Las mujeres dando comienzo a la revolución de febrero. Febrero de 1917: comienza la Revolución Rusa |
Por: El Socialista
Izquierda Socialista
Argentina
Una insurrección espontánea, que duró cinco días, terminó con el régimen. Nadie imaginaba cuando comenzó que terminaría con la caída de la monarquía feudal de los zares. Era el comienzo de la revolución rusa de 1917, que en octubre llevaría a la toma del poder por los obreros y campesinos
A comienzos del siglo XX Rusia era un país enorme con 170 millones de habitantes, en su amplia mayoría campesinos analfabetos y muy atrasados, que vivían en condiciones de superexplotación por parte de los terratenientes (aunque desde 1861 ya se había abolido la servidumbre). Sin embargo, este atraso coexistía con algunas ciudades como Petrogrado, Moscú, Kiev, Varsovia (que formaba parte del imperio zarista) en las que se concentraban grandes fábricas y una enorme cantidad de obreros. Un ejemplo a mencionar de este desarrollo desigual era la extensa red ferroviaria, la segunda del mundo, que convivía en su modernidad con un régimen político totalitario y feudal.
En 1914, al estallar la primera guerra mundial, el zarismo se alió con Gran Bretaña y Francia, sumándose de ese modo a la guerra interimperialista contra Alemania y el imperio Austro-húngaro. Tres años después, los efectos de la guerra habían generado un agravamiento sin precedentes de las condiciones de vida de las masas. Los campesinos, soldados y trabajadores rusos vivían cada vez más penurias: tres años de guerra habían empeorado drásticamente sus condiciones de vida, ya históricamente miserables. Las hambrunas hacían estragos, millones habían muerto en el frente de batalla y los obreros sufrían la explotación insoportable de las patronales mientras la represión del régimen autocrático del zar (emperador) era cada vez mayor. Esta situación fue incentivando las luchas de las masas rusas. Las huelgas comenzaron a sucederse en forma creciente, aumentando la tensión en el campo y la insubordinación entre los soldados.
Los hechos
El 8 de marzo (23 de febrero según el antiguo calendario ruso-juliano1) fecha en la que se celebraba el Día Internacional de la Mujer, miles de obreras de fábricas textiles de Petrogrado se declararon en huelga. Rápidamente se sumaron a la acción los obreros de la barriada de Viborg, orientados por los bolcheviques. Nadie imaginaba entonces, que se estaba iniciando la revolución rusa de Febrero de 1917.
Al día siguiente, la mitad de los obreros fabriles de Petrogrado se habían sumado a la medida y se movilizaban hacia el centro de la ciudad. Entre el griterío de la muchedumbre se escuchaban las consignas: “¡pan!”, “¡abajo la autocracia!” y “¡Abajo la guerra!”.
El día 25 se sumaron los trabajadores del transporte y los estudiantes universitarios. Ese día se sucedieron violentos choques con la policía. No obstante, un rumor comenzó a esparcirse entre los manifestantes: los cosacos, la fuerza represiva más dura del zar, prometía no disparar. El malestar social general hacía mella en el ejército y comenzaba a influir en la moral de los soldados. Esta fue una de las claves para el posterior triunfo de la insurrección. Astutamente, el pueblo confraternizaba con la tropa. Los más audaces, se metían entre ella e invitan a los soldados a pasarse al lado del pueblo.
Frente a esta situación, el gobierno incrementa la represión, apelando a cuerpos militares menos influenciados por el pueblo. El 26 de febrero las fuerzas del zar atacaron duramente dejando un saldo de 40 muertos. Pero los regimientos siguieron deshaciéndose: miles de soldados conmovidos por la matanza se negaron a reprimir y se unieron al levantamiento, transformando la huelga en una insurrección. Esa misma noche obreros y soldados, equipados con armamento arrancado al ejército zarista, se apoderaron de los puntos más importantes de la ciudad: estaciones de trenes, correo, telefónicas y tranvías. Al día siguiente se dirigieron a la Duma (equivalente al parlamento). Luego de cinco días de lucha encarnizada, triunfó una insurrección espontánea que derrocó a la dinastía ancestral de los zares y puso en movimiento a los millones de sojuzgados de las ciudades, los campos y las trincheras. El triunfo de la revolución era un hecho.
La paradoja de la revolución de febrero
Tras el triunfo de la revolución se abrieron enormes libertades populares, se liberaron los presos políticos y volvieron los exiliados. Pero al mismo tiempo se abría un interrogante. ¿Quién asumiría el poder? De hecho surgió lo que se va a llamar un “poder dual”: por un lado un gobierno provisional, burgués, con el partido Kadete (liberal) al frente. Por el otro, al calor de las luchas habían resurgido los soviets (consejos), retomando la experiencia de la revolución de 1905 (ver ES N° 284). Se trataba de organismos de discusión y organización política conformados por delegados de obreros y soldados. En ellos se agrupaban los principales activistas de la revolución y actuaban distintas corrientes políticas.
