Por: Mercedes Petit
Argentina
19 de febrero de 2015. Foto: Dresde tras el bombardeo vista desde lo alto de la torre del ayuntamiento. Famosa foto de Richard Peter. Hace 70 años, entre el 13 y 15 de febrero, en oleadas sucesivas, aviones ingleses y yanquis arrojaron toneladas de bombas y casi nada quedó en pie. La rendición final de los nazis, ya totalmente acorralados, se produjo poco más de dos meses después. Dresde era una ciudad de Sajonia sin ningún papel respecto del conflicto. Fue un crimen abominable por parte de los dos principales países imperialistas que enfrentaron a Hitler.
Dresde, sobre las orillas del río Elba, fue uno de los centros culturales y arquitectónicos del barroco alemán del siglo XVIII. El Singer Museo y la catedral Frauenkirche quedaron totalmente destruidos, junto a todo su casco histórico y cientos de miles de casas y edificios de todo tipo. Cuando fue atacada tenía más de 600.000 habitantes, además de infinidad de refugiados, la mayoría sin registro, que huían del avance arrollador del Ejército Rojo sobre el territorio alemán, que ya estaba apenas a 100 kilómetros de Berlín.
Era una ciudad llena de tesoros artísticos, y sin objetivos militares o económicos que interesaran para el inminente fin de la guerra. Los alemanas la habían prácticamente desguarnecido, trasladando sus baterías antiaéreas a sus pocos centros industriales que aún funcionaban. Los menos de 20 aviones que había en la ciudad prácticamente eran inoperantes por falta de combustible.
40 horas de espanto
La noche del 13 de febrero de 1945 -martes de Carnaval- comenzó el bombardeo de la aviación británica. Casi 4.000 toneladas de bombas -muchas de ellas incendiarias- caerían sobre la ciudad en el transcurso de las siguientes 40 horas.
Ocho bombarderos Mosquitos señalaron con bengalas el marco de acción de los 244 Mustang que los seguían. En los dos minutos siguientes cayeron 525 toneladas de bombas explosivas y 350 toneladas de bombas incendiarias. A la madrugada los ingleses atacaron nuevamente.
Los aviones de Estados Unidos operaban los vuelos diurnos. El miércoles 14, aunque ya estaba prácticamente destruído el centro histórico, y la ciudad estaba en llamas, más de 300 bombarderos estadounidenses lanzaron 800 toneladas de bombas. El 15 fue el cuarto y último ataque realizado poco después del mediodía, por 210 aviones estadounidenses, que lanzaron las últimas 400 toneladas de bombas.
Nunca se sabrá cuántas personas murieron. Las cifras “oficiales” de los aliados hablan de 35.000, pero se podría llegar a los 120.000 muertos, además de cientos de miles de heridos.
¿Por qué tanto terror?
El vice mariscal del aire Sir Arthur Harris asumió el mando de los bombardeos de la RAF (Real Air Force, la fuerza aérea británica) en 1942. Fue el impulsor de los llamados “bombardeo zonal”, o “alfombra”, que significaban golpear a los nazis, incluyendo la destrucción masiva de ciudades y civiles, con poco riesgo de pérdidas de vidas humanas propias. Los yanquis se sumaron a estos operativos, con incursiones diurnas, mientras los ingleses se ocupaban de las nocturnas.
Una de las “justificaciones” de estas masacres fue la supuesta búsqueda de la desmoralización entre la población civil alemana. De todos modos, hubo voces importantes que lo denunciaron desde un principio en la propia Inglaterra. Muchos historiadores y especialistas sobre la Segunda Guerra los consideraron “moralmente condenable, militarmente irrelevante, económicamente desastrosa”, y que “la innegable barbarie nazi no puede ser empleada como justificante para la campaña”*.
