La educación en el banquillo
Por Rigoberto Lanz
¿Es posible "pensar sin paradigmas"?
¿Es posible "vivir sin paradigmas"? Tal vez este tipo de
interrogación pueda parecer un tanto retórica pues la respuesta automática
debería ser "No". No,
si se entiende paradigma como lo quiere el amigo Edgar Morin: "Todo supuesto respecto de la vida
misma". Si paradigmas son los supuestos con los cuales pensamos,
hablamos y nos comunicamos; si el lenguaje mismo ya es un supuesto, entonces,
obviamente no se puede ni vivir, ni pensar sin paradigmas.
Pero si paradigma no es solamente eso, como lo sugiere Edgar
Morin, entonces la pregunta es menos retórica. Y si ya nos situamos en este
comienzo del siglo XXI, unos de los rasgos más distintivos de la época que nos
toca vivir es que, en efecto, ciertos paradigmas ya no sirven para pensar,
ciertos paradigmas que nos acompañaron durante largas décadas, siglos incluso,
ya no están en condiciones de pensar el mundo, ya no sirven para explicar el
mundo, para guiar nuestras conductas en el mundo en que estamos.
Entonces, yo diría un tanto eclécticamente que si bien es
cierto que no podemos pensar sin supuestos, no podemos vivir sin supuestos (los
supuestos nos acompañan siempre), hay muchos de ellos, convertidos en fuertes
paradigmas de la civilización, que están hoy en decadencia, hechos añicos, en
crisis. Y por allí comienza, justamente, esta reflexión.
Quisiera introducir entonces la pregunta de si es posible
pensar sin paradigmas, interrogando la propia idea de la crisis de paradigmas,
que es una de las expresiones más recurridas, probablemente, en el vocabulario
académico hoy por hoy: "Crisis de paradigmas". Vivimos una "Crisis
de paradigmas". Pero, ¿qué quiere decir "Crisis de
paradigmas"? ¿A qué se refiere la metáfora misma de "Crisis de
Paradigmas"?
Por lo menos me gustaría invitarles a pasear un poco por
unos tres síntomas de la idea misma de crisis. Para comenzar, como ustedes bien
saben, (porque seguramente han transitado previamente por estos territorios del
mundo epistemológico, de la reflexión sobre el conocimiento), la idea de crisis
está presente de forma abrumadora en todos los discursos. Hasta el punto de que
es un concepto especialmente banalizado. Casi no dice nada, porque todo se
nombra con la palabra "crisis". Por lo tanto, caracterizar una época,
un momento, un paradigma en clave de crisis, no transmite de inmediato nada al
lector; por el enorme poder tivializador que tiene un uso abusivo de esta
palabra "crisis".
Así, nos exponemos con la expresión "Crisis de
Paradigmas" a no decir nada, o a decir muy poco, puesto que la
representación que le sigue a esta expresión está cargada de imágenes de todo
tipo. Entonces habría que resemantizar un poco la idea de crisis y ponerla a
decir algo. Y justamente de eso se trata. Me gustaría marcar una idea central
respecto a la idea de crisis, que nos permita manejamos mejor con la noción de "crisis
de paradigma", y se trata en efecto, de una crisis con "C"
mayúscula. Es una crisis que está nombrando el punto de inflexión de una lógica
civilizatoria. Es una caracterización que quiere poner el centro de atención,
no en éste o aquél aspecto de detalle, de tal o cual saber, disciplina o
ambiente cognoscitivo, sino en el propio centro fundacional de una
civilización. Nada más y nada menos.
Estamos diciendo que la Modernidad, (con "M"
mayúscula), es decir, una civilización, tiene tres o cuatro siglos instaurando
y realizando un modo de ser, de pensar, de producir y de reproducir la vida, el
hombre, la humanidad. Esa Modernidad ha entrado en crisis. ¡Ah! Si lo que está
en crisis es una civilización, su lógica fundante, sus conceptos pivotes
fundamentales, entonces no estamos hablando para nada de una "crisis de
crecimiento", de un accidente, de una aceleración repentina, de una
coyuntura inconveniente, de una anomia reparable; estamos hablando de una
convulsión en la médula fundacional de la civilización que gobierna el globo
terráqueo desde el siglo XVI en adelante, sobre manera, a partir del siglo
XVIII.
