Correo del Caroní
rsiverio@correodelcaroni.com
“Voy contra los corruptos”, prometió Maduro en sus tiempos de campaña. “¡Ahora sí!”, aseguró el Presidente en la era de un “Dakazo” que asomó ciertas luces para la economía. “Estamos haciendo los cambios necesarios para poder avanzar”, explicó en otro de sus reacomodos ministeriales. “Tenemos un plan contra la guerra económica”, anunció cuando ya la escasez y las colas arropaban su gestión…
Así, entre anuncios, promesas y expectativas, transcurrieron más de dos años y medio desde que el presidente de la República, Nicolás Maduro, asumió la regencia de Miraflores. Dos años y medio en los que todo despliegue de reuniones, nuevos ministerios y estados mayores se estrellaron en la crudeza de una realidad económica y social que superó con creces las capacidades del “Think Tank” revolucionario. Dos años de muchos mea culpa y poquísimas mejoras… si es que en un momento hubo alguna.
Con semejante panorama marcado por una crisis generalizada -reconocida incluso por el chavismo todo-, planes ineficientes y expectativas incumplidas, no era difícil prever la derrota del oficialismo en las parlamentarias del 6 de diciembre. Como tampoco lo era el reacomodo mimisteriañ de Maduro de este miércoles. Por eso es que estos anuncios de cambios saben a más de lo mismo. A canción trillada. A película repetida. A guión repetido hasta el hartazgo, como una especie de tarea prevista en un manual titulado “¿Cómo no perder capital político ante la crisis?”.
Pero todo manual y toda regla tienen su punto de inflexión. Las garúas de las imprevisiones económicas y sociales, amparadas siempre en supuestas conspiraciones políticas, trajeron los lodos de la impopularidad del Gobierno, la erosión aguda de su credibilidad y el deslinde electoral de su militancia, bien sea a través del voto castigo o con la ratificación firme de su divorcio.
Pero tantos lodos trajeron aquellas aguas del desgobierno que un enésimo acto de contrición miraflorino -en caso de ser cierto- no solo se antoja tardío, sino incrédulo y alejado de todo interés colectivo; contimás porque toda la atención y la expectativa política del país, la del voto castigo, la del chavismo converso y el de la creciente oposición, hoy no está en Miraflores, sino en los diputados que conforman la nueva Asamblea Nacional.
“Rectificaciones”
El discurso y los anuncios de Maduro se perfilan como un golpe en dos sentidos: el intento de reconciliar con la ciudadanía tratando de refrescar una desgastada imagen de eficiencia, pero también como una oportunidad de poner orden en casa. Sabe que 2016 no será un año fácil en lo económico y que las arcas, hoy en picada por la caída de los precios del petróleo y la inexistente diversificación económica, hacen menester la reducción del gasto público. “No más caravanas para los ministros”, “no más escoltas”, ordenó a su gabinete como un primer asomo a tales ajustes para los que plantea, paradójicamente, la creación de otros cinco ministerios: más burocracia para los mismos problemas.
Pero el sinceramiento de la “eficiencia” gubernamental va más allá de golpes de pecho y supuestos sacudones. Cambiar el gabinete puede ser parte de una solución global, pero las promesas de rectificación pronto quedan en interrogantes si se sabe que, días antes, en la extremaunción de sus poderes habilitantes, Maduro limitó las atribuciones de la Asamblea Nacional sobre el
Banco Central de Venezuela (BCV) y blindó el secretismo con el que la institución maneja las económicas del país.
Cabría preguntarse entonces si la economía –piedra angular de la crisis país– puede sincerarse cuando Miraflores insiste en ocultar cifras como la inflación, o si la emergencia económica que pretende atacarse con cinco ministerios puede lograr su cometido si el Gobierno mantiene su política de control cambiario que asfixia al empresariado nacional y alimenta la escasez; o si el recién creado ministerio de comercio exterior e inversión extranjera puede hacer algo con unas condiciones de inseguridad jurídica que hacen de Venezuela uno de los países con los niveles más alto de riesgo del mundo.
