Por: Orlando Chirino* y Miguel Ángel Hernández** (PSL)
Una mirada desde el movimiento obrero
Nota de los autores: El presente texto, que presentamos al
cumplirse una década de los sucesos de abril de 2002, constituye un
extracto de un libro cuya publicación estamos preparando para la segunda
mitad de este año, titulado "La clase trabajadora y el chavismo".
Quince meses de vértigo
Entre diciembre de 2001 y febrero de 2003, Venezuela vivió una de las
crisis políticas más extendidas de su historia. Fueron quince meses de
vértigo, durante los cuales las fuerzas políticas que añoraban volver
por sus fueros y liquidar el proceso de movilización popular que se
profundizó a partir de 1989, se tensionaron al máximo para revertir las
reformas políticas iniciadas en el país con el triunfo del candidato
Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de 1998, continuadas con
las decisiones de la Asamblea Nacional Constituyente y con las Leyes
Habilitantes del año 2000.
Hemos advertido que la nueva Carta Constitucional, las leyes
habilitantes y las primeras decisiones políticas puestas en práctica por
el gobierno del presidente Chávez, no amenazaban por lo pronto con
producir un cambio trascendental o revolucionario en las tradiciones
políticas del país impuestas por el binomio partidista AD-Copei desde
1958, ya que muchas de las instituciones del régimen político y su
control, seguían impunemente en manos de los viejos gobernantes del
país.
En ese sentido, estaba por verse cuáles serían los procedimientos a
establecerse para arrebatarles ese control y cúal sería el desenlace
final de la disputa por las principales instituciones del Estado, que
estaba cantada entre gobierno y los representantes de la vieja
nomenclatura, organizada ahora como oposición política. El aparato
administrativo de justicia, las Fuerzas Armadas, PDVSA y otras empresas
del Estado, las estructuras sindicales, el sistema educativo superior,
los medios de comunicación de propiedad estatal y hasta la diplomacia
internacional, sólo para mencionar algunas parcelas, ocupaban
primerísimos lugares en la agenda de esa batalla política.
Pero así como afirmamos que no se había producido un cambio
revolucionario en el esquema de dominación política del país, no puede
desdeñare un hecho de gran trascendencia, cual era que los dos bastiones
partidistas fundamentales del régimen precedente, Acción Democrática y
Copei, habían sido desplazados de la dirección del aparato político del
Estado, hecho incómodo e insoportable para esa vieja maquinaria
política, para los gremios patronales, para la Iglesia Católica, para
las multinacionales y principalmente para el gobierno de los Estados
Unidos, que aumentaban su inquietud al corroborar que Hugo Chávez,
primero como insurrecto, luego como candidato y después como Presidente
de la nación, no seguía disciplinadamente las directrices emanadas de
Washington o de las directrices del FMI y el Banco Mundial.
Ese hecho en sí mismo, en un contexto de movilización y crecientes
exigencias económicas y democráticas de la población, entrañaba la
posibilidad de un cambio dramático en la forma de ejercer el poder
político en Venezuela. Para los partidos tradicionales una cosa era
aceptar una sucesión presidencial luego de un proceso electoral, pero
otra muy distinta era constatar y tener que aceptar que el nuevo
gobierno no se inscribía en la línea de la alternabilidad consensuada y
la repartición de la alforja estatal. Máxime cuando no se trataba de
simples presentimientos, sino de una realidad que les abofeteaba a
diario con las inclementes alocuciones de Chávez que les acusaba de
corruptos, asesinos, responsables de hipotecar los bienes y los recursos
naturales de la nación y doblegados ante los designios de las potencias
extranjeras.
Para amortiguar los peligros que representaba el gobierno del Presidente
Chávez que los denunciaba y confrontaba, los viejos partidos se
esforzaron por dar la batalla, pero a cada paso que dieron salieron
derrotados en el terreno en que eran expertos, los procesos electorales.
En las urnas, la mayoría de la población les cobraba cada vez con más
contundencia los desatinos de su obra de gobierno durante cuarenta años.
Fracasada esa vía, tenían que recurrir a otros mecanismos, poco
compatibles con su forma regular de actuación, como azuzar el
descontento político y económico de las capas medias y altas de la
población, apoyándose en la prensa privada y los gremios patronales para
magnificar las protestas y dirigirlas en contra del gobierno.
Se volcaron sobre los sectores de la clase media, avivándole
recónditos y miserables sentimientos racistas y de odio hacia los
estratos más bajos de la población. Le alimentaron el terror a la
posibilidad de perder privilegios económicos, sociales y políticos. Le
resucitaron el fantasma del comunismo y de manera inescrupulosa
asociaron unas tímidas reformas dentro del marco capitalista con la
pesadilla totalitaria del estalinismo, o con el tipo de medidas tomadas
en los primeros años de la revolución cubana, en los que fueron
expulsadas las transnacionales y se expropió a la burguesía. La verdad
es que Fidel Castro no sólo había renunciado décadas atrás a promover la
revolución en América Latina, sino que abierta y públicamente recomendó
a Chávez no seguir el ejemplo de Cuba, en un discurso pronunciado en
la Universidad Central de Venezuela, en febrero de 1999. Pero los hechos
eran irrelevantes para la campaña sucia de la oposición patronal,
abocada a alimentar un movimiento con rasgos fascistas, propagando el
terror hacia un futuro cercano en el que, de mantenerse Chávez en el
gobierno, la clase media perdería sus viviendas, vehículos, fincas, se
le prohibiría viajar o emigrar, y hasta se les confiscarían los ahorros.
En esta innoble campaña, los medios de comunicación en manos del gran
capital jugaron un papel estelar.
Otro tanto sucedió sobre la clase trabajadora, a la que se
propusieron acrecentarle su descontento por las tétricas condiciones
laborales que padecían. Así, de la noche a la mañana, la vieja
dirigencia sindical adeca y copeyana que antaño se negaba a convocar
movilizaciones y paros en contra de los gobiernos de sus partidos, ahora
se convertía en el máximo adalid de la protesta y la permanente amenaza
de la huelga. Exigencias como mejores salarios, empleo digno, derecho a
la negociación de contratos colectivos, libertad sindical, seguridad e
higiene en el trabajo y seguridad social, pasaron a convertirse en la
piedra angular de la burocracia sindical. Con la fortuna, para ellos, de
que la política anti-obrera y anti-sindical del gobierno les facilitaba
la tarea.
El triunfo de la burocracia sindical y de sus partidos en las
elecciones sindicales de la CTV en octubre de 2001, marcó un cambio en
la coyuntura política nacional, ahora favorable para la burguesía
opositora y el imperialismo. Después de tres años de fuerte ofensiva del
presidente Chávez, la oposición patronal logró contener su situación de
retroceso, alcanzando un primer triunfo, potenciando el descontento
social y canalizándolo en contra del gobierno y sus medidas.
La nueva situación política del país fue subestimada por el Gobierno,
que quiso acelerar el paso para tomar las riendas de Pdvsa, sin tener
en cuenta que había sufrido una importante derrota en una batalla en la
que había centrado sus expectativas estratégicas para hacerse del
control de los trabajadores y sus organizaciones sindicales, luego de
verter una fuerte cantidad de recursos económicos y políticos.