Es la Modernidad toda la que ha entrado en crisis. Es decir,
es una civilización, es una lógica, es un modo de entender al mundo, es una
manera de organizar la vida en ese mundo, etc. Sólo sobre este punto obviamente
habría que hacer un largo Seminario.
Habría que tomar nota de las enormes posibilidades de una
investigación detallada sobre estos problemas. Ese no es el caso, por ahora.
Para los fines de este texto ya basta con afirmar que la crisis de la que
hablamos es una situación límite, insisto, que está colocando el propio modo de
entender el mundo contemporáneo en un desideratum y cuestiona, entonces, los
propios fundamentos que dieron pie a toda una civilización que se desarrolla
sobre manera a partir del siglo XVIII, el XIX, el XX.
Crisis que dejará exhausta a esta manera de entender el
mundo (a este "meta-relato" como gustaba decir a J.F.
Lyotard). Por tanto, si esa es la crisis de la que hablamos, entonces crisis de
paradigmas no es un concepto trivial, no es una idea que socorre de manera
accidental las anomias de una cultura. Es un concepto esencial para entender
justamente "por dónde van los tiros", por dónde va,
justamente, la investigación de hoy para reinventar el mundo, para poder
colocarnos en condiciones de entender la fenoménica de este mundo que nos
agobia por su complejidad, por su magnitud.
En segundo lugar, (respecto a las tres grandes señales de la
idea de crisis) yo creo que entró en crisis todo. Digamos que no hay ningún
escenario, esfera, componente de la vida material o espiritual, que no haya
entrado en crisis. Pero me gustaría marcar justamente la idea de crisis de
fundamentos y, en especial, una cadena de conceptos fundacionales de esta
Modernidad, que tienen que ver con la idea de razón, encadenada con la idea de
ciencia, encadenada con la idea de progreso, encadenada con la idea de Sujeto,
encadenada con la idea Historia, encadenada también con la idea de educación.
Quisiera sostener claramente que el concepto de
"educación" fundado por la Modernidad, el único concepto de educación
que vale la pena discutir, está en bancarrota. La educación es una hija
privilegiada de la razón Moderna. La educación es hija de la ciencia, la
educación es hija del concepto de progreso. La educación es hija del sujeto
histórico. Sin estos conceptos matrices la idea de educación no tiene sentido.
Educación es el modo como la Modernidad entendió la forma de reproducir una
cierta idea de la razón occidental, de la razón Moderna; de la razón del
progreso, de la historia centrada, del progreso que viene, de la técnica
convertida, digamos, en materialización de la ciencia. En fin, toda una
constelación conceptual y categorial, sin la cual la idea de educación se
desvanece.
La vieja imagen de paradigmas enfrentados (el marxismo
enfrentaba al positivismo, el estructuralismo enfrentaba al funcionalismo) ya
no se sostiene. Estos son micro-enfrentamientos, guerras secundarias, en
comparación a la idea de que el gran paradigma de la ciencia occidental es el
que ha entrado en crisis, el que ha colapsado, el que ha hecho aguas. Y esa
crisis tiene que ver, insisto, no con una disfunción, no con una anomalía de
una categoría que no funciona, no con un cortocircuito entre conceptos o con una
falla de una teoría respecto a otra.
Lo que está en crisis es la propia lógica fundacional del
paradigma que nos permitía pensar. Lo que está en juego, entonces es, como dice
Edgar Morin en varios de sus libros, todo un modo de pensar. Lo que nombra la
figura de crisis de paradigmas es el agotamiento de una manera de pensar,
crisis de una lógica de pensamiento; crisis de una racionalidad fundante de la
propia manera de entender el mundo, de comprenderlo, de explicarlo.
Por tanto, ese modelo de explicación que habita de forma
privilegiada en el espacio escolar también mostrará sus límites en este ámbito
particular. La escuela es el ambiente simbólico por excelencia para ilustrar
una cultura, el lugar privilegiado donde se pone en evidencia el modo como se piensa
el mundo. Ese entendimiento del mundo, esa circulación de saberes, esos
conocimientos que pueblan las redes semióticas, que circulan en los entramados
intersubjetivos, que habitan el espacio de la escuela y de al universidad, son
expresión crucial de la racionalidad misma de la civilización Moderna. Estamos
diciendo que la herencia de estos tres siglos de ese espacio llamado
universidad, del espacio escolar en su conjunto, ha entrado en crisis.