Pero en ese primer momento los dirigentes de los soviets no pelearon por el poder. Por el contrario, se lo cedieron al gobierno provisional burgués. Para febrero de 1917 el ala revolucionaria de los socialistas rusos (los bolcheviques) era minoritaria en los soviets y sus principales dirigentes (Lenin entre ellos) estaban exiliados. Fue así que asumieron la conducción de los soviets corrientes conciliadoras y reformistas como los mencheviques y los socialrevolucionarios (partido que representaba centralmente al campesinado). Una vez derrocado el zar estos partidos orientaron a los soldados a volver a los cuarteles y a los obreros a terminar la huelga general y apoyar al gobierno provisional.
Así se produjo lo que León Trotsky denominó en su libro “Historia de la Revolución Rusa” la paradoja de la revolución de febrero: aunque había sido protagonizada por obreros y soldados –que eran en su amplia mayoría campesinos- el poder político quedó en manos de los partidos de la burguesía (los kadetes y los partidos obreros conciliadores).
Pero este nuevo gobierno tenía como objetivo defender los intereses de la burguesía rusa, quería frenar la movilización revolucionaria y mantenerse en la guerra junto con las potencias imperialistas occidentales. Por eso nunca iba a dar solución a las grandes demandas de las masas obreras y campesinas y estaba llamado, tarde o temprano, a chocar contra ellas: “la paz”, que sólo podía obtenerse sacando a Rusia de la guerra imperialista (primera guerra mundial), “el pan” ante el desabastecimiento, la carestía y la explotación; y “la tierra”, la histórica demanda campesina de reforma agraria .
El partido bolchevique, dirigido por Lenin y Trotsky, que no había apoyado al nuevo gobierno, iba ganando terreno. Era el único que defendía consecuentemente los intereses de obreros, soldados y campesinos, como parte de su defensa de la independencia política de clase, el rechazo a la guerra interimperialista y la lucha por la revolución socialista. Siendo minoritarios en febrero, los bolcheviques fueron ganando cada vez más peso en las fábricas y en los soviets y tan solo ocho meses después dirigieron una nueva insurrección triunfante que instauró el gobierno de los soviets, el primer gobierno obrero y campesino de la historia de la humanidad, iniciando la revolución socialista. En posteriores entregas de El Socialista iremos narrando el proceso que se desencadenó en ese triunfo.
1. El atraso de la Rusia zarista se reflejaba en el hecho de que se seguía utilizando el antiguo calendario juliano, caduco en el resto de Europa desde el siglo XVII, momento en que se reemplazó por el calendario gregoriano vigente en la mayor parte del mundo hasta la actualidad.
Una insurrección espontánea, que duró cinco días, terminó con el régimen. Nadie imaginaba cuando comenzó que terminaría con la caída de la monarquía feudal de los zares. Era el comienzo de la revolución rusa de 1917, que en octubre llevaría a la toma del poder por los obreros y campesinos
A comienzos del siglo XX Rusia era un país enorme con 170 millones de habitantes, en su amplia mayoría campesinos analfabetos y muy atrasados, que vivían en condiciones de superexplotación por parte de los terratenientes (aunque desde 1861 ya se había abolido la servidumbre). Sin embargo, este atraso coexistía con algunas ciudades como Petrogrado, Moscú, Kiev, Varsovia (que formaba parte del imperio zarista) en las que se concentraban grandes fábricas y una enorme cantidad de obreros. Un ejemplo a mencionar de este desarrollo desigual era la extensa red ferroviaria, la segunda del mundo, que convivía en su modernidad con un régimen político totalitario y feudal.
En 1914, al estallar la primera guerra mundial, el zarismo se alió con Gran Bretaña y Francia, sumándose de ese modo a la guerra interimperialista contra Alemania y el imperio Austro-húngaro. Tres años después, los efectos de la guerra habían generado un agravamiento sin precedentes de las condiciones de vida de las masas. Los campesinos, soldados y trabajadores rusos vivían cada vez más penurias: tres años de guerra habían empeorado drásticamente sus condiciones de vida, ya históricamente miserables. Las hambrunas hacían estragos, millones habían muerto en el frente de batalla y los obreros sufrían la explotación insoportable de las patronales mientras la represión del régimen autocrático del zar (emperador) era cada vez mayor. Esta situación fue incentivando las luchas de las masas rusas. Las huelgas comenzaron a sucederse en forma creciente, aumentando la tensión en el campo y la insubordinación entre los soldados.
Los hechos
El 8 de marzo (23 de febrero según el antiguo calendario ruso-juliano1) fecha en la que se celebraba el Día Internacional de la Mujer, miles de obreras de fábricas textiles de Petrogrado se declararon en huelga. Rápidamente se sumaron a la acción los obreros de la barriada de Viborg, orientados por los bolcheviques. Nadie imaginaba entonces, que se estaba iniciando la revolución rusa de Febrero de 1917.
Al día siguiente, la mitad de los obreros fabriles de Petrogrado se habían sumado a la medida y se movilizaban hacia el centro de la ciudad. Entre el griterío de la muchedumbre se escuchaban las consignas: “¡pan!”, “¡abajo la autocracia!” y “¡Abajo la guerra!”.