Por su parte, la oposición triunfante sobrevaloró el triunfo y la
nueva coyuntura política, la que entendió como la oportunidad propicia
para lanzarse a la batalla final en contra del gobierno, que le
permitiera desandar el camino de la reforma política vivida durante tres
años, y aplastar al movimiento obrero y popular.
En estas condiciones, la polarización se acentúo en el país,
reacomodó y delimitó a los diversos actores sociales y políticos, y creó
el ambiente para una larga confrontación, que duraría 15 meses, con
saldo final a favor del gobierno del Presidente Chávez, pero mucho más
que eso, significó un extraordinario triunfo popular, que subvirtió por
la vía revolucionaria y no reformista, los caducos cimientos del régimen
nacido del pacto de Punto Fijo.
El paro de diciembre de 2001. La primer escaramuza
El 13 de noviembre de 2001, el Presidente Chávez, huyendo hacia
adelante ante la derrota en las elecciones sindicales, apretó el
acelerador, anunciando 49 leyes aprobadas en el marco de los poderes
habilitantes otorgados por la Asamblea Nacional. La reacción de la
oposición patronal no se hizo esperar y con Fedecámaras a la cabeza,
convocó la realización de un paro nacional, de carácter empresarial,
supuestamente contra el decaimiento económico que producirían las
medidas adoptadas por el gobierno. El presidente de Fedecámaras, Pedro
Carmona Estanga, había advertido en declaraciones públicas que no se
tolerarían leyes o medidas "de corte izquierdista".
Con la experiencia desarrollada a lo largo del último año, los
sectores convocantes del paro patronal estaban al tanto de los
excelentes resultados que brindaba utilizar la gravosa situación
económica que agobiaba a millones de hogares venezolanos. Hablar de
desempleo, inflación, pobreza e inseguridad eran cartas fuertes para
arrastrar a la mayoría de la población a protestar en contra del
gobierno. Curiosamente, en el repertorio de Fedecámaras, de la CTV y de
los partidos de la oposición burguesa no aparecía con mucha fuerza el
rechazo a las medidas que ellos consideraban más amenazantes contra el
modelo económico imperante el país. Bien sabían que defender la
propiedad y ociosidad de terrenos superiores a 5.000 hectáreas no
movilizaría al campesinado pobre ni al conjunto de la población, como
tampoco podrían obtener buenos resultados entre los pescadores
artesanales, si llamasen a oponerse a la ley de pesca y alimentación. Y
quedarían al descubierto como agentes de las multinacionales petroleras
en caso de explicar públicamente su oposición a la Ley Orgánica de
Hidrocarburos, que elevaba los impuestos por regalías a un 30%. Por
tales motivos preferían no convertir en banderas los reales objetivos
del paro, sino más bien camuflarlos bajo reivindicaciones sentidas de
verdad por la población empobrecida.
Una excelente descripción del momento político que se vivía al
momento de la convocatoria del paro empresarial, fue realizada por los
sectores sindicales clasistas y combativos agrupados en la Corriente “La
Chispa” en Valencia, quienes en un boletín distribuido profusamente
entre los trabajadores el 5 de diciembre de 2001, manifestaban:
Compañeros trabajadores:
Los empresarios, banqueros y grandes dueños de tierras, apoyados por los partidos políticos que les representan sus intereses y por la burocracia sindical que sigue enquistada en la CTV, están llamando a un Paro Nacional para el día 10 de diciembre del 2001. Explotadores y burócratas dicen que el paro es porque se oponen al desempleo, la pobreza y la inseguridad y para que el Presidente Chávez los escuche. Dicen por lo tanto, que es una acción a favor de los intereses del país.
Los empresarios, banqueros y grandes dueños de tierras, apoyados por los partidos políticos que les representan sus intereses y por la burocracia sindical que sigue enquistada en la CTV, están llamando a un Paro Nacional para el día 10 de diciembre del 2001. Explotadores y burócratas dicen que el paro es porque se oponen al desempleo, la pobreza y la inseguridad y para que el Presidente Chávez los escuche. Dicen por lo tanto, que es una acción a favor de los intereses del país.
Nosotros que no somos parte ni apoyamos a este gobierno, estamos en
contra de este paro y le decimos a todos los trabajadores que son falsos
e hipócritas los argumentos que esgrimen los empresarios, los
politiqueros y los sindicaleros para la convocatoria al Paro del día 10.
Fedecámaras convoca el paro porque siente que con la presentación de
algunas leyes, que se están discutiendo y aprobando en la Asamblea
Nacional, en medio de la Ley Habilitante, se perjudica sus intereses de
clase. Los burócratas políticos y sindicales apoyan al paro porque son
acólitos a los patronos y porque tienen la intención de echar a Chávez,
buscando recuperar sus privilegios anteriores, administrando ellos este
estado burgués.
Las verdaderas razones del paro nacional del 10 son:
Porque con la "Ley de Tierras y Desarrollo Agrario" el Instituto Nacional de Tierras ( el gobierno), puede evaluar cuáles son las tierras productivas y las que no son, sus dueños tienen hasta dos años para ponerlas a producir porque si no, puede ser declaradas de utilidad pública, teniendo que pagar un impuesto por tierras improductivas y hasta pueden ser "intervenidas o expropiadas". Eso molesta a los grandes dueños de tierras, porque se acostumbraron por años, a poseer enormes cantidades de hectáreas, muchas de ellas obtenidas de maneras mal habidas, manteniéndolas ociosas y engordándolas para después querer, especular con ellas.
Porque con la "Ley de Tierras y Desarrollo Agrario" el Instituto Nacional de Tierras ( el gobierno), puede evaluar cuáles son las tierras productivas y las que no son, sus dueños tienen hasta dos años para ponerlas a producir porque si no, puede ser declaradas de utilidad pública, teniendo que pagar un impuesto por tierras improductivas y hasta pueden ser "intervenidas o expropiadas". Eso molesta a los grandes dueños de tierras, porque se acostumbraron por años, a poseer enormes cantidades de hectáreas, muchas de ellas obtenidas de maneras mal habidas, manteniéndolas ociosas y engordándolas para después querer, especular con ellas.
Porque con la "Ley de Pesca y Agricultura" las grandes empresas
pesqueras de arrastre y atuneros, no pueden pescar a menos de 10 millas
náuticas de las costas y sólo los camaroneros artesanales podrán pescar
en bahías y lagunas. Eso está establecido en la mayoría de los países,
pero aquí como los tiburones industriales pesqueros se acostumbraron a
pescar en donde sea y como sea, entonces se molestan porque ahora esa
Ley, busca proteger el medio ambiente y trata de cubrir a los pequeños
pescadores artesanales.
Porque con la "Ley Orgánica de Hidrocarburos", independientemente que
ahora los empresarios se pueden meter en el negocio de refinar el
petróleo y, le da carácter orgánico a la apertura petrolera, cosa que la
Ley anterior no permitía, ellos lo que quieren es entrar en la
explotación de la producción y exploración petrolera, ya que estos son
el lomito y la punta trasera de la "carne de la vaca petrolera".