Inexperiencia ante la crisis
Otros dos puntos llaman la atención de esta “movida de mata” ministerial. Uno de ellos es que este nuevo reimpulso de la eficiencia gubernamental cuenta con la incorporación de personajes sin experiencia de gobierno nacional o regional. Verbigracia, casualmente, el vicepresidente económico y ministro de economía productiva, Luis Salas, quien buscará solventar la ya decretada “emergencia económica” sin algún desempeño similar en su hoja de vida. Ni hablar del nuevo jefe de gobierno del Distrito Capital, Daniel Aponte, a quien apenas se le conoce por haber perdido la diputación por el circuito 3 de esa jurisdicción y por haber integrado la Comisión Permanente de Cultos e Impulso y Fomento al Buen Vivir del Concejo del municipio Libertador de Caracas.
También es notoria la pérdida de influencia del hasta ahora conocido como “el segundo al mando del chavismo”: Diosdado Cabello, que ahora fuera de la presidencia de la Asamblea Nacional y sin ningún otro cargo en la administración pública o en la repartición ministerial, queda relegado a una diputación más de la bancada minoritaria del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) en el Parlamento.
A diferencia de las anteriores, esta conducta se diferencia de la usanza del chavismo, acostumbrado a dar premios de consolación a sus fichas importantes cuando pierden en las urnas electorales. Por el momento Cabello sigue siendo una figura de peso dentro de la AN, ya no por su poder formal, sino por su influencia en el ejército y la alta esfera de Gobierno, por lo que podría fungir como líder de presión u orquestador de grupos de choque. Su anuncio de que la AN “no recibirá ni un bolívar” cual capataz, fuera de toda investidura para ordenarlo, es muestra de lo que será su papel dentro del parlamento.
Así entonces se configura otro cuadro ministerial de Maduro, lleno de nuevas figuras, algunas de ellas sin experiencia de gobierno, justamente para administrar una de las peores crisis de la historia democrática de Venezuela; como las líneas de un ejército que pelea con su último remanente antes de caer en derrota.
rsiverio@correodelcaroni.com
“Voy contra los corruptos”, prometió Maduro en sus tiempos de campaña. “¡Ahora sí!”, aseguró el Presidente en la era de un “Dakazo” que asomó ciertas luces para la economía. “Estamos haciendo los cambios necesarios para poder avanzar”, explicó en otro de sus reacomodos ministeriales. “Tenemos un plan contra la guerra económica”, anunció cuando ya la escasez y las colas arropaban su gestión…
Así, entre anuncios, promesas y expectativas, transcurrieron más de dos años y medio desde que el presidente de la República, Nicolás Maduro, asumió la regencia de Miraflores. Dos años y medio en los que todo despliegue de reuniones, nuevos ministerios y estados mayores se estrellaron en la crudeza de una realidad económica y social que superó con creces las capacidades del “Think Tank” revolucionario. Dos años de muchos mea culpa y poquísimas mejoras… si es que en un momento hubo alguna.
Con semejante panorama marcado por una crisis generalizada -reconocida incluso por el chavismo todo-, planes ineficientes y expectativas incumplidas, no era difícil prever la derrota del oficialismo en las parlamentarias del 6 de diciembre. Como tampoco lo era el reacomodo mimisteriañ de Maduro de este miércoles. Por eso es que estos anuncios de cambios saben a más de lo mismo. A canción trillada. A película repetida. A guión repetido hasta el hartazgo, como una especie de tarea prevista en un manual titulado “¿Cómo no perder capital político ante la crisis?”.
Pero todo manual y toda regla tienen su punto de inflexión. Las garúas de las imprevisiones económicas y sociales, amparadas siempre en supuestas conspiraciones políticas, trajeron los lodos de la impopularidad del Gobierno, la erosión aguda de su credibilidad y el deslinde electoral de su militancia, bien sea a través del voto castigo o con la ratificación firme de su divorcio.
