Por: Claudio
Katz, Eduardo Lucita y Jorge Marchini
En apoyo al
Frente de Izquierda
En Argentina
habrá una sucesión de elecciones en los próximos meses. Ya han comenzado los
comicios escalonados en las provincias (Catamarca, Chubut, Salta), que
culminarán con la elección presidencial. Octubre será el punto final de un
intenso proceso político. Este desenvolvimiento incluirá comicios de gran
visibilidad en la Capital Federal (julio), que seguramente darán lugar a una
segunda vuelta. Posteriormente habrá elecciones internas obligatorias (agosto)
que operarán como un filtro de proscripción. Los partidos que no reúnan el alto
piso de adhesiones requerido por la nueva ley quedarán fuera de la carrera
electoral.
Es
previsible una alta concurrencia a las urnas, puesto que el voto ha recuperado
cierto prestigio, en un marco de creciente participación y revalorización de la
política. Hasta ahora se perfilan varios candidatos de la derecha, distintas
variantes del oficialismo, algunas opciones de la centroizquierda y un frente
de izquierda.
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Quienes
participamos en la militancia, en los movimientos sociales y en la vida
intelectual desde el campo de la izquierda debemos fijar posición pública
frente a este proceso electoral. Algunos compañeros consideran conveniente
mantener una actitud de abstención, recordando la función de protesta que tuvo
esta postura en distintas oportunidades de las últimas décadas. No perciben que
esa conducta ha perdido el sentido que tuvo hace algunos años. La indiferencia
ante los comicios o el voto en blanco -como forma de reacción ante el opresivo
orden vigente- no sólo ha decrecido, sino que carece en la actualidad de
significado político.
La abstención no constituye un síntoma de protesta, ni
alimenta el desenvolvimiento de los movimientos sociales. Va a contramano del
despertar político de los jóvenes, que buscan canales políticos para procesar
sus demandas e inquietudes. Soslayar la intervención electoral en estos
momentos conduce al auto-aislamiento.
Muchos
compañeros coinciden con este diagnóstico, pero estiman que la oferta electoral
existente no da cabida a nuevos proyectos de construcción emancipatoria. Por
esta razón se inclinan por un voto personal, testimonial o incluso por un
mensaje “programático” adosado a alguna boleta. Hay ya demasiadas evidencias
que estas posturas no abren ningún camino de acción política efectiva. Son
manifestaciones individuales que no permiten desenvolver experiencias reales.
Limitarse a votar silenciosamente, reivindicando de hecho el “secreto de esa
decisión” es una actitud opuesta al compromiso público y a la participación
abierta, que siempre promovemos desde la izquierda.
Hay que
comprender que optar por un candidato no implica el aval completo a su partido,
a su programa o a su trayectoria. Simplemente define un campo de intervención,
basado en el rechazo absoluto a ciertos espacios y el compromiso con otros.
Partiendo de esta necesidad de participar en la batalla electoral: ¿Cuáles son
las opciones en juego?
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El escenario
actual incluye varias expresiones de la derecha, que obviamente constituyen el
principal antagonista de la izquierda. Es importante definir quiénes son sus
exponentes. Algunos compañeros piensan que los reaccionarios están repartidos
en todo el espectro dominante y no pueden ser individualizados. Estiman que la
derecha no existe como configuración propia, otros suponen que es una creación
ficticia, que irrumpe en las coyunturas electorales para generar falsas
polarizaciones. Estas caracterizaciones nos parecen erradas.
La derecha
existe como fuerza con sus líderes y proyectos. Postula implementar en el país
la misma política que llevan a cabo Santos en Colombia, Piñera en Chile o
Calderón en México. Expresa directamente los intereses del imperialismo y
pretende restaurar la política económica neoliberal para retomar las
privatizaciones y la apertura comercial. Sus objetivos salieron a la superficie
cuándo exigió bajar las retenciones o pagar la deuda externa con ajuste
presupuestario y cuando se opuso a la nacionalización de las AFJP. Busca
recortar los derechos democráticos, anular los juicios a los genocidas y
generalizar la mano dura contra las manifestaciones populares. Aspira a reducir
la edad de imputabilidad para perseguir a la juventud empobrecida. Sus voceros
son empleados directos de la prensa hegemónica.
Se oponen a
cualquier democratización de los medios de comunicación y actúan como agentes
de la Iglesia y la educación privada. Esta corriente no logró hasta ahora
construir una alternativa electoral significativa, pero tiene en reserva a
Macri, Olmedo, Duhalde, Solá, Rodríguez Saa o De Narváez. Cuenta con muchos
exponentes en el PRO, en el PJ Federal, en la UCR y en la Coalición Cívica.
