Reseña del libro China: de la revolución a la restauración capitalista, con textos de Nahuel Moreno y otros autores, publicado en Argentina por Editora CeHus, 2019.
Por Reynaldo Saccone*
El 1º de octubre de 1949 triunfaba la revolución en China, el país más poblado del planeta. Ese día, cayó la dictadura de Chiang Kai-shek, sanguinario gobierno del Frente Nacionalista (Kuomintang) y los terratenientes y tomó el poder el Partido Comunista chino. Lo encabezaba Mao Tse-tung, conductor del Ejército Popular de Liberación, y máximo dirigente de una multitudinaria revolución campesina que durante años enfrentó a la dominación japonesa y luego al Kuomintang en una prolongada guerra de guerrillas.
El libro que hoy presentamos trata de este colosal proceso revolucionario, el más importante del siglo XX después de la revolución rusa. No se trata de una historia de la revolución. Es una colección de textos políticos producidos al calor de los acontecimientos con el objetivo de analizar los distintos momentos de aquel proceso y su ensamble con la realidad internacional, destinados a armar programáticamente y a orientar la lucha de los revolucionarios. Una sucinta cronología, permite orientar al lector en la sucesión de hechos fundamentales de la historia del coloso asiático.
El corazón de esta publicación lo constituye La Revolución China e Indochina, el trabajo escrito por Nahuel Moreno en 1967, en pleno desarrollo de la “revolución cultural”, a pedido de Ernest Mandel, quien dirigió la edición del libro 50 Years of World Revolution 1917-1967, An International Symposium, Merit Publishers, New York, 1968.
Moreno no tenía la ventaja del historiador que analiza los acontecimientos post factum, una vez sedimentados. Por el contrario, como dirigente revolucionario debió dar respuesta a los problemas políticos, y aún teóricos, a medida que el desarrollo tumultuoso de esta gran revolución los iba planteando. Entre los nuevos desafíos teóricos que generó el proceso chino no es menor la originalidad del carácter de clase de la revolución. A diferencia de la revolución rusa de 1917, claramente hegemonizada por la clase obrera urbana, la china fue sostenida, y llevada al triunfo por el campesinado. No fue una insurrección urbana con un partido revolucionario a la cabeza y basada en soviets, (organismos democráticos de delegados de obreros, soldados y campesinos), como sucedió en Petrogrado, Moscú y otras ciudades rusas. En China se vivió una prolongada guerra civil, de guerrillas, en el campo, sostenida por un partido-ejército campesino, que concluyó liberando los centros urbanos.
Define también a la dirección maoísta y al Partido Comunista chino como stalinistas por el programa y el régimen político al interior del partido y del país. Por el programa, porque tenían la concepción de la revolución por etapas. Una primera, de unidad con la burguesía “nacional”. Otra, segunda y futura, socialista. Por el régimen político, porque trasladaban la disciplina militar al régimen interno del partido y, por añadidura, al resto de la sociedad. No hubo organismos de democracia obrera. No obstante este doble carácter stalinista, no fueron satélites de la conducción de Stalin y el Partido Comunista de la URSS. La revolución china fue diferente desde su origen con los países del este europeo. Éstos sí fueron satélites de la URSS porque al ser expulsadas las fuerzas del Reich nazi por el Ejército Rojo, la imposición de los nuevos gobiernos y la expropiación de la burguesía se realizaron bajo su directa tutela burocrática.
El triunfo de Mao y el avance hacia la expropiación de la burguesía al calor de la colosal revolución campesina abrió un debate en la IV Internacional. Por un lado, deslumbrado por el éxito revolucionario, el sector expresado por Ernest Mandel y Livio Maitán sostuvo que “quienes encabezan revoluciones triunfantes son revolucionarios”. Minimizaba el carácter burocrático de la conducción de Mao y su política stalinista de unidad con la burguesía y de “socialismo en un solo país”. Capitulaba así ante el maoísmo.
Moreno, en cambio, reivindicó con fuerza la importancia del triunfo y los avances de la revolución socialista por la ruptura con la burguesía y el imperialismo en China, y la novedosa importancia del método de la guerra de guerrillas, pero señaló críticamente el carácter burocrático del maoísmo y las limitaciones surgidas del hecho de ser un proceso campesino. Enfatizó Moreno la ausencia de democracia obrera y que la expropiación de la burguesía no se produjo porque fuera parte del programa del PC chino sino por la combinación del triunfo de la revolución y la situación internacional.20190905 contratapa libro china
La posición de Moreno se completaba criticando el enfoque de los sectarios que, basados en el carácter campesino de la revolución y las limitaciones políticas del programa maoísta, negaban el colosal triunfo que significaba el inicio de la revolución socialista en China.
Moreno, también, estudió otro hecho importante de la lucha de clases en China que fue la llamada “gran revolución cultural”. Se inició unos años después del estallido del conflicto China-URSS y abarcó grandes masas juveniles. Fue alentada por el sector burocrático de Mao, quien la dirigió contra los otros sectores de la burocracia gobernante en una lucha despiadada. Comenzó en 1966 y ya en enero de 1967 se había convertido en una movilización de masas en todo el país de tal magnitud que también comenzaba a involucrar sectores obreros urbanos. Fue entonces que el mismo Mao debió ordenar al ejército que interviniera para terminar con el movimiento. Sin embargo, recién en abril de 1969 éste pudo ser clausurado oficialmente, en ocasión del IX Congreso del Partido Comunista chino.
