Por Yassin Al-Hajj Saleh | Siria
INTELECTUALES, ¡AYUDEN A LOS SIRIOS!Queridos amigos:
Hace unos tres meses me dirigí a la zona liberada de Al-Ghouta oriental, dejando atrás la capital, Damasco, donde la vida se había vuelto asfixiante. Fueron necesarias varias semanas y una minuciosa preparación para que pudieran sacarme con éxito de una ciudad dividida por cientos de controles y barreras, y que Bashar Asad quiere conservar como centro del poder que heredó de su padre a principios de este siglo.
En Al-Ghouta oriental viven hoy cerca de un millón de personas, cuando antes de la revolución sus habitantes alcanzaban los dos millones. Durante los últimos tres meses ha pasado de ser el foco de partida de la revolución armada hacia la capital, a ser una zona cercada por todas partes gracias al apoyo que ha recibido el régimen de las potencias internacionales radicales como Rusia e Irán, y de las milicias libanesas e iraquíes relacionadas con la última.
Durante ese tiempo, he sido testigo de la flagrante escasez de armas y municiones, e incluso de la falta de alimentos entre los combatientes. Muchos de los que se encuentran en el frente apenas comen dos platos al día, y si no se tratara de combatientes procedentes de la zona, que defienden sus pueblos y familias, y que viven de lo que viven los demás, la situación sería mucho peor.
Las ciudades y municipios por los que he pasado y en los que he vivido en estos meses son bombardeados a diario de forma indiscriminada con aviones, artillería, misiles y proyectiles, y cada día caen víctimas que son civiles en su mayoría. He estado durante un mes en un punto de defensa civil desde donde he podido ver a todos los que morían. Algunos se convertían en un montón de miembros y vísceras imposibles de distinguir, otros eran niños, y entre las víctimas estaba también un feto en el sexto mes de gestación, que su madre había perdido aterrorizada por lo cerca que estaban los bombardeos de su casa.
No ha pasado un solo día durante estos meses sin que haya habido víctimas, dos o tres generalmente, pero hubo nueve un día, 28 otro y 11 un tercer día. El número aumenta últimamente, y pocas veces se queda por debajo de la media docena diaria. Entre las víctimas, recientemente ha habido otro feto, cuyos rasgos ya se habían dibujado, y del cual se dice que estaba también en el sexto mes de gestación y que perdió otra madre asustada.
Además de los civiles, cada día caen muchos combatientes jóvenes alcanzados por las armas de una fuerza salvaje superior militarmente, y que además cuenta con un mayor apoyo.
Toda la zona está sin electricidad desde hace ocho meses, por lo que la gente ha tenido que recurrir a generadores, que fallan continuamente y que precisan de combustible cada vez de forma más acuciante debido al bloqueo impuesto. Ello implica que no se puede refrigerar ni conservar la comida en verano en una zona extremadamente calurosa. Las líneas móviles y de teléfono están cortadas también y desde hace unas semanas escasea la harina.
Durante unas dos semanas apenas hemos podido conseguir pan y nos apañamos con sémola de trigo y arroz, y generalmente comprando comida preparada de los pocos restaurantes que quedan. Yo personalmente tengo suficiente ya con dos platos. Pero de forma temporal, pues ya he perdido unos 10 kilos.
Nos comunicamos por medio de las redes por satélite que nos llegan de contrabando con muchas dificultades y que usamos para hacer llegar información y noticias a otros sirios y al mundo. Pero esto sólo lo pueden hacer unos pocos. Hace unos días, cayó un proyectil muy cerca de donde nos encontramos, e internet quedó cortado un tiempo. Podría haber pasado lo peor: el proyectil podría haber caído sobre nuestro tejado y haber destruido los esfuerzos de dos meses para asegurar el aparato.
Lo peor con diferencia, no obstante, sucede cada día con el creciente número de víctimas que son enterradas a toda prisa, acompañadas por un mínimo grupo de personas, que se apresuran por miedo a que les caiga un proyectil encima. Eso ya ha pasado y de hecho, una vez fui testigo de cómo se enterraba al fallecido menos de una hora después de caer, sin que su mujer e hijos pudieran verlo por última vez. Su cuerpo estaba destrozado y había perdido partes del mismo. Los de mayor edad de la familia consideraron que no era la mejor imagen para permanecer en la memoria.
