El presidente peruano ha perdido apoyo en los sectores
pobres que impulsaron su candidatura. A cambio, ahora tiene el respaldo del
poder económico
Jaime Cordero Lima
Ollana Humala (D) junto a Evo Morales en un partido de
fútbol sala el pasado 22 de diciembre en Cuzco. / AP
Cinco meses han pasado desde que Ollanta Humala asumió la
presidencia en Perú y la impresión general en el país, celebrada por algunos y
lamentada por otros, es que pocas cosas han pasado, como estaba previsto.
Grandes sectores de la población esperaban (y otros temían) grandes reformas y
un estilo de Gobierno radicalmente distinto de parte de un presidente que,
cuando candidato, presentó un plan titulado La gran transformación, en
el que planteaba grandes cambios en el papel de Estado y la distribución de la
riqueza. A estas alturas, queda claro que el de la gran transformación ha sido
el mandatario, cada vez más desligado de la imagen radical con la que inició su
carrera política.
Si el candidato Ollanta era percibido como un nacionalista
de izquierdas, que incluso llegó a coquetear con el chavismo, el presidente
Ollanta luce ahora como un gobernante de centro derecha, cada vez más cercano
al poder económico, elogiado por el Wall Street Journal y por su
predecesor, Alan García, quien acaba de reconocer que el país “va por buen
camino”.
El cambio de perfil de Humala se ha visto reflejado en
recientes sondeos. Una encuesta de Ipsos Apoyo, publicada por el diario El
Comercio, revela que la aprobación presidencial ha perdido nueve puntos
respecto al mes anterior y 18 respecto a su punto más alto. Del 65% registrado
en setiembre, Humala bajó al 56% en noviembre y al 47% en diciembre. La fuerte
caída se explica por la pérdida de respaldo en las clases medias y bajas del
interior del país, justamente las que votaron por él masivamente en los
comicios y ahora, tras una luna de miel que a duras penas llegó a los cien
días, han vuelto a manifestarse con fuerza, desencadenando varios conflictos
sociales.
Una mirada en detalle de las cifras
explica mejor el fenómeno: en el sur del país, un sector con amplios sectores
de pobreza y caldo de cultivo de serios conflictos, el respaldo al presidente
se ha desplomado del 62% en agosto al 39% en diciembre. En cambio en Lima, la
capital que concentra la mayor parte del potencial económico del país, su
respaldo llega al 49%, una baja de solo cuatro puntos respecto al mes anterior,
y mejor que lo registrado en agosto (un 47%). Más significativo, incluso,
resulta constatar que en el estrato socioeconómico más alto, la aprobación del
presidente llega al 51%, la más alta de todos los sectores. Ollanta, el
candidato que llegó al poder con el voto de los pobres, ahora es mejor visto por
los ricos.
Varios comentaristas y políticos coinciden en que la caída
en la popularidad de Humala se debe a que un importante sector de la población
se siente defraudada por el presidente. “Una buena parte de su electorado
considera que ha traicionado sus promesas y otra parte todavía no confía en
él”, explica el analista Fernando Rospigliosi.
Otro punto de quiebre fue el manejo de los conflictos
sociales, especialmente la protesta en la región Cajamarca, que se paralizó en
oposición al proyecto minero Conga. Un sector de la población, que ve con malos
ojos la inversión minera, esperaba que el presidente -que durante la campaña
había sido muy crítico con estas empresas-, se opusiera con firmeza al
proyecto.
Sin embargo, el presidente fue bien claro en apoyar una
enorme inversión de 4.800 millones de dólares. “La pérdida de apoyo de Humala
en los estratos bajos se acentuó después de que Ollanta dijera que Conga va”,
señala Sinesio López, exprofesor de Humala y, hasta hace poco, asesor de la
presidencia del consejo de ministros. “Yo creo que efectivamente hay
desencanto”, agrega.
“Hay un nuevo posicionamiento político, del centro izquierda
se ha pasado al centro derecha, y los cambios en las encuestas acompañan los
cambios políticos. Por eso ha aumentado el apoyo en las clases medias y altas”,
apunta López, Lo cierto es que el viraje no ha sido solamente discursivo: en
pocos meses, Humala ha depurado su Gobierno, prescindiendo de muchos
representantes de la izquierda y el nacionalismo, tanto en el nivel ministerial
como de asesores.
La reciente renovación del gabinete tuvo, a juicio de varios
analistas y portavoces del Gobierno, la intención de darle cohesión y
uniformidad a los mensajes de un Ejecutivo a todas luces demasiado atomizado,
en el cual convivían representantes de posiciones encontradas y más de una vez,
contradictorias. El nuevo primer ministro, Óscar Valdés, es un comandante del
Ejército retirado y un hombre de confianza de Humala que, a diferencia de su
antecesor, Salomón Lerner, no tiene vínculos con la izquierda.
Sinesio López señala que el viraje del humalismo hacia la
derecha comenzó incluso antes de que Humala ganara las presidenciales. Para
imponerse a Keiko Fujimori en una ajustada segunda vuelta electoral, el
nacionalismo recibió el respaldo de posiciones más de centro y liberales,
representadas por personajes como el expresidente Alejandro Toledo y Mario
Vargas Llosa. Una vez en el poder, sin embargo, Humala tuvo problemas para
articular un Gobierno concertado con dichos sectores y, a juicio de López,
“cedió a la presión de la derecha electoral y mediática”, por lo que terminó
prescindiendo de varios colaboradores de la primera hora, percibidos como los
más radicales.
Aunque Humala sigue teniendo como principal bandera el
crecimiento económico con inclusión social, La gran transformación
parece definitivamente archivada. “Ollanta es un nacionalista de izquierdas, al
menos yo lo conocí así, pero no es un hombre muy ideologizado. Prefiere los
resultados a las ideas. Ese es claramente un rasgo de pragmatismo”, señala
López.
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