Cuando
 se desplomó el estalinismo en la URSS y Europa del Este, Francis 
Fukuyama, ideólogo de la democracia liberal, anunció el ‘Fin de la 
Historia’. Aunque este disparate teórico ha sido refutado una y otra 
vez, su mensaje político sintetiza el sentimiento de la época abierta a 
partir de aquél momento: es imposible algo superior a un capitalismo 
parlamentario.
Pero
 veinte años después, las cosas comienzan a cambiar. Un dato revelador: 
la recesión económica abierta en 2008, ha propagado enormes dudas en las
 bondades del capitalismo entre sus mismos gurús:
"Hoy
 Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal considerado gurú
 del sistema financiero, tuvo que admitir: “cometí un error en suponer 
que los intereses propios de las organizaciones, específicamente bancos y
 otros, eran tales que eran los más capaces para proteger a sus 
accionistas y sus intereses en las empresas”, y dijo que en su ideología
 de libre mercado “he encontrado una falla. No sé qué tan significativa o
 permanente es, pero he estado muy angustiado por ese hecho”, afirmó en 
una audiencia ante el Congreso en torno a la crisis.
"Durante
 casi dos décadas (hasta 2006), Greenspan controló el banco central de 
Estados Unidos, desde donde promovió la desregulación. El representante 
federal demócrata Henry Waxman le preguntó hoy a Greenspan si “no 
funciona su ideología” del libre mercado, a lo cual respondió: 
“absolutamente, precisamente. Ésa es precisamente la razón por la cual 
me sorprendí, porque por unos 40 años o más yo trabajé con evidencias 
considerables de que sí funcionaba excepcionalmente bien”. (Brooks 2008) 
Hoy
 Marx es incluso leído en Wall Street, la capital financiera mundial 
ubicada en Nueva York. Por ejemplo, el académico marxista Terry 
Eagleton, en una charla que ofreció en Sheffield a propósito de su 
último libro ‘¿Por qué Marx estaba en lo correcto?’, contó la amplia 
recepción que este tuvo en la sección de ‘Negocios’ de la librería en 
línea Amazon. Como Eagleton comentó, no es que los lectores a cargo del 
capital lean a Marx para aprender de comunismo, sino para entender el 
capitalismo. Sus libros tradicionales resultan insuficientes para 
resolver una incertidumbre ideológica de tal magnitud que prefieren leer
 al enemigo.
A diferencia del crack
 de 1929, aunque el modelo económico actual está en una crisis 
equiparable, hoy no hay una alternativa dentro del orden imperante como 
la que hace setenta años representó el keynesianismo. Por ello, aunque 
ya nadie espera gran cosa de las recetas económicas neoliberales, estas 
se siguen aplicando, pero ahora como muertos vivientes. En palabras de Paul Krugman, quien ganó el premio Nobel de economía en 2008:
"Estamos
 viviendo en un mundo de políticas económicas zombies – políticas que 
deberían haber sido asesinadas por la evidencia de que todas sus 
premisas son erróneas, pero que continúan deambulando a pesar de todo. Y
 todo mundo se pregunta cuándo su reino del error terminará". (Krugman 2012)
Esta situación ya ha abierto grietas en el mundo Occidental, materializadas por el movimiento Occupy, conocidos como los Indignados
 en el mundo de habla hispana. Miles de personas salieron a tomar las 
calles para manifestar su oposición al orden hegemónico. Aunque ese 
movimiento careció por completo de un programa político, es importante 
como síntoma de descontento, pues señala la existencia de un mayor 
auditorio para discursos anti-capitalistas.
En otras palabras, hemos entrado en una situación que Antonio Gramsci definía como de morbilidad política,
 donde lo viejo no termina de morir, y lo nuevo termina de nacer. Las 
implicaciones de un cuadro de esta naturaleza pueden ser identificadas 
en un pasaje que el mismo autor nos ofrece:
"Si
 la clase dominante ha perdido el consenso, ya no es ‘dirigente’, sino 
únicamente ‘dominante’, detenta la pura fuerza coercitiva, lo que indica
 que las grandes masas se han alejado de la ideología tradicional, y ya 
no creen en lo que antes creían". (Gramsci 1981)
Pero
 aquí es necesaria una alarma. La existencia de este agrietamiento en la
 ideología dominante, no significa un paso automático de las ‘masas’ a 
la rebelión. De hecho, uno de los efectos secundarios del desplome del 
estalinismo -en particular- ha sido el traslado de la alternativa comunista -en general- al catálogo de lo inverosímil. Así lo hizo notar el filósofo leninista Slavoj Žižek a los manifestantes de Occuppy Wall Street en un discurso que les ofreció:
"el
 sistema dominante ha oprimido incluso nuestra capacidad para soñar. 