Estos candidatos se ubican en las antípodas de cualquier acción de la
izquierda. Pero es importante registrar que sus exponentes no anidan sólo
dentro del arco opositor.
Existen
numerosos representantes de la derecha al interior de la coalición oficialista.
Esta presencia es ocultada o justificada por muchos simpatizantes del gobierno
que enarbolan banderas progresistas. Evitan hablar de los gobernadores
provinciales o los barones del conurbano que sostienen a CFK a escala nacional
y regional para garantizar en sus feudos la continuidad de las políticas
neoconservadoras.
Sostienen la
minería depredadora en San Juan, refuerzan los viejos privilegios de la
oligarquía en Salta, reivindican a los Saadi en Catamarca, expulsan a los
pequeños productores campesinos en Chaco, reprimen a los pueblos originarios en
Formosa, encabezan los escándalos de corrupción en Córdoba y apuntalan en La
Rioja la alianza de Menem con el oficialismo.
Muchos
seguidores del gobierno reconocen estos hechos pero estiman que resulta
necesario acordar con los caudillos, para asegurar la “gobernabilidad del país”
y ganar hegemonía para sostener la orientación progresista del kirchnerismo
puro. Pero con estos compromisos se condiciona el perfil de toda la
administración, se terminan consolidando las ganancias multimillonarias de las
empresas extranjeras y los fraudes de las elites provinciales, a costa de toda
la población. No son acuerdos inofensivos. Perpetúan el poder de las pequeñas
minorías y la pobreza estructural de quienes padecen la desnutrición y la
compulsión a emigrar. La defensa de un proyecto progresista es totalmente
incompatible con el voto a estos gobernadores K. Quienes afirman que ese sostén
permite “acompañar al gobierno” manteniendo los principios progresistas niegan
o desestiman lo evidente.
El
alineamiento junto al oficialismo no solo fortalece esas estructuras del poder,
sino que incluso conduce a ciertos intelectuales a adoptar actitudes
macartistas en los momentos de choque con la combativa militancia de la
izquierda. En esas circunstancias se repite el discurso oficial que culpabiliza
a las víctimas y denigra la lucha de las corrientes antiburocráticas.
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Hasta ahora
CFK encabeza todas las encuestas y se perfila como la ganadora de octubre. Este
dato confirma que el gobierno ha recuperado adhesión, como resultado de tres
procesos: el crecimiento económico, la convalidación de ciertas conquistas
sociales y democráticas y el fracaso de sus adversarios derechistas. El mantenimiento
de un alto nivel de actividad económica obedece al contexto internacional
favorable, a las políticas económicas expansivas y al marco de alta
rentabilidad que legó la crisis del 2001. El gobierno ha intervenido
activamente en la gestación de este contexto. Su política permite apuntalar la
reconstitución del poder de las clases dominantes y la generación de un nivel
de ganancias inéditas para los grupos capitalistas. Este sostén oficial
favorece más los enormes lucros patronales que las inversiones genuinas o el
“esfuerzo del sector privado”. Pero al mismo tiempo ha mejorado los ingresos de
diversas franjas de los trabajadores y sectores populares.
Los
opositores derechistas no supieron construir su propia alternativa y han
quedado pulverizados al cabo de dos años de exitoso contraataque oficialista.
Un aspecto central de esa contraofensiva fue el otorgamiento de mejoras en el
terreno social (aumentos salariales, negociación colectiva, jubilaciones sin
aportes, asignación universal, ampliación del empleo público), junto a
significativos avances en el campo democrático (juicio y encarcelamiento a los
genocidas, ley de medios, matrimonio igualitario y violencia de género, derecho
a manifestar con menor represión).
Los
defensores del voto al gobierno desde una óptica progresista convocan a
“profundizar” estas conquistas, como si estas mejoras constituyeran la esencia
de la gestión actual. Desestiman la total desproporción que existe entre las
ganancias extraordinarias logradas por los grupos capitalistas con el gran
crecimiento económico y el limitado avance obtenido en el salario y el empleo
de los trabajadores. Estos logros coexisten con la perpetuación de una
desigualdad social que recicla la miseria y la informalidad laboral.