Nosotros, yo y unos amigos y amigas, seguimos vivos. En Damasco estábamos amenazados por la posibilidad de detención y tortura salvaje, de la que quizá no saliéramos con vida. Aquí estamos seguros en ese sentido, pero nada nos garantiza que un proyectil no caiga sobre nosotros en cualquier momento.
Compartimos con cerca de un millón de personas el hecho de que nuestro destino se nos ha escapado de las manos por completo y de que se ha abierto el abismo de las peores posibilidades. Cada vez que llego a la puerta de casa, siento que me he salvado de morir alcanzado por un proyectil o por fragmentos del mismo. Pero sigue siendo posible que la muerte llegue por la ventana o por la puerta.
Hoy, 28 de junio, han caído tres proyectiles entre las 12:00 y las 12:30 del mediodía en un lugar cercano a donde estamos, casi a la hora de la oración del viernes para los musulmanes creyentes. Entre lo que más me llamó la atención en los primeros días aquí fue que una semana la llamada a la oración del viernes se produjo a eso de las 9:30 de la mañana; es decir, tres horas antes de lo habitual. A esa mezquita, le siguieron otras con un intervalo de media hora entre cada una.
Cuando pregunté el porqué me dieron una explicación sorprendente: la idea era evitar que un gran número de fieles se concentraran en las mezquitas de la ciudad en un momento concreto, y no dar así oportunidad al régimen de provocar un mayor número de víctimas, como ya había sucedido. En la ciudad en la que me encontraba, cinco mezquitas habían sido destruidas.
Es mucho más doloroso que un tercio de los niños no puedan ir aquí a las escuelas, porque sus familias tienen miedo y porque no hay escuelas cercanas. Las pocas que siguen funcionando lo hacen en sótanos bajo tierra para evitar los bombardeos, pero con eso evitan que los niños jueguen y corran al aire libre.
Y los hospitales están bajo tierra también.
La gente aquí libra su lucha con una sonrisa, pues saben que una terrible masacre les espera si el régimen logra dominar la zona de nuevo. Quien no sea asesinado en el acto, será detenido y sometido a una tortura extremadamente salvaje. Las opciones de los habitantes se reducen: morir resistiendo la agresión fascista del régimen criminal o morir a manos del régimen mismo de la forma más horrible si dejan de resistir. Las almas de la gente se estremecen y mi propia alma se estremece en lo más profundo ante la idea de que este mismo régimen nos gobierne de nuevo. Imagino lo peor si dejan de resistir.
Durante los seis largos meses que la revolución siria fue pacífica, la política de las potencias influyentes en el mundo fue dejar que los sirios fueran asesinados con un promedio diario creciente, y garantizar al régimen que podía hacer todo lo que quisiera con total impunidad.
Esto recuerda al comportamiento de las democracias occidentales frente a Hitler poco antes de la Segunda Guerra Mundial. La situación actual es resultado directo de que dichas potencias se hayan abstenido de apoyar a los revolucionarios sirios, no sólo mientras las potencias que apoyan al régimen no dejaban de proporcionarle armas, dinero y hombres, sino también mientras aumentaban ese apoyo e intervenían pública y directamente.
Finalmente, cuando el mundo entero supo que el régimen de la dinastía asadiana había utilizado armas químicas -algo que yo mismo pude constatar hace dos meses, como también otros amigos basándose en su propia experiencia-, y después de que se asegurara que el uso de armas aéreas y misiles de largo alcance contra las ciudades y barrios residenciales no tendría que enfrentarse más que a voces cada vez más tenues, tras todo eso, las potencias occidentales decidieron apoyar a los revolucionarios sirios con armas, cuyo objetivo no iba más allá del hecho de devolver el equilibrio que facilitó que la balanza se inclinara a favor del régimen.
La recuperación del equilibrio significa prolongar la lucha siria para que ambas partes pierdan, algo de lo que ya existen precedentes en la historia de las democracias occidentales, mientras que lo que se exige es algo que garantice el derrocamiento del régimen o, al menos, que se obligue a sus aliados a rectificar en su apoyo a la guerra criminal abierta.
Esta política no es sólo corta de miras, y no sólo llevará a la prolongación de la lucha, sino que también es inhumana en su máxima expresión. No hay dos males iguales en Siria, como lo pintan por desgracia muchos medios de comunicación occidentales, y al contrario de lo que dicen los informes de Naciones Unidas y las organizaciones internacionales, aunque la lucha en Siria no sea entre ángeles y demonios.