Pero tantos lodos trajeron aquellas aguas del desgobierno que un enésimo acto de contrición miraflorino -en caso de ser cierto- no solo se antoja tardío, sino incrédulo y alejado de todo interés colectivo; contimás porque toda la atención y la expectativa política del país, la del voto castigo, la del chavismo converso y el de la creciente oposición, hoy no está en Miraflores, sino en los diputados que conforman la nueva Asamblea Nacional.
“Rectificaciones”
El discurso y los anuncios de Maduro se perfilan como un golpe en dos sentidos: el intento de reconciliar con la ciudadanía tratando de refrescar una desgastada imagen de eficiencia, pero también como una oportunidad de poner orden en casa. Sabe que 2016 no será un año fácil en lo económico y que las arcas, hoy en picada por la caída de los precios del petróleo y la inexistente diversificación económica, hacen menester la reducción del gasto público. “No más caravanas para los ministros”, “no más escoltas”, ordenó a su gabinete como un primer asomo a tales ajustes para los que plantea, paradójicamente, la creación de otros cinco ministerios: más burocracia para los mismos problemas.
Pero el sinceramiento de la “eficiencia” gubernamental va más allá de golpes de pecho y supuestos sacudones. Cambiar el gabinete puede ser parte de una solución global, pero las promesas de rectificación pronto quedan en interrogantes si se sabe que, días antes, en la extremaunción de sus poderes habilitantes, Maduro limitó las atribuciones de la Asamblea Nacional sobre el
Banco Central de Venezuela (BCV) y blindó el secretismo con el que la institución maneja las económicas del país.
Cabría preguntarse entonces si la economía –piedra angular de la crisis país– puede sincerarse cuando Miraflores insiste en ocultar cifras como la inflación, o si la emergencia económica que pretende atacarse con cinco ministerios puede lograr su cometido si el Gobierno mantiene su política de control cambiario que asfixia al empresariado nacional y alimenta la escasez; o si el recién creado ministerio de comercio exterior e inversión extranjera puede hacer algo con unas condiciones de inseguridad jurídica que hacen de Venezuela uno de los países con los niveles más alto de riesgo del mundo.
Inexperiencia ante la crisis
Otros dos puntos llaman la atención de esta “movida de mata” ministerial. Uno de ellos es que este nuevo reimpulso de la eficiencia gubernamental cuenta con la incorporación de personajes sin experiencia de gobierno nacional o regional. Verbigracia, casualmente, el vicepresidente económico y ministro de economía productiva, Luis Salas, quien buscará solventar la ya decretada “emergencia económica” sin algún desempeño similar en su hoja de vida. Ni hablar del nuevo jefe de gobierno del Distrito Capital, Daniel Aponte, a quien apenas se le conoce por haber perdido la diputación por el circuito 3 de esa jurisdicción y por haber integrado la Comisión Permanente de Cultos e Impulso y Fomento al Buen Vivir del Concejo del municipio Libertador de Caracas.
También es notoria la pérdida de influencia del hasta ahora conocido como “el segundo al mando del chavismo”: Diosdado Cabello, que ahora fuera de la presidencia de la Asamblea Nacional y sin ningún otro cargo en la administración pública o en la repartición ministerial, queda relegado a una diputación más de la bancada minoritaria del PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela) en el Parlamento.
A diferencia de las anteriores, esta conducta se diferencia de la usanza del chavismo, acostumbrado a dar premios de consolación a sus fichas importantes cuando pierden en las urnas electorales. Por el momento Cabello sigue siendo una figura de peso dentro de la AN, ya no por su poder formal, sino por su influencia en el ejército y la alta esfera de Gobierno, por lo que podría fungir como líder de presión u orquestador de grupos de choque. Su anuncio de que la AN “no recibirá ni un bolívar” cual capataz, fuera de toda investidura para ordenarlo, es muestra de lo que será su papel dentro del parlamento.
Así entonces se configura otro cuadro ministerial de Maduro, lleno de nuevas figuras, algunas de ellas sin experiencia de gobierno, justamente para administrar una de las peores crisis de la historia democrática de Venezuela; como las líneas de un ejército que pelea con su último remanente antes de caer en derrota.
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