Un voto de
izquierda no debe convalidar un modelo económico asentado en las exportaciones
agrarias primarizadoras, la ausencia de reformas fiscales progresivas, el
vaciamiento del petróleo, la destrucción de los ferrocarriles, la enajenación
de los recursos naturales y el veto del 82% a los jubilados. Hay que buscar
caminos para impulsar otro proyecto con orientación anticapitalista,
cuestionando el curso actual que mantiene la polarización social y bloquea
estructuralmente la redistribución de los ingresos.
Muchos
sectores del progresismo gubernamental reconocen estas limitaciones. Afirman
que “todavía falta mucho” y que se debe “mejorar el proyecto desde adentro”.
Proponen crear alineamientos autónomos con candidaturas propias en el marco de
la colectora oficial. Esta inserción dentro de la coalición gubernamental
obliga a aceptar todas las imposiciones de la presidencia. Es un cheque en
blanco que impide promover cualquier iniciativa sin bendiciones de la Casa
Rosada. Por ese camino, en lugar de forjar una corriente progresista se termina
aceptando la disciplina al mandato oficial. Este alineamiento se tornará más
exigente en un segundo mandato, estructurado en torno a pactos sociales de
contención de las demandas salariales.
El
enaltecimiento acrítico de la figura presidencial puede acarrear graves
consecuencias en el futuro. El peronismo arrastra una larga historia de
verticalismo y exigencias de subordinación ciega a la jefatura presidencial,
que muchos progresistas prefieren ignorar. Este sometimiento implica, además,
coexistir con los viejos punteros del justicialismo que ejercen el mando sobre
el aparato de los barones del Conurbano. Tan dañino también es el obligado
sostén de la burocracia sindical. Este sector ha contado hasta ahora con un
apoyo desde el riñón del Estado para financiar patotas, agredir militantes y
solventar un sindicalismo empresarial, que permite a los jerarcas enriquecerse
sin rendir cuentas a nadie. El alineamiento junto al oficialismo fortalece esas
estructuras del poder.
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No alcanza
con enunciar estos problemas. La coyuntura actual está signada por grandes
simpatías hacia el gobierno. La mayoría de la población no desconoce la
continuidad de la desigualdad social, el drama de la tercerización, la ausencia
de planes de vivienda, la segmentación entre educación privada de lujo y
enseñanza pública degradada. Pero tienen muy fresco todos los desastres
precedentes del gobierno de la Alianza y su hecatombe final. La década
menemista es vista, además, como la antítesis del curso actual. En comparación
al desmoronamiento que vivió el país a principios de la década, la realidad
presente es percibida como algo más soportable. Por otra parte, las relativas
mejoras que se han obtenido influyen en la actitud electoral. Es indispensable tomar
en cuenta este contexto, a la hora de exponer las propuestas que alentamos
desde la izquierda.
Nuestra
crítica debe estar centrada en la insuficiencia, las limitaciones y el carácter
inestable de los avances logrados y no en su desconocimiento. Se trata de
conquistas logradas por el movimiento popular, que solo podrán desarrollarse y
sostenerse en el tiempo, si se construye una fuerza política de izquierda
realmente independiente. El oposicionismo ciego oculta muchas veces incapacidad
política, por el contrario reconocer lo obtenido como un eco tardío de la gran
rebelión del 2001 y de la intensidad posterior de las huelgas y los piquetes
permite dialogar con las más amplias masas con criterio de realidad.
5
La
centroizquierda de Proyecto Sur se ubicó inicialmente en una perspectiva de
cuestionamiento al gobierno desde posiciones progresistas. Luego de capturar un
importante electorado de la Capital Federal denunció los compromisos del
gobierno con los gobernadores derechistas y cuestionó a la burocracia. Criticó
acertadamente el saqueo de la minería y el petróleo, el desmantelamiento de los
ferrocarriles o el silenciamiento de cualquier investigación de la deuda
externa. Con esa postura se arremetió contra los turbios negocios de los
“capitalistas amigos” en la concesión de la obra pública, contra el manejo de
los servicios públicos privatizados, la ausencia de auditorías en la ANSES y la
destrucción del INDEC. Estos planteos permitieron concurrir por ejemplo a la
elección de Catamarca con un reclamo contra las mineras.
Pero una
fuerza política no queda simplemente definida por las propuestas que propaga.
Hay que juzgar cómo piensa instrumentarlas en la práctica y aquí apareció una
seria contradicción con las alianzas establecidas con exponentes de la política
tradicional. Estos acuerdos imposibilitarían concretar los objetivos
progresistas. Primero hubo coqueteos con el Grupo A y luego una sucesión de
discursos muy semejantes a la retórica que propaga la derecha. Esta actitud
retomó la ambigüedad, el silencio o la asociación con los sojeros que se
observó durante el conflicto del agro.
