martes, 2 de abril de 2013

El libro del desasosiego

Fernando Pessoa
Por María Esperanza Hermida Moreno

Fernando Pessoa nació el 13 de junio de 1888 en Lisboa (Portugal) y falleció el 30 de noviembre de 1935. Representa una de las más importantes figuras de la literatura europea del siglo XX. A diferencia de los poetas españoles contemporáneos, Antonio Machado y Miguel Hernández, Pessoa utilizó heterónimos: Ricardo Reis, Álvaro Campos, Alberto Caeiro y Bernardo Soares. A través de ellos, se desdobló en estilos literarios diferentes: el fresco y espontáneo, el perfeccionista en el manejo del léxico y la composición, el estético y delicado, y el tenaz crítico. Pessoa, dicen sus biógrafos, críticos, analíticos y amantes, logró exponer "ese equilibrio, muchas veces contradictorio, que debe existir entre emociones y razón." También fue distinta de sus contemporáneos españoles, su posición política, ya que algunos le consideraron como un poeta de "derecha". En su biografía se lee que el cantante brasileño Caetano Veloso compuso una pieza musical llamadaLingua, en la que existe un fragmento inspirado en un artículo del poeta, titulado "Mi patria es mi lengua". El fragmento dice:


A língua é minha Pátria / E eu não tenho Pátria: 

tenho mátria / Eu quero frátria. 

La lengua es mi Patria / Y no tengo patria, 
tengo matria / Yo quiero fratria.


Rio Tajo, Portugal
El compositor Tom Jobim transformó el poema El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea en música. La cantante Dulce Pontes musicalizó el poema El Infante, El grupo lusitano de Goth Metal Moonspell, musicalizó el poemaOpio.También el grupo Secos e Molhados puso música al poema Não, não digas nada («No, no digas nada»). Y la cantautora Liliana Felipe adaptó y musicalizó "Tabaquería".

Entonces, cabe preguntarse, era de "derecha" Pessoa? Quién lo dice hoy? Cómo podemos convivir en la poesía, si somos de izquierda o derecha?.


Durante el siglo XX la inquisición resucitó de la mano con los intereses que están tras el debate político sobre el presunto carácter de "izquierda" o de "derecha" que posee, o tiene, o es, el arte, la literatura y la poesía. Sólo que esta inquisición se ejecutó con nuevas tecnologías. Sus prelados son Hitler, Mussolini, Franco, Mao, Stalin, Pinochet, Videla, Idi Amin, el apartheid surafricano... En fin, tantos que habria que escribir varios listados en los cinco continentes. Pero esta inquisición es masiva y por eso, terrible. Piezas quemadas, saqueos, libros incinerados, demasiadas mujeres victimizadas, poetas presos y muertos, cantantes mutilados en aquel estadium chileno devenido en campo de concentración y tortura. 

Decenas, cientos, miles, millones de personas perseguidas, encarceladas, humilladas, cuyas vidas fueron lentamente derretidas o cruelmente asesinadas, por el delito de ser negro o judío o gitano, por el delito de creer, de pensar, de sentir.

Negarnos a la continuidad de este genocidio que prosigue en el siglo XXI, es comprometernos a la paz y al amor, luchando por ellos. Pero no con las paces diplomáticamente correctas y realmente falsas, ni con los amores de telenovela ramplona, incapaces del sublime placer que nace del sentimiento. Ninguna de estas escenografías resiste el ventarrón de la autenticidad. Así lo gritan los desplazados colombianos, luego de los innumerables show de paz protagonizados en los últimos 30 años. Así lo evidencian los millones de niños y niñas que medigan en el áfrica subsahariana. Así lo expresa la lágrima que corre por la cara de la juventud china, indú, iraní, árabe, palestina, tailandesa, somalí, presa del "sinsentido" e inhumanidad de religiones opresivas, que se acompasan perfectamente con la explotación salvaje del capital y el belicismo sionista. Así lo viven las poblaciones de Europa, cuando se hace trizas su "eurozona" y los sindicatos alzan su voz reclamando comida, pensiones y puestos de trabajo. Así lo enseñan las comunidades indigenas latinoamericanas, tras quinientos años de lucha contra la invasión de sus territorios y de su vida. Así lo atestigua el VIH SIDA y su extensión. Así lo sufre el planeta tierra en cada incendio incontrolable, cada derrame petrolero en el mar, cada pedazo de los cascos polares que se derriten, cada especie extinguida, cada emisión de gases que afectan a la capa de ozono, en cada bomba que estalla, en cada bala que se dispara.


Ahora más que nunca antes, cuando en Venezuela y en el mundo la lucha por la paz y por el amor, reales, genuinos, solidarios y conscientes  es la lucha por la vida, valen estas letras para reivindicar a la tolerancia como valor y principio; y al respeto como necesidad. Si bien somos nuestros genes y lo que comemos, la manera de reproducirnos y organizarnos, sólo los seres humanos somos historia, cultura e ideología. El arte y la poesía, deben sobrevivir.Fragmentos de "El libro del desasosiego"

Hace mucho tiempo que no escribo. Han pasado meses sin que yo viviera, y voy durando, entre la oficina y la fisiología, en un estancamiento íntimo, sin pensar ni sentir. Esto, desgraciadamente, es algo que no reposa: en la podredumbre hay fermentación.
Hace mucho tiempo que no sólo no escribo, sino que ni siquiera existo. Creo que apenas sueño. Las calles no son sino calles para mí. Hago el trabajo de la oficina sólo con conciencia de que lo hago, pero no diría sin distraerme; por detrás de esa conciencia estoy, no meditando sino durmiendo, otro siempre.
Son para ti


Hace mucho tiempo que no existo. Estoy tranquilísimo. Nadie me distingue de quien soy. Recién me sentí respirar como si hubiese practicado algo nuevo, o recuperado algo remoto. Empiezo a tener conciencia de tener conciencia. Tal vez mañana despierte a mí mismo, y reanude el curso de mi existencia propia. No sé si, con eso, seré más feliz o menos feliz. No sé nada. Alzo mi cabeza de caminante y veo que, sobre la cuesta del Castillo, el poniente arde opuesto en decenas de ventanas, en una reverberación alta de fuego frío. Alrededor de esos ojos de llama dura, la cuesta entera es un terso final de día. Puedo, al menos, sentirme triste y tener la conciencia de que, con mi tristeza, se cruzaron ahora –vistos con el oído– el sonido súbito del tranvía que pasa, la voz casual de los conversadores jóvenes, el susurro olvidado de la ciudad viva.




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