Por: Mariana Núñez
(Argentina)
Llegando la
Navidad es inevitable que la cultura capitalista del consumo siga cruzando las
fronteras de lo religioso más genuino, distorsionándolo, con el fin de captar
adeptos; es el modo que tiene el sistema para replicarse material y
simbólicamente (tener para ser, y mostrar que se es), y funciona. Por el
contrario, lo religioso se relaciona, dentro de una corriente reflexiva que me
inspira, con la capacidad que tenemos los seres humanos de volver a
relacionarnos (una y otra vez, las veces que sea necesario) con nosotros
mismos, con nuestros compañeros de camino (próximos y lejanos, otros pueblos,
la humanidad toda), y con "Aquel/Aquella/Aquello" que nos trasciende,
como quiera que lo llamemos (¿dios?, ¿la justicia?, ¿el socialismo?); digo, que
nos trasciende en la medida que nos hace salir de nosotros mismos para ir al
encuentro del otro y de lo común.
En estos
días, dadas mis raíces cristianas, he vuelto a pensar en el relato de Jesús el
Nazareno. Me ha tomado el tiempo desembarazarme de todo un folclore de mitos y
leyendas escritos en torno a su figura para destacar, supongo que en el mejor
de los casos, aquello que no necesitaba ser destacado a riesgo de perder
significado; que es lo que lamentablemente ocurrió: pasaron los siglos y la
historia del Nazareno solo ganó en una densidad teológica rayana con el absurdo
y el espanto, y fue utilizada por el Poder como instrumento de dominación. Su
historia es de una simpleza que no deja lugar a dudas: un hombre de corazón
compasivo que se indignó ante las injustas cargas impuestas por los de arriba
(los funcionarios del imperio, la casta sacerdotal, los mercaderes, los que se
ganaban la vida a costa del sudor ajeno) sobre la inmensa mayoría de los abajos
(los trabajadores, la gente común, los pobres de toda pobreza); y que encontró
en la opción radical por estos últimos el sentido de su vida. Casi al final,
cuando la sentencia de los poderosos estaba decidida y una cruz se levantaba
pesadamente sobre su horizonte -tanto cuestionamiento al Poder, tanta protesta
social en potencia-, un funcionario imperial de la región de Judea llegó a
preguntarle por "la Verdad"; como si un par de reflexiones abstractas
pudieran darle unas pistas sobre el sentido último de la vida. "¿Y qué es
la Verdad?", le preguntó Pilato, y apuesto a que el silencio de Jesús en
el relato evangélico podría mutar en otros tantos interrogantes: "¿Acaso
no sabés de dónde vengo, con quiénes he estado, qué he compartido, cuáles son
mis sueños; qué es lo que anuncio, en quién, en quiénes confío?" Apuesto
que quiso explicarle que ninguna verdad, ningún "dios" puede
levantarse fuera de lo humano que se hace de gratuidad, en un abrazo, en un
beso, en la ternura dada sin razones; en lo que nos enseñamos unos a otros; en
lo que nos urge a lanzarnos al mundo para seguir cuidando y perpetuando esa
corriente de vida capaz de meter las manos en el barro, en lo frágil, en lo
necesitado, en la defensa inclaudicable de los ninguneados de todo derecho.
Hasta exigirlo todo, hasta darlo todo en esa lucha contra los poderes que
avanzan restringiendo la vida. ¿No fue ese el final de tantos y tantas a lo
largo de la Historia? ¿No lo sigue siendo en nuestra Argentina de capitalismo
serio, cuando Mariano Ferreyra se apostó en las vías con sus compañeros; cuando
el qom Roberto López y el campesino Cristian Ferreyra salieron a defender la
tierra de sus antepasados; o cuando familias enteras acampan reclamando
vivienda o cortando rutas por dignidad? ¿No circula este espíritu entre los
trabajadores que deciden asambleariamente una huelga para exigir mejoras
salariales y en las condiciones de trabajo?
Jesús de
Nazaret fue un hombre y no contó con ningún "plus sobrenatural"
(cuestión que fue aclarada en uno de los primeros concilios de la incipiente
iglesia romana, mal que le pese a Benedicto y su séquito; mal aprendido que lo
tengan millones de seres humanos); hizo humanamente lo posible por llevar a
cabo sus sueños de libertad y justicia; sin dudas marcó un camino de
humanización que ha perdurado por siglos (si bien distorsionado por los
intereses que conocemos); y ensayó una ética para la vida desde la vida de los
más pobres.