Los patronos, banqueros y terratenientes están alzados por esas leyes,
así como por los proyectos de la Ley de Reformas de la Ley General de
Bancos y otras Instituciones Financieras; la Ley de Empresas de Seguros y
Reaseguros; la Ley de Contratos de Seguro; porque en estas se prevé
mayor vigilancia y control de parte del estado. ¿Qué quieren estos
usureros y estafadores, después del recién pasado de quiebras de bancos y
seguros? Ellos quieren seguir haciendo y deshaciendo con el dinero de
los ahorristas y del estado sin que nadie ni nada les ponga coto y
control.
Mientras los burgueses lloran y se sublevan en contra de esas leyes, no
dicen nada en las que abiertamente salen favorecidos, como la Ley de
Pequeña y Mediana Industria y otras 10 leyes más. Los patronos son
insaciables. Ya consiguieron que la discusión del Proyecto de Ley
Orgánica de Seguridad Social fuera postergado para el próximo año,
buscando eliminar así los artículos que a ellos no les gusta. Quieren
que reformen las leyes aprobadas a su favor. Por supuesto, hay muchos
patronos que también quieren salir ya de Chávez para poner un Presidente
que le sea enteramente dócil y borrego. Por esas razones convocan al
Paro y por esas mismas razones los traidores de Carlos Ortega,
Presidente de la CTV y Omar Escalante, Presidente de FETRACARABOBO,
también apoyan el paro nacional del 10. Estos burócratas adecos, quieren
que salga Chávez para volver sin obstáculos, a sus viejas andanzas de
no hacer elecciones sindicales, de venderse y servirles a los
multimillonarios.
Este gobierno es burgués y también es incapaz
Así como desenmascaramos las farsantes declaraciones de los patronos cuando dicen que el paro que promueven es porque se oponen a la pobreza y el desempleo, porque si eso fuera verdad, no despidieran masivamente, debieran recortar sus tasas de ganancias y traer los millones de dólares que tienen en el extranjero para invertirlo en el país, en la producción de bienes y servicios, nosotros queremos desenmascarar a este gobierno. Denunciamos también que es verdad, que son alarmantes los índices de desempleo, que sigue creciendo la pobreza y los niveles de inseguridad pública porque este gobierno burgués ha sido incapaz de luchar contra estos problemas que afectan a la mayoría de la población.
Así como desenmascaramos las farsantes declaraciones de los patronos cuando dicen que el paro que promueven es porque se oponen a la pobreza y el desempleo, porque si eso fuera verdad, no despidieran masivamente, debieran recortar sus tasas de ganancias y traer los millones de dólares que tienen en el extranjero para invertirlo en el país, en la producción de bienes y servicios, nosotros queremos desenmascarar a este gobierno. Denunciamos también que es verdad, que son alarmantes los índices de desempleo, que sigue creciendo la pobreza y los niveles de inseguridad pública porque este gobierno burgués ha sido incapaz de luchar contra estos problemas que afectan a la mayoría de la población.
Si hay diferencias entre este gobierno y la mayoría de los sectores
tradicionales de la burguesía es porque algunos de estos sectores se
sienten que no son consultados, como se hacía antes, en la hora de
promulgar leyes y hacer política económica. Sin embargo, eso no quiere
decir que el gobierno de Chávez es un gobierno anticapitalista o
antiimperialista, aun cuando pueda tener con ellos en algunos puntos
roces. Tampoco creemos que este sea un gobierno revolucionario, de los
trabajadores y el pueblo o socialista. Sí ahora no se consulta a todos
los sectores burgueses como se hacía en el pasado, es porque Chávez está
imponiendo un nuevo régimen capitalista, fuertemente estatista,
respaldado por algunos sectores burgueses como el de la
telecomunicación. Este régimen busca el surgimiento de nuevo grupos de
capitalistas en donde apoyarse, con la dificultad que en medio de esta
etapa del capitalismo globalizado, estos sectores no irrumpen sino se
imponen los grandes monopolios como el grupo Polar, los Cisneros y los
de las transnacionales, los que buscan minimizar el control del estado.
Chávez tratando de imponer su nuevo régimen hace populismo con los
sectores populares que lo llevaron al poder y declara irreverente contra
quienes lo critica y se le oponen. No obstante, a la hora de las
definiciones Chávez gobierna para la burguesía e inmediatamente que es
crítico al imperialismo se retracta. Como Presidente esa ha sido su
conducta. En medio de 53 proyectos de leyes que acaban de presentar,
incluyó una Ley del Estatuto del Funcionarios Públicos que cercena
derechos de los trabajadores, pero fue incapaz de incluir, la Ley de
Reforma a la Ley Orgánica del Trabajo para devolver la Retroactividad de
las Prestaciones Sociales, después del robo que hicieron el gobierno
anterior, los patronos y la CTV. Reivindicación social que prometió
rescatar cuando estuvo en campaña electoral.
A 3 años de gobierno de Chávez, a pesar del todo el apoyo popular y de
contar desde el principio con enormes recursos económicos, gracias al
precio del petróleo, su obra de gobierno ha sido un fraude. Crece el
desempleo, la quiebra de empresas, la buhonería, la inseguridad
personal, la fuga de divisas y la corrupción. Sigue proliferando los
trámites burocráticos hasta para gestionarse el cambio de una cédula o
placa de vehículo. Ya miles de honestos hombres y mujeres que le
apoyaron entusiastamente han empezado a darse cuenta que Chávez habla
mucha a favor del soberano pero, hace poca política económica y social
para resolver los problemas de los trabajadores y pueblo. Por esa razón
ha bajado la popularidad de Chávez y empieza crecer la desesperación de
inmensa cantidades de venezolanos.
En medio de esa situación es que los poderosos sectores económicos y
políticos que era dueño del régimen anterior, es que se han alborotado
para tratar de recuperar la teta del estado del que tanto chuparon. Para
generar más crisis y provocar una salida de Chávez, cuenta para eso con
el apoyo del gobierno ultraderechista de Bush. Motivado a ello es que
llamamos a los trabajadores y a los sectores populares a no dejarse
manipular por esos sectores. Hay muy razón para criticar al gobierno y
estar en contra de él, pero no hay ni una razón para estar con los
patronos, el imperialismo y los sectores políticos que administraron y
convivieron con el régimen anterior.
Creemos que hay que movilizarse y organizarse para reclamar los derechos
de los trabajadores y el pueblo, hasta con huelga general, contra este y
en contra cualquier gobierno, pero, no puede ser al lado de los
responsables de la actual situación económica tal como lo son:
Fedecámaras, CTV, AD, Copei y los nuevos partidos y personajes que han
surgido de estos.
Nosotros no creemos que Chávez con este régimen militarista, estatista y
burgués puedan resolver los problemas fundamentales que vivimos los
trabajadores y el pueblo. Menos lo resolverán los que no lo resolvieron
gobernando durante más de 40 años. Los problemas de los trabajadores y
el pueblo lo resolverán los mismos trabajadores y sectores populares,
tomando el poder y gobernando para beneficio de ellos.
Alcances y carácter del Paro del 10 de diciembre de 2001
Es difícil pensar que la oposición y el empresariado agrupado en
Fedecámaras aspiraran a quebrar al gobierno con esta primera acción. La
fecha escogida, y las vacilaciones de algunos sectores del comercio y de
la pequeña y la mediana industria en coqueteo con el gobierno que a
última hora decidieron no participar en el paro, restaron fuerza al
paro. Pero más allá de los nulos resultados prácticos en el propósito de
hacer retroceder al gobierno, el paro sí produjo el inicio del
resquebrajamiento del equipo de gobierno, sustentado en la dupla Hugo
Chávez-Luis Miquilena.
