León Trotsky
Nuestros enemigos de clase acostumbran a quejarse de nuestro terrorismo. Lo que entienden por esto no está muy claro. Ellos querrían calificar de terrorismo todas las actividades del proletariado contra sus enemigos de clase. A sus ojos, la huelga es el principal método terrorista. Una amenaza de huelga, la organización de piquetes, el boicot a un patrón esclavista, el boicot moral a un traidor que ha salido de nuestras propias filas, dicen que todo esto es terrorismo. Si se entiende por tal toda acción que inspira temor o daña al enemigo de clase, entonces, naturalmente, toda la lucha de clases no es otra cosa que terrorismo. Y entonces ya sólo quedaría por saber si los políticos burgueses tienen derecho a derramar a raudales su indignación moral mientras que todo el Estado, sus leyes, su policía y su ejército no son más que un aparato de terror capitalista.
Sin embargo es preciso decir que cuando nos reprochan hacer
terrorismo intentan, aunque no siempre a sabiendas, dar a este término un
sentido más literal, más indirecto.
En este sentido estricto de la palabra, el deterioro de
maquinaria por los trabajadores, por ejemplo, sería terrorismo. El asesinato de
un empresario, amenazar con incendiar una fábrica o amenazar de muerte a su
propietario, un intento de asesinato, revolver en mano, contra un ministro del
gobierno, estas acciones sí son actos terroristas en su sentido pleno y
auténtico.
No obstante, cualquiera que tenga una idea de la verdadera
naturaleza de la socialdemocracia internacional debería saber que siempre se ha
opuesto, y del modo más intransigente, a esta especie de terrorismo.
¿Por qué? Hacer terrorismo mediante una amenaza de huelga, o
llevar a cabo una huelga, es algo que sólo pueden hacer los trabajadores de la
industria. La significación social de una huelga depende directamente de dos
factores. Primero: la importancia de la empresa o sector industrial que afecta.
Segundo: el grado de organización, disciplina y disposición a la acción que
tienen los trabajadores que la secundan. Esto vale tanto para las huelgas
políticas como para las que tienen un motivo económico. Es el método de lucha
que deriva directamente del papel productivo del proletariado en la sociedad
moderna.
El terror individual desprecia el papel de las masas
El sistema capitalista necesita una superestructura
parlamentaria para desarrollarse. Pero como no puede confinar en un gueto al
proletariado moderno, tarde o temprano tiene que permitir que los trabajadores
participen en el parlamento. En todas las elecciones se manifiestan el carácter
de masa del proletariado y su nivel de madurez política -dos
"quantum" que, una vez más, también están determinados por su papel
social, es decir, sobre todo por su papel productivo.
En una huelga, igual que en una elecciones, el método, el
objetivo y los resultados de la lucha dependen del papel social y de la fuerza
del proletariado como clase. Sólo los trabajadores pueden llevar a cabo una
huelga. Los artesanos arruinados por la fábrica, los campesinos cuyas aguas han
sido contaminadas por la fábrica, o el "lumpen-proletariado", ávido
de saqueo, pueden romper las máquinas, prender fuego a la fábrica o asesinar a
su propietario.
Sólo la clase obrera, consciente y organizada, puede enviar en
representación una muchedumbre al parlamento para defender los intereses de los
proletarios. Por el contrario, para asesinar a un personaje oficial en la calle
no es preciso tener tras sí masas organizadas.
La fórmula para fabricar
explosivos está al alcance de todo el mundo y uno puede hacerse con un Browning
en cualquier parte. En el primer caso se trata de una lucha social cuyos
métodos y medios derivan necesariamente de la naturaleza del orden social
existente, en el segundo de una reacción puramente mecánica, idéntica en todas
partes -tanto en China como en Francia-, muy impactante en sus formas externas
(muerte, explosiones, así sucesivamente) pero absolutamente inofensiva en lo
que respecta al sistema social.
Una huelga, incluso de poca importancia, tiene consecuencias
sociales: aumento de la confianza en sí mismos de los trabajadores,
fortalecimiento de los sindicatos e incluso, a menudo, mejoras de la tecnología
de producción. El asesinato del propietario de una fábrica no produce más que
efectos de naturaleza policial, o un cambio de propietario desprovisto de toda
significación social. Que un atentado terrorista, incluso
"afortunado", provoque confusión entre la clase dirigente, depende de
circunstancias políticas concretas. De todas formas, esta confusión siempre
dura poco; el estado capitalista no se sostiene sobre los ministros del
gobierno y no puede ser eliminado con ellos. Las clases a las que sirve siempre
encontraran quien los remplacen; la maquinaria seguirá intacta y continuará
funcionando.
Pero el desorden que un atentado terrorista provoca entre
las masas obreras es más profundo. ¿Si basta armarse con un revólver para logar
el objetivo, para qué los efectos de la lucha de clases?
Si un dedal de pólvora y un poco de plomo bastan para
atravesarle el cuello al enemigo y matarle, ¿para qué hace falta una
organización de clase? Si tiene sentido aterrorizar a los más altos personajes
mediante el estampido de las bombas, ¿es necesario un partido? ¿Para qué valen
los mítines, la agitación entre las masas y las elecciones, si desde la galería
del parlamento se puede divisar fácilmente el banco de los ministros?
