Sinpermiso
Ha muerto un personaje que la historia registrará entre aquellos que no tienen epopeya. En la lista de los polizontes y los verdugos, allí está, allí estará. Un comandante de la violación aberrante de los derechos humanos, un general que jamás estuvo en un campo de batalla, ni en un combate con honra. Jorge Rafael Videla permanecerá siempre asociado a los campos de concentración, a la tortura, a las vejaciones, al robo de los niños nacidos en cautiverio, al saqueo de los bienes públicos y privados, a la desaparición forzosa de personas en escala industrial. Inventor de una frase brutal que lo incrimina para siempre: “el desaparecido no está, no existe”. Esa es la elocuencia de su perversidad, la mediocridad de sus neuronas. Fue procesado y condenado por delitos de lesa humanidad, que por conocidos y reiterados en el Siglo XX no dejan de provocar espanto. La dictadura que él inauguró en 1976 ensayó y perfeccionó además tormentos y vejaciones, que junto a sus colegas latinoamericanos del terrorismo de Estado, en el marco del llamado Plan Cóndor, quedarán en las páginas más horrendas de la historia de nuestros pueblos.
Sin embargo, sería injusto que sólo él cargue con esa mochila criminosa. Videla y los militares que asaltaron el poder fueron el producto de una época y de un proceso social y político específico. Si bien ellos diseñaron un plan y lo ejecutaron, hubo instigadores y favorecidos por el crimen que va más allá de los miles de desaparecidos, asesinados, torturados, presos y exiliados. El daño al tejido social del país fue muy profundo y la sociedad argentina paga todavía sus consecuencias de una u otra forma. Ciertamente no todos por igual. Videla y el resto de los comandantes militares fueron juzgados y condenados por la Cámara Federal, en el fallo memorable de 1985. Videla a reclusión a perpetuidad y degradado como militar, en momentos en que todavía tenían mando de tropa y capacidad de fuego la mayoría de los que habían participado de la violación de los derechos humanos. Luego, Carlos Menem indultó a Videla y a sus socios, como una pieza indispensable para su política económica, que significó la continuidad y profundización del modelo instaurado por Videla en 1976. Los torturadores retornaron entonces con patente políticamente correcta, montaron empresas con los fondos públicos robados, se los volvió a ver en los actos militares oficiales y hasta figuraban en la nómina de los medios de comunicación del gobierno. La lucha de los defensores de los derechos humanos y la condena a los indultos no pudo ser acallada, pese a la nueva convalidación electoral de Menem en 1995. Videla volvió a ser procesado y preso por el robo de bebés en 1998. Todo eso hasta el 2001. La crisis y rebelión de diciembre de ese año abrió una nueva etapa histórica. El primero en advertirlo fue Adolfo Rodríguez Saá, que en su breve interinato, olfateó que la bandera de los derechos humanos y la lucha de las Madres y Abuelas debían ser reivindicadas y eran útiles para restaurar el sistema político en grave peligro. Luego Néstor Kirchner la retomó y avanzó en su esfuerzo por legitimarse, cuando todavía Menem había sido el candidato que sumó el mayor numero de votos en las elecciones de 2003. Los fallos de la Corte y la derogación del indulto y las leyes de Obediencia debida y Punto Final, permitieron que Videla muriera en prisión a los 87 años.
Sin embargo, la memoria de Jorge Julio López y otros desaparecidos y asesinados en democracia nos indica que el aparato represivo no ha sido desmontado.
De morirse en los tiempos de la pizza y el champán, no habrían sido apenas sus familiares, un osado de los Anchorena, y el de sus alumnos de la promoción 81 del Colegio Militar, sólo 18, los avisos fúnebres de Videla en el tradicional diario La Nación. Como le pasó a su ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, que se murió hace dos meses, a Videla tendrían que haberlo despedido los ingratos de esa derecha que no quiere llamarse derecha sino de centro, los empresarios que lo llevaron al poder y se llenaron los bolsillos, varios políticos (no sólo de la derecha) y sindicalistas que en su momento alentaron y auspiciaron a los militares y hoy miran para otro lado. Sobre todo esto ya se ha escrito y se seguirá escribiendo. Como dice la canción de Charly García, escrita durante la dictadura: “los dinosaurios van a desaparecer”. Sin Permiso, Buenos Aires.
Videla desapareció a su propio hijo
La muerte del mayor genocida de la historia argentina no podía estar ausente de este espacio personal. Al cabo, gran parte de mi existencia estuvo destinada a combatirlo, denunciarlo y exigir justicia para sus víctimas. Desde la clandestinidad y desde la legalidad democrática. Juré como diputado nacional por “la memoria de los treinta mil desaparecidos”.
Tanto se ha escrito y dicho en estos días sobre su siniestra trayectoria, que no aportaría demasiado una nueva semblanza de un asesino serial convicto y confeso.