El paro del 10 de diciembre del 2001 contra las leyes sociales
aprobadas en el marco de la Ley Habilitante otorgada al Presidente por
la Asamblea Nacional, constituye por fuerza de los acontecimientos, un
punto de inflexión en el proceso político venezolano. Desde 1999 hasta
ese momento, se había producido una confrontación electoral mediática,
básicamente de carácter discursivo y retórico a través de los medios de
comunicación social, mientras que la convulsión social y la polarización
a favor y en contra del gobierno, avanzaba subterráneamente. Con el
paro del 10 de diciembre, se produjo un quiebre en esta primera etapa
del proceso político venezolano, abriéndose una nueva fase de
agudización de la conflictividad social que significó un salto
cualitativo en la organización de los sectores de la oposición patronal
para su batalla contra el gobierno.
Valga aclarar de paso, la equivocación conceptual cometida por los
defensores del gobierno del Presidente Chávez, quienes catalogan este
primer paro patronal como contrarrevolucionario. Consecuentes con su
análisis de que Venezuela asistía a una revolución pacífica, lograda a
través del triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de
1998 y ratificada con la aprobación por parte de la Asamblea Nacional
Constituyente de un supuesto marco constitucional revolucionario, los
apologistas no tienen más remedio que insistir en el carácter
contrarrevolucionario de la acción patronal del 10 de diciembre.
El abuso de las categorías políticas es una constante en los ideólogos
del chavismo, reflejando su pobreza analítica, a la vez que ponen en
evidencia su tendencia a magnificar los hechos. Para ellos, lo sucedido
en Venezuela no tiene parangón en la historia reciente de la humanidad,
lo mismo que su “máximo líder”, quien según esta cofradía es el mejor
estratega revolucionario de los últimos siglos. Por eso es bueno
insistir en que Venezuela estaba inmersa en un proceso de
transformaciones de carácter reformista. La revolución ni siquiera se
asomaba a nivel gubernamental en donde los personeros de las clases
sociales dominantes habían sido reemplazados en casi un 90%, con la
llegada de Chávez a Miraflores.
Mucho menos puede decirse del cuerpo
político-institucional estatal. Así las cosas, el paro del 10 de
diciembre no pasa de ser más que un primer ensayo político de carácter
reactivo de los oligarcas del país, quienes apoyados en sectores de
clase media y en menor medida en trabajadores descontentos con su
situación, intentaban forzar al gobierno modificar las leyes aprobadas
en el marco de la Ley Habilitante.
Los contendores apuntan a la cabeza
A partir del paro del 10 de diciembre, los clarines de la guerra
sonaron y cada contendor hizo sus primeros movimientos intentando atacar
los flancos débiles del oponente. La oposición logró arrastrar tras de
sí a organizaciones provenientes de la izquierda tradicional, como el
MAS, LCR, Bandera Roja y las corrientes sindicales que éstas
representaban, mientras que el gobierno hizo lo propio con algunas
cabezas visibles del mediano y pequeño empresariado, así como figuras
claves del sector financiero, a quienes neutralizó para que no
participaran en esta primera escaramuza.
Pasadas las fiestas decembrinas e iniciado el año 2002, los
contendores se dispusieron a darle continuidad a la confrontación,
estando claro en ambos bandos que ahora tenían que apuntar más arriba,
directamente hacia la cabeza del oponente.
Las limitaciones políticas y programáticas del Presidente Chávez
habían quedado en evidencia en la designación de los equipos de
dirección de entidades claves como Pdvsa. En su inconsecuencia a la hora
de recuperar el control estatal del principal recurso de nuestro país,
el Presidente estaba convencido de que atribuyéndole carácter orgánico a
la apertura petrolera que se venía desarrollando tras bastidores en los
gobiernos anteriores, y si dejaba la puerta entreabierta para que las
multinacionales siguiesen interviniendo en la esfera de la refinación de
petróleo, podría sin ningún sobresalto nombrar a las personas
encargadas de dirigir el complejo negocio petrolero.
Desgraciadamente para el país y para su soberanía, el presidente
Chávez lejos estaba de comprender que la industria petrolera es el
músculo, nervio y alma del Estado capitalista rentista venezolano y
mucho menos estaba dispuesto a dar una batalla crucial para impedir que
los estructuradores del viejo régimen del pacto de Punto Fijo la
siguieran controlando.
Sólo que la realidad, mucho más tozuda que los torpes dirigentes del
chavismo, les estalló en la cara y demostró a través de muchas señales,
que en la batalla con el viejo orden político e institucional, el
control de Pdvsa, para los fines que fueran, era fundamental. Por esa
razón el gobierno del Presidente Chávez terminó apuntando a la dirección
de Pdvsa, finalmente reconociendo que tenía que controlarla, so pena de
fracasar en la gestión de su proyecto político, económico, social y
militar.
Por su parte, la oposición se hizo más calculadora, unificando sus
fuerzas y definiendo que los representantes de Fedecámaras y la CTV
fueran sus voceros, tal como fue acordado con el auspicio de la cúpula
de la Iglesia Católica, el 5 de marzo de 2002 en la reunión desarrollada
en la Quinta de la Esmeralda. Del mismo modo identificó con claridad
meridiana el significado de Pdvsa y la importancia de atrincherarse en
su dirección, reclutando a un importante número de gerentes,
tecnócratas, empleados y trabajadores de base, a quienes se había ganado
política e ideológicamente, para resguardarse ante la eventualidad de
que el gobierno quisiera deshacerse de la burocracia "meritocrática" que
controlaba la industria.
Pero además, tuvo claridad sobre otro aspecto de suprema importancia,
al que el gobierno en su ingenuidad política, soslayaba: ¿de qué lado
estaba la lealtad de la cúpula de las fuerzas armadas? El Presidente
Chávez las creía controladas por vía discursiva y se sentía seguro de
ello por su pasado militar. No era así y la oposición sabía que contaba
con la fidelidad de buena parte de la alta jerarquía del aparato
represivo del Estado, a la cual podría recurrir en cualquier momento,
para sus fines estratégicos de salir del Presidente Chávez y aplacar las
exigencias económicas y políticas de la población por la vía represiva.
El período enero-abril, estuvo entonces caracterizado por
enfrentamientos cada vez menos discursivos, y por una escalada cada vez
más violenta. El gobierno apostó a controlar Pdvsa, mientras que la
oposición de derecha se jugó a movilizar a la tecnocracia y sus huestes,
a la clase media y a la burocracia sindical para defenderse, al tiempo
que contraatacaba lanzándose en procura del control de la cúpula militar
para colocar la balanza a su favor.
Luego del primer pronunciamiento
militar contra el gobierno, realizado por un oficial de la aviación el 6
de febrero, varios militares formados en la Escuela de las Américas y
vinculados a los partidos políticos de la derecha declararon
públicamente contra el gobierno, agitando a sus compañeros de armas para
que apoyaran una salida golpista.