La destrucción de Dresde, además de su falta de interés militar, es aún más aberrante porque se produjo cuando los alemanes ya estaban prácticamente derrotados. Churchill en marzo salió a pedir que se reflexionara “sobre el problema del bombardeo de ciudades alemanas” y que sus fuerzas se concentraran en objetivos militares, y no “seguir perpetrando actos de terror y destrucción desenfrenada”.
Sin embargo, no son pocas las interpretaciones que señalan a Churchill queriendo dar a su aliado Stalin, cuyas tropas venían aniquilando al Tercer Reich desde el 43, una muestra de su poderío y su capacidad de destrucción. En La Nación, recordando estos 70 años, se cita un memo de la RAF de enero de 1945 que decía: “Dresde, la séptima ciudad más grande de Alemania y de un tamaño no muy inferior al de Manchester, es también la población enemiga más grande que queda sin bombardear [...]. De rebote, se logrará mostrar a los rusos, cuando lleguen, de lo que es capaz el Mando de Bombarderos británico” (15/2/2015).
En últimas, pensemos que Inglaterra y Estados Unidos, las dos más grandes potencias imperialistas que se han dado, tienen una larga historia de masacres de todo tipo. Acabar con Dresde y otras ciudades alemanas incineradas serían una mancha más en la piel de los tigres imperialistas. En un hecho mucho más conocido, poco después el gobierno de los Estados Unidos superó a sus aliados británicos. Ellos mismos en agosto de 1945 usaron las primeras bombas atómicas y destruyeron Hiroshima y Nagasaki, meses después de la caída de Hitler y cuando ya estaba derrotado también Japón.
*Datos, entre otros textos: Europa en guerra (1939-45), de Norman Davies, Planeta, 2008; Segunda Guerra Mundial, Planeta, edición en 25 tomos. Tomo 12 .
El nazismo estaba derrotado
Cuando los británicos y los yanquis ejecutaron el bombardeo en Dresde era totalmente claro que el nazismo estaba terminado. En esas horas Hitler, aislado en su bunker, diagramaba una delirante e inútil resistencia para evitar que cayera Berlín. Su poderío militar ya no existía. Su caída final era cuestión de poco tiempo.
En 1941/42 sus tropas tenían ocupada casi toda Europa, habían invadido la URSS, llegando a las puertas de Moscú, y su mariscal Rommel controlaba gran parte del Norte de África. Pero desde febrero de 1943, con su derrota en la batalla de Stalingrado ante el Ejército Rojo, había empezado el principio del fin del Tercer Reich. Desde entonces la contraofensiva soviética en el frente oriental fue imparable. Solo un dato para graficar la inutilidad de Dresde. En febrero de 1945, el Ejército Rojo había alcanzado el río Oder y estaba a Dresde tras el bombardeo vista desde lo alto de la torre del ayuntamiento. Famosa foto de Richard Peter. solo 100 kilómetros de Berlín.
Los aliados avanzaban también en el frente occidental. En agosto de 1944 fue liberada Paris. Entre agosto y noviembre los alemanes se retiraban derrotados de Rumania, Bulgaria, Albania, Finlandia, Lituania y Bélgica. El 1° de enero de 1945 dos tercios de Italia estaba liberada. El 17 de enero los soviéticos tomaban Varsovia, capital de Polonia. El 27 liberaban el campo de exterminio de Auschwitz. El 7 de febrero el contraataque aliado (norteamericanos, británicos y franceses) en Las Ardenas (territorio de Francia, Bélgica y Luxemburgo) terminaba con la última contraofensiva alemana en el frente occidental. Se abría así el camino hacia el río Rin, en el oeste alemán. El 13 de febrero, cuando comenzaba el bombardeo a Dresde, caía Budapest, la capital de Hungría, a manos del Ejército Rojo, que tres días después, el 16, entraba en Austria.
La Conferencia de Yalta
En las vísperas de la destrucción de Dresde, del 4 al 11 de febrero, se reunieron en Yalta, en la península de Crimea, el primer ministro británico Churchill, el presidente de Estados Unidos Roosevelt y el jefe máximo de la burocracia que sojuzgaba a la URSS, Stalin. Su gran tema fue el reparto del mundo y la delimitación de las fronteras europeas de la pos guerra, las “esferas de influencia” negociadas entre el imperialismo y la burocracia.
