lunes, 11 de febrero de 2013

El modelo venezolano




Por:   Pedro Torrecilla

El modelo de acumulación capitalista venezolano ha estado y está inserto en el sistema capitalista internacional, en calidad de país colonial, semicolonial o dependiente, en sucesivas etapas. En cualquiera de los casos, la postura de los distintos sectores burgueses nacionales ha derivado entre una subordinación total a los centros hegemónicos del Imperialismo y posturas más o menos nacionalistas, dirigidas a intentar beneficiarse de una mayor porción de la acumulación de capital global. En ese contexto se enmarcan episodios de nuestra historia como ciertas etapas del gobierno de Crespo o del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez.



En estos períodos, sectores burgueses de “izquierda”, se enfrentan parcialmente a los centros hegemónicos, intentando un mayor control de los medios de producción y renta nacionales, accediendo así a una mayor cuota de la plusvalía generada. En el caso venezolano, la fuente principal de esa plusvalía es la renta internacional de la tierra en cuanto yacimiento petrolero (Mommer 2010).
Para lograr dicho objetivo, esos sectores burgueses de “izquierda” necesitan apoyarse en los sectores populares nacionales en contra de la burguesía imperialista. Obviamente, estos procesos no están exentos de profundas contradicciones. La burguesía nacional requiere impulsar un desarrollo económico nacional que le sirva de base para la acumulación de capital y esto implica conceder beneficios y mejoras socioeconómicas a los trabajadores hasta cierto punto. Los trabajadores terminan acompañando el proceso impulsados por los aspectos progresivos del mismo y especialmente por las conquistas socioeconómicas alcanzadas. Claro está, aún en el caso de que dicha burguesía nacionalista alcance parcialmente sus objetivos (no hay posibilidades más allá de lo parcial en el marco imperialista), la dinámica propia del Capital más temprano que tarde, terminará despojando a los trabajadores de los beneficios obtenidos.
El actual régimen político-económico venezolano, se caracteriza por una alianza entre sectores pequeñoburgueses de izquierda, el estamento militar y sectores burgueses nacionalistas, que ante la debacle del modelo puntofijista (totalmente engranado en el sistema imperialista), intentan desarrollar un nuevo modelo nacional de acumulación de capital que garantice la estabilidad social necesaria y que los beneficie económicamente. Por supuesto que dicho proceso está lleno de contradicciones, sobre todo en el plano ideológico, discursivo, pero también en el plano estructural.
La crisis del modelo anterior fue profunda, tanto que generó una situación prerrevolucionaria en el país. Los mecanismos de control social se vinieron abajo y el único estamento capaz de controlar la situación fue el militar. Más allá del discurso de izquierda (que también lo tuvo Perón en su momento), más allá de los beneficios relativos económicos y sociales para los sectores más desposeídos (que también y mucho mejores han aportado otros gobiernos burgueses en el mundo en determinadas etapas), el modelo que se está desarrollando en Venezuela poco tiene que ver realmente con una búsqueda de una vía a una salida socialista (en tanto alternativa al Capitalismo).
No se trata de si hay o no amplios sectores en el partido de gobierno (PSUV) que honestamente estén en esa búsqueda; se trata de la dinámica real que le imprime al proceso la particular interacción entre la propia estructura social y económica del país, la combinación específica de sectores de clase que sustentan al régimen y una dirección política burocrática que, pese al discurso, desconfía fuertemente en las masas y necesita ejercer un control firme sobre ellas a través de un sistema verticalista y burocrático.
Para mantenerse en el poder, esa dirección política explota los elementos más atrasados de la conciencia de las personas; generando una ideología, mezcla de elementos religiosos, nacionalista, con un culto cuasi-religioso de la personalidad del líder.