El gobierno, con su reiterada forma burocrática de actuar, se lanzó a
descabezar a la gerencia tecnocrática sin apoyarse en los trabajadores
de la industria petrolera, e incluso acompañando sus actos
administrativos con provocaciones verbales a la dirigencia derechista,
logrando como resultado una reacción en cadena de rechazo que fue
utilizada por la oposición empresarial para movilizar a miles de
personas de la clase media, empleados de la administración pública y
estudiantes, embistiendo al gobierno y preparando las condiciones para
un golpe reaccionario.
El paro del 9 y 10 de abril de 2002
Sobre esas definiciones globales, Pedro Carmona Estanga de
Fedecámaras, con el respaldo de Carlos Ortega de la CTV, se lanzó a
convocar a un paro de 48 horas para los días 9 y 10 de abril, que
precipitaría la lucha cuerpo a cuerpo por el control del aparato del
Estado.
Gonzalo Gómez, a la sazón impulsor del espacio político Asamblea
Popular Revolucionaria, describió la situación pre-golpe de la siguiente
forma:
Había un paro patronal y de la mafia sindicalera de la CTV, que
se prolongaba con una gran marcha de los sectores sociales acomodados,
de la clase media alta y del conjunto de la burguesía. Todo era
impulsado con la más perversa manipulación mediática por parte de los
dueños de la televisión, radio y prensa privada, con tácticas de guerra
de IV generación, con la tesis de que había en el país una “dictadura
fidelista” y había que recuperar la democracia. Era la coartada, para
enmascarar un golpe militar con una movilización de masas que permitiera
mostrarle al mundo la apariencia de que a Chávez lo tumbaba el pueblo.
El gobierno no tenía la orientación de llamar a movilizar, argumentaba
que la situación estaba "controlada" y decía que había que evitar
confrontaciones violentas o sangrientas. Pero la conspiración procedía
también de adentro y allí no percibían bien lo que se veía venir. Por
eso, se desmovilizó a la gente y se inhibió a la más potente herramienta
de combate que podíamos tener: las masas populares en la calle.
La Fuerza Armada estaba en ese momento neutralizada por los mandos
traidores al proceso y el pueblo era la única salvación. La
superestructura política prefirió confiar en el propio aparato del
Estado, que ya se encontraba minado, y ese fue un fatal error.
Y más adelante registra de la siguiente manera la actitud del
gobierno frente al evento que estaba por desenvolverse el 11 de abril:
La Asamblea Popular Revolucionaria (APR) se venía reuniendo en
el Patio de Los Leones de la Alcaldía de Caracas, en el Salón Andrés
Eloy Blanco, frente a la Plaza Bolívar de Caracas. Se realizaban
intensas jornadas de discusión y actividades para mantener al movimiento
popular en estado de alerta en zonas claves.
Hubo desesperados contactos para persuadir al gobierno y que pusiera
todos sus resortes al servicio de la movilización del pueblo en defensa
del presidente Chávez, pero el criterio gubernamental era que debíamos
mantenernos en calma y dejar las cosas en sus manos. La noche antes del
golpe, el propio Ministro de Defensa, José Vicente Rangel, insistía
en que permaneciésemos en nuestras casas, que no cayéramos en
provocaciones, que todo estaba “normal”, mientras tenía a los golpistas
pisándole los talones. (Subrayado nuestro)
Esa misma noche, la APR se mantuvo en vigilia, moviéndose
activamente con sus comisiones de trabajo, electas en las sesiones de la
Asamblea. En la madrugada del 11, con el golpe encima, los colectivos
integrantes de la APR distribuimos cerca de 100 mil volantes en los
barrios y se llamó por todas las vías posibles a que el pueblo se
concentrara en Miraflores, con el objeto de interponer un “tapón
popular” que impidiese el asalto de la sede del gobierno por la marcha
opositora.
En una ecuación política en donde el gobierno era irresponsablemente
inconsciente de la situación en que estaba metido y la mayoría de la
población se encontraba completamente desorientada, la única resultante
posible era la potenciación de la ofensiva de la oposición de derecha,
ya con una clara agenda golpista. De allí a la coronación del triunfo
contrarrevolucionario era sólo cuestión de horas.
Y efectivamente sucedió por dos acciones escrupulosamente
predefinidas por la oposición política asesorada por el gobierno
norteamericano desde su embajada en Caracas. La primera fue golpear el
sitio más vulnerable del gobierno, que era su débil respaldo entre la
alta oficialidad de las fuerzas armadas. Y en segundo lugar,
atrincherarse en Pdvsa logrando el apoyo de la gerencia y de miles de
empleados y trabajadores que sentían temor por la posible pérdida de sus
privilegios o simplemente de su fuente de trabajo.
Hay que admitir entonces que la política golpista de la oposición fue
mucho más consistente que la del gobierno, que en medio de grandes
vacilaciones, naufragó en un sinfín de orientaciones políticas sin
sentido, descoordinadas, y sobre todo contrarias a la movilización
popular. Caso contrario el de la oposición que quebró la lealtad en la
cúpula de las Fuerzas Armadas y mediante la convocatoria a un nuevo paro
empresarial, se apuntaló en la movilización de miles personas, a
quienes instigó para marchar hacia Miraflores en la perspectiva de izar
las viejas insignias de la Cuarta República y cerrar el ciclo histórico
abierto con el Caracazo en 1989.
El 11 de abril se produjo un golpe contrarrevolucionario
A los cruentos enfrentamientos en la mañana y tarde del día 11 de
abril que dejaron decenas de víctimas, les siguieron casi 8 horas de
incertidumbre provocada en gran medida por el silencio de los voceros
más importantes del chavismo. Dos o tres personeros atribulados de la
tendencia política del gobierno poco o nada pudieron decir ante los
medios de comunicación, minimizando la crisis y la gravedad de los
hechos, con ello generando más confusión en la población que respaldaba
al Presidente Chávez. Quedaba al desnudo la profunda incapacidad
política de esos supuestos líderes revolucionarios de hilvanar una
orientación política en una situación extrema.
Los militares golpistas tomaron el control de Fuerte Tiuna, el
aeropuerto de La Carlota, y otras instalaciones militares. El ministro
de la Defensa, General Lucas Rincón Romero, anunció en horas de la
madrugada del 12 de abril que “los miembros del Alto Mando Militar
de la República Bolivariana de Venezuela deploran los lamentables
acontecimientos sucedidos en la ciudad capital en el día de ayer. Ante
tales hechos, se le solicitó al señor Presidente de la República la
renuncia de su cargo, la cual aceptó. Los integrantes del Alto Mando
ponen sus cargos a la orden los cuales entregaremos a los oficiales que
sean designados por las nuevas autoridades”.
Sin intentar hacer una movilización de resistencia por su cuenta, el
Presidente Chávez y sus figuras más cercanas, renunciaron a dar una
batalla consecuente para mantenerse en pie. Al confiar únicamente en el
aparato militar, sin apostar nada a la movilización, fueron incapaces de
hacer una proclama llamando al levantamiento popular para resistir el
golpe, mucho menos estuvieron dispuestos a entregar armas a los miles de
luchadores y pobladores de las barriadas urbanas que estaban dispuestos
a defenderlos. En ese sentido, el 12 de abril quedará registrado en la
historia, como el momento en que Chávez y la cúpula de su movimiento
político como conductores políticos de las amplias mayorías del país, no
sobrepasaron la prueba de los acontecimientos, se doblegaron y
dócilmente cedieron el gobierno a la oposición sin dar la batalla a los
golpistas nativos y sus asesores internacionales atrincherados en la
embajada de los Estados Unidos en Caracas. Chávez llegó al extremo de
negociar con los golpistas la entrega del poder a cambio de la garantía
de su traslado a Cuba, tal y como reseña el periodista Ernesto Villegas
en su libro “Abril, golpe adentro”.