Hay un régimen despótico fascista que ha matado a cerca de 100.000 revolucionarios a los que gobernaba y hay un sector variado que se ha rebelado contra él, partes del cual se han radicalizado debido a la prolongación y crueldad de la lucha. Esta radicalización es cada vez más difícil de combatir para la sociedad siria. Cuanto más se abandone a los sirios a su suerte, más probable será que aumente el extremismo como el de estos grupos radicales y que se debiliten la lógica de la moderación y el racionalismo.
Por propia experiencia sobre el terreno, esto es lo que está pasando. Cuando caían nuevas víctimas, especialmente niños, me llegaban miradas interrogantes por parte de los imanes de los organismos de protección civil, que se preguntaban por el valor y utilidad de las palabras calmadas "racionales" que suelo emitir.
Sólo hay una cosa correcta hoy desde el punto de vista del interés general de los sirios y desde el punto de vista humanitario, que es ayudar a la sociedad a deshacerse del Gobierno de la dinastía asadiana, que se comporta como si fuera dueño del país. Como si los sirios fueran siervos suyos. Todo será difícil en Siria tras el asadismo, pero deshacerse del criminal incitará a la gente a interactuar de forma más moderada en la sociedad siria y a que los sirios se planten delante de los más radicales.
Mucho peor sin lugar a dudas es prolongar la lucha y su coste humano y material, como también es peor quedarse mirando cómo el pueblo sirio es asesinado con las armas de Rusia y a manos de asesinos locales, libaneses, iraquíes y de otras nacionalidades. Del mismo modo, es peor imponer un acuerdo que no castigue a los criminales y que no trate con seriedad los problemas del país.
En ocasiones oímos de los políticos estadounidenses y occidentales que no hay solución militar a la lucha siria, pero ¿dónde está la solución política? ¿Cuándo ha dicho Bashar Asad, tras cerca de 28 meses de revolución y 100.000 muertos, que está dispuesto de veras a entrar en negociaciones serias con la oposición y a repartir el poder? ¿En qué momento ha parado de matar desde hace unos 850 días?
Lo cierto es que no hay solución política si no es obligando al carnicero a dimitir, ahora y sin dilación, y con él a todos los líderes de los asesinatos en su régimen. Ello proporcionará a los revolucionarios sirios algo importante: lo que han pedido desde el principio por medios pacíficos. Y ello fortalecerá las posturas de los moderados y abrirá la puerta al aislamiento de los radicales y la firma de un pacto justo, que la zona y el mundo necesitan, y los sirios antes que nadie.
Queridos amigos, no nos habríamos dirigido a vosotros si la cuestión siria no fuera una de las grandes cuestiones del mundo y de las más peligrosas de las últimas décadas, pues ha provocado que cerca de un tercio de los habitantes hayan sido arrancados de sus casas para marcharse a otras zonas del interior o al exterior. Además, hay cientos de miles de heridos e inválidos y cerca de un cuarto de millón de detenidos son víctimas de terribles torturas. Las mujeres y niños arrestados son violados, tal y como han certificado los informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, además de los organismos sirios más fiables.
Las fuerzas asadianas han perpetrado masacres colectivas, algunas de las cuales han sido certificadas por los informes de la ONU. Y todo ello para garantizar el mantenimiento de un gobernante que heredó el Gobierno sin derecho ni merecimiento de un padre que se hizo con el poder por la fuerza y que gobernó el país con sangre.
Nos dirigimos a ustedes hoy, como líderes de opinión en sus países, para que presionen a sus gobiernos con vistas a que adopten una postura firme contra el asesino, y que apoyen el cambio del régimen de la dinastía asadiana. Eso es lo único humano y progresista que se puede hacer, pues no hay nada más retrógrado y fascista en el mundo de hoy que un régimen que mata a su pueblo y que trae a los asesinos de países y organizaciones aliadas con él, provocando una guerra sectaria, que no es difícil hacer estallar, pero que tal vez sea imposible detener antes de llevarse por delante a cientos de miles de personas.
Pedimos hoy su apoyo, mañana puede ser demasiado tarde.
