Benedicto XVI en visita a Madrid 26/06/2012 |
La Marea
Cada vez que un Papa es sustituido por otro, el debate -más bien el deseo- sobre una necesaria modernización de la Iglesia sale a la palestra. Y en parte han tratado de llevarla a cabo: el Vaticano ya tiene un portal web multimedia y el ministro de Dios en la Tierra aprueba -aunque no escribe- mensajes de 140 caracteres en su propia cuenta oficial en Twitter. Sin embargo, la institución católica no ha dado pasos importantes en términos de tolerancia social: el divorcio, el aborto, el laicismo o la supremacía del hombre sobre la mujer son algunas de las batallas en las que siguen luchando contra el progreso.
Pero, por encima de todo, uno de los temas que más parece obsesionar a la Iglesia es la homosexualidad, algo que queda perfectamente plasmado en el libro Amar en la diferencia, editado por Biblioteca de Autores Cristianos, que incluye las actas de un simposio de la jerarquía eclesiástica que tuvo lugar en Roma en 2008. Tal y como explicó el célebre -por sus actuaciones homófobas- obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Plà, la publicación tiene vocación de servir de “manual” para guiar a los educadores católicos. “Este libro tiene que llegar a nuestros colegios, universidades, colegios mayores, centros pastorales, en definitiva, a todos nuestros centros educativos”, clamó el prelado.
Esta afirmación no es baladí. El potencial “educativo” de la Iglesia no es nada desdeñable: sus más de 2.500 colegios católicos abarcan casi un millón y medio de alumnos, además de 80.000 estudiantes en la quincena de universidades católicas que hay en España. A eso habría que añadir seminaristas, catequistas, etc.
Según reseña el libro Amar en la diferencia, la homosexualidad es un trastorno mental, amplificado por las “presiones sociales” y que se tiene que curar con una “terapia integral”, tanto pastoral como médica. Para la curia, “la ideología homosexual pone en juego la verdad del hombre en cuanto a ser sexuado” y la homosexualidad “enmascara una depresión”. “La mayor parte del tiempo, las personas sufren y se lamentan de vivir con esa “orientación sexual” que les angustia y perturba profundamente. Ellos la viven como una enfermedad”, asegura el texto, y por eso “la frecuencia de suicidio en esta población es un hecho inherente a la economía psíquica en esta población”. Casi nada.
En este trabajo también se reseñan también a pensadores y grandes figuras católicas de ayer y hoy. Las disertaciones de filósofos de hace más de quince siglos a este respecto son tomados hoy como referencia.
“Los delitos que son contra natura, como eran los de los sodomitas, deben ser condenados y castigados en todas partes y siempre. Incluso aunque todos los pueblos los cometieran, estarían todos igualmente bajo la misma condena divina: Dios, en efecto, no ha creado a los hombres para que cometieran tal abuso de sí mismo. La unión misma que debe existir entre Dios y nosotros es violada cuando, bajo la perversidad de la pasión, se profana la naturaleza misma que Dios ha creado”, San Agustín (354-430 d.C.), en su libroConfesiones.
“Las pasiones son todas deshonrosas, porque el alma se daña y se degrada más por los pecados, que el cuerpo por las enfermedades; pero la peor de todas las pasiones es la concupiscencia entre varones”, Juan Crisóstomo (344-407) en su Comentario a la epístola a los Romanos.
“Es evidente -concluye- que toda emisión de semen realizada de modo que la generación no pueda seguirse, es contraria al bien del hombre, y si esto se hace deliberadamente, es un pecado. Me refiero a las modalidades que, por sí mismas, no pueden dar lugar a la generación, como sería el caso de la emisión de semen fuera de la unión natural del hombre y de la mujer. De modo que los pecados de este tipo son llamados contra natura”, santo Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa contra gentiles.
“Algunos buscan placeres antinaturales a causa de una enfermedad interior o de una corrupción proveniente de la costumbre. Hay quien, por ejemplo, por un hábito, se arranca los cabellos, se come las uñas o mastica carbón y tierra, o incluso se une a otros varones”, santo Tomás de Aquino en su Ética a Nicómaco.
“Ningún pecado tiene mayor poder sobre el alma que la maldita sodomía, que fue odiada siempre por todos los que viven según Dios [...]. Es una pasión desordenada que se acerca a la locura [...]. Quien cae en este error, de tal modo busca aprovecharse, que se parece al perro que va detrás de la perra, que no da un paso esta sin que él vaya detrás [...]. Este vicio perturba la inteligencia, rompe un estado elevado y generoso del alma, arrastra los grandes pensamientos llevándolos a cosas viles, inútiles, vanas y podridas, de tal manera que quienes lo siguen nunca quedan satisfechos”, San Bernardino, en un sermón publicado en Siena en 1427.