Esa fue la causa fundamental por la cual la oposición patronal obtuvo
el triunfo político en la madrugada del 12 de abril, el cual
perfeccionarían dieciséis horas más tarde al juramentar a Pedro Carmona
como nuevo Presidente de la República, apoyado por el gran empresariado
local e internacional, la Iglesia Católica, los poderosos medios de
comunicación y la burocracia sindical de la CTV, guiados políticamente
por la embajada norteamericana que en todo momento les asesoró en la
ejecución del plan preconcebido.
Sin embargo, la unidad de mando de los triunfadores no estaba
garantizada, en tanto que los intereses particulares y los voraces
apetitos políticos y económicos de muchos de los participantes,
impidieron concertar un acuerdo global para encaminar el retorno
planificado del país hacia el viejo modelo político bipartidista del
pacto de Punto Fijo.
Pedro Carmona y su sector terminó imponiendo las condiciones y seguros
de su triunfo no dudaron en desconocer de un plumazo la Constitución y
las leyes promulgadas en tres años y medio de gestión. Tan convencidos
estaban de su triunfo y de su legitimidad que no les tembló el pulso
para disolver la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia, el
Consejo Nacional Electoral, gobernadores, alcaldes y concejales, la
remoción del Fiscal General, del Contralor, y del Defensor del Pueblo,
los embajadores, cónsules y vicecónsules como también de las Misiones
Permanentes Diplomáticas, así como la eliminación de las 48 leyes
habilitantes, y el cambio de la Constitución, restituyendo el nombre de
República de Venezuela.
En rigor, el sector más reaccionario de la oposición terminó
imponiéndose mediante un auténtico golpe contrarrevolucionario en el
campo político. Decimos contrarrevolucionario no sólo porque emitió un
decreto que liquidó la institucionalidad que se venía erigiendo y
articulando a partir de las decisiones de la Asamblea Nacional
Constituyente y los decretos dictados por el Presidente Chávez al amparo
de la Ley Habilitante concedida por la Asamblea Nacional, sino porque
en su interés de retrotraer al país a las condiciones políticas,
jurídicas e institucionales anteriores a 1998, establecieron un nuevo
régimen político que se sustentaba en la eliminación de las libertades
democráticas, la proscripción al partido que hasta ese momento estaba en
el gobierno, así como el más desenfrenado ataque a los activistas y
luchadores populares que se mostraran solidarios con el gobierno del
Presidente Chávez. De esta fanática política totalitaria no se salvó ni
la embajada de Cuba en Caracas ni sus funcionarios, sitiados y
amenazados por los grupos de choque del golpismo.
Un año después, los jerarcas del Tribunal Supremo de Justicia, fieles
a un Luis Miquilena sumado al golpismo, y amparados en las
incapacidades, incongruencias y complicidades políticas de las cabezas
visibles del chavismo como Lucas Rincón, José Vicente Rangel y Diosdado
Cabello, terminaron eximiendo a varios de los responsables
político-militares del golpe y hasta les atribuyeron supuestas buenas
intenciones de contribuir a cerrar la situación de vacío de poder
generada por la renuncia del presidente Chávez anunciada por su ministro
de Defensa. Un adefesio legal monstruoso. El gobierno, por su parte,
desarrolló la orientación de pactar y desmovilizar dictada por aquel
Chávez que en gesto suplicante pidió perdón a los golpistas con un
crucifijo entre las manos, aquella madrugada del 14 de abril. Ello
explica que el gobierno dejara que Carmona Estanga y otros jefes del
golpe se asilaran en embajadas extranjeras y obtuvieran salvoconductos
para salir del país. Nunca hubo voluntad política para castigar los
crímenes del golpe: luego del asesinato del fiscal Danilo Anderson por
medio de un atentado con bomba, las causas judiciales relacionadas con
el golpe fueron congeladas, y finalmente en diciembre de 2007, el propio
presidente Chávez selló la impunidad al decretar una amnistía que
benefició a la gran mayoría de los criminales que atentaron contra los
derechos democráticos de la población. También quedaron en la impunidad
prácticamente todas las muertes violentas del 11, 12, 13 y 14 de abril.
13 de abril: una revolución contra los golpistas y el imperialismo
Todo fue vertiginoso. En menos de 72 horas los golpistas coronaron
con éxito su labor, derrocando a Chávez e instaurando la dictadura de
Pedro Carmona. Pero con mayor velocidad y decisión, una insurrección de
profundo contenido popular que colmó las calles de las principales
ciudades del país, acompañada de una rebelión de la oficialidad media y
la tropa, derrotó a los golpistas y a los gobiernos de las potencias
económicas internacionales que los apoyaban, restituyendo las libertades
democráticas conculcadas por la breve dictadura y permitiendo el
retorno de Chávez a su cargo de Presidente de la República.
Bien dijo Chávez en la madrugada del 14 de abril de 2002, que mucho
habría que escribir para reseñar esta gesta heroica del pueblo
venezolano, que en menos de 48 horas pasó de una situación de
contrarrevolución a otra que él mismo calificó de
contra-contrarrevolución. O más simplificadamente para nosotros, de
revolución democrática triunfante; aunque de todas maneras, el triunfo
popular no significó una derrota aplastante de los golpistas, debido a
las políticas conciliadoras de Chávez, quien se jugó a desmovilizar al
pueblo que derrotó al golpe, y le permitió a los golpistas reorganizarse
y proseguir su actuación conspiradora.
Una revolución democrática triunfante
De manera contraria a como actuó el gobierno del presidente Chávez,
los sectores más empobrecidos de la sociedad y gruesos sectores de la
clase trabajadora que no estaban maniatados por la dirección de la CTV
ni los partidos políticos de la derecha o la Iglesia Católica, salieron
de los populosos barrios y bajaron de los cerros de Caracas, haciendo
por su cuenta y riesgo lo que les correspondía. En esta insurrección
popular se destacaron las nuevas organizaciones surgidas al calor de los
primeros avances democráticos de carácter reformista liderados por el
gobierno del presidente Chávez, entre ellas las Asambleas Populares
Revolucionarias que aglutinaban a los activistas y militantes de las
organizaciones políticas de vanguardia, así como los Círculos
Bolivarianos, organismos de base creados por el gobierno para discutir
los problemas de su comunidad y canalizarlos a través de los organismos
competentes para buscarles pronta solución.
Otro tanto debemos decir de la oficialidad media y la tropa de varias
guarniciones, como la de los Paracaidistas de Maracay y un pequeño
núcleo de la cúpula militar, que pasaron de la parálisis inicial a
reubicarse contra el golpe al calor de la movilización que tomó las
principales ciudades del país. No sólo se alarmaron ante los primeros
actos brutales del gobierno de facto y percibieron la precariedad y las
divisiones en la dictadura carmonista, sino que sobre todo muchos
militares de los rangos medios cedieron a la presión de la movilización
popular y tomaron posición contra el golpe, llegando a constituirse en
un importante baluarte de la rebelión anti-golpista.