Mié 10/07/2013
Elmundo.es
Carta desde Siria
Carta a los intelectuales y líderes de opinión en Occidente
Carta desde Siria
Carta a los intelectuales y líderes de opinión en Occidente
INTELECTUALES, ¡AYUDEN A LOS SIRIOS!Queridos amigos:
Hace unos tres meses me dirigí a la zona liberada de Al-Ghouta oriental, dejando atrás la capital, Damasco, donde la vida se había vuelto asfixiante. Fueron necesarias varias semanas y una minuciosa preparación para que pudieran sacarme con éxito de una ciudad dividida por cientos de controles y barreras, y que Bashar Asad quiere conservar como centro del poder que heredó de su padre a principios de este siglo.
En Al-Ghouta oriental viven hoy cerca de un millón de personas, cuando antes de la revolución sus habitantes alcanzaban los dos millones. Durante los últimos tres meses ha pasado de ser el foco de partida de la revolución armada hacia la capital, a ser una zona cercada por todas partes gracias al apoyo que ha recibido el régimen de las potencias internacionales radicales como Rusia e Irán, y de las milicias libanesas e iraquíes relacionadas con la última.
Durante ese tiempo, he sido testigo de la flagrante escasez de armas y municiones, e incluso de la falta de alimentos entre los combatientes. Muchos de los que se encuentran en el frente apenas comen dos platos al día, y si no se tratara de combatientes procedentes de la zona, que defienden sus pueblos y familias, y que viven de lo que viven los demás, la situación sería mucho peor.
Las ciudades y municipios por los que he pasado y en los que he vivido en estos meses son bombardeados a diario de forma indiscriminada con aviones, artillería, misiles y proyectiles, y cada día caen víctimas que son civiles en su mayoría. He estado durante un mes en un punto de defensa civil desde donde he podido ver a todos los que morían. Algunos se convertían en un montón de miembros y vísceras imposibles de distinguir, otros eran niños, y entre las víctimas estaba también un feto en el sexto mes de gestación, que su madre había perdido aterrorizada por lo cerca que estaban los bombardeos de su casa.
No ha pasado un solo día durante estos meses sin que haya habido víctimas, dos o tres generalmente, pero hubo nueve un día, 28 otro y 11 un tercer día. El número aumenta últimamente, y pocas veces se queda por debajo de la media docena diaria. Entre las víctimas, recientemente ha habido otro feto, cuyos rasgos ya se habían dibujado, y del cual se dice que estaba también en el sexto mes de gestación y que perdió otra madre asustada.
Además de los civiles, cada día caen muchos combatientes jóvenes alcanzados por las armas de una fuerza salvaje superior militarmente, y que además cuenta con un mayor apoyo.
Toda la zona está sin electricidad desde hace ocho meses, por lo que la gente ha tenido que recurrir a generadores, que fallan continuamente y que precisan de combustible cada vez de forma más acuciante debido al bloqueo impuesto. Ello implica que no se puede refrigerar ni conservar la comida en verano en una zona extremadamente calurosa. Las líneas móviles y de teléfono están cortadas también y desde hace unas semanas escasea la harina.
Durante unas dos semanas apenas hemos podido conseguir pan y nos apañamos con sémola de trigo y arroz, y generalmente comprando comida preparada de los pocos restaurantes que quedan. Yo personalmente tengo suficiente ya con dos platos. Pero de forma temporal, pues ya he perdido unos 10 kilos.
Nos comunicamos por medio de las redes por satélite que nos llegan de contrabando con muchas dificultades y que usamos para hacer llegar información y noticias a otros sirios y al mundo. Pero esto sólo lo pueden hacer unos pocos. Hace unos días, cayó un proyectil muy cerca de donde nos encontramos, e internet quedó cortado un tiempo. Podría haber pasado lo peor: el proyectil podría haber caído sobre nuestro tejado y haber destruido los esfuerzos de dos meses para asegurar el aparato.
Lo peor con diferencia, no obstante, sucede cada día con el creciente número de víctimas que son enterradas a toda prisa, acompañadas por un mínimo grupo de personas, que se apresuran por miedo a que les caiga un proyectil encima. Eso ya ha pasado y de hecho, una vez fui testigo de cómo se enterraba al fallecido menos de una hora después de caer, sin que su mujer e hijos pudieran verlo por última vez. Su cuerpo estaba destrozado y había perdido partes del mismo. Los de mayor edad de la familia consideraron que no era la mejor imagen para permanecer en la memoria.