Y en tercer lugar, la señal con la que quiero concluir esta
idea de crisis es -en la imagen original de este concepto- como posibilidad. La
crisis es también una oportunidad en la acepción que está en antiguas
tradiciones; la crisis es siempre una oportunidad; no es un concepto
forzosamente negativo; para nada es una idea luctuosa, que nos haga resignar y
encoger. Es un concepto siempre cargado de una doble significación. Que algo
entre en crisis... ¡bienvenido!
Que algo está en crisis es porque cosas buenas pueden pasar.
Yo quisiera pensar, entonces, que la crisis a la que me refiero y la crisis de
paradigmas, en particular, es una buena noticia, es algo de lo cual hay que
contentarse, es una señal positiva de que algo va a ocurrir.
Yo quisiera suministrar algunas pistas de lo que está
ocurriendo ya, de lo que ha ocurrido, de hecho, y de lo que puede ocurrir con
la crisis de paradigmas, con la crisis general que vive esta civilización y con
el advenimiento de otro mundo, ese otro mundo que nosotros, los posmodernos,
llamamos una era neobarroca.
Pues bien, creo que ustedes se enfrentan a un mundo en
crisis y ojalá que puedan de ese mundo tomar justamente lo que emerge, lo que
irrumpe, lo desconocido. Hay un mundo que eclosiona, hay un mundo que se hace
visible y hay un mundo que se nos presenta, a veces fantasmáticamente, como lo
desconocido. El mejor desafío para un investigador, para un pensador, es
justamente adentrarse sin temor en las sombras, al claroscuro de lo que no está
conocido, de lo que es borrosamente intuido. (Patético sería graduarse de
"Doctores de lo Obvio").
Eso no va a ocurrir. Cada Tesis de un investigador, como no
es una derivación de lo obvio, es al contrario, una indagación de un territorio
desconocido, medio conocido, poco desarrollado. Eso es precisamente lo que
justificaría un Programa Doctoral, un sistema de estudios, una universidad,
etc.
Así pues, las reflexiones que se arriesgan, las que crean
una pista importante para no tenerle miedo a la crisis (porque la crisis hace
emerger elementos nuevos, hace irrumpir factores desconocidos) son las que
apuestan por la búsqueda sin seguridades, las que desafían el
"canon"; esa es la gracia de la crisis como posibilidad. Vivir en un
período de extrema estabilidad, sin crisis, es pensar el mundo de otra manera,
con otros recursos, por tanto, la emergencia y la irrupción no serían el
ingrediente para nuestros pensamientos.
Otro dato interesante de este mundo que nos toca vivir es,
justamente, la impronta de la incertidumbre, del caos y de lo relativo. Se
trata de pensar en la incertidumbre, no como un dato circunstancial, no por
ahora, sino como una condición sustancial del nuevo modo de vivir esta
realidad, este mundo. No se trata de constatar episódicamente que por los
momentos hay un clima de incertidumbre y no hay más remedio que abandonar las
certezas y transitoriamente acoplarnos a la inestabilidad y la turbulencia.
Sospecho que este modo trivial de plantear el problema está condenado desde el
inicio. La incertidumbre es una condición constitutiva de la nueva realidad que
nos toca vivir.
El mundo posmoderno, que no es un mundo transitorio ni un
estado del tiempo pasajero, tiene como condición esencial de la forma de ser,
de la vida misma, la incertidumbre como una de sus componentes. Por tanto, las
mentes demasiado lógicas, las mentes muy ecuacionadas, las mentes causa-efecto,
las mentes lineales, las mentes simples, la pasan muy mal en un mundo
caracterizado esencialmente por la lógica de la incertidumbre. Pensar en
situación de incertidumbre, actuar en contexto de incertidumbre, es,
justamente, poder poner el pensamiento en capacidad de de vibrar, de no
sucumbir, de no confomarse con lo obvio, efectivamente, cuando no hay ecuación
posible, cuando no hay linealidad posible, cuando no hay causa ni efecto. Los
posmodernos afirman de una forma muy brutal que nada es causa de ningún efecto.
Se acabó aquella lógica, un poco mentirosa, un poco elemental, de que siempre
hay una causa y un efecto. Hay en verdad una errática multicausalidad, en
situaciones tan ambivalentes que hacen que la física de partículas, por
ejemplo, sea una semblanza muy curiosa de poética, discurso pulsional y
aproximativo (como dicen los propios físicos, hoy por hoy).