Fíjense en las películas que vemos todo el tiempo. Es fácil imaginarse 
el fin del mundo. Un asteroide destruyendo toda la vida, etcétera. Pero 
no puedes imaginar el fin del capitalismo". (Sarahana 2011)
Este es el antiguo problema de Marx sobre la conciencia de clase. La pregunta generalmente planteada durante el siglo XX fue ¿por qué el proletariado no se convierte de clase en sí en clase para sí?
 Pero la pregunta principal es otra: ¿cómo intervenimos los comunistas 
para lograr esa metamorfosis? Este ya era el enfoque de Lenin, cuando 
observó que la conciencia comunista no surge espontáneamente en las 
masas, sino que sólo puede ser el resultado de una acción de los 
revolucionarios organizados con la intención de producir ese 
convencimiento. Es decir, ‘lo nuevo’ debe luchar para nacer, y como 
parte de ese esfuerzo, ayudar a morir a ‘lo viejo’ que se resiste.
El
 capitalismo no se sepultará a sí mismo, por eso, a cada día que pasa se
 hace más urgente liquidarlo porque sino, lo que nos espera es la 
catástrofe.
Žižek (2009)
 nos ofrece cuatro grandes contradicciones del capitalismo global que 
nos obligan a sepultar la idea del comunismo como utopía y, en cambio, 
recuperar el sentido de urgencia contenido en la vieja noción de Marx 
del comunismo ‘como un movimiento que reacciona ante contradicciones 
reales’.
Primero,
 la amenaza sobre nuestra naturaleza externa: el deterioro del planeta 
está orillando a la especie a vivir próximamente en un ambiente invivible.
 Segundo, el peligro de que nuestra naturaleza interna, como nuestro 
legado genético, caiga en manos de empresas que, por ejemplo, han 
patentado las semillas de crecientes cultivos de alimentos. Tercero, 
están los bienes culturales comunes, como el lenguaje y la educación que
 sufren la inadecuación de la propiedad privada sobre la llamada 
propiedad intelectual.
Son
 estos tres grandes grupos de entidades ‘comunes’ a todos los seres 
humanos, los que ponen nuevamente de pie la referencia al ‘comunismo’. 
Se trata, entonces, de una radicalización de la noción del 
‘proletariado’ de Marx. De algún modo, hoy todos somos proletarios, en peligro de ser reducidos a formas de vida que debemos evitar a toda costa.
Pero
 falta la cuarta contradicción, la cual ordena a las otras tres y se 
refiere a las masas más excluidas de la humanidad, las que ya están 
radicalmente precarizadas: debemos ingeniar cómo 
dotarlas del cuchillo que les permita cortarle el cuello al capitalismo.
 Este proceso, ‘de intrusión de los excluidos en el espacio 
sociopolítico’ tiene un nombre heredado por la Grecia Antigua, como nos 
recuerda Žižek: democracia. Esa es nuestra misión.
El
 invierno ideológico está llegando a su fin, pero nadie sabe que surgirá
 cuando termine el deshielo. El matrimonio utópico entre la democracia 
liberal y el capitalismo está acabado. Las grietas en la ideología 
dominante son cada vez más visibles para todos, y nuestras ideas tienen 
más espacio dónde jugar.
Sin
 embargo, aunque se avizoran ya las oportunidades, sólo jugarán a 
nuestro favor si vamos rabiosamente por ellas. Como dice Samuel Farber, 
un veterano trotskista cubanoamericano:
"La
 política, como la naturaleza, aborrece el vacío, y si una nueva 
izquierda revolucionaria y democrática no responde a la crisis y 
necesidades populares […], fuerzas nefastas, como se ha visto en muchas 
otras partes del mundo, ocuparán ese espacio político para promover sus 
propósitos". (Chaguaceda 2012)
Esta es nuestra hora.
(Este
 texto es parte del informe que sobre la situación internacional 
presentó el autor a la dirección nacional del Partido Obrero Socialista,
 a fines de abril).
Referencias
Brooks, David. 2008. El gurú Greenspan confiesa que fue un error confiar en el libre mercado. La Jornada, http://bit.ly/JU9AJ4.
Chaguaceda, Armando. 2012. Samuel Farber y la crítica socialista de la realidad cubana. Cubaencuentro, http://bit.ly/J0besC.
Gramsci, Antonio. 1981. Cuadernos de la cárcel. 1a. ed. 4 vols, El hombre y su tiempo. México: Ed. Era.
 

 
 
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