Nosotros, yo y unos amigos y amigas, seguimos vivos. En Damasco estábamos amenazados por la posibilidad de detención y tortura salvaje, de la que quizá no saliéramos con vida. Aquí estamos seguros en ese sentido, pero nada nos garantiza que un proyectil no caiga sobre nosotros en cualquier momento.
Compartimos con cerca de un millón de personas el hecho de que nuestro destino se nos ha escapado de las manos por completo y de que se ha abierto el abismo de las peores posibilidades. Cada vez que llego a la puerta de casa, siento que me he salvado de morir alcanzado por un proyectil o por fragmentos del mismo. Pero sigue siendo posible que la muerte llegue por la ventana o por la puerta.
Hoy, 28 de junio, han caído tres proyectiles entre las 12:00 y las 12:30 del mediodía en un lugar cercano a donde estamos, casi a la hora de la oración del viernes para los musulmanes creyentes. Entre lo que más me llamó la atención en los primeros días aquí fue que una semana la llamada a la oración del viernes se produjo a eso de las 9:30 de la mañana; es decir, tres horas antes de lo habitual. A esa mezquita, le siguieron otras con un intervalo de media hora entre cada una.
Cuando pregunté el porqué me dieron una explicación sorprendente: la idea era evitar que un gran número de fieles se concentraran en las mezquitas de la ciudad en un momento concreto, y no dar así oportunidad al régimen de provocar un mayor número de víctimas, como ya había sucedido. En la ciudad en la que me encontraba, cinco mezquitas habían sido destruidas.
Es mucho más doloroso que un tercio de los niños no puedan ir aquí a las escuelas, porque sus familias tienen miedo y porque no hay escuelas cercanas. Las pocas que siguen funcionando lo hacen en sótanos bajo tierra para evitar los bombardeos, pero con eso evitan que los niños jueguen y corran al aire libre.
Y los hospitales están bajo tierra también.
La gente aquí libra su lucha con una sonrisa, pues saben que una terrible masacre les espera si el régimen logra dominar la zona de nuevo. Quien no sea asesinado en el acto, será detenido y sometido a una tortura extremadamente salvaje. Las opciones de los habitantes se reducen: morir resistiendo la agresión fascista del régimen criminal o morir a manos del régimen mismo de la forma más horrible si dejan de resistir. Las almas de la gente se estremecen y mi propia alma se estremece en lo más profundo ante la idea de que este mismo régimen nos gobierne de nuevo. Imagino lo peor si dejan de resistir.
Durante los seis largos meses que la revolución siria fue pacífica, la política de las potencias influyentes en el mundo fue dejar que los sirios fueran asesinados con un promedio diario creciente, y garantizar al régimen que podía hacer todo lo que quisiera con total impunidad.
Esto recuerda al comportamiento de las democracias occidentales frente a Hitler poco antes de la Segunda Guerra Mundial. La situación actual es resultado directo de que dichas potencias se hayan abstenido de apoyar a los revolucionarios sirios, no sólo mientras las potencias que apoyan al régimen no dejaban de proporcionarle armas, dinero y hombres, sino también mientras aumentaban ese apoyo e intervenían pública y directamente.
Finalmente, cuando el mundo entero supo que el régimen de la dinastía asadiana había utilizado armas químicas -algo que yo mismo pude constatar hace dos meses, como también otros amigos basándose en su propia experiencia-, y después de que se asegurara que el uso de armas aéreas y misiles de largo alcance contra las ciudades y barrios residenciales no tendría que enfrentarse más que a voces cada vez más tenues, tras todo eso, las potencias occidentales decidieron apoyar a los revolucionarios sirios con armas, cuyo objetivo no iba más allá del hecho de devolver el equilibrio que facilitó que la balanza se inclinara a favor del régimen.
La recuperación del equilibrio significa prolongar la lucha siria para que ambas partes pierdan, algo de lo que ya existen precedentes en la historia de las democracias occidentales, mientras que lo que se exige es algo que garantice el derrocamiento del régimen o, al menos, que se obligue a sus aliados a rectificar en su apoyo a la guerra criminal abierta.