Sin embargo, esa es parte de las perversiones con las cuales
convivimos y no nos conmovemos frente a ellas. Nos toca vivir un mundo que se
abre, que se ablanda, que se debilita. Al pensamiento posmoderno también se le
llama "pensamiento débil". Pero he aquí una paradoja interesante: la
fortaleza más encumbrante del pensamiento posmoderno es justamente que es débil.
Allí está su fortaleza. Pensamiento débil no es pensamiento aguado. No. La
fortaleza del "pensamiento débil" está en su infinita capacidad de
desplazamiento, de adaptación, de "esponja" de nomadismo y
"vagabundeo" (como gusta decir al amigo Michel Maffesoli). ¿Por qué
será? La metáfora es clara: la hiedra tiene chance de sobrevivir en condiciones
de alta competencia por nutrientes y el roble no. Por su enorme capacidad
rizomática de vivir en movimiento, en las superficies blandas.
Ese es uno de los rasgos característicos de la estructura de
esta nueva sociedad en la cual nos toca vivir, a la que estamos convocados. Se
trata de pensar con una "caja de herramientas" (Michel
Foucault) que tenga la capacidad y la plasticidad de ser emergente, de ser
irrupcional, de ser blanda, de ser esponjosa-porosa, para justamente poder
pensar la complejidad, (más que la visibilidad sólida de las cosas que tenemos
en frente).
Otro planteamiento que en la sutileza y en la pequeña ranura
encuentra su propia verdad lo tenemos en lo instantáneo y lo efímero que es
característico de este tiempo. Este es un tiempo efímero, es un tiempo de la
ambigüedad, un tiempo de la transversalidad, constitutiva de lo real y no
solamente de un estilo de pensar. Por tanto, no hay forma de capturarlo en clave
de ciencia dura, no hay forma de entenderlo en clave de lógica fuerte, no hay
forma de comprenderlo en clave de lógica lineal. El paradigma de la simplicidad
no puede entender el mundo posmoderno... y estamos en un mundo posmoderno. Yo
no estoy inventando el mundo en el que nos toca vivir. En fin, que muchos
colegas todavía no se hayan enterado es algo patético, pero eso pasa muchísimo.
La ignorancia no está en crisis. Uno puede pasarse la vida en su "mundo
feliz" y no se entera que existe un universo conmovido por lo que estoy
diciendo.
En particular en el mundo de la educación, la idea de la
crisis como posibilidad comporta una fuerza especialmente incisiva. La idea
Moderna de "educación" es parte de la crisis, como ya lo he
planteado. ¿Qué es eso de "Ciencias de la Educación"? ¿Cómo "Ciencias
de la Salud"? ¿Cómo "Ciencias del Ambiente" o "Ciencias
jurídicas" o "Ciencias de la Comunicación"?
He allí una aparente paradoja: son efectivamente esas
ciencias las que están en crisis. Por tanto hemos recibido una herencia poco
creíble, algo de suyo sospechoso. Unas tales "Ciencias de la
Educación" no se sostienen a menos que con este rótulo sólo estemos
identificando un gran campo de problemas. Una reunión de disciplinas no agrega
mucho a los problemas epistemológicos de fondo. Una visión
"multidisciplinaria" puede ser útil pragmáticamente (frente a
concepciones estrechamente simplistas) pero eso no resuelve el problema. Que
sean muchas ciencias, una reunión de ciencias, una fiesta de ciencias, eso tiene
poco valor agregado a los efectos de encarar los asuntos de fondo. En tanto que
disciplina, en tanto que lógica disciplinaria, en tanto que discursos de la
simplicidad, esas ciencias, sin excepción, están en crisis.
De la física a la antropología. Sin que quede una sola de
ellas en el camino que diga "es no es conmigo". Les puedo
mostrar fehacientemente, una por una, en qué consiste la crisis de esta larga
cadena ciencias. Eso está ampliamente documentado, de ello justamente me he
ocupado en todos estos años. Lógicamente, esto no es culpa de nadie. Que
algunos colegas estén más enterados de estos asuntos, es algo que se entiende.
El trabajo de investigación epistemológica requiere de mucha dedicación y no
todos transitan de la misma manera por esos territorios.
Un grupo de colegas en el mundo hemos consagrado buena parte
de nuestras vidas a rastrear esta crisis, en mirar por dentro en qué consiste
su impacto en cada ámbito, en singular o en el conjunto de las ciencias. Por
fortuna hecha ahora también se han incorporardo a esta tarea sus propios
mentores: físicos, biólogos, matemáticos, ecólogos, sociólogos. No hay ningún
campo que se exceptúe de esta tremenda conmoción de la crisis de las ciencias.