En defensa de las conquistas democráticas logradas al cabo de la
caída del régimen bipartidista adeco-copeyano y puestas en grave peligro
por la naciente dictadura, el pueblo se levantó al igual que en El
Caracazo, sin ninguna dirección política reconocida al frente. Millares
de venezolanas y venezolanos colmaron las calles, enfrentaron a los
golpistas en los alrededores de Miraflores, rodearon los cuarteles y
motivaron la insubordinación de las tropas, retomaron el canal de
televisión estatal y pusieron en funcionamiento rudimentarios pero
efectivos sistemas de intercomunicación. Además de apelar a la
solidaridad internacional y denunciando la mano criminal del gobierno de
los Estados Unidos.
En la tarde del 13 de abril, un sector de la cúpula militar golpista,
representada por el general Vásquez Velasco, avizoró el peligro real
que representaban las masas movilizadas y la insubordinación de las
tropas en los cuarteles, y trató de recular solicitándole públicamente a
Pedro Carmona que echara para atrás la medida de disolución de la
Asamblea Nacional y que diera continuidad a los programas sociales del
gobierno chavista, pero ya era demasiado tarde. Las masas populares
habían abierto una herida profunda y de muerte a la recién instalada
dictadura, generado con ello una crisis revolucionaria, que combinada
con la inexistencia de una dirección revolucionaria alternativa al
chavismo, sólo podía ser cerrada con el retorno de Chávez a ocupar su
cargo en el Palacio de Miraflores.
Por ello decimos que fue esencialmente una poderosa revolución, de
carácter democrático (Revoluciones del Siglo XX, pág 20. Nahuel Moreno)
la que permitió recuperar las libertades suprimidas por los golpistas y
restablecer el orden institucional inaugurado por el gobierno de Chávez.
En cosa de horas la Asamblea Nacional recuperó su lugar, y su
presidente fue el encargado de reponer la en la primera magistratura a
Chávez. Los cuarteles fueron puestos bajo control de la oficialidad y
tropa anti-golpista. Los decretos de emergencia, reaccionarios y
subordinados a los intereses del gobierno norteamericano que firmó en
sus breves horas de dictador Pedro Carmona, fueron a parar a la basura.
En un abrir y cerrar de ojos, el pueblo movilizado garantizó que la
pesadilla dictatorial finalizara.
Una revolución con un profundo contenido anti-imperialista
Es imposible desentrañar las reales causas que motivaron a los
golpistas nativos a emprender su acción, sin relacionarlos con los
intereses que guían la política exterior del gobierno norteamericano. El
golpe dictatorial promovido por Fedecámaras, los generales, la CTV y la
cúpula de la Iglesia Católica se explica en gran medida por los
esfuerzos del gobierno de los Estados Unidos, en esos momentos presidido
por George Bush, por revertir a su favor una correlación de fuerzas que
a nivel internacional le era adversa en esa coyuntura. Recordemos que a
principios de Siglo XXI se agudizaba la crítica situación económica
internacional y ella a su vez provocaba y generalizaba estallidos
sociales en diversos países, especialmente en América Latina, siendo
epicentros Argentina y Bolivia. En ese difícil trance, el gobierno
norteamericano necesitaba revalidar su condición de gendarme mundial de
la contrarrevolución y ello lo obligaba a arreciar sus ataques en contra
de los pueblos que se opusieran a sus planes.
En el caso de Venezuela, a pesar de que el gobierno de Chávez se
mantenía en los marcos del sistema capitalista, cedía a los patronos,
continuaba pagando la deuda externa y aplicando planes de ajuste al
estilo de los recetados por el FMI y el Banco Mundial, ello no era
suficiente para el imperialismo. La Casa Blanca y la oligarquía
venezolana no aceptaban las medias tintas, necesitaban un gobierno
títere que cumplieran sin objetar sus órdenes, como lo hacían en su
momento Fox, Duhalde, Pastrana y la gran mayoría de los gobiernos
latinoamericanos.
En ese sentido sería parcial el análisis, si no completáramos la
definición de lo sucedido durante la noche de 13 y la madrugada del día
14 de abril, diciendo que la revolución tuvo un profundo contenido
antiimperialista, en la medida en que se derrotó a los gobiernos de
Estados Unidos y España, principales instigadores y patrocinadores del
golpe, además de ser sus defensores en el terreno diplomático. Triunfo
que limitó la injerencia política de Estados Unidos sobre Venezuela en
los años subsiguientes y potenció el conjunto de luchas que se
desarrollaban en el continente americano.
¿Revolución cívico-militar?
Luego de su restitución, el Presidente Hugo Chávez y la totalidad de
los teóricos de su movimiento insistieron, y aún lo siguen haciendo, en
el carácter "cívico-militar" del levantamiento del 13, que dio al traste
con la corta dictadura de Carmona. Para Chávez y su movimiento esta
definición es de suma importancia, porque ella alimenta la tesis del
supuesto carácter revolucionario de las fuerzas armadas, el contenido
patriótico de la insurrección del 13 de abril y le resta importancia al
papel trascendental de la movilización revolucionaria.
Eva Golinger, en su libro “El Código Chávez”, es quien mejor
sintetiza esta visión. De diez renglones dedicados al episodio del 13 de
abril, en dos de ellos sumariamente señala que “Millones de seguidores
de Chávez tomaron las calles el 13 de abril y exigían su
reinstauración”, mientras que a la acción militar le dedica seis líneas,
afirmando que “La Guardia Presidencial, junto con otras facciones del
Ejército que se habían mantenido leales a Chávez, detuvieron rápidamente
a Carmona y sus asesores y devolvieron el Palacio a los miembros del
Gabinete de Chávez, quienes se dieron a la tarea de rescatar a su
presidente constitucional”.
Quien lea este párrafo, puede erróneamente sacar la conclusión deque
hubo un desarrollo simultáneo de la movilización de millones en la calle
y la insubordinación de las tropas leales al Presidente Chávez. Y en
segundo lugar, que los militares tuvieron la iniciativa de detener a
Carmona, entregar el Palacio de Miraflores a los ministros chavistas y
que éstos últimos fueron los encargados de rescatar a Chávez.
No se trata de demeritar el inmenso rol progresivo cumplido por una
parte de la oficialidad y la tropa el 13 de abril, pero definitivamente
no fue así como sucedieron los hechos. Lo sucedido en un primer momento
cuando se produce el golpe, es el quiebre de la cúpula militar que se
pasa al lado de los promotores del golpe y una honda situación de
indecisión de las capas medias de la oficialidad y las tropas, que no
saben hacia dónde dirigirse. Hasta personajes como García Carneiro,
luego presentados como héroes por el gobierno chavista, se retrataron
con los golpistas en las primeras horas de la caída de Chávez. En
términos cronológicos y políticos, el segundo y definitivo hecho lo
constituye la poderosa movilización de masas que avanzan hacia las
partes céntricas de las ciudades más importantes del país y hacia las
guarniciones militares a exigirle a esa oficialidad media que
desobedezca a la cúpula militar pro-golpista.