Esta política no es sólo corta de miras, y no sólo llevará a la prolongación de la lucha, sino que también es inhumana en su máxima expresión. No hay dos males iguales en Siria, como lo pintan por desgracia muchos medios de comunicación occidentales, y al contrario de lo que dicen los informes de Naciones Unidas y las organizaciones internacionales, aunque la lucha en Siria no sea entre ángeles y demonios.
Hay un régimen despótico fascista que ha matado a cerca de 100.000 revolucionarios a los que gobernaba y hay un sector variado que se ha rebelado contra él, partes del cual se han radicalizado debido a la prolongación y crueldad de la lucha. Esta radicalización es cada vez más difícil de combatir para la sociedad siria. Cuanto más se abandone a los sirios a su suerte, más probable será que aumente el extremismo como el de estos grupos radicales y que se debiliten la lógica de la moderación y el racionalismo.
Por propia experiencia sobre el terreno, esto es lo que está pasando. Cuando caían nuevas víctimas, especialmente niños, me llegaban miradas interrogantes por parte de los imanes de los organismos de protección civil, que se preguntaban por el valor y utilidad de las palabras calmadas "racionales" que suelo emitir.
Sólo hay una cosa correcta hoy desde el punto de vista del interés general de los sirios y desde el punto de vista humanitario, que es ayudar a la sociedad a deshacerse del Gobierno de la dinastía asadiana, que se comporta como si fuera dueño del país. Como si los sirios fueran siervos suyos. Todo será difícil en Siria tras el asadismo, pero deshacerse del criminal incitará a la gente a interactuar de forma más moderada en la sociedad siria y a que los sirios se planten delante de los más radicales.
Mucho peor sin lugar a dudas es prolongar la lucha y su coste humano y material, como también es peor quedarse mirando cómo el pueblo sirio es asesinado con las armas de Rusia y a manos de asesinos locales, libaneses, iraquíes y de otras nacionalidades. Del mismo modo, es peor imponer un acuerdo que no castigue a los criminales y que no trate con seriedad los problemas del país.
En ocasiones oímos de los políticos estadounidenses y occidentales que no hay solución militar a la lucha siria, pero ¿dónde está la solución política? ¿Cuándo ha dicho Bashar Asad, tras cerca de 28 meses de revolución y 100.000 muertos, que está dispuesto de veras a entrar en negociaciones serias con la oposición y a repartir el poder? ¿En qué momento ha parado de matar desde hace unos 850 días?
Lo cierto es que no hay solución política si no es obligando al carnicero a dimitir, ahora y sin dilación, y con él a todos los líderes de los asesinatos en su régimen. Ello proporcionará a los revolucionarios sirios algo importante: lo que han pedido desde el principio por medios pacíficos. Y ello fortalecerá las posturas de los moderados y abrirá la puerta al aislamiento de los radicales y la firma de un pacto justo, que la zona y el mundo necesitan, y los sirios antes que nadie.
Queridos amigos, no nos habríamos dirigido a vosotros si la cuestión siria no fuera una de las grandes cuestiones del mundo y de las más peligrosas de las últimas décadas, pues ha provocado que cerca de un tercio de los habitantes hayan sido arrancados de sus casas para marcharse a otras zonas del interior o al exterior. Además, hay cientos de miles de heridos e inválidos y cerca de un cuarto de millón de detenidos son víctimas de terribles torturas. Las mujeres y niños arrestados son violados, tal y como han certificado los informes de Amnistía Internacional y Human Rights Watch, además de los organismos sirios más fiables.
Las fuerzas asadianas han perpetrado masacres colectivas, algunas de las cuales han sido certificadas por los informes de la ONU. Y todo ello para garantizar el mantenimiento de un gobernante que heredó el Gobierno sin derecho ni merecimiento de un padre que se hizo con el poder por la fuerza y que gobernó el país con sangre.
Nos dirigimos a ustedes hoy, como líderes de opinión en sus países, para que presionen a sus gobiernos con vistas a que adopten una postura firme contra el asesino, y que apoyen el cambio del régimen de la dinastía asadiana. Eso es lo único humano y progresista que se puede hacer, pues no hay nada más retrógrado y fascista en el mundo de hoy que un régimen que mata a su pueblo y que trae a los asesinos de países y organizaciones aliadas con él, provocando una guerra sectaria, que no es difícil hacer estallar, pero que tal vez sea imposible detener antes de llevarse por delante a cientos de miles de personas.
Pedimos hoy su apoyo, mañana puede ser demasiado tarde.
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