Pero lo hizo sujeto a las leyes naturales, a lo contingente, a las
circunstancias de su tiempo y de su lugar, configurado por sus vínculos. No
tuvo a su alcance una teoría sobre la evolución de las especies ni otra sobre
el inconsciente como fuente de las motivaciones humanas, como tampoco un
análisis científico de las sociedades; no conoció la palabra socialismo, pero
hizo experiencia de lo asambleario y por eso las mesas compartidas fueron tan
significativas en su vida. No era el de Jesús el tiempo de la hegemonía del
capitalismo, pero sí de otras formas de opresión de unas clases sobre otras.
Faltaban siglos para que Marx y Engels develaran el oprobio del Capital, para
que el campesinado ruso protagonizara los diez días que cambiaron la historia,
y Trotsky pretendiera encender la revolución entre el proletariado alemán, para
luego asumir la defensa de la democracia obrera frente a la traición y el
horror que la dictadura estalinista esparciría por el mundo conciliando con el
imperialismo yanqui y las socialdemocracias europeas; hasta la Cuba triunfante
de Castro se rendiría a la burocracia soviética, mientras el Che (y su
guerrilla y sus sueños) era acribillado en la selva boliviana llevando en su
mochila La revolución permanente de Trotsky.
A estas
alturas, la imagen del pesebre (libre ya de ángeles, reyes magos y concepciones
virginales) me remite únicamente a la miseria y al abandono que padecen en
nuestro tiempo millones de seres humanos, y a la exigencia impostergable de
justicia. Dar el grito primero de libertad es la tarea común que nos convoca
con urgencia, y si en el camino damos a "Aquello" que nos trasciende
el nombre de "dios" -al igual que Jesús y millones de creyentes
sinceros en la historia- pues que la fe sea confianza en lo bueno para todos (y
no para unos pocos a costa de la mayoría) y que se fragüe en las luchas que
encarnemos contra la injusticia y en las mesas donde fraternalmente compartamos
el pan y la palabra. Es mi deseo para esta Navidad que el horizonte común de
toda la Humanidad, más allá de sus credos religiosos, sea un mundo donde cada
nacimiento se celebre como único, de una belleza infinita. Y que no temamos
soñar revoluciones ni parir los urgentes cambios necesarios. La Humanidad Nueva
será como un hijo que se anuncia a la vida entre dolores, para encenderla de
alegrías y esperanzas nunca del todo imaginadas hasta entonces. "Cambia,
todo cambia..." resuena en mi corazón la eterna voz de la Negra, sumándose
a miles de voces cantando para que asome el sol sobre la tierra. Ciertamente,
hay signos de esperanza. El 2011 fue el año de las revoluciones árabes que
siguen en curso, y de los “indignados” e "indignadas" de todas las
plazas del mundo. Millones de personas, trabajadores y estudiantes, explotados,
oprimidos, excluidos del sistema comenzaron a descubrir que tenían una identidad
común, que eran, que somos: parte de una clase internacional. Como escribe
Miguel Lamas, mi compañero de la Izquierda Socialista: "Una joven
huelguista de Madison sintió que su lucha era similar a los jóvenes egipcios de
Plaza Tahir, un obrero griego recordó Argentina del 2001 y pensó que había que
hacer lo mismo en Grecia. Una indígena marchista boliviana en defensa del
Territorio Indígena Tipnis contra las transnacionales, se sintió hermana de un
peruano o de un brasileño que luchan en defensade sus tierras. Los indignados
de Wall Street, de España y de Grecia se sintieron parte de la misma lucha.
Somos el 99%, dijeron los indignados en Estados Unidos, que sufre las
consecuencias de este desastre capitalista que beneficia al 1%. Y se referían
al mundo entero." En estas fiestas de fin de año, levantemos entonces las
copas para brindar: ¡Por un buen año 2012! ¡Por extender la lucha mundial que
entierre al capitalismo y dé inicio a un tiempo nuevo para toda la Humanidad!
Los abrazo
Mariana
Mariana
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