En la práctica, todos partían de que ya le habían ganado la guerra a Hitler. El hijo del presidente Roosevelt, en 1946 publicó un libro donde relató los viajes que realizaron durante la guerra*. Pudo reflejar bien el ambiente de triunfo reinante en Yalta. Comenta que había “mucho que hacer”, y pone como primer punto “los detalles” de la guerra. Y agrega al respecto: “Mientras tenía lugar la conferencia, los ejércitos rojos iban tragándose a los nazis a un ritmo hasta entonces desconocido. Ni qué decir tiene que los delega- dos militares y navales ingleses y norteamericanos se preguntaban si los rusos no habían roto ya del todo las líneas alemanas del este y si no se produciría el colapso del estado fascista más potente del orbe antes de que terminase la conferencia.”
El segundo punto era categórico: “La ocupación y control de Alemania después de su derrota.” Partían del hecho ya consumado de la derrota y el debate giraba en torno a si el control de Alemania sería conjunto o dividido en zonas. También se discutió sobre reparaciones de guerra a pagar por los vencidos. Sin duda, en nada colaboró la destrucción de la ciudad de Dresde, iniciada dos días después de terminada la conferencia, al triunfo sobre Hitler.
Tanto en Yalta como unos meses después en la conferencia de Potsdam, cerca de Berlín, Stalin pactó con las potencias imperialistas la reconstrucción capitalista de la devastada Europa. Muy fortalecido por el enorme sacrificio del pueblo soviético, que puso 20 millones de muertos para derrotar a los nazis, ejecutó su gran traición: evitar el triunfo de la revolución obrera y socialista, fundamentalmente en Italia y Francia, donde el poder armado estaba prácticamente en manos de la resistencia y de los partidos comunistas.
19 de febrero de 2015. Foto: Dresde tras el bombardeo vista desde lo alto de la torre del ayuntamiento. Famosa foto de Richard Peter. Hace 70 años, entre el 13 y 15 de febrero, en oleadas sucesivas, aviones ingleses y yanquis arrojaron toneladas de bombas y casi nada quedó en pie. La rendición final de los nazis, ya totalmente acorralados, se produjo poco más de dos meses después. Dresde era una ciudad de Sajonia sin ningún papel respecto del conflicto. Fue un crimen abominable por parte de los dos principales países imperialistas que enfrentaron a Hitler.
Dresde, sobre las orillas del río Elba, fue uno de los centros culturales y arquitectónicos del barroco alemán del siglo XVIII. El Singer Museo y la catedral Frauenkirche quedaron totalmente destruidos, junto a todo su casco histórico y cientos de miles de casas y edificios de todo tipo. Cuando fue atacada tenía más de 600.000 habitantes, además de infinidad de refugiados, la mayoría sin registro, que huían del avance arrollador del Ejército Rojo sobre el territorio alemán, que ya estaba apenas a 100 kilómetros de Berlín.
Era una ciudad llena de tesoros artísticos, y sin objetivos militares o económicos que interesaran para el inminente fin de la guerra. Los alemanas la habían prácticamente desguarnecido, trasladando sus baterías antiaéreas a sus pocos centros industriales que aún funcionaban. Los menos de 20 aviones que había en la ciudad prácticamente eran inoperantes por falta de combustible.
40 horas de espanto
La noche del 13 de febrero de 1945 -martes de Carnaval- comenzó el bombardeo de la aviación británica. Casi 4.000 toneladas de bombas -muchas de ellas incendiarias- caerían sobre la ciudad en el transcurso de las siguientes 40 horas.