Prefiero, en cambio, recordar lo que publiqué como primicia en junio de 1998, en el diario Página/12, donde revelé que diez años antes de imponer “la desaparición forzada de personas”, Jorge Rafael Videla y su esposa Alicia Raquel Hartridge de Videla, internaron a su hijo Alejandro Videla –diagnosticado como “oligofrénico profundo y epiléptico”- en la tenebrosa Colonia Montes de Oca, donde murió muy joven. Como contrapartida, el suboficial retirado Santiago Sabino Cañas, que había cuidado al muchacho en la Colonia no pudo conmover al dictador para que este salvara la vida de su hija Angélica, de 20 años, “desaparecida” por “subversiva”.
¿Qué compasión podía esperar el suboficial, si Videla había mantenido un secreto absoluto sobre ese hijo al que hizo desaparecer?
Cuando se publicaron las notas, Alicia Raquel Hartridge declaró que se trataba de “destruir a su familia”. Nada de eso tenía yo en mente: la ominosa simbología de ese secreto familiar debía ser expuesta para que todos los argentinos –incluidos los que festejaban los goles del 78- supieran que clase de personajes degradados y miserables habían llegado al poder, aupados por los grandes capitalistas y la indiferencia de la llamada “mayoría silenciosa”.
Por cierto –reitero- lo publiqué el 21 de junio de 1998, tres años antes de que María Seoane y Vicente Muleiro publicaran su valioso libro “El dictador”, donde recuerdan este episodio. La aclaración vale la pena porque hay periodistas con mala memoria –y no precisamente por el Alzheimer. Ayer, 17 de mayo, en el blog del Grupo “Perfil” que se llama “A paso de yegua”, Ursula Ures Poreda trastocó las fechas y atribuyó la revelación a Seoane y Muleiro y a mi el “reflote” (o refrito) en Página/12. Más allá de esas pequeñas miserias, reproduzco ahora lo que publiqué hace 15 años para completar la biografía del dictador más sangriento de la historia reciente de la Argentina.
Miguel Bonasso, periodista y escritor, autor de Recuerdos de la Muerte.
http://bonasso-elmal.blogspot.com.ar/ 18-05-2013
La importancia de que muriera preso
La integrante de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora Taty Almeida consideró sobre la muerte del dictador Jorge Rafael Videla que “veo a los 30 mil (desaparecidos), incluido Alejandro (su hijo), levantando el dedo pulgar, son 30 mil que no lo van a dejar tranquilo en el más allá, no sé qué hay en el más allá, pero los genocidas no van a entrar”. En tanto, Nora Cortiñas, también de Madres Línea Fundadora, expresó que “se mueren los genocidas y no se van abriendo los archivos”.
Almeida destacó el desarrollo y la continuidad de los juicios a los represores que cometieron delitos de lesa humanidad durante la dictadura de que Videla fue engranaje esencial, y sostuvo que se llegó a ellos “gracias a la lucha inclaudicable de los organismos de derechos humanos, los ex presos políticos y los sobrevivientes que nos encontramos con un presidente, nuestro querido Néstor Kirchner, que nos escuchó”. La dirigente de derechos humanos agregó que Kircher “tomó a los derechos humanos como política de Estado, un Estado presente que declaró la nulidad de las leyes del perdón y no hay marcha atrás”.
Por su parte, Cortiñas destacó que el dictador “murió condenado”, pero pidió que se “busque” información del “entorno” de Videla para proseguir con las causas sobre bebés apropiados en ese período histórico. “Se murió un condenado, cómo no va a haber información, claro que la hay” en el entorno del militar fallecido, sobre la metodología represiva empleada en esos años. Al respecto, la dirigente de derechos humanos reclamó investigar “a quiénes les entregaron los bebés nacidos en cautiverio”, ya que “falta mucha información y ellos la tienen”. A su criterio, esto es fundamental porque “todavía falta condenar a muchos genocidas, y en eso estamos”.
Para Cortiñas, “no hay perdón, no hay olvido, no hay reconciliación. Ahora está muerto, pero en vida nunca se arrepintió ni tuvo algún mínimo gesto que nos permitiera llegar a la verdad y a la justicia. Por eso nosotras seguimos en la búsqueda”. La madre de Plaza de Mayo dijo que desde su sentimiento no festeja la muerte “porque se mueren y se van con los secretos más importantes de la historia, nosotras peleamos siempre por la apertura de los archivos que queremos y que estamos permanentemente tratando de encontrar, se mueren llevándose este secreto tan trágico, ellos saben dónde están, ellos los tienen”. Y destacó que “no nos acercamos ni siquiera para insultarlos como se merecen, ni para preguntarles nada, nunca hemos pedido ni buscado venganza”.
Nora Cortiñas y Taty Almeida son integrantes de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora. Página 12 , 18-05-2013
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