Quienes tuvieron la oportunidad de participar en la concentración que
decenas de miles hicieron en la 42 Brigada Militar de Maracay, pueden
certificar que el general Raúl Isaías Baduel, uno de los pocos que
desconocieron al gobierno usurpador de Pedro Carmona, sólo atinaba a
pedirle a los manifestantes que movilizaran la mayor cantidad de
personas hacia el cuartel, de tal forma que se pudiera impactar y ayudar
a decantar a la oficialidad media y a las tropas hacia la defensa de la
institucionalidad. Lo mismo sucedió con la Guardia Presidencial que
sólo actuó cuando constató que millares rodeaban el Fuerte Tiuna y los
alrededores del Palacio de Gobierno.
Sin duda alguna lo decisivo fue la movilización revolucionaria del
pueblo y los trabajadores, que arrinconó a la cúpula golpista y presionó
a los sectores medios y de base de las Fuerzas Armadas a oponerse a la
acción dictatorial. Los procedimientos de capturar a Carmona, recuperar
Miraflores y devolver a Caracas al Presidente Chávez, fueron trámites
resultantes del triunfo popular.
El rol de la clase trabajadora el 13 de abril
El golpe dictatorial y la revolución triunfante de abril de 2002,
encontraron a la clase trabajadora en un estado de división y
polarización extrema. En un extremo estaba la burocracia sindical de la
CTV, que desde de tiempo atrás había claudicado totalmente a la
dirigencia empresarial y se había colocado como furgón de cola de
Fedecámaras, que en esas condiciones participó en el paro del 10 de
abril, promovido por los patronos. En el otro extremo estaban tanto los
trabajadores que se identificaban políticamente con el chavismo, como
aquellas corrientes sindicales clasistas e independientes, que se venían
consolidando desde los inicios del gobierno del Presidente Chávez, y se
distinguían por su combatividad y la defensa de la autonomía sindical.
Frente a la convocatoria del paro empresarial para el 9 de abril,
como era de esperarse, la división y polarización en las filas de la
clase trabajadora se agudizó. Pero a diferencia del paro del 10 de
diciembre de 2001, que contó con una proporción importante de
trabajadores que no asistieron a sus puestos de trabajo motivados por la
promesa de que se les reconocería su salario; en esta ocasión los
trabajadores organizados sindicalmente percibieron con más claridad los
peligros existentes en la convocatoria al paro y a las movilizaciones
programadas para esos días.
La resultante de la pulseada entre la burocracia promotora del paro y
los trabajadores que se oponían fue contundente. El paro fue un fracaso
porque los trabajadores acudieron a sus puestos de trabajo. En las
instalaciones petroleras, donde los golpistas tenían cifradas sus
esperanzas, éstos fueron repudiados y vieron cómo los petroleros y los
sectores populares se enfrentaban en los alrededores de las refinerías a
las bandas armadas financiadas por la plana ejecutiva de Pdvsa que
quería a toda costa garantizar el lockout patronal.
No sólo se trataba de una respuesta de fuerza de los trabajadores.
También era ideológica, política y programática. Así lo entendieron los
medios de comunicación escritos en manos privadas en el Estado Carabobo,
que colocaron su grito en el cielo y denunciaron como "trotskismo
jurásico y trasnochado" el boletín expedido por el Bloque Sindical
Clasista y Democrático en ese estado, en el que llamaban a los
trabajadores a oponerse al paro patronal y expropiar a las empresas
involucradas.
Y el propio 13 de abril, aunque sin jugar un papel dirigente, la
clase trabajadora fue parte de los ríos de gente que salieron desde los
barrios a enfrentar el golpe y exigir la restitución del Presidente
Chávez. Es claro entonces que el papel cumplido por la clase trabajadora
en el triunfo revolucionario del 13 de abril fue definitivo, porque
logró impedir el paro de la producción, blindar las instalaciones
petroleras de los ataques de las fuerzas opositoras que desarrollaban el
guión golpista y fue parte del torrente revolucionario que inmovilizó y
derrotó a los golpistas.
El papel cumplido por la clase trabajadora se hizo evidente tres
semanas después, cuando se realizó la jornada conmemorativa del Primero
de Mayo. Ese día cientos de miles de trabajadores, provenientes de todas
partes del país junto con los pobladores de la Gran Caracas, realizaron
una de las más grandes movilizaciones que se recuerden en la historia
moderna de Venezuela. Con un recorrido de más de 15 kilómetros,
iniciando en El Poliedro y finalizando en cercanías del Palacio de
Miraflores, los participantes exigieron cárcel y castigo a los
promotores del paro y los responsables de los asesinatos, ninguna
negociación ni concesión a los golpistas, rechazo a la injerencia
norteamericana, reclamaron nacionalización de los medios de comunicación
en manos privadas, todo ello a pesar de que el gobierno proponía no
realizar la movilización para evitar provocaciones y enfrentamientos.
Como colofón, podemos decir que nítidamente quedó planteada para el
sindicalismo venezolano la tarea de sacarse de encima la dirección de
Carlos Ortega y su séquito de burócratas e iniciar el proceso de
refundación del movimiento sindical sobre bases clasistas, democráticas,
con plena independencia y autonomía frente al gobierno del Presidente
Chávez, por una central solidaria con las luchas y apoyada en el método
de la movilización para defender en forma consecuente los derechos de
los trabajadores.
A partir de ese momento, las tendencias sindicales con asiento en
Carabobo y Aragua que se identificaban con esos planteamientos,
aceleraron su crecimiento, ganándose el respeto y aprecio de la nueva
capa de activistas y luchadores sindicales que hicieron sus primeras
armas en este episodio revolucionario de abril de 2002.
A manera de conclusión podemos extraer como enseñanza de los
acontecimientos abril de 2002, que no fue suficiente que los gobiernos
de George Bush de Estados Unidos, Aznar de España y Andrés Pastrana de
Colombia reconocieran al nuevo gobierno de facto. No alcanzó que la
mayoría de la cúpula militar se pasara al bando de los golpistas o que
los medios de comunicación, cumplieran un eficiente rol de “formadores
de opinión” favorable a los golpistas. Como tampoco fue bastante que
los empresarios y los banqueros respaldaran e identificaran como suya la
dictadura de Carmona. Ninguna dictadura, por más fuerte que ella
parezca y a pesar de que cuente con el apoyo de gobiernos foráneos,
puede subsistir por mucho tiempo ante la presión de cientos de miles en
las calles. No fueron las inconsecuencias o los errores cometidos por el
“breve dictador”; como tampoco fueron las dudas de la cúpula militar
sobre el papel que deben cumplir las fuerzas armadas nacionales; ni
fueron presuntos problemas circunstanciales, los que en definitiva
ocasionaron la caída de la dictadura. Ella cayó víctima de una poderosa
movilización popular que metió miedo a la oligarquía, al empresariado y
al movimiento semifascista que había colmado las calles durante el
golpe; una movilización que alentó la insubordinación de las tropas y
paralizó a la oficialidad media.
Fue esa movilización de millones la que
terminó restituyendo a Chávez y recuperando las libertades democráticas
suprimidas por el decreto dictatorial de Carmona "el Breve".
* Dirigente nacional del Partido Socialismo y Libertad (PSL)y la
Corriente Clasista, Unitaria, Revolucionaria y Autónoma (C-cura).
** Secretario General del Partido Socialismo y Libertad.
** Secretario General del Partido Socialismo y Libertad.
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