El hábito general de considerar al estalinismo y al comunismo actuales como idénticos o por lo menos como continuación del marxismo revolucionario, también acarreó un malentendido creciente sobre las personalidades de sus grandes figuras revolucionarias: Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Mientras sus teorías se vieron relacionadas con las de de Stalin y Krushchev, la imagen del “fanático revolucionario” se proyectó en ellas como si les pudiera aplicar el espíritu vengativo y asesino de Stalin o el conservadurismo oportunista de Krushchev. Esta distorsión es una verdadera pérdida para el presente y para el futuro.
Aunque se puedan tener discrepancias con Marx, Engels, Lenin, Trotsky, no cabe duda que, como personas, representaron un florecimiento de la humanidad occidental. Eran hombres con un sentido comprensivo de la verdad, penetrando en la misma esencia de la realidad, que nunca confundieron con su superficie engañosa; fueron de un valor y de una integridad intachables, profundamente comprometidos y entregados al hombre y su futuro; eran altruistas y con poca vanidad o deseos de poder. Fueron personas siempre estimulantes, siempre vivos, siempre ellos mismos, y lo que tocaban cobraba vida. Ellos representan los mejores rasgos de la tradición occidental, su fe en el tiempo y en el progreso del hombre. Sus errores y equivocaciones son aquellos propios del pensamiento occidental; el racionalismo y la sobrestimación occidental en la eficacia de la fuerza, que es la base de las grandes revoluciones de los últimos siglos.
No es accidental que sabemos muy poco de las vidas personales de estos hombres. Ellos no se tomaron a sí mismo como importantes; no escribieron sobre sí mismos, ni especularon acerca de sus motivaciones. Teniendo en cuenta que los datos personales sobre estos grandes líderes revolucionarios son muy escasos (tenemos cartas de Lenin, de Marx y de Engels y -en alemán- una colección de memorias personales sobre Marx), la editorial de la Universidad de Harvard ha realizado un servicio singular con la publicación del diario de Trotsky a partir del año de 1935, cubriendo la época de los últimos meses de su estancia en Francia y de su llegada en Noruega.
No cabe duda de que Trotsky, como individuo, fue diferente de Marx, de Engels y de Lenin, así como estos fueron distintos entre sí; sin embargo, al permitírsenos tener una mirada íntima de la vida personal de Trotsky, nos damos cuenta de todo lo que tiene en común éste con estas personalidades productivas. Si Trotsky escribe sobre acontecimientos políticos, o sobre la autobiografía de Emma Goldman, o bien sobre las historias de detectives de Wallace, su reacción va hasta las raíces, es penetrante, viva y productiva. Si escribe sobre su peluquero, los funcionarios franceses de la policía o el Sr. Spaak, su juicio es profundo y atinado. Cuando tiene una oportunidad de conseguir una visa por parte del recién formado gobierno laborista noruego, que sería la más afortunada salida para sus crecientes dificultades del exilio en Francia, él no vacila ni por un segundo en escribir una afilada crítica al partido laborista noruego. En medio de un inseguro exilio, enfermo, sufriendo la cruel persecución estalinista de su familia, no hay nunca una nota de autocompasión, o aún de desesperación. Hay objetividad, valor y humildad.
Encontramos a un hombre modesto; orgulloso de su causa y de las verdades que ha descubierto, pero no un engreído o un egocéntrico. Las palabras de admiración y de preocupación con las cuales se expresa sobre su esposa son profundamente conmovedoras. Exactamente al igual que en el caso de Marx, se encuentra aquí el compromiso, la comprensión y la generosidad de un hombre profundamente cariñoso que brilla a través de este diario de Trotsky. Él amó la vida y su belleza. Una versión de su testamento termina con las palabras siguientes: “Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.”
La gratitud que debemos a la editorial de Harvard por rescatar esta imagen de Trotsky para el presente y para las futuras generaciones no evita, sin embargo, que exprese mi consternación y shock por el hecho de que esta editorial incluyera lo siguiente: “Si (el diario) revela la angustia y la soledad de su exilio, con frecuencia desnuda su fanatismo y egoísmo subyacentes, aunque ofrece positivos, e históricamente relevantes, comentarios sobre la política local e internacional.” (Son mías las itálicas, E.F.) Muy aparte del hecho de que sea de lo más inusual que un editor critique a su propio autor con observaciones despectivas en su propia publicidad, este procedimiento es imperdonable porque no hay nada en el diario que desnude el “fanatismo y egoísmo subyacentes” de Trotsky. La única cosa que queda desnuda es exactamente lo contrario. Desafiaría al escritor de la editorial de Harvard a probar con incluso una sola oración del diario que indicara el egoísmo de Trotsky. Probablemente este escritor cayó en el compartido malentendido popular sobre personas tales como Marx y Trotsky. Si un hombre que ve la esencia de la realidad social e individual dice lo que ve, sin simulaciones ni equivocarse, ello no debe ser tomado como ser egocéntrico, agresivo o vano. Si tiene convicciones inquebrantables, le llaman fanático, sin importar absolutamente si estas convicciones fueran adquiridas por experiencias y pensamientos intensos, o si son ideas irracionales con un tinte paranoico. Esperamos que esta publicidad sea omitida en las próximas publicaciones.