Las ciencias humanas tienen su especificidad, desde luego. Pero ello sirve para
librarlas de los mismos padecimientos. ¿Y la de la educación? ¿Será la
excepción? ¿Esas "Ciencias de la Educación" tienen alguna
variante respecto a la idea de crisis?
No. Son ciencias que están tocadas en su propia naturaleza y
las encontraremos, entonces, convertidas en discurso educativo (en cuyo caso se
observan las limitaciones en el espacio de las políticas públicas y en las
prácticas escolares) e igualmente conmocionadas por la misma crisis de
paradigmas de la que vengo de hablar. Y esa es una buena noticia. Si hemos
planteado que la crisis es también posibilidades, entonces he aquí una
estupenda oportunidad de pensar la crisis de la educación.
Hay que tomarse la molestia de inventar su propio paradigma
(aún cuando fuera como alegato metafórico del establecimiento de algunos
supuestos básicos) Hay que tomar algún riesgo y disponerse inventar, a pensar
con cierta audacia. Estamos en un momento en donde inventar puede ser la
condición para salir de la crisis. Inventar, lo digo en el sentido fuerte de la
palabra. Hay que arriesgarse a poner por delante nuestra propia capacidad
heurística. (Si el tutor está de acuerdo o no, bueno, podemos negociarlo; pero,
justamente, esa es la gran posibilidad que recibimos de unas "Ciencias
de la Educación" en problemas: la vieja autoridad dogmática pierde
todo pertinencia) Nadie podrá proclamar ahora que el paradigma tal o el
paradigma cual es invocado y todo está arreglado. Por ello es una buena noticia
que justamente las "Ciencia de la Educación" sean (como las
"Ciencias de la salud", como las "Ciencias de la
comunicación", como las "Ciencias del ambiente", como
las "Ciencias administrativas" y toda una cantidad de ciencias
que configuran saberes) especialmente problemáticas hoy por hoy: desde el punto
de vista epistemológico, desde el punto de vista de su fundamentación, desde el
punto de vista metódico.
Buena noticia, porque los investigadores tienen una enorme
posibilidad, un reto para pensar esto desde el comienzo, con su propia
creatividad, con su ingenio, con su talento, con su visión, con sus fantasmas.
Antes había unos señores encargados de dictaminar (en nombre
de la ciencia y las buenas costumbres académicas) si eso era correcto o
incorrecto. Pero hoy no estamos frente a un jurado que pueda prescribir si esto
es verdad o falso, bueno o malo, bello o feo. ¿Desde dónde juzgar la validez
respecto a éste o aquél paradigma?. Sería muy sospechoso (sería poco serio)
estar invocando un paradigma para juzgar lo bien o mal hecho de éste o aquél
autor, de un libro, de una Tesis, de una proposición. Así que esa es una enorme
ventaja a la hora de valorar los efectos beneficios de las crisis.
Claro, implica también más responsabilidad, nos obliga a
pensar complejamente, nos reta a pensar con cabeza propia. Pero, bueno, de eso
se trata, en todo caso.
Buscando una convergencia de cierre de esta reflexión libre,
me gustaría colocar la metáfora de un amigo de la UPEL (Edgar Balaguera) en
Maracay, que ha escrito un libro muy emblemático. Él ha publicado un
interesante libro que se llama La escuela enferma y, justamente, juega con esta
metáfora un poco hospitalaria, lo cual no es tal vez una muy bella evocación
(lo que está enfermo nunca es bello). Pero, justamente, su título sugiere que
en efecto la "enfermedad" de la escuela no es corregible en
las terapéuticas de la Modernidad, no es curable, digamos, con remedios tipo "cambio
de ministro", "cambio de currículo", que es uno de
los deportes favoritos que tenemos en Venezuela. (Cada vez que llega un Rector,
un Decano, un Director de lo que sea, lo primero que se le ocurre es un "cambio
de currículo").
