Mi condición de médico, científico y materialista, nada de lo cual entra en contradicción con que tenga sentimientos, amores, amistades e intereses, me hizo entender muy temprano que Chávez, lamentablemente, y esto no es un simple decir, sufría una terrible enfermedad, que no fue diagnosticada precozmente, según la información disponible, y que más temprano que tarde lo separaría del mundo político y del mundo natural. Entiendo que quienes le quieren entrañablemente sufran en lo personal ante la pérdida de su líder; comprendo que se preocupen además por el destino del proyecto político asumido, cuyo futuro no sólo importa a Venezuela sino que los afecta personalmente.
Era como el caso de quien corre el peligro de perder a sus padres, a quienes ama profundamente y de quienes dependen su vida y su futuro. Es muy humano aferrarse a cualquier cosa para enfrentar la aflicción producida por estas realidades: primero surge la negación de que el hecho esté ocurriendo y, más adelante, intentos desesperados para salvar al ser amado. Al fracasar la atención convencional del paciente incluso en países más avanzados, aparecen las medicinas milagrosas, el médico que curó a fulano que sufría de “lo mismo”, el brujo que sanó a perencejo que estaba desahuciado, los rezos a José Gregorio, las súplicas a María Lionza, las promesas a los santos y, mientras más se involucren en las plegarias, más esperanzas.
Quienes no creemos en cuestiones sobrenaturales, no nos dejamos llevar por este tipo de conductas, aunque entendemos que la oración y la devoción son formas de obtener tranquilidad por el común de la gente. Pero una cosa es esta situación y otra muy distinta es sembrar en la gente esperanzas sin ninguna base cierta o, incluso peor, cimentadas en mentiras y medias verdades. Hace décadas, se recomendaba no informar al paciente la inminencia de su muerte para no profundizar su pena, pero a sus familiares sí había obligación de advertirles, para que supieran a qué atenerse. En el caso de un presidente, en cierto momento, se debe informar para que su pueblo se prepare y no que sea sacudido por la cruda realidad.
Luego de la primera operación, y más aún de la segunda y del fracaso de la quimioterapia y la radioterapia, era muy claro el pronóstico incluso para la gente común en su sano juicio. Especialistas, como Salvador Navarrete, lo alertaron precozmente, a pesar de no disponer de información oficial oportuna. Pero el propio Presidente y su tren gubernamental se mostraban ajenos a esa realidad, al igual que sus seguidores fanatizados, a quienes no se les podía tocar el tema, pues significaba un delito de lesa humanidad. La realidad terminó por imponerse con la crudeza de siempre y hoy, actores principales de la “tragedia” han reconocido que la o las dolencias graves del presidente Chávez datan de hace una década.
Luego, muchos lo sabían, pero insistieron en que mejor era esconderle la verdad al pueblo y manipular electoralmente los sentimientos populares.
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