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martes, 11 de marzo de 2014

En el útero de la política


Por: Anyely Marín Cisneros
11/03/2014

Hace varios años la Misión Vuelvan Caras, a la cabeza de otros programas del gobierno, desarrolló una línea de trabajo para fortalecer una política que apoyara la participación masiva de las mujeres en las misiones sociales. Era el año 2005 y el proyecto de desarrollo endógeno, bandera de la revolución socialista por unos años, contabilizaba 64% de participación de mujeres; una cifra superior se registraba en las misiones educativas. En la efervescencia revolucionaria el fenómeno parecía prometedor de importantes transformaciones culturales.


En ese entonces ya era evidente que esta respuesta masiva podía tener un alcance real en lo político y un impacto determinante en la subjetividad, pero su éxito dependía de que el movimiento popular se apropiara de este proceso, y entre otras acciones, abriera una línea de reflexión feminista que, a la par, obligara a la estructura del Estado a avanzar hacia un modelo equitativo. Pero como sabemos, entre la izquierda venezolana predomina una corriente decididamente antifeminista que rechazó una y otra vez la posibilidad de pensar problemas sociales relacionados con la división sexual del trabajo y los recursos, por no hablar del reparto simbólico e intelectual entre los sexos.

Los años prometedores quedaron atrás, sin embargo, el fenómeno de feminización de la base chavista no se detuvo. Si bien la absorción veloz del movimiento popular en el aparato burocrático, entre 2005 y 2013, traza la ruta del ocaso de las grandes promesas bolivarianas, la base chavista sigue fiel al gobierno, aunque cada vez más lejos de tener una producción semántica independiente. En el caso concreto de la feminización de las bases, se advierte la emergencia de una modalidad de poder que merecería una profunda intervención crítica apara atajar su deriva normativa y conformista, amén de cuestionar y evitar la creciente instrumentalización, noble o despótica, de las funciones del cuerpo.

Cuando Chávez se declaró feminista le dio consistencia al malestar social que proviene de la dominación sexual y de la violencia, misógina y sexualizante, que se practica en todas las esferas de la vida pública venezolana. Esta declaración contrarrestó la satanización histórica del feminismo entre la izquierda, pero el efecto irrepetible quedó sofocado por la dirección normativa del feminismo de Chávez, resumido en el juramento que el Presidente hizo repetir a sus seguidoras en alguna oportunidad: jurar por Dios parir y amamantar a los hijos de la Patria. Entre el útero de la patria y el culto a la madre quedaron afianzados los vectores conservadores de la gestión de los sexos en la Revolución bolivariana.

Dentro de las filas del chavismo han florecido numerosos colectivos de mujeres. Aunque algunos de ellos han organizado su trabajo en estrecha relación con entes gubernamentales, la mayoría ha propuesto agendas de acción independientes y han interpelado al Estado con éxito en diversas oportunidades. Por lo general, han sido mejor escuchados cuando sus demandas no excedían el marco de la lucha por los derechos reproductivos. Otras exigencias, como la despenalización del aborto, por ejemplo, se han visto truncadas frente a la hegemonía conservadora del gobierno, como lo hacen constar numerosos comunicados públicos de estos grupos. Pero la feminización de la base atañe a una lógica diferente de la de los colectivos organizados.

La feminización del chavismo es el efecto de identificación masiva de las mujeres producto de la modulación de la afectividad, del llamado directo a su rol de madres (y ahora de hijas) y del requerimiento de proyectar en la polis su (supuesto) don de ternura y amor. Experiencias previas del movimiento de mujeres han visto reencauzadas sus fuerzas hacia las labores de cuidado y servidumbre bajo lemas como “Las mujeres hacen Patria”. Las resonancias con el caso bolivariano son obvias y podrían aportar pistas para repensar el destino de éste y otros aspectos de la subjetividad, pues el porvenir de cambios sociales profundos penden de los usos políticos que se hagan de las prácticas del cuerpo y los afectos. Hasta ahora, se ha explotado el levantamiento de la moral de las bases en versiones de culto sexista cuyos principios se alejan de lenguajes emancipadores. Los discursos que se dirigen a fortalecer el perfil de una supuesta mujer guerrera, madre y trabajadora sin descanso, a la cual se le exige entrega, amor y dedicación en el ámbito público y privado, le ofrecen la incorporación al cuerpo de la nación en tanto paridoras. En simultáneo, se fortalecen los dispositivos que incitan y celebran el talante de “la mujer venezolana” bajo un modelo sexualizante que ha convencido a las mujeres del Caribe de ser las más agraciadas del universo.