Proyecto Sur
planteó una propuesta atractiva: romper el bipartidismo radical-justicialista,
forjando una tercera opción. Propuso alejarse de la degradación política que se
ha impuesto en los aparatos que manejan a la UCR y al PJ. Esta iniciativa -que
despertó gran entusiasmo- se ha diluido con la práctica política del último
año. En lugar de trabajar por una tercera formación real comenzaron las
negociaciones con diversas figuras (Juez, Stolbizer, Binner) que no difieren
sustancialmente del denostado bipartidismo. Es importante notar cómo el
discurso tradicional del radicalismo ha penetrado en el perfil público de
Solanas
Estos
coqueteos con la derecha bloquean la construcción de una opción progresista. La
principal crítica de este espacio al gobierno es su “desapego de la
institucionalidad” y su “desconocimiento de las normas constitucionales”. Aquí
se omite que todos los gobiernos capitalistas vulneran esas reglas para favorecer
a los dueños del poder económico. Por otra parte los discursos exclusivamente
centrados en la denuncia de la corrupción se asemejan mucho a la vacua retórica
que desplegó la Alianza contra el menemismo. Estos mensajes se mantienen dentro
de la órbita liberal y recrean los viejos prejuicios regresivos contra la
política.
Además, cuestionan al oficialismo desde una trinchera muy afín a la
campaña sucia que desenvuelve Clarín contra el gobierno.
Proyecto Sur
propone emular a las administraciones más conservadoras de los países vecinos.
Al reivindicar a Dilma y Lula o a Tabaré y Múgica como los caminos a seguir se
promueven de hecho políticas de mayor preservación del status quo,
especialmente en el terreno social y de los derechos humanos.
Hay un gran
trecho para recorrer junto a la centroizquierda. Quienes propiciamos proyectos
anticapitalistas y defendemos las banderas de la emancipación socialista
tenemos que hacerlo desde la construcción de nuestra propia fuerza política.
6
Caracterizar
a la derecha, al gobierno y a la centroizquierda es imprescindible frente a la
secuencia electoral de los próximos meses, que seguramente incluirá situaciones
de ballotage entre esas fuerzas. Resulta conveniente considerar desde ahora la
actitud que se asumiría frente a estas situaciones. Las probabilidades de esa
segunda vuelta son inciertas a nivel nacional pero constituirán el dato central
de las elecciones en la Capital. ¿Qué actitud adoptar frente a una situación de
ese tipo?
Algunos
compañeros consideran que “todos los candidatos burgueses son lo mismo y hay
que rechazarlos por igual”. Esta posición es equivocada. Presupone que al
movimiento popular le resulta totalmente indiferente el resultado de una
disputa entre candidatos reaccionarios y progresistas. Se ignora que ese
desenlace incide directamente sobre la existencia de condiciones más propicias
o adversas para la lucha popular. En los casos más extremos ese neutralismo
abstracto conduce en otros países de la región a la abstención en los choques
que tienen Evo Morales o Chávez con la derecha. Por las mismas razones que la
izquierda no aplica habitualmente estos criterios de indiferencia en la lucha
sindical contra la burocracia, o en su participación en organizaciones
sociales, hay que evitarlos en una definición importante del ballotage.
7
La izquierda
no tuvo relevancia electoral en los últimos años. Hubo varias experiencias
frustrantes en la gestación de frentes y en la selección de líderes con
proyección popular. Prevaleció la dispersión y la presentación de una variedad
de partidos, sin ninguna incidencia en los resultados. Este panorama condujo a
una sistemática descalificación de la izquierda y a su habitual presentación
como un sector insignificante de la vida política. Esta fragilidad electoral ha
brindado una imagen distorsionada del peso real que tiene la izquierda,
partidaria y no partidaria, como fuerza política y social en las organizaciones
populares, en los sindicatos, en la cultura o la universidad. No refleja la
capacidad de movilización en la calle y su rol en las demandas populares.
Las
limitaciones en el plano electoral han reflejado las mismas dificultades que
tuvo la izquierda en la última década, para transformar la rebelión del 2001 en
fuerza política organizada. Esa sublevación no dio lugar al surgimiento de la
opción masiva que se habría podido forjar en aquellas condiciones
excepcionales. Esta frustración obedece a problemas internos de larga data para
traducir la esforzada militancia cotidiana en avances visibles. Las conductas
sectarias, el dogmatismo, las tradiciones aislacionistas, el apego a la
auto-proclamación y el culto al aparato han sido determinantes de este fracaso.