En Venezuela, desde su inicio como Estado nacional unificado (a principios del siglo XX con la dictadura de Gómez), la burguesía nacional y los sectores de clase aliados, han basado su acumulación de capital en el usufructo de la renta del Estado. A la sombra del Estado, con sus créditos fáciles, sus políticas, etc., surgieron empresas como la Polar y otros grandes de la economía nacional.
Actualmente, de igual forma, chupando la sangre de los recursos del Estado, se esta conformando una nueva burguesía nacional, mezcla de la antigua y nuevos actores, acompañada por gruesos sectores de la alta burocracia del Estado que se está enriqueciendo con el erario público o con los negocios derivados de el mismo.
Dirán: “¡¿pero y las mejoras sociales y económicas evidentes para los sectores populares?!”; por supuesto que, tal como comentamos que ha ocurrido a lo largo de la historia del Capitalismo, existen períodos en que el Capital concede mejoras al Trabajo, en general por una combinación de conquistas de luchas del Trabajo con requerimientos socioeconómicos de un sector del Capital en competencia con otro. Pero dichas mejoras, ni son sustanciales, ni mucho menos apuntan a resolver la contradicción fundamental entre Capital y Trabajo. Simplemente se enmarcan en una política populista característica de esos sectores burgueses nacionalistas dirigidas a contener el descontento social mientras ellos se enriquecen cada vez más.
Para evidenciar esto, basta resaltar un hecho: el mecanismo fundamental de explotación del trabajador es el salario, el cual determina la plusvalía obtenida. Es decir, si los trabajadores generan la masa de riqueza, la remuneración de su trabajo al no ser equivalente a esa masa de riqueza (descontado por supuesto los costos de reposición, sociales, etc.), pues sencillamente producen un excedente del cual alguien distinto al trabajador se beneficia. En este punto, se nos dirá: “¡nada de eso!, en este régimen revolucionario ese excedente se revierte en beneficios sociales para los sectores populares: mercal, becas, desarrollo productivo, servicios, etc.”. La realidad es que en este y en pasados gobiernos (por ejemplo en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez), efectivamente parte del excedente se utiliza para eso; pero no es la parte sustancial, la parte sustancial va a enriquecer los bolsillos de los empresarios y los burócratas del gobierno y del estamento militar.
¿Cuánto es el monto de la cesta básica? (es decir, cuánto cuesta adquirir lo básico en alimentos, vestido, artículos de limpieza, etc., para una familia de cinco miembros), pues más de seis mil bolívares; ¿Cuánto es la cesta alimentaria? (sólo lo básico para comer), más de cuatro mil bolívares. Es decir que esos montos se necesitan o bien para que el trabajador meramente sobreviva comiendo o al menos no ande desnudo y mal oliente. Nada que ver con un nivel de vida realmente digno (que si llevan muchos de los altos personeros del gobierno y militares, además de por supuesto los empresarios “bolivarianos”). Pues bien, resulta que ni eso, ya que la gran mayoría de los trabajadores y las trabajadoras venezolanos(as) ganan menos de seis mil bolívares mensuales y una altísima proporción menos de cuatro mil.
Es decir que el capitalismo de Estado venezolano, bajo su ropaje ideológico de “Socialismo del siglo XXI”, le extrae una plusvalía a la clase que vive del trabajo en Venezuela, muy superior incluso al costo de reposición de una vida digna.
Y para colmo ni siquiera podemos decir que eso lo compensan los eficientes servicios que nos brinda el Estado burocrático en seguridad personal, salud, aseo, vías de comunicación, calidad de educación, etc., etc.
Reflexionemos y luego, honestamente digamos si hace falta una revolución dentro de la revolución o no. Y como toda verdadera revolución debe abarcar todo, incluida principalmente, nuestra propia mentalidad, nuestra actitud ante la sociedad, ante los otros, ante el trabajo, ante la acción política, además de los necesarios cambios políticos, sociales y económicos. O terminamos con el facilismo, el oportunismo, la corrupción, la ineficiencia y la ignorancia, o no hay revolución que valga.



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