sirio que ha muerto en una de las cárceles sirias. 

A ambos, a la heroicidad de Samer y el martirio de Omar, la gloria. 


[1] Damasco en árabe es Dimashq.


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