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lunes, 11 de junio de 2012

La teología salvaje

El Nacional / Alberto Barrera Tyszka
 

Los oficialistas se declaran enemigos del capitalismo pero, en lo que a publicidad se refiere, practican de forma feroz todos sus métodos. Son los bárbaros del marketing


¿Cómo se fabrica un Dios? Llevamos casi catorce años observando cómo se desarrolla la respuesta a esta pregunta. Al principio, todo era más sutil. Pero, a medida que ha ido pasando el tiempo, hemos visto cómo de manera contundente y eficaz llegamos incluso a tener un Estado publicitario, un aparato público que es también una gran industria de producción de culto. La variable de la enfermedad del Presidente, administrada como una radionovela de suspenso, sólo ha hecho que este proceso aumente. Casi hasta el delirio. Toma tu estampita y repite conmigo: Dios nació en Sabaneta.


Esta semana, hice el ejercicio espiritual de sentarme durante horas frente a la televisión.

Me negué al cable. Me dediqué únicamente a mirar los canales de señal abierta. No sé si existe ya un estudio, pero sería muy saludable para el país saber cuánta publicidad oficial ­en cualquiera de sus versiones o formatos­ se transmite a diario en la televisión nacional.

Después de varias horas frente a la pantalla, me sentí intoxicado. Como si me hubiera metido varios pases de PSUV de alta pureza.

Por un lado, están los canales públicos, que al menos a escala nacional ya parecen ser mayoría. Por otro lado, está la regulación que obliga a los canales privados a difundir de manera gratuita los mensajes gubernamentales. Aparte, están, por supuesto, las cadenas. Esa dimensión de la publicidad que navega con el Himno Nacional y que puede durar varias horas seguidas. Todo esto, además, en el contexto de una legislación que promueve la autocensura y logra que algunos medios particulares tengan una agenda informativa y editorial que, a veces, parece redactada en un ministerio. No hay forma de escapar. Incluso, se puede sentir que hay canales públicos dedicados exclusivamente a los info-comerciales, a la publicidad subliminal, a la propaganda redaccional. No hay diferencia entre la programación y las cuñas. Todo es parte de la misma sobredosis.

Hace unos días, en el contexto de la reunión de la OEA, Roy Chaderton volvió a denunciar la existencia de “una dictadura mediática” en Venezuela. Por un momento me confundí. No entendía por qué, de pronto, el ex canciller había decidido dar la vuelta en U y había comenzado a cuestionar al Gobierno.
Luego me di cuenta de que se trata de larttt misma actitud devocional. Repiten dogmas sin necesidad de saber qué ocurre, cómo va cambiando o no la realidad. Probablemente, eso es lo que les impide constatar que, cada vez más, por diferentes vías, el Gobierno es el que controla el espacio comunicacional en el país. Quien denuncia un absolutismo mediático en Venezuela, se pone de inmediato en el lugar de la oposición.
Lo señaló de manera excelente Vladimir Villegas en su columna de esta semana. Ya no es tan fácil hablar de bandos y de ideologías. Los oficialistas se declaran enemigos del capitalismo pero, en lo que a publicidad se refiere, practican de forma feroz todos sus métodos. Son los bárbaros del marketing. Con ellos, Marx hubiera gozado un imperio. Hubiera podido escribir hoy mucho más sobre la noción religiosa del mercado, sobre la mercancía como fetiche. Basta ver una nueva pieza que está ahora al aire. Bajo el concepto de “testimonio”, un personaje sacraliza a Chávez como héroe y como deidad. Creo que nunca antes, en la televisión venezolana, se había transmitido una maniobra tan impúdica, tan vulgar.

La cuña rueda así: aparece un hombre que cuenta su vida en código de melodrama: desde la muerte de su madre y una infancia pobre, hasta la entrega de un apartamento ­que casualmente describe como un “paraíso”­ por parte del Gobierno. En un momento, en su vivienda nueva, aparece junto a un retrato del Presidente. En medio de su narración, el hombre toca la foto y dice: “Llegó el Bolívar este”, otorgándole a Chávez, de una vez y sin anestesia, el mismo rango que tiene el Libertador.

Como si esto no fuera suficiente, al final de la cuña, mirando a cámara, con una sonrisa conmovedora, el hombre afirma: “Primero Dios, segundo mi comandante”. ¡No faltaba más! En la liga de los eternos, Chávez no es Jesucristo. Pero está ahí cerquita.

¿Dónde está la izquierda? ¿Dónde están los analistas de discursos, los críticos de la manipulación mediática? ¿Dónde están los Ramonet? ¿Dónde están los Luis Britto García y sus estudios sobre el talante religioso de los caudillos? ¿Dónde están los José Vicente Rangel y sus decálogos sobre antipoder?…
Pura retórica. Puro blablablá.

Finalmente, todos también están sometidos a la teología salvaje. Esto no es una revolución.

Esto sólo es la iglesia mediática de Hugo Chávez Frías.

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