miércoles, 16 de enero de 2019

El eco de la revolución espartaquista


Manifestantes izquierdistas, ayer en Berlín; la pancarta con las efigies de Liebknecht y Luxemburg dice: 


“¡A pesar de todo esto!” (Michele Tantussi / Getty)

Por María-Paz López (La Vanguardia)


Alemania recuerda el asesinato hace cien años de 

Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, 

figuras míticas de la izquierda

14 de enero de 2019. Al terminar en noviembre de 1918 la Primera Guerra Mundial se gestó en la derrotada Alemania una revolución. En los fríos días de enero de hace ahora un siglo, en las calles de Berlín hubo barricadas, disparos y muertos; y cayeron asesinados dos personajes míticos de la izquierda: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, líderes de la Liga Espartaquista y del Partido Comunista de Alemania (KPD). Mañana se cumplen cien años del crimen. Cuando la revuelta ya había fracasado, el 15 de enero de 1919, soldados del Freikorps –milicias procedentes del ejército imperial, que conservaron las armas al regresar a Alemania tras el armisticio– apresaron y mataron a Liebknecht y Luxemburg.

Cada año en el aniversario, la izquierda les homenajea con una manifestación hasta el cementerio berlinés de Friedrichsfelde, donde están enterrados. Así, ayer desfilaron bajo la lluvia miles de personas portando flores y banderas rojas.

Alemania recuerda estos días con exposiciones y conferencias aquella revolución que tocó muchas ciudades, en las que obreros y soldados formaban juntas populares que coexistían con la vieja administración imperial, en un clima de alta tensión y enfrentamiento por el poder. Berlín como capital fue escenario de sucesos sangrientos y decisivos.


“La memoria histórica sobre la revolución era lógicamente distinta durante la guerra fría; hasta los años sesenta, en la Alemania occidental se veía como un intento de establecer una república bolchevique, y en la Alemania del Este era casi un mito fundacional”, explica el historiador Gernot Schaulinski, uno de los dos comisarios de la exposición Berlín 18/19. La larga vida de la Revolución de Noviembre, en el Mär­kisches Museum, museo de la historia de Berlín. “Luego eso cambió –añade Martin Düspohl, el otro comisario–. En la Alemania occidental empezó a verse también como un momento histórico más de la lucha por las libertades y la democratización, y en la RDA se dejó de lado, porque Stalin afirmó que no había sido una revolución comunista”.

En puridad, la revolución empezó el 9 de noviembre de 1918, con la abdicación del káiser Guillermo II por el desastre bélico, y la designación de un gobierno provisional socialdemócrata a la espera de elecciones. Ese mismo día 9, una multitud aplaudió la proclamación de la República Alemana, realizada por el socialdemócrata Philipp Scheidemann desde una ventana del Reichstag. Esa era la república oficial, pero no la única que quería aflorar. Pocas horas después, Karl Liebknecht declaraba la República Socialista Libre de Alemania desde un balcón del palacio real (que ya no existe), y otras masas aplaudieron.

Con la revolución rusa en mente, Luxemburg, Liebknecht y otros izquierdistas fundaron el 31 de diciembre de 1918 el Partido Comunista de Alemania (KPD). Antes, a finales de 1914, ellos mismos habían creado la Liga Espartaquista, así llamada por Espartaco, líder de la mayor rebelión de esclavos del imperio romano. Karl Liebknecht, abogado, había sido socialdemócrata, y la judía polaca Rosa Luxemburg era una brillante teórica marxista.

En enero de 1919 estalló en Berlín la revuelta. Surgió de modo espontáneo, pero ha quedado identificada con los espartaquistas, que se sumaron pronto pese a las dudas iniciales de Karl y Rosa, que no creían disponer aún de fuerzas suficientes.

La chispa fue la destitución del jefe de la policía, el izquierdista Emil Eichhorn. Grupos armados se echaron a la calle, y ocuparon edificios oficiales y redacciones de periódicos. Son famosas las imágenes de grandes bobinas de papel prensa usadas como barricadas por los revolucionarios. El Ejecutivo socialdemócrata, deseoso de restablecer el orden ante las inminentes elecciones que darían lugar a la república de Weimar, recurrió al Freikorps para una represión brutal.

Los combates siguieron hasta la caída el 12 de enero del último ba­luarte revolucionario, la Jefatura de Policía. El día 15, Luxemburg y Liebknecht, ambos de 47 años, fueron detenidos por un comando del Freikorps cuyo jefe, Waldemar Pabst, decidió ejecutarlos, con respaldo tácito o explícito del ministro de Defensa, el socialdemócrata Gustav Noske. (La presidenta del SPD, Andrea Nahles, admitió hace poco que era “probable” algún rol de Noske en las muertes.) El cadáver de Karl acabó en una morgue, y Rosa, mortalmente herida o muerta, fue arrojada a un canal. Su cuerpo apareció cinco meses después. Los crímenes quedaron impunes.

Así, con el concurso de milicias que apuntaban ya rasgos de extrema derecha, arrancó la república de Weimar. La socialdemocracia había aplastado una revolución –cientos de comunistas fueron ejecutados–, pero la república democrática sucumbiría más tarde al nazismo.

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