“Gran pecado es el de esta ciudad, hablo del pecado de la ciudad de Sodoma, por el cual Dios no te quiere ver, oh Florencia: de este pecado está infectado el pueblo e incluso el clero. Si tú no te conviertes, Florencia, Florencia, Dios te hará perecer”, Fray Jerónimo Savonarola, en un sermón de 1494.
“Hemos establecido castigar antes que nada y sin demoras aquellas cosas que, basándonos en la autoridad de las Sagradas Escrituras y teniendo ante nuestros ojos gravísimos ejemplos, sabemos que desagradan a Dios más que otras, empujándolo a la ira: esto es, el olvido del culto divino, la ruinosa simonía, el crimen de la blasfemia y el execrable vicio libidinoso contra natura; culpas por las cuales los pueblos y las naciones son flageladas por Dios, como justa condena, con desgracias, guerras, hambre y pestes”, el papa Pío V (1504-1572) en su Cum primum.
“La sodomía supone una deformidad especial y se discute entre los Doctores en qué consiste exactamente. Algunos piensan que consiste en una unión sexual realizada en un vaso indebido. Otros, más comúnmente y más probablemente, con santo Tomás, piensan que consiste en la unión sexual con un sexo indebido. De esto se deduce que el coito de una mujer con una mujer, o de un varón con un varón, es sodomía perfecta [...]. Y se deduce que una unión sexual de un hombre en el vaso posterior de una mujer es sodomía imperfecta”, san Alfonso (1696-1787) en su Práctica del confesor.
Los párrafos anteriores, usados como referencia en el manual, tienen una continuidad en el presente, aunque con formas menos duras:
“Estos celosos ministros deben tener la certeza de que están cumpliendo fielmente la voluntad del Señor cuando estimulan a la persona homosexual a conducir una vida casta [...] En particular, los Obispos deben procurar sostener con los medios a su disposición el desarrollo de formas especializadas de atención pastoral para las personas homosexuales. Esto podría incluir la colaboración de las ciencias sicológicas, sociológicas y médicas, manteniéndose siempre en plena fidelidad con la doctrina de la Iglesia [...]. Se deberá retirar todo apoyo a cualquier organización que busque subvertir la enseñanza de la Iglesia, que sea ambigua respecto a ella o que la descuide completamente”, el entonces cardenal Joseph Ratzinger en su Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales (1986).
“Un número cada vez más grande de personas, aun dentro de la Iglesia, ejercen una fortósima presión para llevarla a aceptar la condición homosexual [...]. Los ministros de la Iglesia deben procurar que las personas homosexuales confiadas a su cuidado no se desvíen por estas opiniones”, Íbid.
“La práctica de la homosexualidad amenaza seriamente la vida y el bienestar de un gran número de personas”, Íbid.
“Sólo gracias a la dualidad de lo masculino y lo femenino, lo humano se realiza plenamente”, Juan Pablo II en su Carta a las mujeres (1995).
“Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”, en el Catecismo de la Iglesia Católica.
[Sobre el matrimonio homosexual] “Es necesario oponerse en forma clara e incisiva [...]. En las uniones homosexuales están completamente ausentes los elementos biológicos y antropológicos del matrimonio y de la familia que podrían fundar razonablemente el reconocimiento legal de tales uniones. Estas no están en condiciones de asegurar adecuadamente la procreación y la supervivencia de la especie humana”, Joseph Ratzinger en su Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (2003).
“La ausencia de bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones”[...]. “La integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos a violencia de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano. Ciertamente tal práctica sería gravemente inmoral y se pondría en abierta contradicción con el principio según el cual el interés superior que en todo caso hay que proteger es el del infante”, Ibíd.
“De ningún modo pueden ignorarse las consecuencias negativas que se pueden derivar de la Ordenación de personas con tendencias homosexuales profundamente arraigadas”, el prefecto Zenon Grocholewski en suInstrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional (2005).
“[El matrimonio gay es “una 'movida' del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios [...]. No seamos ingenuos: No se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios”, Jorge Bergoglio en una carta enviada a los cuatro Monasterios de Clausura en Buenos Aires de monjas carmelitas (2010).
“Aquí también está la envidia del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra”, Íb
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