Moreno polemizó, entonces, con el dirigente trotskista italiano Livio Maitán. Señaló las insuficiencias de la declaración de la IV Internacional (Secretariado Unificado) sobre la “revolución cultural”. Llamó la atención sobre la necesidad de hacer una caracterización de clase exhaustiva del régimen chino. Insistía en que esa grave lucha inter burocrática reflejaba profundas presiones de clase que permitían a la tendencia burocrática de Mao-Lin Piao recostarse en el movimiento de masas para sobrevivir ante el embate de otros segmentos burocráticos.
En el último trabajo escrito por Moreno sobre China en Correo Internacional N° 13, en 1985, reseña la derechización del régimen chino y el giro hacia la conciliación con el imperialismo yanqui iniciado por Mao en los años ’70. Con su sucesor Deng Xiaoping ese giro a la derecha se hará impetuoso y se producirá sin retorno la apertura al capitalismo.
Ese mismo número de Correo Internacional, trae una contribución de Oswaldo Garmendia, Raphael Coat (seudónimo que usé en esa oportunidad) y Eugenio Greco en que se describe el proceso de apertura a las inversiones capitalistas extranjeras y los pasos dados en el restablecimiento de la propiedad privada en el campo y la ciudad. Ese trabajo tuvo el valor de alertar tempranamente sobre el peligro de la restauración capitalista en China. Sostuvimos en ese momento que ésta no era posible sin mediar un aplastamiento político y militar de las masas por sectores burgueses. La realidad contradijo ese aspecto del pronóstico y fue la propia burocracia del PC la que gradualmente restauró el capitalismo.
El trabajo de Miguel Sorans retoma en 2008 la evolución del proceso chino. Ubica los hechos que pavimentan el camino hacia la restauración capitalista, primero y a convertir a China en una gran economía capitalista, después. Dentro de ellos, quizá el decisivo, fue el aplastamiento de las movilizaciones de millones de jóvenes estudiantes y obreros en toda China, con epicentro en la masacre de los miles y miles que ocuparon por más de un mes la plaza Tiananmen, en Pekín en junio de 1989.
Sienta la caracterización del estado chino como capitalista y su régimen como una dictadura asentada en el Partido Comunista. Cuestionando la ideología en boga sobre el progreso de la China capitalista, el trabajo abunda en datos sobre la superexplotación y miseria de las masas chinas, como, asimismo, el control dictatorial de la vida social. Señala también las innumerables luchas obreras y populares que se desenvuelven espontáneamente en todos los rincones. Finalmente, plantea que el futuro de China depende de la repercusión de la crisis económica mundial en el país, y, fundamentalmente del desarrollo de la lucha de clases.
Polemiza con el castro-chavismo, quien ve en China un camino a seguir y un soporte económico a aprovechar. Son quienes denominan “actualización del socialismo” a las medidas de restauración capitalista en Cuba, del “socialismo del siglo XXI” en Venezuela, del “socialismo comunitario” en Bolivia. Hay otro sector que –sin llegar al extremo de decir que es el “socialismo del futuro”– sostiene que China puede actuar como socio comercial, inversor productivo directo y financista en beneficio de los sectores obreros y populares. Sostienen que la alianza con la potencia asiática serviría para contra balancear el peso del imperialismo. Se olvidan del carácter de clase, capitalista, de la dictadura china y, en ese sentido, parte del capitalismo mundial.
En las Tesis Políticas Mundiales de la UIT-CI del 2013, en su capítulo VI, se avanzan en el estudio y definición de China. La restauración ha llevado a China a ser una gran potencia capitalista. Pero, como dicen las Tesis, “(…) la definición de China como país capitalista tiene sus peculiaridades”. Se trata de un fenómeno nuevo y complejo. Empezando por el hecho de que siendo capitalista, está conducido por una dictadura del PC que sigue diciendo que están “desarrollando el socialismo”. Las definiciones que el lector encontrará en los textos más actuales siempre estarán abiertos a nuevas elaboraciones, ya que toda definición puede ser superada por la realidad.
Una de las grandes contradicciones son los datos que muestran que China es la segunda potencia mundial y que, por otro lado, es uno de los más pobres. Tomando en cuenta los datos del PBI suministrados por el Banco Mundial para 2018, vemos que China alcanza los 13.608 billones de dólares, solo superada por los 20.494 billones de los EE.UU. Muy lejos, siguen Japón con 4.971 billones y Alemania con 3.996 billones. Muy distinta es la ubicación de la novel potencia asiática si tomamos en cuenta su PBI per cápita, también correspondiente a 2018. En este último caso, China queda bien atrás. Los EE.UU. alcanzan 62.850 dólares per cápita; Alemania, 47.450 y Japón, 41.340. China apenas llega a los 9470, siendo superada, entre muchos países, incluso por la Argentina que tiene 12.370 dólares per cápita.
Con este libro ofrecemos al lector nuestro enfoque sobre la importancia que tuvo a mediados del siglo pasado el triunfo de la revolución socialista en China, sus enormes logros y su posterior retorno al capitalismo de la mano de la burocracia totalitaria del Partido Comunista.
* Reynaldo Saccone es integrante de Izquierda Socialista. Estudiaba medicina cuando ingresó en 1965 al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) que encabezaba Nahuel Moreno. Colaboró en los periódicos partidarios La Verdad y Avanzada Socialista. Durante la dictadura, proscripto el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), participó en organismos de oposición pública al régimen. En los ’80, fue miembro de la redacción de Correo Internacional, que dirigía Moreno. Es parte de la conducción del Sindicato de Profesionales de Salud de la Provincia de Buenos Aires, de cuya fundación participó y del que fue presidente.
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