Así es que, en nuestra cultura, el seno materno comparte lugar con el implante de silicón. Buena parte de las bases populares aspira o ha practicado modificación corporal bajo parámetros más bien comerciales. Los programas de hipersexualización que hay detrás de estas prácticas están cada vez más extendidos y jamás encontraron obstáculos reales en la política bolivariana. Acá se solapan la vocación popular del proceso político y las estrategias chavistas que han apostado a filtrar elementos de marketing envueltos en supuestos lenguajes revolucionarios, neutralizando sistemáticamente las posturas críticas frente a esto.

La compulsión de estos discursos apunta hacia una subjetividad peligrosamente normativa. Los orígenes diversos de esas técnicas del cuerpo coinciden, no por azar, en puntos ciegos de la estratificación racial, sexual y de clases, por lo tanto, cabe la posibilidad de que estas estrategias de empoderamiento moral reviertan fácilmente hacia prácticas reaccionarias y de sometimiento, o cuerpos dóciles, adentro y afuera del movimiento. La revolución bolivariana pudo haber desplegado políticas que subvirtieran esos paradigmas estereotipados o pudo jugar a infiltrarse en ellos para fortalecer su base. Hasta ahora sigue ponderando la segunda vertiente.

Para completar ese engranaje, entre las mujeres del gobierno se advierte la falta de gramáticas próximas al feminismo o una visión de género amplia, que desafíe estos discursos. Destacan los casos de Andreína Tarazón y de Gabriela Ramírez. También son elocuentes las embestidas misóginas de Tania Díaz y de María León en la Asamblea Nacional, aunque la misoginia, junto a la homofobia, emerge en el discurso del oficialismo con gran frecuencia. La condescendencia que revela los constantes “reconocimientos” del rol de las mujeres en la revolución, y muy especialmente los modos en que se gestiona el tutelaje de ese potencial movimiento popular, hablan de otras formas de misoginia.

El fenómeno de las mujeres chavistas, y las políticas que lo empujan, sigue adelante intensificando tecnologías de género convencionales, hasta cierto punto sofocantes, que muestran la dimensión del equívoco que se ha producido al instrumentalizar la idiosincrasia como supuesto índice revolucionario y al poner énfasis celebratorio en las costumbres y los hábitos antes que apostar por la transformación de éstos. Al encumbrar al pueblo como modelo ideal de sí mismo el chavismo ha creado su mayor fortaleza y su callejón sin salida. Este efecto es mucho más evidente en el uso que se ha hecho de los lenguajes populares y de las representaciones que se le atribuyen al pueblo, a los jóvenes y a diversos sectores. Estereotipos y sobredimensiones que inflaman un relato de insurgencia que contrasta con el cuerpo vivo, tremendamente penetrado por la cultura de masas, el consumismo y los hábitos de mercado.

Hace unos años cabía esperar la emergencia de una política del cuerpo que se liberara de las cargas racializantes y sexualizantes amarradas al mandato patriótico. En aquel entonces no era un despropósito apostar por una revolución de las mentes que sacudiera los lenguajes coercitivos de la diferencia. Hoy, quizá la intervención radical de una política que se aleje de las gestiones de despacho podría interrumpir la lógica normalizante que se hizo hegemónica en el proceso bolivariano, y sin duda, el actual anquilosamiento de la rebeldía en el aparato de poder aleja el horizonte para tales acontecimientos.

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