Luis Fuenmayor Toro
Ah… El fanatismo… A raíz de mis últimos artículos he podido sentirlo muy de cerca. Ya no sólo lo he mirarlo desde fuera y visto cómo se desarrolla y trastorna la personalidad de la gente, que se enfrenta política o ideológicamente sin que pueda realmente comunicarse, a pesar de ser muchas las palabras que se dicen o los parágrafos que se escriban. El fanático no oye, no lee, solamente atiende a su fanatizado pensamiento y a su obsesivo razonamiento, algunos con más vehemencia que otros, pero todos iguales en no aceptar ninguna otra explicación que la profundamente internalizada en sus conciencias. Y me refiero a todo tipo de fanatismo: religioso, ideológico, político o deportivo, para sólo mencionar los más frecuentes y determinantes de enfrentamientos, que pueden generar acciones violentas de distinto tipo y grado.
Acabamos de ser testigos de un hecho de fanatismo lamentable, violento, que además ha sido presentado y divulgado por la gran prensa internacional en todas sus formas y utilizado por distintos dirigentes gubernamentales en función de sus intereses, los cuales generalmente están muy alejados de los intereses de la humanidad. Pero ese acto de fanatismo, lejos de ser aleccionador y apaciguador de este tipo de conducta, parece en verdad estimularla y extenderla sin que nos percatemos de ello. En artículo en este semanario, cuya crítica se dirigía fundamentalmente a la hipocresía de ciertos gobernantes en su defensa de la libertad de expresión, algunos lectores, producto del fanatismo creyeron leer un mensaje totalmente distinto, justificador incluso del atentado terrorista a la revista satírica Charlie Hebdo.
Cuando se buscan las causas de algún hecho social no se están buscando justificaciones sino explicaciones. Esto, tan claro, parece a veces inentendible por la gente a pesar de sus estudios y formación. Mi rechazo a que en Alemania y Austria, y en otros estados europeos, constituyera un delito penal hablar contra la versión oficial del holocausto, fue interpretada y condenada por fanáticos que creyeron leer que yo también lo objetaba, cuando en el artículo no entré en el fondo de la cuestión como sí lo he hecho en otros escritos. Ratifico mi derecho y el derecho de cualquiera, aquí y en cualquier parte del mundo, a tener una opinión al respecto, cualquiera que ésta fuera. Es inaceptable que historiadores y académicos hayan estado en la cárcel por años por el “delito” de presentar resultados históricos contrarios a la ocurrencia del holocausto.
En otro artículo, ya no en este medio, critiqué como inaceptable, condenable y preocupante, la actitud represiva tomada contra el pueblo llano que protesta en las largas y ya constantes filas, que deben hacerse para abastecerse de los productos escasos, o que toma fotografías de dichas movilizaciones, muy parecidas a las que ocurrieron durante el gobierno de Lusinchi. Condené que se detuviera a la gente sin orden judicial y se la imputara por delitos inexistentes. Alguien no leyó o creyó ver en el artículo un apoyo a la “guerra económica” desatada contra el gobierno de Maduro. Comparó la situación actual de escasez con la sufrida por el gobierno de Allende a raíz de las acciones de Nixon, con resultados idénticos a los que hoy vivimos y que fue descrita por Isabel Allende en su libro “La Casa de los Espíritus”.
En este segundo caso, nunca me referí en el artículo a las causas de la escasez, pero el lector señalado, posiblemente cercano al Gobierno, se encandiló con la crítica a la represión asumida contra el pueblo y creyó ver algo que no estaba en el escrito. He opinado en varios otros artículos en relación a la inflación, el desabastecimiento, la devaluación, el control de cambios, los fraudes de CADIVI, el desfalco de FONDEN, los muchos otros robos, hechos todos que no pueden ser achacados a la acción del imperialismo estadounidense. No he hecho las comparaciones con el gobierno de Allende; sí con los gobiernos adecos y copeyanos que vivieron una situación parecida, lo cual me luce más pertinente. El caso se me parece más al de Lusinchi, CAP II y Caldera II, que la izquierda política nunca achacó a una guerra económica.
Concluyo: 1.- Son cínicos los gobernantes que criminalizan ciertas opiniones en sus países y aparecen en otros como defensores de la libertad de expresión. 2.- Hay que enfrentar la represión del Gobierno contra el pueblo que protesta.
La Razón, pp A-6, 25-1-2015, Caracas
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