Ocho bombarderos Mosquitos señalaron con bengalas el marco de acción de los 244 Mustang que los seguían. En los dos minutos siguientes cayeron 525 toneladas de bombas explosivas y 350 toneladas de bombas incendiarias. A la madrugada los ingleses atacaron nuevamente.
Los aviones de Estados Unidos operaban los vuelos diurnos. El miércoles 14, aunque ya estaba prácticamente destruído el centro histórico, y la ciudad estaba en llamas, más de 300 bombarderos estadounidenses lanzaron 800 toneladas de bombas. El 15 fue el cuarto y último ataque realizado poco después del mediodía, por 210 aviones estadounidenses, que lanzaron las últimas 400 toneladas de bombas.
Nunca se sabrá cuántas personas murieron. Las cifras “oficiales” de los aliados hablan de 35.000, pero se podría llegar a los 120.000 muertos, además de cientos de miles de heridos.
¿Por qué tanto terror?
El vice mariscal del aire Sir Arthur Harris asumió el mando de los bombardeos de la RAF (Real Air Force, la fuerza aérea británica) en 1942. Fue el impulsor de los llamados “bombardeo zonal”, o “alfombra”, que significaban golpear a los nazis, incluyendo la destrucción masiva de ciudades y civiles, con poco riesgo de pérdidas de vidas humanas propias. Los yanquis se sumaron a estos operativos, con incursiones diurnas, mientras los ingleses se ocupaban de las nocturnas.
Una de las “justificaciones” de estas masacres fue la supuesta búsqueda de la desmoralización entre la población civil alemana. De todos modos, hubo voces importantes que lo denunciaron desde un principio en la propia Inglaterra. Muchos historiadores y especialistas sobre la Segunda Guerra los consideraron “moralmente condenable, militarmente irrelevante, económicamente desastrosa”, y que “la innegable barbarie nazi no puede ser empleada como justificante para la campaña”*.
La destrucción de Dresde, además de su falta de interés militar, es aún más aberrante porque se produjo cuando los alemanes ya estaban prácticamente derrotados. Churchill en marzo salió a pedir que se reflexionara “sobre el problema del bombardeo de ciudades alemanas” y que sus fuerzas se concentraran en objetivos militares, y no “seguir perpetrando actos de terror y destrucción desenfrenada”.
Sin embargo, no son pocas las interpretaciones que señalan a Churchill queriendo dar a su aliado Stalin, cuyas tropas venían aniquilando al Tercer Reich desde el 43, una muestra de su poderío y su capacidad de destrucción. En La Nación, recordando estos 70 años, se cita un memo de la RAF de enero de 1945 que decía: “Dresde, la séptima ciudad más grande de Alemania y de un tamaño no muy inferior al de Manchester, es también la población enemiga más grande que queda sin bombardear [...]. De rebote, se logrará mostrar a los rusos, cuando lleguen, de lo que es capaz el Mando de Bombarderos británico” (15/2/2015).
En últimas, pensemos que Inglaterra y Estados Unidos, las dos más grandes potencias imperialistas que se han dado, tienen una larga historia de masacres de todo tipo. Acabar con Dresde y otras ciudades alemanas incineradas serían una mancha más en la piel de los tigres imperialistas. En un hecho mucho más conocido, poco después el gobierno de los Estados Unidos superó a sus aliados británicos. Ellos mismos en agosto de 1945 usaron las primeras bombas atómicas y destruyeron Hiroshima y Nagasaki, meses después de la caída de Hitler y cuando ya estaba derrotado también Japón.
*Datos, entre otros textos: Europa en guerra (1939-45), de Norman Davies, Planeta, 2008; Segunda Guerra Mundial, Planeta, edición en 25 tomos. Tomo 12 .
El nazismo estaba derrotado
Cuando los británicos y los yanquis ejecutaron el bombardeo en Dresde era totalmente claro que el nazismo estaba terminado. En esas horas Hitler, aislado en su bunker, diagramaba una delirante e inútil resistencia para evitar que cayera Berlín. Su poderío militar ya no existía. Su caída final era cuestión de poco tiempo.