Este comportamiento genera a su vez conductas reactivas de rechazo a cualquier
organización, junto a una gran ilusión asamblearia y el rechazo en nombre de la
autonomía a la participación política activa.
Para
construir una izquierda que efectivamente erosione el sistema de dominación hay
que romper ese círculo vicioso. Pero ninguna de estas limitaciones anula un
dato básico: la izquierda reúne una importante porción de los luchadores
actuales, que se ubican en la primera fila de las demandas sociales y ponen el
cuerpo en la batalla contra las patotas, como lo demostró el asesinato de
Mariano Ferreira.
8
La
posibilidad de transformar esa combatividad en un salto político está
nuevamente abierta y las próximas elecciones constituyen una oportunidad para
avanzar hacia ese objetivo. La conformación del frente electoral FIT -más allá
de las críticas a los partidos que lo componen, la forma cerrada en que se ha
conformado y su presentación como un hecho consumado- podría constituir un
punto de partida de ese proceso.
Después de
tantos años de concurrencias solitarias y disputas sin sentido entre candidatos
del mismo conglomerado se ha dado un paso unitario. Este hecho surgió por el
imperativo creado por una amenaza oficial de expulsar a la izquierda del
escenario electoral. Paradójicamente ese peligro logró disipar abruptamente
todas las divergencias de programas y candidatos que impedían la concreción de
un frente. Se ha logrado así un hecho importante que podría colocar en los
próximos meses la voz de la izquierda en el centro de la escena política. El
gran desafío radica en definir como se utilizará ese espacio.
9
La principal
batalla que deberá encarar el frente es la interna abierta de agosto, que por
acuerdo de los partidos mayoritarios han impuesto para restaurar el
bipartidismo. La lucha contra este filtro es una acción democrática central que
hasta el momento la inmensa mayoría de la población ignora por completo. El
Estado no solo interfiere en la vida interna de los partidos, sino que impone
restrictivas cláusulas de funcionamiento, que en el caso de la izquierda
apuntan a borrarla del mapa electoral. Dada la enorme sensibilidad democrática
que existe en el país y el generalizado rebrote de politización, el intento de
proscripción podría generar una inesperada reacción que vigorizaría a la
izquierda. La batalla por conseguir los más de 300.000 concurrentes a la
interna y la campaña por asegurar su presencia electoral es una batalla por
ganar. El éxito generaría un hecho político de enorme envergadura y crearía un
importantísimo piso electoral para octubre. Para nosotros el apuntalamiento de
esta campaña es una actividad prioritaria.
Pero el FIT
puede abrir también un proceso político que supere el solo objetivo electoral,
si crea las bases para gestar una real confluencia de toda la izquierda.
Algunos partidos han quedado afuera, otros se mantienen en distintas alianzas y
muchas organizaciones, corrientes, personalidades y militantes se mantienen
reacios. Buscar las convergencias y la progresiva ampliación del frente le
otorgaría otra proyección a ese acuerdo. Las internas obligatorias podrían ser
aprovechadas, por ejemplo, para organizar distintas formas de participación y
de debates con pluralismo de opiniones y una dinámica democrática. Esta
variedad de enfoque es un requisito para la confluencia de la izquierda. Los
caminos están abiertos para ensayar una experiencia de ese tipo.
10
En esta
perspectiva es que consideramos necesario:
a)
Participar y llamar a la más amplia participación en las internas abiertas del
FIT, con independencia del voto final en octubre, para garantizar su
presentación y como forma de cuestionar el carácter proscriptivo de la reforma
política.
b) Votar en
primera vuelta a los candidatos del FIT, apostando a lograr la presencia de
legisladores y diputados de izquierda. Cualquier logro en este terreno
constituirá un hecho positivo.
c) Impulsar
el debate sobre la postura a sostener frente eventuales ballotages, tanto a
nivel nacional como en capital.
Convertir la
interna obligatoria en un éxito de concurrencia y en un pilar de ampliación del
frente e introducción de distintas opiniones será un hecho político que puede
renovar la esperanza en la izquierda y retomar el sendero de construcción de la
fuerza política que necesita el país.
Buenos
Aires, mayo 18 de 2011
Claudio Katz
/ Eduardo Lucita / Jorge Marchini
Integrantes de EDI – Economistas de Izquierda.
Integrantes de EDI – Economistas de Izquierda.
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