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domingo, 15 de mayo de 2016

Trabajar en CVG dejó de ser un sueño dorado



María Ramírez Cabello
Correo del Caroní
Fotos Wilmer González


Reinaldo González tiene 17 años trabajando en la Corporación Venezolana de Guayana (CVG). Su día a día transcurre entre las áreas verdes del Parque Cachamay, pues se encarga de desmalezar, pero desde hace cuatro semanas sumó un nuevo oficio a su jornada: cargar sacos de hortalizas en el mercado de San Félix y con eso obtener un segundo ingreso que le permita llegar a final de mes.

Buscar un segundo y hasta un tercer y un cuarto ingreso es la práctica a la que han tenido que recurrir numerosos trabajadores del país y los cevegistas no son la excepción. Si antes contaban con el prestigio de ser de los mejor pagados de Venezuela, hoy las cosas son diametralmente opuestas. Buena parte de ellos vende ropa, comida, bisutería, hacen transporte y como González, cargan sacos.

El rezago de los salarios, que ha apilado los cargos del tabulador y ensombrecido la meritocracia, es la causa de la protesta laboral de los trabajadores de la Corporación Venezolana de Guayana que se mantienen en paro desde hace más de dos semanas, exigiendo incremento salarial, aumento del bono de alimentación a Bs. 25 mil y una beca escolar de Bs. 10 mil.


“¿Qué? ¿Nosotros no comemos?, le hacemos un llamado al presidente de la CVG a que se dé cuenta de los trabajadores, aquí comemos también. Te hago una apuesta a que Justo Noguera (presidente de la CVG y Sidor) no gana 2.500 bolívares”, comentó González, quien gana esa cifra a la semana que, sostiene, no le alcanza ni para comprar un cartón de huevos, “¿qué hago? Compro una sardina, unos aliños y un arroz y lo llevo pa’ la casa, más nada (…) Estamos pelando bola, uno tiene que salir a ver cómo se rebusca en el mercado, cargando sacos de papas, tomates, tengo cuatro semanas en eso”.

“Trabajar en la CVG era algo bonito, pero de la noche a la mañana esta gente llegó haciendo desastre. Ahorita nos sentimos mal, mal. Queremos trabajar, pero no nos dan la oportunidad, ya no vale la pena ser cevegista”, lamentó el obrero.

Delgados por la crisis

El sueño dorado de trabajar en la CVG y sus filiales se cayó rápidamente en los últimos años y las penurias que se viven adentro, sin insumos ni recursos, amenazan con demoler aún más esa imagen épica que tenía el ente de desarrollo, desde su creación en diciembre de 1960.

Adys Fernández,
funcionaria del área de cuentas por pagar, no ha buscado un segundo ingreso, pero la pérdida de su poder adquisitivo la ha llevado a eliminar una comida al día. “Me mantengo con mi sueldo y tengo que subsistir y no te da. De las tres comidas del día solo estoy haciendo dos, era más gordita y he rebajado un poquito por la crisis, el desayuno lo eliminé”, señaló.

La mujer, miembro del Sindicato Único Nacional de Empleados Públicos (Sunep-CVG), precisó que con las deducciones, su sueldo queda entre 9 mil y 11 mil bolívares, que fácilmente se van en cinco alimentos que no permiten cubrir la alimentación de una familia.

“CVG era lo máximo, le agradezco todo porque es mi segunda casa, pero ahorita con los decretos trabajamos solo dos días, ya no es la segunda casa y tenemos que salir a subsistir”, dijo.

Sin herramientas para trabajar

No hay área operativa que se salve del deterioro. Ramón González, un trabajador con 17 años de servicio, cuenta la crisis operativa desde la perspectiva de la nula existencia de insumos para trabajar, tras nueve años en la nómina fija. Es soldador en el Parque Cachamay, pero no cuenta con los insumos básicos para trabajar.

“El Parque Cachamay nunca cerraba; cuando fueras, el parque estaba abierto, pero la desidia de la Gerencia lo ha llevado a lo que es. Ha sido objeto de múltiples robos, se robaron la bomba y los transformadores, cuando los malandros no tienen nada que hacer se van al parque (…) Ahorita es monte y culebra, las cercas están rotas y no tenemos equipos para trabajar y nos echan la culpa, nos dicen guarimberos porque estamos reclamando un derecho justo”.

González sostiene que para él es un “orgullo” trabajar en la madre de todas las empresas básicas, “pero a esta madre la han despreciado y dicen que no produce, aún así viene un gentío a buscar un puesto, todos los días meten a un gerente y a un amigo de un gerente, entonces uno no entiende”.

Mala gerencia determinante

Para Merce Briceño, jubilado desde hace tres años tras laborar en la CVG durante 35 años en el departamento de Ingeniería y Construcción, la mala gerencia ha sido determinante en el deterioro de una CVG, cuya misión actual es confusa y ha sido objeto de análisis reciente por la comisión designada por la Asamblea Nacional para estudiar la situación de las empresas básicas y el rol idóneo del otrora ente de desarrollo.

Cuando ingresó a la corporación tenía 22 años y, sin dudas, le agradece su crecimiento y la posibilidad de mantener a su familia, “pero ahorita duele con los nietos pensar cómo la generación de relevo va a poder trabajar, aquí no hay nada, no hay papel de baño, detergentes, no hay nada. Tienes que salir a la calle hasta para comprar un lápiz”.

Esta semana, el salario del jubilado fue ajustado al salario mínimo vigente de Bs. 15.051 que se esfuman al entrar al supermercado. “Con la cestaticket de este mes compré tres pollos y se me fueron, faltó lo demás y es una hazaña lograr un arroz, un espagueti e, incluso, un pan”.

“Nuestros jefes en cambio sí viven bien, no hacen cola, ganan buen sueldo, no les falta nada, pero nosotros sí tenemos necesidades”.

A juicio de Briceño, es necesario devolver a la CVG las atribuciones en el ámbito de desarrollo de obras y planificación de la ciudad, colocando en el pedestal adecuado a su recurso humano. “Construíamos puentes, casas, avenidas, represas, el rol de la CVG debería volver a ser como el de antes”, dijo.

Mientras eso ocurre, los trabajadores cumplen el día número 16 de protesta.

Mea culpa de un alto funcionario

La percepción de ruina de la CVG y las empresas básicas no la tienen solo los trabajadores o quienes rechazan al Gobierno actual. A lo interno, gerentes y altos funcionarios coinciden en 
el estado de desolación de las industrias, llamadas a ser desde hace décadas la alternativa no petrolera de Venezuela.

“Usted entra a Sidor y eso está destruido, parece un desierto. Va a la CVG y los trabajadores están sentados sin hacer nada”, dijo esta semana el vicepresidente de la Corporación, José 
Acosta, durante un encuentro con representantes del Centro Infantil Negra Matea, cuyas actividades fueron suspendidas una semana entera por falta de comida.

“La CVG ya no es la que dirige las empresas básicas, no recibe ningún aporte de las empresas básicas”, añadió, al reconocer el grado de necesidad de algunos trabajadores que, sostuvo, son capaces de dejar de comer antes que consumir la comida de sus hijos.

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