En 1941/42 sus tropas tenían ocupada casi toda Europa, habían invadido la URSS, llegando a las puertas de Moscú, y su mariscal Rommel controlaba gran parte del Norte de África. Pero desde febrero de 1943, con su derrota en la batalla de Stalingrado ante el Ejército Rojo, había empezado el principio del fin del Tercer Reich. Desde entonces la contraofensiva soviética en el frente oriental fue imparable. Solo un dato para graficar la inutilidad de Dresde. En febrero de 1945, el Ejército Rojo había alcanzado el río Oder y estaba a Dresde tras el bombardeo vista desde lo alto de la torre del ayuntamiento. Famosa foto de Richard Peter. solo 100 kilómetros de Berlín.
Los aliados avanzaban también en el frente occidental. En agosto de 1944 fue liberada Paris. Entre agosto y noviembre los alemanes se retiraban derrotados de Rumania, Bulgaria, Albania, Finlandia, Lituania y Bélgica. El 1° de enero de 1945 dos tercios de Italia estaba liberada. El 17 de enero los soviéticos tomaban Varsovia, capital de Polonia. El 27 liberaban el campo de exterminio de Auschwitz. El 7 de febrero el contraataque aliado (norteamericanos, británicos y franceses) en Las Ardenas (territorio de Francia, Bélgica y Luxemburgo) terminaba con la última contraofensiva alemana en el frente occidental. Se abría así el camino hacia el río Rin, en el oeste alemán. El 13 de febrero, cuando comenzaba el bombardeo a Dresde, caía Budapest, la capital de Hungría, a manos del Ejército Rojo, que tres días después, el 16, entraba en Austria.
La Conferencia de Yalta
En las vísperas de la destrucción de Dresde, del 4 al 11 de febrero, se reunieron en Yalta, en la península de Crimea, el primer ministro británico Churchill, el presidente de Estados Unidos Roosevelt y el jefe máximo de la burocracia que sojuzgaba a la URSS, Stalin. Su gran tema fue el reparto del mundo y la delimitación de las fronteras europeas de la pos guerra, las “esferas de influencia” negociadas entre el imperialismo y la burocracia.
En la práctica, todos partían de que ya le habían ganado la guerra a Hitler. El hijo del presidente Roosevelt, en 1946 publicó un libro donde relató los viajes que realizaron durante la guerra*. Pudo reflejar bien el ambiente de triunfo reinante en Yalta. Comenta que había “mucho que hacer”, y pone como primer punto “los detalles” de la guerra. Y agrega al respecto: “Mientras tenía lugar la conferencia, los ejércitos rojos iban tragándose a los nazis a un ritmo hasta entonces desconocido. Ni qué decir tiene que los delega- dos militares y navales ingleses y norteamericanos se preguntaban si los rusos no habían roto ya del todo las líneas alemanas del este y si no se produciría el colapso del estado fascista más potente del orbe antes de que terminase la conferencia.”
El segundo punto era categórico: “La ocupación y control de Alemania después de su derrota.” Partían del hecho ya consumado de la derrota y el debate giraba en torno a si el control de Alemania sería conjunto o dividido en zonas. También se discutió sobre reparaciones de guerra a pagar por los vencidos. Sin duda, en nada colaboró la destrucción de la ciudad de Dresde, iniciada dos días después de terminada la conferencia, al triunfo sobre Hitler.
Tanto en Yalta como unos meses después en la conferencia de Potsdam, cerca de Berlín, Stalin pactó con las potencias imperialistas la reconstrucción capitalista de la devastada Europa. Muy fortalecido por el enorme sacrificio del pueblo soviético, que puso 20 millones de muertos para derrotar a los nazis, ejecutó su gran traición: evitar el triunfo de la revolución obrera y socialista, fundamentalmente en Italia y Francia, donde el poder armado estaba prácticamente en manos de la resistencia y de los partidos comunistas.
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