El día 25 se sumaron los trabajadores del transporte y los estudiantes universitarios. Ese día se sucedieron violentos choques con la policía. No obstante, un rumor comenzó a esparcirse entre los manifestantes: los cosacos, la fuerza represiva más dura del zar, prometía no disparar. El malestar social general hacía mella en el ejército y comenzaba a influir en la moral de los soldados. Esta fue una de las claves para el posterior triunfo de la insurrección. Astutamente, el pueblo confraternizaba con la tropa. Los más audaces, se metían entre ella e invitan a los soldados a pasarse al lado del pueblo.
Frente a esta situación, el gobierno incrementa la represión, apelando a cuerpos militares menos influenciados por el pueblo. El 26 de febrero las fuerzas del zar atacaron duramente dejando un saldo de 40 muertos. Pero los regimientos siguieron deshaciéndose: miles de soldados conmovidos por la matanza se negaron a reprimir y se unieron al levantamiento, transformando la huelga en una insurrección. Esa misma noche obreros y soldados, equipados con armamento arrancado al ejército zarista, se apoderaron de los puntos más importantes de la ciudad: estaciones de trenes, correo, telefónicas y tranvías. Al día siguiente se dirigieron a la Duma (equivalente al parlamento). Luego de cinco días de lucha encarnizada, triunfó una insurrección espontánea que derrocó a la dinastía ancestral de los zares y puso en movimiento a los millones de sojuzgados de las ciudades, los campos y las trincheras. El triunfo de la revolución era un hecho.
La paradoja de la revolución de febrero
Tras el triunfo de la revolución se abrieron enormes libertades populares, se liberaron los presos políticos y volvieron los exiliados. Pero al mismo tiempo se abría un interrogante. ¿Quién asumiría el poder? De hecho surgió lo que se va a llamar un “poder dual”: por un lado un gobierno provisional, burgués, con el partido Kadete (liberal) al frente. Por el otro, al calor de las luchas habían resurgido los soviets (consejos), retomando la experiencia de la revolución de 1905 (ver ES N° 284). Se trataba de organismos de discusión y organización política conformados por delegados de obreros y soldados. En ellos se agrupaban los principales activistas de la revolución y actuaban distintas corrientes políticas.
Pero en ese primer momento los dirigentes de los soviets no pelearon por el poder. Por el contrario, se lo cedieron al gobierno provisional burgués. Para febrero de 1917 el ala revolucionaria de los socialistas rusos (los bolcheviques) era minoritaria en los soviets y sus principales dirigentes (Lenin entre ellos) estaban exiliados. Fue así que asumieron la conducción de los soviets corrientes conciliadoras y reformistas como los mencheviques y los socialrevolucionarios (partido que representaba centralmente al campesinado). Una vez derrocado el zar estos partidos orientaron a los soldados a volver a los cuarteles y a los obreros a terminar la huelga general y apoyar al gobierno provisional.
Así se produjo lo que León Trotsky denominó en su libro “Historia de la Revolución Rusa” la paradoja de la revolución de febrero: aunque había sido protagonizada por obreros y soldados –que eran en su amplia mayoría campesinos- el poder político quedó en manos de los partidos de la burguesía (los kadetes y los partidos obreros conciliadores).
Pero este nuevo gobierno tenía como objetivo defender los intereses de la burguesía rusa, quería frenar la movilización revolucionaria y mantenerse en la guerra junto con las potencias imperialistas occidentales. Por eso nunca iba a dar solución a las grandes demandas de las masas obreras y campesinas y estaba llamado, tarde o temprano, a chocar contra ellas: “la paz”, que sólo podía obtenerse sacando a Rusia de la guerra imperialista (primera guerra mundial), “el pan” ante el desabastecimiento, la carestía y la explotación; y “la tierra”, la histórica demanda campesina de reforma agraria .
El partido bolchevique, dirigido por Lenin y Trotsky, que no había apoyado al nuevo gobierno, iba ganando terreno. Era el único que defendía consecuentemente los intereses de obreros, soldados y campesinos, como parte de su defensa de la independencia política de clase, el rechazo a la guerra interimperialista y la lucha por la revolución socialista. Siendo minoritarios en febrero, los bolcheviques fueron ganando cada vez más peso en las fábricas y en los soviets y tan solo ocho meses después dirigieron una nueva insurrección triunfante que instauró el gobierno de los soviets, el primer gobierno obrero y campesino de la historia de la humanidad, iniciando la revolución socialista. En posteriores entregas de El Socialista iremos narrando el proceso que se desencadenó en ese triunfo.
1. El atraso de la Rusia zarista se reflejaba en el hecho de que se seguía utilizando el antiguo calendario juliano, caduco en el resto de Europa desde el siglo XVII, momento en que se reemplazó por el calendario gregoriano vigente en la mayor parte del mundo hasta la actualidad.
En el prólogo a su “Historia de la revolución rusa” León Trotsky reflexiona acerca de los cambios bruscos, repentinos y muchas veces inesperados que se producen en las revoluciones: “La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos. […] En momentos normales el estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales, y con su intervención, crean un punto de partida para un nuevo régimen”.
D.G.M.
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