A nuestro entender el terror individual es inadmisible
precisamente porque devalúa el papel de las masas en su propia consciencia, las
hace resignarse a su impotencia y volver la mirada hacia un héroe vengador y
liberador que esperan llegará un día y cumplirá su misión. Los profetas
anarquistas de la "propaganda de la acción" pueden mantener todo lo
que quieran a propósito de la influencia exaltadora y estimulante de los actos
terroristas sobre las masas.
Las consideraciones teóricas y la experiencia
política prueban que sucede todo lo contrario.
Cuanto más "eficaces"
son los actos terroristas y mayor es su impacto, más limitan el interés de las
masas por su auto-organización y auto-educación.
Pero la confusión se evapora como el humo, el pánico
desaparece, un nuevo ministro ocupa el puesto del asesinado, la vida vuelve a
su rutina y la rueda de la explotación capitalista sigue girando como antes;
sólo la represión policial se hace más salvaje, segura de sí misma, impúdica.
Y, en consecuencia, la desilusión y la apatía reemplazan las esperanzas y la
excitación que artificialmente se habían despertado.
Los esfuerzos de la reacción para poner fin a las huelgas y
al movimiento de masas de los obreros en general se han saldado siempre, y en
todas partes, por el fracaso. La sociedad capitalista necesita un proletariado
activo, inquieto e inteligente; por eso no puede mantenerlo atado de pies y
manos durante mucho tiempo. Por el contrario, la propaganda anarquista de la
acción ha puesto de manifiesto repetidamente que el Estado es mucho más
rico en medios de destrucción física y represión mecánica que los grupos
terroristas.
Si esto es cierto, ¿dónde queda entonces la revolución?
¿Acaso es imposible dado el orden existente? De ninguna manera. La revolución
no es un simple agregado de medios mecánicos. La revolución no puede producirse
más que por la acentuación de la lucha de clases, y su única garantía de
victoria reside en la función social del proletariado. La huelga política de
masas, la insurrección armada, la conquista del poder del Estado, están
determinados por el grado de desarrollo que ha alcanzado la producción, por la
orientación de las fuerzas de las clases, por el peso social del proletariado
y, por último, por la composición social del ejército, puesto que en períodos
de revolución las fuerzas armadas son el factor que determina el destino del
poder del Estado.
La socialdemocracia es lo suficientemente realista como para
no intentar evitar la revolución que se desarrolla a partir de las condiciones
históricas existentes; al contrario, evoluciona para afrontarla con los ojos
bien abiertos. Pero al contrario que los anarquistas, y directamente opuesta a
ellos, la socialdemocracia rechaza todos los métodos y medios cuyo objetivo es
forzar artificialmente el desarrollo de la sociedad y sustituir por
procedimientos químicos la insuficiente fuerza revolucionaria del proletariado.
Antes de verse promovido a la categoría de método de lucha
política, el terrorismo hizo su aparición como actos de venganza individuales.
Así sucedió en Rusia, patria clásica del terrorismo. La flagelación a la que
fueron sometidos algunos presos políticos empujó a Vera Zassulitch a expresar
el sentimiento de general indignación mediante una tentativa de asesinato del
general Trepov. Su ejemplo fue imitado en los círculos de la intelligentsia
revolucionaria que carecían de toda base de masas. Y lo que había comenzado
como un acto irreflexivo de venganza evolucionó hasta convertirse en un
verdadero sistema en 1879-1881. Las olas de asesinatos que perpetraron los
anarquistas en Europa occidental y América del Norte siempre respondieron a
alguna atrocidad cometida por el gobierno (el hecho de abrir fuego contra
huelguistas o la ejecución de opositores políticos). La causa psicológica más importante
del terrorismo ha sido siempre un sentimiento de venganza que busca una vía de
escape.
No es necesario insistir en que la socialdemocracia no tiene
nada en común con todos esos moralistas venales que hacen declaraciones sobre
el "valor absoluto" de toda vida humana tras cada atentado
terrorista. Son los mismos que en otras ocasiones y en nombre de otros valores
absolutos -como por ejemplo el honor de la nación o el prestigio del monarca-
se muestran dispuestos para arrojar a millones de personas en el infierno de la
guerra. Hoy su héroe nacional es el ministro que proclama el sagrado derecho a
la propiedad privada, y mañana, cuando la mano desesperada de los trabajadores
se cierre en un puño o levante un arma, proferirán toda suerte de estupideces a
propósito de la inadmisibilidad de toda forma de violencia.
Digan lo que digan los eunucos y fariseos de la moral, el
sentimiento de venganza es perfectamente legítimo y confiere a la clase obrera
toda la solvencia moral por el hecho de no observar con indiferencia o
pasividad lo que sucede en este el mejor de los mundos. La tarea de la
socialdemocracia no estriba en calmar el deseo de venganza insatisfecho del
proletariado sino en intensificarlo más y más, profundizarlo y dirigirlo contra
las causas reales de toda injusticia y bajeza humanas.
Si nos oponemos a los atentados terroristas es sólo porque
la venganza individual no nos satisface. La cuenta que tenemos que saldar con
el sistema capitalista es demasiado elevada como para presentársela a cualquier
funcionario llamado ministro. Aprender a ver todos los crímenes contra la
humanidad, todas las indignidades a las que se ve sometido el cuerpo y el
espíritu humanos, como las excrecencias y expresiones deformadas del sistema
social existente para concentrar todas nuestras energías en la lucha contra él.
He aquí la dirección en que debe encontrar su más alta satisfacción moral ese
ardiente deseo de venganza.
Der Kampf - 11/1911
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