Todas esas cosas son bienvenidas, pero eso no va a curar
esta "enfermedad" de la que habla el amigo Edgar Balaguera en
su libro, que es en el fondo la misma la "enfermedad" de la
crisis civilizatoria de la cual hemos conversado largamente en este texto. Los
conceptos de "escuela", de "educación", de "pedagogía",
y de "didáctica", son justamente los dispositivos discursivos
que están en bancarrota. De allí no se sale con terapias remediales, de esos
límites severos uno no se libera sino a condición de una reflexión muy
profunda, muy crítica, que pueda hacerse cargo de esta agenda esencial de los
nuevos tiempos, y es ese justamente el reto que tienen los investigadores que
laboran más cercanamente al mundo de las "Ciencias de la
Educación".
¿Y en qué otra parte está?
Creo que lo que vale la pena enseñar, (si de enseñar se
trata ya que siempre habrá aprendizajes, sin los cuales nos morimos. Hasta las
células aprenden, así que nosotros somos más grandecitos que una célula...
aunque dice Edgar Morin que una célula tiene más componentes de complejidad que
un parque industrial) es la capacidad de apropiación.
La virtud más querida, más mimada, del hombre de hoy es su
capacidad de apropiación. Lo que deben estar enseañando, de verdad, es la
inteligencia y capacidad para apropiarse: apropiación de la experiencia del
otro, sobre manera. ¿En que se diferencia la inteligencia de la torpeza? En que
la inteligencia es capaz de apropiarse de la experiencia del otro. Los torpes
no desarrollan experiencias de aprendizaje de esta complejidad y cometen
siempre los mismos errores. Entonces, la idea de formación debe estar asociada
a la experiencia cognitiva, ético-política, cultural, de nueva socialiad, de
cooperación, de solidaridad con el otro. Creo que todo esto requiere de
aprendizajes. Eso no viene en ningún código genético, no hay ningún cromosoma
que comande la capacidad de apropiación. Eso hay que cultivarlo: cultivar la
capacidad de apropiación de la experiencia (de nuestra experiencia, de la
experiencia de la cognición, de la experiencia de la formación, de la
experiencia de la creatividad, de la experiencia de la sensibilidad).
De nada valdría un descomunal esfuerzo de investigación en
el ámbito de las "Ciencias de la Educación" si ello no está
acompañado al mismo tiempo de la enorme posibilidad de que los intelectuales
dejen como rastro, como acumulación, como hecho visible, justamente, un aporte
a las interrogaciones que vengo de nombrar. Sería una lástima que esas
angustias que venimos de compartir pasaran a formara parte de los recuerdos
lejanos, sin ninguna incidencia en el quehacer cotidinado en las comunidades
académicas.
No podemos pretender que este texto marque la agenda de las
próximas investigaciones. No tengo esa pretensión. Quisiera solamente compartir
algunas de estas interrogaciones que, seguramente, forman parte no sólo de un
saber universal que está hoy día puesto en todas las agendas internacionales de
discusión, sino que son vitales para la universidad, para este país. Se trata
de un aporte esencial para entender el mundo en el que estamos. Cómo podemos
reconducir una cosa tan vital para el país como es su sistema educativo todo,
su sistema se educación superior en particular.
Estas sociedades enfermas de exclusión no es obvio que vayan
para algún lugar asegurado de antemano, como para dormir tranquilos. Les consta
a todos los ciudadanos con un mínimo de visión crítica. Estas sociedades están
permanentemente en peligro, ellas mismas como "comunidad de
destino". Por tanto, el esfuerzo en el campo de la educación no puede
ser un dato aislado, solitario, completamente fragmentado, destinado a la
fábrica de profesiones. Es un esfuerzo que tiene que estar mirando al país, sus
posibilidades y sus desafíos. Sus enormes riegos, que hoy están planteados muy
dramáticamente, por cierto; pero también sus enormes posibilidades.
Si hay un chance de país, si hay un chance como para tener
una sociedad decente y digna, apta para vivir en ella (que no tengamos ganas de
irnos a Miami, a París o a Tokio) ello demanda una enorme responsabilidad
ético-política en primer lugar. Luego, nuestros aportes en el campo que sea
tienen un valor enorme, mucho más hoy que en condiciones de estabilidad y de
lógicas instaladas. Nuestro aporte, por muy modesto que sea y por muy solitario
que se vea en su proporción, en nuestros laboratorios, estudios o bibliotecas,
es un aporte esencial para expandir las posibilidades de Venezuela en su
educación, en su vida universitaria, pero también en toda ella, como sociedad
viable. Si así fuera les aseguro que me gustaría estar por allí compartiendo
con todos la hazaña de haberla hecho posible.
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