Traducción: Andrés Lund Medina
Aunque se puedan tener discrepancias con Marx, Engels, Lenin, Trotsky, no cabe duda que, como personas, representaron un florecimiento de la humanidad occidental. Eran hombres con un sentido comprensivo de la verdad, penetrando en la misma esencia de la realidad, que nunca confundieron con su superficie engañosa; fueron de un valor y de una integridad intachables, profundamente comprometidos y entregados al hombre y su futuro; eran altruistas y con poca vanidad o deseos de poder. Fueron personas siempre estimulantes, siempre vivos, siempre ellos mismos, y lo que tocaban cobraba vida. Ellos representan los mejores rasgos de la tradición occidental, su fe en el tiempo y en el progreso del hombre. Sus errores y equivocaciones son aquellos propios del pensamiento occidental; el racionalismo y la sobrestimación occidental en la eficacia de la fuerza, que es la base de las grandes revoluciones de los últimos siglos.
No es accidental que sabemos muy poco de las vidas personales de estos hombres. Ellos no se tomaron a sí mismo como importantes; no escribieron sobre sí mismos, ni especularon acerca de sus motivaciones. Teniendo en cuenta que los datos personales sobre estos grandes líderes revolucionarios son muy escasos (tenemos cartas de Lenin, de Marx y de Engels y -en alemán- una colección de memorias personales sobre Marx), la editorial de la Universidad de Harvard ha realizado un servicio singular con la publicación del diario de Trotsky a partir del año de 1935, cubriendo la época de los últimos meses de su estancia en Francia y de su llegada en Noruega.
No cabe duda de que Trotsky, como individuo, fue diferente de Marx, de Engels y de Lenin, así como estos fueron distintos entre sí; sin embargo, al permitírsenos tener una mirada íntima de la vida personal de Trotsky, nos damos cuenta de todo lo que tiene en común éste con estas personalidades productivas. Si Trotsky escribe sobre acontecimientos políticos, o sobre la autobiografía de Emma Goldman, o bien sobre las historias de detectives de Wallace, su reacción va hasta las raíces, es penetrante, viva y productiva. Si escribe sobre su peluquero, los funcionarios franceses de la policía o el Sr. Spaak, su juicio es profundo y atinado. Cuando tiene una oportunidad de conseguir una visa por parte del recién formado gobierno laborista noruego, que sería la más afortunada salida para sus crecientes dificultades del exilio en Francia, él no vacila ni por un segundo en escribir una afilada crítica al partido laborista noruego. En medio de un inseguro exilio, enfermo, sufriendo la cruel persecución estalinista de su familia, no hay nunca una nota de autocompasión, o aún de desesperación. Hay objetividad, valor y humildad.
Encontramos a un hombre modesto; orgulloso de su causa y de las verdades que ha descubierto, pero no un engreído o un egocéntrico. Las palabras de admiración y de preocupación con las cuales se expresa sobre su esposa son profundamente conmovedoras. Exactamente al igual que en el caso de Marx, se encuentra aquí el compromiso, la comprensión y la generosidad de un hombre profundamente cariñoso que brilla a través de este diario de Trotsky. Él amó la vida y su belleza. Una versión de su testamento termina con las palabras siguientes: “Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul, y el sol brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.”
La gratitud que debemos a la editorial de Harvard por rescatar esta imagen de Trotsky para el presente y para las futuras generaciones no evita, sin embargo, que exprese mi consternación y shock por el hecho de que esta editorial incluyera lo siguiente: “Si (el diario) revela la angustia y la soledad de su exilio, con frecuencia desnuda su fanatismo y egoísmo subyacentes, aunque ofrece positivos, e históricamente relevantes, comentarios sobre la política local e internacional.” (Son mías las itálicas, E.F.) Muy aparte del hecho de que sea de lo más inusual que un editor critique a su propio autor con observaciones despectivas en su propia publicidad, este procedimiento es imperdonable porque no hay nada en el diario que desnude el “fanatismo y egoísmo subyacentes” de Trotsky. La única cosa que queda desnuda es exactamente lo contrario. Desafiaría al escritor de la editorial de Harvard a probar con incluso una sola oración del diario que indicara el egoísmo de Trotsky. Probablemente este escritor cayó en el compartido malentendido popular sobre personas tales como Marx y Trotsky. Si un hombre que ve la esencia de la realidad social e individual dice lo que ve, sin simulaciones ni equivocarse, ello no debe ser tomado como ser egocéntrico, agresivo o vano. Si tiene convicciones inquebrantables, le llaman fanático, sin importar absolutamente si estas convicciones fueran adquiridas por experiencias y pensamientos intensos, o si son ideas irracionales con un tinte paranoico. Esperamos que esta publicidad sea omitida en las próximas publicaciones.
Traducción: Andrés Lund Medina
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por compartir con todos tus comentarios y opiones